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viernes, 31 de diciembre de 2021

¿Por qué Occidente es analítico e inconformista? Porque la Iglesia creó la familia nuclear


La mentalidad occidental es única y surgió 
con la familia católica: ¡un estudio lo constata!


El cristianismo occidental, con su insistencia constante contra el incesto y la poligamia y poniendo muchas barreras a los matrimonios forzados y a los matrimonios de niñas muy jóvenes creó una sociedad muy especial: la individualista sociedad occidental y, con el paso del tiempo, la sociedad que el biólogo Joseph Henrich llama OEIRD (Occidental, Educada, Industrializada, Rica y Democrática).

Así lo defiende un estudio (aquí) que presenta no un teólogo ni historiador, sino un biólogo especializado en evolución humana, Joseph Henrich (junto con otros colaboradores), en el número de la revista Science del 8 de noviembre de 2019.

Entre los partidarios de este estudio está un profesor de psicología de la Universidad de British Columbia, Steven Heine, que no ha trabajado en él pero considera que es muy convincente, como declara en LiveScience.

"Muchas décadas de investigación han mostrado que la psicología de los occidentales es distinta a la del resto del mundo: son más individualistas, analíticos y menos conformistas. Sin embargo, hasta ahora no teníamos una buena explicación de cómo la gente en Occidente obtuvo una psicología tan distinta. Este estudio muestra convincentemente que las redes de parentesco son centrales a la psicología, y que la Iglesia Católica medieval instituyó políticas sobre la estructura familiar que tuvieron un impacto de largo alcance que continúa afectando a cómo piensa hoy la gente en Occidente, incluso si no son religiosos", afirma Heine.

La clave es que el cristianismo latino medieval (mucho más organizado e insistente que el griego) logró imponer con fuerza sus principios de monogamia y oposición al incesto allí donde logró una implantación organizada muy potente.

Una forma de constatarlo es medir los matrimonios entre primos. Los investigadores dan un ejemplo: Italia. En Italia del norte y central, con mucha presencia de clero, la cultura cristiana hizo casi inexistente el matrimonio entre primos.

En cambio, en la Italia del extremo sur, que durante siglos fue de tradición griega y donde la Iglesia latina siempre sería más débil en época medieval, el matrimonio entre primos se mantuvo entre el 3 y el 5% durante siglos, incluso hasta los años de inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial.

Tabla que relaciona las culturas católicas con la familia nuclear y sus beneficios

Un ejemplo de las tablas del estudio; se miden los siglos bajo hegemonía cultural católica medieval, y los índices de matrimonios entre primos (lazos de linaje para reforzar clanes); más política familiar católica genera más familias nucleares (no de clan) y la cultura llamada WEIRD en inglés (occidental, rica, inconformista)

Las otras culturas: clanes, poligamia, la mujer vale poco...

El paganismo, y la mayoría de las culturas, son muy tolerantes con el incesto y la poligamia. Al final, consiste en que hombres fuertes consiguen lo que quieren: chicas débiles y accesibles (incluyendo sobrinas, primas, hijastras...), para hacerse un harén o tener varias concubinas.

Es por placer sexual, pero también puede ser fomentado por la sociedad pagana para generar lazos entre clanes y linajes, mediante la sangre. Tener muchos hijos comunes de muchos clanes con los que emparentarse ayuda a tener lazos y aliados.

Pero las chicas se usan como objetos de intercambio o placer y se entregan como trofeos o sobornos incluso en edades muy tempranas. Y a los hijos no necesariamente les cuidan sus padres, sino "el clan" (donde puede haber feroz competencia, más que amor familiar). 

Incluso cuando una cultura pasa de vivir en grandes casas comunales (clanes entrelazados bajo un mismo techo) a casas unifamiliares (con un claro padre de familia, una sola esposa, hijos bajo un mismo techo) ya se da un cambio grande en la dirección que Occidente ha promovido.

El Islam creció con rapidez gracias a la poligamia y al uso de concubinas: un musulmán podía engendrar grandes cantidades de descendientes. En el siglo XIII, el conquistador pagano mongol Gengis Khan tuvo 36 esposas e infinidad de concubinas (esclavas sexuales) y se calcula que tiene hoy muchos millones de descendientes.

