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martes, 11 de junio de 2013

El padre Joseph Lacy, del 5º Batallón de Rangers, se ganó una medalla en la primera línea del desembarco de Normandía.

El día D en Omaha Beach: 
"A quien vea de rodillas o rezando le doy una patada en el c... Eso me lo dejais a mí"

Al celebrarse el pasado jueves 6 de junio un nuevo aniversario del desembarco de Normandía, han vuelto a citarse las mil y una historias sobre la fecha que invirtió definitivamente el sentido de la Segunda Guerra Mundial. 

Una de ellas, la del teniente capellán Joseph R. Lacy, del 5º Batallón de Rangers. Apenas una semana antes del Día D, provocaba la hilaridad de los soldados. Jóvenes miembros de una unidad de élite, entrenados como militares y en plena forma física, aquel cura sólo podía producirles risa: cuarentón, barrigón, bajito y con gafas de culo de botella(alguno le describía como "el pequeño gordo irlandés"), nadie daba un duro por su vida en cuanto sonasen los primeros disparos.

Sólo catorce días después, el 20 de junio, el presidente Franklin D. Roosevelt firmaba la concesión al sacerdote de la Cruz a los Servicios Distinguidos (la segunda más importante que se concede en acción de guerra, tras la Medalla de Honor del Congreso) "por su extraordinario heroísmo en las operaciones militares contra el enemigo armado. El capellán Lacy tomó la playa con una de las unidades que conducía el asalto. Se habían producido numerosas bajas por un duro fuego de fusil y mortero y artillería enemiga. Con desprecio absoluto a su propia seguridad, se movió por la playa continuamente expuesto al fuego enemigo y ayudó a trasladar a los hombres heridos desde el borde de la playa hasta protecciones relativamente seguras, al mismo tiempo que inspiraba a los hombres un similar desprecio por el fuego enemigo. Las heroicas e intrépidas acciones del capellán Lacy son ejemplo de las más elevadas tradiciones de las fuerzas militares de los Estados Unidos y reflejan su propio valor, el de su unidad y el del Ejército de los Estados Unidos".

Y ¿cómo "inspiraba a los hombres un similar desprecio por el fuego enemigo"? Pues "el pequeño gordo irlandés", mientras se dirigían a la playa, fue muy claro: "Cuando toquemos tierra y estéis ahí, no quiero ver a nadie de rodillas ni rezando, y a quien vea haciéndolo le daré una patada en el c... Lo de rezar dejádmelo a mí, y vosotros, a pelear". Pronto comprobarían de qué madera estaba hecho quien así les hablaba.

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