Este libro recorre personajes, sueños, esfuerzos y sucesos que componen una parte maravillosa de la aventura humana, que es la ciencia. Una travesía que comprende toda una estirpe de hombres que unieron pensamiento y acción en el empeño por dominar la Tierra y más allá. Vidas dedicadas a un trabajo disciplinado y perseverante, jalonado por fracasos en silencio y triunfos sin estridencia, pero que cambiaron para siempre la historia humana, en la formidable e inacabable carrera por conocer, entender y transformar la gran casa habitación.
La creciente comprensión de fenómenos y procesos fue corriendo el velo de la ignorancia y de mitos ancestrales. El dominio nunca imaginado sobre la naturaleza ha fortalecido la confianza de la especie humana sobre sí misma aunque también acarreó problemas novedosos y algunas incertidumbres, que comprenden cuestionamientos éticos y riesgos a escala planetaria. Corrida del centro del escenario por el avance de la ciencia, la religión ha perdido su papel en la explicación de la vida.
Lo cierto es que el contrapunto entre ciencia y religión, entre fe y razón, adquiere unas veces la forma de un antagonismo excluyente, y en otras deviene en una mutua ignorancia o indiferencia. Algunas de las grietas culturales y conflictos más serios del mundo contemporáneo están penetrados de ese desencuentro. La mismísima integridad del ser humano —psíquica para unos, espiritual para otros— corre riesgo de quedar fracturada.
La investigación de Monteverde se interna en ese conflicto. A tal fin, recorre la historia de la relación ciencia-religión y examina las cuatro áreas de investigación y desarrollo científico en torno a las cuales germinó el antagonismo: el evolucionismo, la neurobiología, la genética, y la astrofísica y cosmología. Luego se ocupa en detalle de dos figuras científicas emblemáticas del enfrentamiento ciencia-religión: Galileo Galilei y Charles Darwin. Monteverde desentraña la realidad histórica, distinguiendo los mitos y leyendas construidas. Aborda las principales zonas de fricción y también los casos más destacados de convergencia entre ciencia y religión. Explora los problemas que genera el lenguaje, cuyas ambigüedades, múltiples sentidos e interpretaciones derivan muchas veces en desentendimientos.
A continuación desarrolla los diferentes argumentos y contraargumentos lógicos, ontológicos y cosmológicos que diferentes pensadores de la historia han aportado sobre la existencia de Dios.
La segunda parte es el tramo más importante del libro, tendiente a efectuar un replanteo integral de la relación entre fe y razón, ciencia y religión. En ella se analiza cuán racional es la razón y, a renglón seguido, nos lleva de viaje por la epistemología —auténtica ciencia de las ciencias— con el objeto de establecer qué es el conocimiento científico, cuál es su alcance y evolución. Al llegar a este punto la visión del lector sobre las ciencias y la religión ya no será la misma, pudiendo apreciar las intromisiones, intolerancias, sesgos, prejuicios y dogmas que contaminan la relación entre ambas.
Con ese herramental, Monteverde pasa a analizar en profundidad qué es lo que significa saber por oposición a qué significa creer. El viaje culmina con un examen de la posición de las grandes figuras de la ciencia en relación al tema de los valores morales y las premisas para entender y progresar en el conocimiento en torno a la vida y nuestro papel en el universo.
El objeto de esta travesía intelectual ocupa el centro mismo de la discusión humana. Como afirma el físico John Polkinghorne, de la Universidad de Cambridge, “la cuestión de la existencia de Dios es la pregunta más importante que enfrentamos sobre la naturaleza de la realidad”. En el mismo sentido, el célebre historiador Paul Johnson sostuvo que “es lo más importante que los humanos siempre hemos estado llamados a responder”.
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Introducción
Entre el desentendimiento y el entredicho
Este libro recorre personajes, sueños, esfuerzos y sucesos que componen una parte maravillosa de la aventura humana, que es la ciencia. Un itinerario que comprende toda una estirpe de hombres que unieron pensamiento y acción en el empeño por dominar la Tierra y más allá. Vidas dedicadas a un trabajo disciplinado y perseverante, jalonado por fracasos en silencio y triunfos sin estridencia, pero que cambiaron para siempre la historia humana, en la formidable e inacabable carrera por conocer, entender y transformar la gran casa habitación.
El avance de las ciencias —en un amplio espectro que va desde la física a la economía— modernizó el aparato productivo, curó y nos preservó de enfermedades, incrementó la esperanza de vida y mejoró su calidad. El progreso del conocimiento y el desarrollo y dominio de nuevas tecnologías en el último siglo han provisto al hombre de un poder nunca imaginado sobre el mundo que lo rodea.
La creciente comprensión de fenómenos y procesos fue corriendo el velo de la ignorancia y de mitos ancestrales. El dominio nunca imaginado sobre la naturaleza ha fortalecido la confianza de la especie humana sobre sí misma aunque también acarreó problemas novedosos y algunas incertidumbres, que comprenden cuestionamientos éticos y riesgos a escala planetaria. Corrida del centro del escenario por el avance de la ciencia, la religión ha perdido su papel en la explicación de la vida.