En Occidente, el emperador de los francos, Carlomagno, tuvo 4 esposas (no todas a la vez) y muchas concubinas, pero la Iglesia regional, en el Concilio de Maguncia (año 814), dejó claro que evidentemente eso no era una conducta cristiana ni virtuosa.

Cinco siglos antes, en algún momento entre el año 300 y el 324, cuando los cristianos aún eran una pequeña minoría en Hispania, se reunieron 19 obispos y 26 presbíteros de Andalucía y Murcia en el Concilio de Elvira y dictaminaron: "Si alguno toma por esposa a una hijastra suya, se acordó que, por haber cometido un incesto, no se le conceda la comunión ni al final de su vida".

Es decir, incluso rodeados de paganos sexualmente promiscuos, los cristianos del siglo IV eran durísimos con quien se casaba con una hijastra (que ni siquiera era de la misma sangre).

El Occidente cristiano cambió el mundo con la familia

Lo habitual en una cultura humana sería la poligamia, alto nivel de incesto y la consanguineidad, y que los hombres fuertes acumulen chicas y que haya muchos lazos difusos de linajes entremezclados. Así se ha hecho en infinidad de culturas.

Hasta que el Occidente cristiano creó un mundo nuevo al insistir en la familia nuclear: un hombre, una mujer, comprometidos hasta la muerte, educando a sus hijos, excluyendo a otras parejas.

Y, según este estudio, eso generó nuestra cultura individualista y no conformista, es decir, poco dócil al poder. Como decía el escritor converso G.K. Chesterton: "La familia es el primer núcleo de resistencia a la tiranía".

Algo que no contrasta, sino que encaja, con lo que dice Jesús cuando su clan familiar intenta controlarle o limitarle. «Ahí fuera están tu madre y tus hermanos, que te buscan», dicen a Cristo. Y Él responde: ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?». Mirando a los que estaban sentados a su alrededor, dijo: «Estos son mi madre y mis hermanos. Porque el que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre»".

En la sociedad del siglo I, en que el clan, el linaje, el parentesco amplio, lo era todo, esto sonaba revolucionario. Jesús enseñaba que los lazos intra-familiares no eran lo primordial, y que se pueden crear lazos muy intensos, generar nuevos "hermanos", fuera de la familia (cuando se busca "la voluntad de Dios").

Sagrada Familia del Pajarito, de Murillo

La Sagrada Familia "del pajarito", de Murillo (hacia el año 1650); la familia humana del Niño Dios ha sido un modelo familiar para Occidente durante siglos; los nombres de José y María fueron los más usados por los españoles

Los medievales reflexionaron sobre eso. ¿Cómo ir más allá de las alianzas entre clanes y crear pueblos más grandes y estables? Cuando un pueblo medieval quería dejar de ser "bárbaro" y formar parte de la "familia" llamada Cristiandad se bautizaba y adoptaba el modelo de familia cristiano. Los reyes debían impedir la poligamia e incesto en su familia y en todo su pueblo.

Al bautizarse los húngaros hacia el año mil dejaban de ser bárbaros saqueadores paganos, su jefe San Esteban pasaba a ser un rey cristiano. Cuando los kipchacos o cumanos llegaron a Hungría desde el este de Ucrania huyendo de los mongoles y pidiendo ser acogidos en el s.XIII, los húngaros los aceptaron porque ellos admitieron ser bautizados. (Por desgracia, los mongoles les siguieron y exterminaron).

Boda de Carlos V e Isabel de Portugal en 1526 (en la teleserie Carlo Rey Emperador);
España y Portugal llevaron la familia nuclear cristiana por todo el mundo a América, África y Asia a partir del siglo XVI

Cómo medir la "mentalidad occidental"

El estudio de Heinrich examina 1.291 poblaciones pre-industriales y mide varios rasgos de mentalidad como:

- nivel de individualismo
- nivel de creatividad
- nivel de conformismo
- valoración del pensamiento analítico
- capacidad de confianza en el extraño
- valoración de la honestidad

Lo que encuentra el estudio es que las sociedades donde la Iglesia occidental fue fuerte durante muchos siglos e insistió en su modelo de familia, reduciendo el incesto y los matrimonios forzados, creando lo que hoy llamamos "familia nuclear", allí nace la sociedad OEIRD (occidental, educada, industrializada, rica y democrática), que tiene alto nivel de individualismo, de creatividad, de inconformismo, de confianza en el extraño y de valoración de la honestidad y el pensamiento analítico.

