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lunes, 13 de julio de 2015

La realidad americana pre-evangelización, vale decir pre-hispánica, fue infinitamente peor ...


Y aztecas e incas ¿cuándo van a pedir perdón?



por Luis Antequera


Pedir perdón es un ejercicio muy saludable, que además de mejorar la relación entre las personas, acostumbra a producir en el propio individuo que lo hace un relax, un confort difícilmente explicable y muy satisfactorio.

El Papa ha pedido perdón “no sólo por las ofensas de la propia Iglesia sino por los crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada conquista de América”. No es el primero que lo hace. Ese papa llamado San Juan Pablo II cuya generosidad en el pedir perdón tuvimos ocasión de glosar en estas líneas (pinche aquí si le interesa el tema), ya lo había hecho por lo menos una vez, el 22 de noviembre de 2001 en su exhortación apostólica postsinodal “Ecclaesia in Oceania” por los abusos de los misioneros contra los pueblos indígenas:

Ahora bien, estas peticiones de perdón, como vemos incluso reincidentes, procedentes de determinadas instancias e instituciones y no acompañadas nunca por las que deberían proceder de otras instancias e instituciones, -una consecuencia más de eso que en su día ya dimos en llamar la asimetría que impera en el discurso del s. XXI (puede Vd. pinchar aquí si le interesa saber a qué nos referíamos)-, tienen un efecto perverso e indeseable, cual es el de distorsionar la historia hasta grados inadmisibles, reduciéndola a un relato infumable de agresores y de víctimas, de buenos y de malos, que no se corresponde con la verdad histórica.

El de la evangelización americana es un caso de libro. El “Manual de Historia para neoprogresistas”, también conocido como “Aprenda historia en menos tiempo que Zapatero economía” pone toda la carne en el asador para presentarnos una sociedad americana prehispánica idílica, mágica, paradisíaca, donde unos indígenas barbilampiños e inocentes, bondadosos hasta la ingenuidad, unidos en un común interés de convivencia y bonhomía, ven de repente truncada su existencia por la irrupción en el paraíso construido con gran esfuerzo durante siglos, de unos extranjeros barbados y ambiciosos, malvados hasta el extremo, armados de unas espadas y con ellas, unas cruces que son, en realidad, la peor de las armas, porque no tienen otra finalidad que ocultar el filo de las espadas.

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