La dimensión del cosmos y su expansión desde el Big Bang, la enorme riqueza y variedad del mundo biológico en el despliegue de la vida, o las especulaciones sobre la posibilidad de multiversos —universos alternativos que incluso podrían contener diversas formas de vida— llevan a unos a maravillarse y a otros a preguntarse si queda un papel para la fe religiosa en este nuevo escenario.
Incluso entre muchos de los que se declaran creyentes, la confianza brindada por el conocimiento de aspectos y cuestiones jamás soñadas ha desvanecido la imagen de Dios, dando paso a una creciente indiferencia.
En este proceso han intervenido, asimismo, variadas posiciones ideológicas que, en el curso de los últimos cuatro siglos, impulsaron la exclusión del culto divino del ámbito público, recluyéndolo a la esfera estrictamente íntima. Como fruto de esa prédica, comenzó a evitarse en las reuniones sociales las referencias de tono espiritual o que entrañasen una profesión de fe. Este desplazamiento de la religión, y de todo aquello que refiriera de alguna manera a Dios, al desván de la privacidad continuó profundizándose. Durante los últimos tiempos, en ciertos países ha dejado de admitirse el ejercicio de la objeción de conciencia en relación a diversas cuestiones.
Cabe también señalar un fenómeno relativamente novedoso en torno a la ciencia: por el mismo hecho de haber alcanzado elevado respeto social, su sello es utilizado —y abusado— para justificar posiciones en diversos temas. Los más variados grupos de intereses se amparan en ella y la blanden en la discusión pública, aun cuando el argüido fundamento científico sea discutible o sencillamente inexistente. Se tuercen y retuercen los hallazgos científicos de forma tal que respalden las posturas más caprichosas, en algunos casos carentes de sentido común. El debate puede ser abiertamente ideológico pero se recurre a la ciencia como disfraz.
La religión, en cambio, ha quedado desplazada de la discusión y la argumentación, la palabra Dios ha perdido presencia en la vida cotidiana, y el culto ha quedado relegado a la condición de mito. Para vastos segmentos poblacionales de mediana instrucción, la fe comporta una posición relativamente irracional, antipática o incluso antagónica respecto a la ciencia, el intelecto y el pensamiento racional. Ciencia y religión, fe y razón, aparecen así enfrentadas en el imaginario colectivo.
En esa suerte de oposición y enemistad también han participado muchos valedores de la religión. Algunas veces, denigrando y desechando sin mayor examen las teorías que representaran algún grado de riesgo para la literalidad de la historia y cosmovisión plasmada en los libros sagrados. Otras, concibiendo la religión como algo independiente y no relacionado con la razón, fracturando así la unidad y consistencia cognitiva y reflexiva del individuo religioso.
El hombre educado que adscribe a la religión —cualquiera que ésta sea— corre entonces el riesgo de alienarse, al quedar encerrado en una mutua contradicción: por un lado, un marco teórico que niega los principios del credo que profesa y que lo considera un mito y, por otro, una concepción de la religión que desecha, sin mediar examen, algunas de las teorías científicas más sólidamente establecidas.
No es la ciencia la que está en la picota. Es la religión la que ha sido llevada al patíbulo por una cosmovisión contemporánea que, al menos en principio, encuentra sus fundamentos en aquélla. Esa visión se resume, para la mayoría de las personas, en la simple presunción, pues muy pocos individuos están en condiciones de examinar, entender o —tanto menos— juzgar la base empírica o las teorías que negarían la existencia de Dios o que pondrían en aprietos a los postulados religiosos.
Lo cierto es que el contrapunto entre ciencia y religión, entre fe y razón, adquiere unas veces la forma de un antagonismo excluyente, y en otras deviene en una mutua ignorancia o indiferencia. Algunas de las grietas culturales y conflictos más serios del mundo contemporáneo están penetrados de ese desencuentro. La mismísima integridad del ser humano —psíquica para unos, espiritual para otros— corre riesgo de quedar fracturada.
Explorar y adentrarnos en ese conflicto y alcanzar un juicio cabalmente fundado al respecto, sea que el litigio quede en definitiva saldado a favor de la ciencia —la posición inversa no cuenta en el debate— o que haya aún una oportunidad de sana convivencia entre la razón y la fe, es la misión que abordaremos en las próximas páginas.