Los reyes católicos Isabel y Fernando bautizan a su hijo en la teleserie Isabel

Los reyes Isabel y Fernando bautizan a su hijo en la teselerie "Isabel" de RTVE; la familia natural con sus afectos, la dimensión sobrenatural de los sacramentos y los efectos sociales y políticos se entrelazan en la foto

La sociedad OEIRD que triunfó en Europa occidental y se fue extendiendo a otros continentes desde el siglo XVI es algo único.

En Europa Oriental la Iglesia Ortodoxa generó muchos menos decretos sobre familia y presionó mucho menos desde el Estado o desde el clero para cambiar los hábitos familiares... y en esos países de tradición ortodoxa hay menos rasgos de sociedad OEIRD.

La familia cristiana y la próspera sociedad OEIRD

La sociedad OEIRD no es "lo estándar", no es lo que cabe esperar, no es la dirección en la que reman las sociedades de forma natural ni la mentalidad humana. Es un fenómeno especial y peculiar que ha existido gracias a la familia cristiana. Y que ha generado la sociedad más próspera y libre.

Si se debilita la familia cristiana y se sustituye por experimentos de relaciones fluidas, sin compromisos, de lazos vaporosos y gratificación instantánea... ¿qué quedará en Occidente?

Y hay otras civilizaciones en este planeta, civilizaciones donde el individuo vale poco, civilizaciones que esperan en la puerta para tomar el relevo.

(Esta artículo se publicó originariamente en ReL en noviembre de 2019)

Leer más aquí  -  Fuente:  www.religionenlibertad.com

Los primeros puestos entre los vídeos más vistos del año en Religión en Libertad




Lo más visto: Santiago Martín, los gays cantores, 
Canadá «woke», Grílex eucarístico, la edil provida

C.L. / ReL - 31 diciembre 2021

Ver aquí  -  Fuente: www.religionenlibertad.com

Y esto fue lo más granado de la cosecha 2021. Feliz Año Nuevo. Y si quieres acceder a todos los vídeos que sacamos en ReL, pincha en su sección.Como viene ocurriendo en los últimos años, los análisis de actualidad del padre Santiago Martín, superior de los Franciscanos de María, han ocupado los primeros puestos entre los vídeos más vistos del año en Religión en Libertad. Suyas son la medalla de oro y la de plata, y varios de sus comentarios figuran en el Top 10 y el Top 20 de lo más clicado en el carrusel que encabeza nuestro portal.

La Iglesia, ante una encrucijada asombrosa

El vídeo con mayor número de visualizaciones en ReL en 2021 fue el titulado Dureza con unos, pasividad con otros. Fue difundido al día siguiente del motu proprio de Francisco Traditionis Custodes, que deroga el Summorum Pontificum de Benedicto XVI y limita a los sacerdotes y fieles devotos de la misa tradicional.

Todo ello, en un contexto que ha estado marcado a lo largo del año por el camino sinodal alemán, donde se han producido hechos que el religioso franciscano considera gravísimos y no han tenido respuesta de la jerarquía de la Iglesia, salvo si acaso apoyarlos. Por eso el padre Martín se preguntaba en mayo, en el segundo vídeo más visto del año, ¿Nadie impedirá este sacrilegio horroroso? Se refería a un acto ecuménico en una iglesia de Frankfurt donde se iba a producir (y se produjo) la comunión de protestantes, alentada por el presidente de la conferencia episcopal germana, Georg Bätzing.

Y esta profanación u otras desviaciones similares de algunos grupos católicos, ¿para qué? Además de la afrenta a Dios que el religioso denunciaba, su traducción en términos cuantitativos es que la Iglesia se desploma hasta extremos nunca vistosLa "nueva Iglesia" ha fracasado, titulábamos otro de los vídeos más vistos de Santiago Martín, donde comentaba el hecho de que solo el 12% de los alemanes considera la religión como algo bueno para la Humanidad.

La medalla de bronce

La medalla de bronce se la llevó este año una canción: Gays: "Convertiremos a vuestros hijos". Una historia que tiene su enjundia. El San Francisco Gay Men's Chorus difundió un vídeo el 1 de julio con un "mensaje de la comunidad gay", explicitado en la letra de la canción: "Convertiremos a vuestros hijos". Pretendía burlarse de los padres inquietos por la omnipresente propaganda homosexualista (la conversión a la que se refiere el título es a la "tolerancia", definida por el lobby LGTBIQ+ como la sumisión a sus ideas y objetivos), pero las referencias utilizadas se parecen tanto a la realidad, que lo que pretendía ser una parodia se asemejaba demasiado a una auto-delación, por lo que el propio coro lo retiró a los pocos días.

