Profesores a la conquista del poder
por James Neilson
Como ellos mismos se han encargado de informarnos, los gobernantes griegos actuales, en especial los funcionarios más importantes del Ministerio de Finanzas, son buenos productos del mundillo académico en que abundan los
militantes antisistema y escasean los más o menos conformes con la democracia capitalista.
No querían ser tecnócratas. Se habían propuesto protagonizar una epopeya ideológica pero, no bien se pusieron a trabajar, se dieron cuenta de que remodelar la economía griega no les sería tan fácil.
Obligados a elegir entre respetar reglas que ellos mismos denunciaban por inmorales y mantenerse fieles a las ideas que durante años habían reivindicado y que, para su incomodidad, sus propios partidarios se resisten a abandonar, Alexis Tsipras, Yanis Varoufakis y Euclides Tsakalotas se encuentran frente a un dilema nada grato.
No pueden sino sentirse desubicados. Lo mismo que sus congéneres del progresismo académico en otras partes del planeta, entendían que, para conseguir prestigio intelectual y el dinero que a menudo lo acompaña, sería mucho mejor destacarse como críticos vehementes de la realidad contemporánea de lo que sería señalar que los esfuerzos por reemplazarla por otra mejor casi siempre tienen consecuencias catastróficas. Felizmente para los profesores universitarios que se han abierto camino protestando contra lo existente en nombre de una variante del marxismo, en los países más opulentos su influencia sigue siendo reducida, lo que les ahorra la necesidad de tratar de poner en práctica sus esquemas predilectos, pero en Grecia lograron desplazar a sus adversarios naturales para formar un gobierno.
En vista de la aparente hegemonía intelectual de los progresistas, el que con escasas excepciones los electorados prefieran mantenerlos a raya por temor a lo que serían capaces de hacer si alcanzaran el poder es bastante extraño. Parecería que, si bien pocos políticos o empresarios los consultan antes de tomar decisiones concretas, a muchos les gusta saber que en alguna parte hay hombres y mujeres que denuncian, a veces con un grado de pasión que sería apropiado para un profeta bíblico, las lacras materiales, sociales, éticas, estéticas y espirituales que a su juicio afean sus países respectivos.
La autocrítica está de moda. De enterarse un marciano del contenido de nuestros medios gráficos y audiovisuales presuntamente más respetados, llegaría a la conclusión de que las sociedades occidentales, en especial la norteamericana, son las más odiosas jamás creadas por los terrícolas. Se engañan los que dicen que en todas partes predomina el "neoliberalismo". Por el contrario, hasta periódicos considerados conservadores rinden homenaje a quienes se dedican a denunciar lo que algunos aún llaman "el pensamiento único", mientras que libros escritos por enemigos jurados del statu quo encabezan las listas de los más vendidos.
Los problemas empiezan cuando personajes que deben su prestigio a su deseo declarado de cambiar de manera drástica un mundo que les parece insoportablemente mediocre salen de las aulas para ocupar puestos en un gobierno. A menos que estén dispuestos a reconocer que sería mejor olvidar aquellas consignas contundentes que les permitían enfervorizar a contestatarios estudiantiles, no tardarán en enterarse de que no sirven para mucho en el mundo real en que incluso sus admiradores son reacios a subordinar sus propios intereses inmediatos a los de una sociedad aún imaginaria. Ha sido ésta la experiencia de hombres como el primer ministro griego Tsipras y los profesores Varoufakis y Tsakalotas, que están a cargo de una economía en vías de evaporarse.
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