"Laudatio Si": Ojo, ordenemos los amores (S. Agustín)
por Néstor Mora Núñez
Ayer se presentó a la presa la Encíclica Papal “Laudatio Si”. Como el lógico, muchas personas han empezado a alabarla como profética, mientras otras se dedican a encontrar todos los puntos en donde el Santo Padre no ha estado demasiado acertado. Este el problema de tratar temas sometidos a posicionamiento ideológicos opuestos. En este tema tengo alguna experiencia real: fui responsable de sostenibilidad de mi universidad hasta hace un par de meses. En ese tiempo pude darme cuenta de los terribles problemas que conlleva la ideologización de los temas socio-medio-ambientales.
Hay personas que creen en determinadas “ecologías” como si fuesen una religión y crean estructura sociales similares a sectas. Otras repudian estos temas, precisamente porque no es posible hablar sin enfrentamientos ideológicos. Esta realidad es la que circunda y circundará la Encíclica, por lo que sería prudente alejarnos de los diferentes puntos de vista ideológicos y ver qué es lo que nos pide el Señor. Tomemos un texto de San Agustín, que es especialmente clarificador:
Amad lo que es bueno, hermanos míos; nada hay más hermoso, aunque no se lo vea más que con los ojos del corazón. A ti te hablo. Mira que es hermoso cuanto ves por los ojos de la carne: el cielo, la tierra, el mar y cuanto hay en ellos, los astros que brillan en el cielo, el sol que llena el día, la luna que modera la noche, las aves, los peces, los animales que caminan, los mismos hombres, hechos, entre las demás cosas, a imagen de Dios, que alaban la creación, que aman la creación, pero sólo si aman al creador.
Cualquier cosa que ames y que te lleve al olvido de Dios no la hizo nadie, sino Dios. Cualquier cosa, repito, que ames con olvido de Dios, no la hizo nadie, sino Dios. Si no fuese algo hermoso, no la amarías. ¿Y de dónde le hubiese venido la hermosura de no haber sido creada por quien es invisiblemente hermoso? Amas al oro; Dios lo creó. Amas los cuerpos hermosos y la carne: Dios los creó. Amas los campos frondosos: Dios los creó. Amas esta luz como si fuera gran cosa: Dios la creó. Si por lo que Dios creó le descuidas a él, te suplico, ama también a Dios mismo. Es tan digno de ser amado cuanto es digno de ser amado quien creó todo lo que amas. Ama a esto, pero de forma que le ames más a Él.
No quiero que no ames nada, sino quiero que ordenes tu amor. Antepón los bienes celestes a los terrenos, los inmortales a los mortales, los eternos a los temporales. Antepón al Señor todos ellos, no alabándolo, sino amándolo. Anteponerlo en la alabanza es cosa fácil. Llega la tentación: es ahí cuando te pregunto si antepones en tu amor lo que antepusiste en tu alabanza. Si se te pregunta: «¿Qué es mejor: el dinero o la sabiduría, el dinero o la justicia y, para concluir, el dinero o Dios?», no dudas en responder: la sabiduría, la justicia, Dios. No dudes en elegir lo que no has dudado en responder.
(San Agustín. Sermón 335C, 13)
Para algunas ideologías lo único importante es el entorno natural. Tan importante es la naturaleza que según ellos estaríamos legitimados hasta a suicidarnos para no “estropear” el equilibrio natural. Algunos extremistas proponen la desaparición del ser humano como única solución. En el otro extremo, otras ideologías proponen que los bienes naturales sólo sirven para conseguir ganancias y poder. Entre uno y otro extremo, nos encontramos con una infinita variedad y colorido de puntos de vista ideológicos. Nunca el punto medio entre dos falsedades contrapuestas, es la Verdad. Hay algo común en todo el espectro ideológico: el olvido de Dios y el olvido del ser humano.
San Agustín nos señala la justa y divina proporción que nos aleja de las ideologías diversas: “Ama a esto [lo creado], pero de forma que le ames más a Él [Dios]. No quiero que no ames nada, sino quiero que ordenes tu amor”.
¿Ordenar el amor? Ahí está la clave: discernimiento y juicio. Lo primero es el amor a Dios. Cristo lo dejó claro “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser y con toda tu mente” (Mt 22, 37). Después debemos amar al prójimo como a nosotros mismos. Esto conlleva amarnos correctamente a nosotros antes de amar a quien tenemos a nuestro lado. Muchos ecologistas se desprecian a sí mismos como si fueran virus indeseables. Quien se desprecia, desprecia a su hermano. Quien desea su propia desaparición, desea la del vecino. Sólo quien ve en sí mismo la imagen impresa de Dios y diferencia esa imagen del pecado que nos hace soberbios y egoístas, puede amar al prójimo realmente. Si queremos lo mejor (Cristo) para nosotros, lo querremos para nuestros hermanos, por lo que tenemos la responsabilidad de cuidar la creación como sustento y riqueza de toda la humanidad.
Después del amor al prójimo viene el tercer “amor”, que proviene de ver la huella de Dios en todo lo creado y por lo tanto, alabar a Dios por darnos muestra de Su Belleza, Verdad y Bondad a través de los bienes de la tierra. Utilizar los bienes para el bien de todos, es cumplir el mandato de Dios de ser responsables de la creación.