"Estáis asustados porque creéis que corromperemos a vuestros hijos si imponemos nuestra agenda. Lo divertido es que, por primera vez, tenéis razón", introducía el intérprete principal. La pegadiza letra, por su parte, proclamaba: "Convertiremos a vuestros hijos poco a poco, de forma silenciosa y sutil, y ni te enterarás". Pese al tono satírico, lo que quedaba clara era la voluntad adoctrinadora sobre menores ejercida por adultos que no son sus padres. Una invasión del ámbito familiar totalmente explícita: "Te llenará de preocupación que cambie su grupo de amigos, no aprobarás a dónde van por la noche, te irritará que encuentren cosas on line de las que querrías alejarle (como información)... Convertiremos a tus hijos, alguien les va a enseñar a no odiar, vamos a por ellos, vamos a por tus hijos".

Canadá y la "cancelación" de la verdad

Un tema tan específico como la campaña anticatólica desatada en Canadá por la escolarización de niños indígenas en el siglo XIX se coló en el Top 10 de lo más visto. Los estragos que provocan la ideología woke y la cultura de la cancelación no conocen fronteras y ya no hay asuntos locales. En el vídeo Canadá: la verdad de las escuelas indígenasPablo Muñoz Iturrieta, doctor en Filosofía Política y Legal por la Carleton University/Dominican University en Ottawa (Canadá), cuenta la realidad de estas escuelas y de las tumbas halladas en ellas, pretexto para la campaña. Imprescindible para no dejarse manipular en algo que va a seguir presente en la actualidad en los próximos meses.

Un rapero ante el Santísimo

El 5 de julio, el rapero Grílex dijo unas palabras ante el Santísimo expuesto con motivo de la consagración de Talavera de la Reina (Toledo) al Sagrado Corazón de Jesús. Un testimonio impresionante, lleno de unción y de emoción, de aliento de conversión y de impulso para una vida de amor a Jesucristo. Así lo entendieron los lectores al situarlo entre lo más visto del año.

San Fernando, un rey decisivo

Con motivo del 350º aniversario de la canonización en 1671 de Fernando III el Santo, rey de Castilla y de León, HM Televisión estrenó un documental dramatizado sobre su vida y reinado en una España que luchaba por reconquistar la unidad perdida del reino visigótico, rota por la invasión mahometana. Se titula Fernando III el Santo. Un reinado en defensa de la Cristiandad. El tráiler tuvo mucho éxito, como también la película, que se ofreció gratuitamente durante un tiempo y puede verse ahora en alquiler pinchando aquí.

El Avemaría de una concejal

Uno de los vídeos virales del año tiene como protagonista a Paula Badanelli, portavoz municipal de Vox en el Ayuntamiento de Córdoba. Tras una contundente defensa del derecho a rezar ante los abortorios (algo que el Gobierno socialcomunista de Pedro Sánchez quiere castigar incluso con penas de cárcel, por considerarlo un acoso a las madres que acuden a abortar), concluyó su intervención rezando un Avemaría, que la corporación municipal escuchó en silencio. Enseguida las imágenes del gesto empezaron a difundirse en redes, como expresión de un compromiso político vivido sin respetos humanos.

Clérigos masones

A lo largo del año hemos incorporado a nuestro carrusel de vídeos una serie completa sobre la masonería, "píldoras" de muy pocos minutos en los que la historiadora italiana Angela Pellicciari (autora de La verdad sobre LuteroUna historia únicaUna historia de la Iglesia) ha ido explicando su historia, sus ideas, sus objetivos. Fueron veinticinco entregas, todas de gran aceptación, pero en la que sobresalió la "píldora" dedicada a los dos mil sacerdotes y religiosos masones que han pasado por las logias, a pesar de la severa prohibición canónica y la incompatibilidad doctrinal entre la masonería y la Iglesia.

¿Impulsar el aborto no es pecado?

