Siempre que pensamos que hemos tocado fondo nos equivocamos. Después de Vincent Peillon [ministro de Educación entre 2012 y 2014] y su religión laica, después de Benoît Hamon [ministro de Educación entre abril y agosto de 2014] que fielmente ponía en marcha su programa revolucionario, he aquí a Najat Vallaud-Belkacem, nueva ministra de Educación. Es uno de los cargos más importantes de todo gobierno socialista, lugar estratégico de manipulación de los espíritus y de predicación capilar de los dogmas revolucionarios. Este nombramiento de la ex ministra de los Derechos de las Mujeres es una promoción importante, recompensa por una perfección ideológica.
Dejemos de lado su recorrido político, forzosamente socialista: cercana a Vincent Peillon y Arnaud Montebourg [también ministro socialista hasta la reciente crisis del Gobierno galo], esta joven mujer de origen marroquí se acerca desde hace tiempo a los centros de poder. O de lo que queda de ellos en una Francia prisionera de la Unión Europea, una Francia universalizada. Sabemos que los gobiernos cambian y que la política impuesta a Francia permanece: desde este punto de vista, el nombramiento de Najat Vallaud Belkacem podría dejar indiferente.
Pero ahí está. Najat Vallaud-Belkacem no está sólo al servicio de este pensamiento único, ella es una «pasionaria». Obsérvese que esto deja abierta la cuestión de saber si ella misma es una «pensadora» del pensamiento único. Sólo importa esto: ella lo difunde, lo promociona, lo impone. Ha hecho de la «igualdad» un absoluto que aplasta todo lo que encuentra a su paso (algo inherente en la naturaleza de la igualdad revolucionaria).
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