El demonio de la violencia política
por James Neilson
Con sinceridad sorprendente, la líder de la agrupación Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto, dice que "fue hermoso" lo hecho por las organizaciones guerrilleras en al Argentina de hace aproximadamente cuarenta años, ya que "hubo una juventud que dejó la vida y nos posibilitó la democracia". A su juicio, fue una gesta libertadora plenamente comparable con la emprendida por San Martín. Aunque pocos se animan a decirlo en voz alta, muchos kirchneristas, izquierdistas y "progresistas" sueltos comparten la opinión de Carlotto. Creen que, si bien los que se entregaron a la lucha armada cometieron lo que llaman "errores", eran idealistas heroicos, demócratas cabales, que querían hacer de la Argentina un país mejor.
Por desgracia, la verdad es un tanto distinta. A los montoneros en el fondo neofascistas, los erpistas marxistas y sus aliados coyunturales de una cantidad desconcertante de sectas peronistas, no les interesaba la democracia tal y como es habitual definirla en el mundo actual. Al contrario, eran elitistas iluminados, de mentalidad militarista, tan convencidos de su propia rectitud que mataban y secuestraban a quienes no tendrían lugar en sus utopías particulares. Era tal su fanatismo que no vacilaban en "ejecutar" a compañeros sospechosos de desviaciones doctrinarias o éticas. Pero, decían, nuestros fines revolucionarios son tan espléndidos que pueden justificarse hasta los medios más truculentos, mientras que oponérsenos es de por sí evidencia de complicidad con "la derecha" capitalista e imperialista, o sea que es un crimen imperdonable que en algunos casos merece la pena capital.
La proliferación de estas bandas y los estragos que provocaban plantearon una serie de dilemas al gobierno legítimamente elegido de los presidentes Juan Domingo Perón e Isabelita. Combatirlas en el marco de la ley sería difícil; algunos jueces y muchos abogados simpatizaban con los terroristas y otros se sentían intimidados. Por lo demás, el apego del general, su esposa y sus colaboradores a los valores democráticos distaba de ser fuerte. Optaron por su propia versión, "reaccionaria" conforme a las pautas de la izquierda "marxisante", de la lucha armada, de ahí la Triple A. Una vez caído el gobierno de Isabelita, los militares hicieron lo mismo. Puesto que en aquel entonces el poder civil se negaba a asumir responsabilidad alguna por lo que, andando el tiempo, un mandatario norteamericano calificaría de "la guerra contra el terror", los militares estaban libres para aplicar las normas despiadadas que les son propias, actuando como han hecho todos sus equivalentes cuando les correspondían "pacificar" un territorio sin tener que preocuparse por los reparos de políticos civiles conscientes de la necesidad de pensar en las consecuencias a largo plazo de lo que hacían. Se inspiraron en el ejemplo brindado por ciertas unidades franceses en la guerra de Argelia que habían adoptado métodos ya perfeccionados por regímenes revolucionarios, pero a diferencia de ellas no les sería dado replegarse hacia una metrópoli ubicada en otro país.
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