¿Puede comulgar un católico que, elevado a un cargo público, utiliza todo el peso de ese poder para fomentar el aborto, nombrar a abortistas en todos los puestos clave relacionados con la cuestión, garantizarlo frente a hipotéticas restricciones judiciales, imponerlo en países donde no existe o ampliarlo donde está limitado, favorecer con dinero público a los abortorios, y todo esto en cualquier momento del embarazo, incluso un minuto antes del parto y sin necesidad de invocar causa alguna? Es el caso del actual ocupante de la Casa Blanca, Joe Biden, pero los obispos estadounidenses han decidido no implicarse en el asunto y dejar la pregunta sin responder, al menos colectivamente.

 William Kosco, párroco de la iglesia de San Enrique, en Buckeye (Arizona), la respondió por ellos en un sermón donde también les recuerda cuál es la misión que han preferido no ejercer.

"Hallellujah" por la vida

De todas las numerosas piezas musicales que solemos incorporar a nuestro carrusel de vídeos para mostrar la pujanza de la música cristiana, curiosamente la más escuchada este año fue una canción no religiosa en sentido estricto (aunque sí referencialmente), pero que incluimos como una hermosa celebración de la vida: el Hallellujah de Leonard Cohen cantado por Karolina Protsenko, una niña de 13 años miembro de una familia de músicos ucranianos, junto con su madre ante la llegada de una hermanita.

De la inquina al abrazo

El 29 de abril, se vivió en Varsovia una escena que comenzó agria y concluyó esperanzadora, y así lo entendieron los lectores, al situar la situación entre lo más visto del año en ReL. Un grupo de católicos se congregó ante un tribunal para rezar la coronilla de la Divina Misericordia en apoyo de Radio María, cuyos representantes declaraban ante el juez porque están siendo hostigados por el lobby LGBTI polaco.

Una joven envuelta en la bandera arcoiris empezó a molestarles con música en su móvil y gritando consignas. Inesperadamente, una anciana se acercó a ella y le besó los pies. Entablaron un diálogo en el que la señora, sollozando, expresa a la chica su desazón ante el futuro de su patria: "Tengo 83 años y te quiero. He luchado toda mi vida por Polonia. Pronto dejaré este mundo y Polonia está dividida. Lo siento mucho y estoy muy emocionada. ¡Y estos chicos, nuestros pobres jóvenes, que fueron educados por polacos...!". En los momentos finales ambas compartieron un momento impactante.

Cómo fue enterrado Jesucristo

Y cerramos esta selección con una excelente infografía con la que Carlos Llorente, autor de La primera Semana Santa de la historia, ofrece una explicación detallada de lo que se hizo con el cuerpo de Cristo desde el Descendimiento hasta el cierre de la tumba. Fue el vídeo estrella de nuestra Semana Santa.


At home and abroad, 2021 has been an an annus horribilis for classical liberalism.


The Global Recession of Classical Liberalism



The scale of classical liberalism’s retreat became ever more visible in 2021. Its recession is global—spanning the Americas and enveloping Europe and Asia. It is pan-ideological: not only are free nations becoming less free, unfree nations are becoming more unfree. It is not only that the left is moving farther left but the parties of the right, currently the best political hope for classical liberalism, are turning to various forms of illiberalism. And the results for policy have been comprehensively deleterious, threatening to reorient everything from free trade to competition law to social insurance in a more statist direction.

Global Retrenchment

As Americans, we mostly focus on what is happening at home. The momentum against classical liberalism can be measured by contrasting the legislative programs of the Obama and Biden administrations. To be sure, President Obama pursued legislation that moved the nation in a more statist direction on health care and financial services. But Biden has been open about his hope to create the largest increase in the welfare state since Lyndon Johnson. His proposed legislation would have created entitlements to free pre-K education, free community colleges, paid leave from all employment, and rights to long-term care. It would lower the Medicare age to 60 and expand the scope of the services covered by the program. Its aspiration was to create a European-style, cradle-to-grave welfare state.

To be sure, the so-called Build Back Better bill may not be enacted into law because of the narrow Democratic majorities in Congress. But the very boldness of the proposals given these narrow majorities shows that this party is transforming itself into a social-democratic party of the left like those in Europe. And whatever the result for the legislation this year or next, it will become a template for the next time that Democrats have a substantial majority—an inevitability in a two-party system.