Ahora, este orden querido por Dios nos señala que debemos empezar por estar dispuestos a la conversión interior y dejar que la Gracia nos transforme. El ser humano transformado por la Gracia no necesita leyes ni tratados para hacer el bien. Mientras,las leyes son útiles, pero como todo lo humano, pueden ser utilizadas para el bien o para el mal.
Las leyes “ecológicas” se pueden utilizar tan mal como cualquier ley. Las legislaciones nunca han impedido los crímenes e incluso a veces los han producido. Cuidar la naturaleza y utilizarla como bien para todos, conlleva una previa y profunda conversión a Dios. No vale quedarnos en palabras, tratados, convenciones, que suelen ser más apariencia política que realidad palpable.
Por eso, cuando he leído un tweet del ex-secretario general de las Naciones Unidad: Kofe Annan, celebrando la publicación de la Encíclica, me he dado cuenta que puede ser utilizada para los intereses más insospechados. Cito algunos de ellos: promoción del aborto y de los métodos antinatalistas, promoción de determinados intereses industriales, etc. Con sólo tomar el trocito de la Encíclica que les interese a los poderosos, muchas personas creerán estar siguiendo al Papa y realmente están actuando contra la Voluntad de Dios. Cuando el mundonos aplaude, es que tiene algo que ganar. Las tentaciones de Cristo lo atestiguan. Es necesario formarnos y estar muy vigilantes para no ser engañados y utilizados. Dios nos ayude.
Leer más aquí: www.religionenlibertad.com
Para algunas ideologías lo único importante es el entorno natural. Tan importante es la naturaleza que según ellos estaríamos legitimados hasta a suicidarnos para no “estropear” el equilibrio natural. Algunos extremistas proponen la desaparición del ser humano como única solución. En el otro extremo, otras ideologías proponen que los bienes naturales sólo sirven para conseguir ganancias y poder. Entre uno y otro extremo, nos encontramos con una infinita variedad y colorido de puntos de vista ideológicos. Nunca el punto medio entre dos falsedades contrapuestas, es la Verdad. Hay algo común en todo el espectro ideológico: el olvido de Dios y el olvido del ser humano.
San Agustín nos señala la justa y divina proporción que nos aleja de las ideologías diversas: “Ama a esto [lo creado], pero de forma que le ames más a Él [Dios]. No quiero que no ames nada, sino quiero que ordenes tu amor”.
¿Ordenar el amor? Ahí está la clave: discernimiento y juicio. Lo primero es el amor a Dios. Cristo lo dejó claro “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser y con toda tu mente” (Mt 22, 37). Después debemos amar al prójimo como a nosotros mismos. Esto conlleva amarnos correctamente a nosotros antes de amar a quien tenemos a nuestro lado. Muchos ecologistas se desprecian a sí mismos como si fueran virus indeseables. Quien se desprecia, desprecia a su hermano. Quien desea su propia desaparición, desea la del vecino. Sólo quien ve en sí mismo la imagen impresa de Dios y diferencia esa imagen del pecado que nos hace soberbios y egoístas, puede amar al prójimo realmente. Si queremos lo mejor (Cristo) para nosotros, lo querremos para nuestros hermanos, por lo que tenemos la responsabilidad de cuidar la creación como sustento y riqueza de toda la humanidad.
Después del amor al prójimo viene el tercer “amor”, que proviene de ver la huella de Dios en todo lo creado y por lo tanto, alabar a Dios por darnos muestra de Su Belleza, Verdad y Bondad a través de los bienes de la tierra. Utilizar los bienes para el bien de todos, es cumplir el mandato de Dios de ser responsables de la creación.
Ahora, este orden querido por Dios nos señala que debemos empezar por estar dispuestos a la conversión interior y dejar que la Gracia nos transforme. El ser humano transformado por la Gracia no necesita leyes ni tratados para hacer el bien. Mientras,las leyes son útiles, pero como todo lo humano, pueden ser utilizadas para el bien o para el mal.
Las leyes “ecológicas” se pueden utilizar tan mal como cualquier ley. Las legislaciones nunca han impedido los crímenes e incluso a veces los han producido. Cuidar la naturaleza y utilizarla como bien para todos, conlleva una previa y profunda conversión a Dios. No vale quedarnos en palabras, tratados, convenciones, que suelen ser más apariencia política que realidad palpable.
Por eso, cuando he leído un tweet del ex-secretario general de las Naciones Unidad: Kofe Annan, celebrando la publicación de la Encíclica, me he dado cuenta que puede ser utilizada para los intereses más insospechados. Cito algunos de ellos: promoción del aborto y de los métodos antinatalistas, promoción de determinados intereses industriales, etc. Con sólo tomar el trocito de la Encíclica que les interese a los poderosos, muchas personas creerán estar siguiendo al Papa y realmente están actuando contra la Voluntad de Dios. Cuando el mundonos aplaude, es que tiene algo que ganar. Las tentaciones de Cristo lo atestiguan. Es necesario formarnos y estar muy vigilantes para no ser engañados y utilizados. Dios nos ayude.
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