A tal fin, comenzaremos examinando las partes en conflicto, realizaremos un breve recorrido de la historia de la relación ciencia-religión y sus momentos de armonía y de discordia, y echaremos un vistazo sobre las cuatro áreas de investigación y desarrollo científico en torno a las cuales germinó el antagonismo: el evolucionismo, la neurobiología, la genética, y la astrofísica y cosmología. Conoceremos algunos de los grandes comunicadores de las ciencias que acercaron los desarrollos de los investigadores al conocimiento del público común y nos ocuparemos en detalle de dos figuras científicas emblemáticas del conflicto ciencia-religión: Galileo Galilei y Charles Darwin. A continuación intentaremos desentrañar la realidad histórica, distinguiendo los mitos y leyendas que se han construido. Exploraremos brevemente los problemas que nos plantea el lenguaje, cuyas ambigüedades, múltiples sentidos e interpretaciones derivan muchas veces en desentendimientos. Abordaremos algunas de las principales zonas de fricción, y luego haremos lo propio con los casos más destacados de convergencia entre la ciencia y la religión. A partir de ahí realizaremos un rápido examen de los diferentes argumentos y contraargumentos lógicos, ontológicos y cosmológicos que diferentes pensadores de la historia han aportado sobre la existencia de Dios.
Luego ingresaremos en el tramo más importante del libro y que, una vez concluido, nos permitirá efectuar un replanteo integral de la relación entre fe y razón y ciencia y religión. Analizaremos cuán racional es la razón y, a renglón seguido, estudiaremos qué es exactamente el conocimiento científico, su alcance y evolución. Para ello emprenderemos un viaje por la epistemología —auténtica ciencia de las ciencias— para recién entonces, con el herramental recogido en el trayecto, hacer un examen crítico y sólidamente fundado sobre el conflicto que nos ocupa.
Los capítulos lógicos y epistemológicos pueden resultar algo duros. Sin embargo, los primeros sólo pretenden brindar una perspectiva a vuelo de pájaro sobre las diferentes formulaciones sobre la existencia de Dios, y pueden ser sometidos a una lectura veloz y superficial en caso de resultar abstrusos para el lector. Los segundos, los epistemológicos, aunque densos en contenido, son más simples de seguir y, a la vez, resultan claves para el desarrollo y tratamiento posterior del tema. Estamos seguros que, a partir de ellos, la visión del lector sobre las ciencias y la religión ya no será la misma y estará en condiciones de apreciar las intromisiones, intolerancias, sesgos, prejuicios y dogmas que contaminan la relación entre ambas.
A esa altura podremos analizar con profundidad qué es lo que significa saber, por oposición a qué significa creer. Nuestro viaje culminará con un examen de la posición de las grandes figuras de la ciencia en relación al tema de los valores morales y las premisas para entender y progresar en el conocimiento en torno a la vida y nuestro papel en el universo.
Corresponde hacer aquí dos comentarios previos. En primer lugar, nuestro estudio está escrito en Occidente; por lo tanto, cuando se habla de fe, se lo hace pensando en las religiones abrahámicas, monoteístas, y principalmente en el cristianismo.
Por otra parte, a lo largo del trabajo abundan las manifestaciones de diferentes hombres y filósofos de la ciencia, todos ellos relevantes en sus campos de estudio, la mayoría de ellos trascendentales para la historia del conocimiento humano. El lector podrá advertir la abundancia de citas textuales, siempre referenciadas de manera minuciosa a sus fuentes, pues es sobre esos testimonios que hemos edificado el hilo argumental de esta obra. En una época en que proliferan los datos apócrifos y las falsas atribuciones a personajes de relevancia histórica, consideramos indispensable el documentar con meticulosidad las citas.
La travesía intelectual que emprenderemos no configura una labor menor, pues aunque las facilidades y carencias, urgencias y placeres de la vida contemporánea por momentos nos distraigan, la tarea a la que nos abocamos está en el centro mismo de la reflexión humana. Hablando sobre la labor científica, el físico John Polkinghorne, director del Queen’s College de la Universidad de Cambridge, apunta en esa misma dirección: “la cuestión de la existencia de Dios es la pregunta más importante que enfrentamos sobre la naturaleza de la realidad”[1]. El célebre historiador Paul Johnson coincide en afirmar que “es lo más importante que los humanos siempre hemos estado llamados a responder”[2], y le dedicó al tema uno de sus libros.
Así lo vio también Goethe, que —impresionado hondamente por los dramáticos sucesos de la Revolución Francesa— hurgó la comprensión de la vida y del mundo en la historia. Para el gran biólogo y dramaturgo alemán “el tema propio, único y más profundo de la historia del mundo y de la humanidad, al que todos los demás están subordinados, es el conflicto entre la falta de fe y la fe”[3].
[1] John Polkinghorne, The Faith of a Physicist: Reflections of a Bottom-Up Thinker. Princeton University Press, Princeton, New Jersey, 1994, cap. 3.
[2] Paul Johnson, En busca de Dios, Javier Vergara Editor, Buenos Aires, 1996, p. 11.
[3] Johann Wolfgang von Goethe, cit. por Georg Siegmund en Dios. La pregunta del hombre por el Absoluto, Tabor, Estella, España, 1969, p. 19.
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