The energy on the left is even more striking abroad. In this hemisphere, Chile has elected its most left-wing president since Salvador Allende, an ideologue who promises that his administration will be the “graveyard of neoliberalism.” Its recent constitution-making takes aim at the free market society that the “Chicago boys” created on liberal principles imported from the University of Chicago. Peru and Honduras too have elected far-left presidents. The authoritarian left continues to hold Cuba and Venezuela.

In Europe, the most important nation, Germany, elected a center-left government after years of governing from the center. No right of center party leads any major nation on the continent.

No nation in Asia matters more than China, and it has been moving left. Of course, it has been a communist-ruled nation for decades but until Xi’s accession, green shoots of freedom were growing, particularly in the economy. But Xi is bringing the market sector to heel, directing companies to leave foreign stock exchanges, putting commissars in every office, and cutting large companies down to size when they pose any competition to the state. This year he crushed freedom in Hong Kong, closing down a city-state that was a bastion of classical liberalism and showing that China was reverting to the kind of twentieth-century totalitarian regime that cannot be trusted even to keep to the terms of the treaties it signs.

Beyond China, other important authoritarian nations are also becoming more intolerant of dissent. For instance, Russia has jailed the leading opposition leader, and its governing party has just won elections widely regarded as rigged.

The Right‘s Abandonment of Classical Liberalism

Another mark of classical liberalism’s waning fortunes is its weakening on the right. While it is notable in the United States, this phenomenon too is global. Here at home most of the leading contenders for the next Republican presidential nomination emulate former President Trump, not in his style, but in many of the policies that diverged from classical liberalism. There is far less enthusiasm for free trade and more sympathy for industrial policy. Even more important is what is now absent—any interest in the kind of entitlement reforms that were routinely proposed to prevent transfer programs like Social Security and Medicare from overwhelming the federal budget. Much of the Republican Party is no longer a party of deregulation and low social spending, even if it retains an attachment to low taxes.

There may be diminishing returns on the economic growth that classical liberalism has promoted. It is this relative comfort that allows citizens to focus on prioritizing collective projects or wallowing in their identity.

The story is the same for the oldest political party of the right in the world—the British Conservatives. There, Boris Johnson has made a decisive break from Thatcherism. He has raised taxes, promised to increase social spending so as to “level up” the less developed parts of the nation with London, and vowed to become a world leader in global warming regulation.

On the continent, the already weak classical liberal parties have become even less important parts of the coalition of the right. In France, they will likely not even make the presidential run-off, being beaten out by either the National Front or a provocative journalist who promises to make France great again. In Italy, the classical liberal strand of the right has almost disappeared, being replaced by parties that want to facilitate rent-seeking or increase the welfare state.

In Japan, the long-time governing liberal Democrats adopted some liberalizing policies under Shinzo Abe but now are returning to their corporatist baseline.

The Classical Liberal Policy Collapse

And just as liberalism has receded globally, it has also receded comprehensively across policy spaces. One of the core triumphs of classical liberalism since the period of its formation in the eighteenth century was that of free trade over mercantilism. Practically speaking, from World War II to the end of the century free trade became a global policy with successive rounds of world negotiations cutting tariffs and regulatory barriers. Nations entered more local free trade zones as well, as the United States, Canada, and Mexico did with NAFTA. But world trade talks have stalled for a decade with little prospect of restarting them. The international dispute settlement structure that sustained world trade rules is in danger of collapse.

Free trade zones are no longer proliferating. The United States under both Republican and Democratic administrations has refused to join the Trans-Pacific Partnership. Even the obvious geopolitical advantages of uniting the democratic nations of the Pacific against China have been insufficient to overcome the forces of protectionism.

The Biden Administration has been nominating regulators who would break with decades of consensus that regulation should be limited to market failures. For instance, Saule Omarova, the failed nominee to be Comptroller of the Currency believes that the Federal Reserve should replace key functions of private banks. The newly confirmed chair of the FCC, Lina Khan, wants to upend a half-century of anti-trust law that focuses on promoting the welfare of consumers in favor of an expansive vision that would give government far more power to intervene to correct various inequities she perceives in the market. Antitrust is an excellent barometer of the fortunes of classical liberalism, because the more interventionist is antitrust, the less confidence there is that the market can regulate itself for the public good.

Even the growing debate on the right over constitutional interpretation reflects a diminution of the forces for liberty. Originalism seeks to restore the original Constitution, which is a charter for liberty both in its restraints on government and in its ample set of individual rights in the Bills of Rights, which were extended by the Fourteenth Amendment. The very name of the new right-wing alternative to originalism—common good constitutionalism—makes clear that its starting point is no longer liberty but the good of the collective.

Reasons for Classical Liberalism’s Decline

What are the reasons for the long receding roar of classical liberalism? 

  • One is continuing hangover from the financial crisis of 2008. There is a diffuse sense that the crisis showed that capitalism failed, despite the substantial arguments that the crisis was a consequence in large part of the easy money policy of the Federal Reserve and lax lending policies of Freddie Mac and Fannie May—government-backed companies. And the decision to bail out some of the banks that made bad decisions—hardly in keeping with classical liberalism—seemed outrageous. Citizens are willing to tolerate a lot of inequality if they feel that the rules for getting rich are not rigged, but the financial crisis called law’s neutrality into question.
  • A second cause is the rise of identity politics. If everyone is first a member of a tribe and only an individual second, individual liberty obviously gets less of a priority. We see the politics of identity not only in the racial and ethnic politics of the United States, but in the regional identity politics of the UK (as in the Scottish effort at independence) and in much of the continent.
  • Third, and relatedly, at least in the West, there may be diminishing returns on the economic growth that classical liberalism has promoted. It is this relative comfort that allows citizens to focus on prioritizing collective projects or wallowing in their identity even if these tendencies become antithetical to economic growth. That is the reason we now see on the right the claim that liberalism, including classical liberalism, has failed. That contention can become politically resonant in the West only after the memory of the miseries of the pre-liberal world have faded.
Classical political theorists thought republics went through cycles where the republic declined after delivering relatively high levels of prosperity as the complacency of comfort and luxury naturally set in. We may be seeing a modern vindication of this ancient thesis.

The New Year’s resolution for friends of liberty must be to develop some new strategies for its revival. The old ones are not working.

John O. McGinnis is the George C. Dix Professor in Constitutional Law at Northwestern University and a Contributing Editor at Law & Liberty. His book Accelerating Democracy was published by Princeton University Press in 2012. McGinnis is also the coauthor with Mike Rappaport of Originalism and the Good Constitution published by Harvard University Press in 2013 . He is a graduate of Harvard College, Balliol College, Oxford, and Harvard Law School. He has published in leading law reviews, including the Harvard, Chicago, and Stanford Law Reviews and the Yale Law Journal, and in journals of opinion, including National Affairs and National Review.

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Our job is to be faithful—ever faithful—standing boldly and fighting for what’s right

 

From the Archives: Can We Still Reason Together? A Conversation with Robert P. George



Note from the editors of Public Discourse: This week, while our staff takes a week off between Christmas and the new year, we are showcasing past conversations we’ve had with leading intellectuals. Serena and Robert George’s discussion was originally published on March 20, 2021. Enjoy!

Where there is a mutual commitment to truth and truth-seeking, relationships can be built between religious believers and secularists, and they can indeed reason together. The minimum condition is this: interlocutors, however wide and deep their substantive philosophical or other differences, need to share the conviction that business between them is to be conducted in the proper currency of intellectual discourse—namely, reasons, evidence, and arguments.


In the latest installment of our Public Discourse interview series, PD Editor Serena Sigillito talks with Robert P. George about whether it’s possible to uncover the truths of natural law in our secular culture, the problem with appealing to “neutrality” in the identification of principles of justice and the design of political institutions, and the proper role of judges in promoting the common good. Professor George is the Herbert W. Vaughan Senior Fellow of the Witherspoon Institute, McCormick Professor of Jurisprudence and Director of the James Madison Program in American Ideals and Institutions at Princeton University, and a frequent contributor to Public Discourse.

Serena Sigillito: Thanks so much for taking the time to answer my questions today, Robby! In this interview, I’d like to focus on the prospects and possibility of natural law reasoning in today’s political and cultural climate.

You are well-known and widely respected for your passionate advocacy of the natural law and its potential to help people of good faith to reason well together, even on contentious questions like the nature of marriage. Over the course of your career, you have helped to build impressive institutions such as the James Madison Program and The Witherspoon Institute (the home of Public Discourse and my own employer). Both the JMP and Witherspoon work with intelligent and motivated young people who are passionate about pursuing the truth. They are often people of faith, who hold traditional views on topics like abortion, contraception, marriage, sex, and gender. Yet I have found that many—perhaps most—of these young people are very pessimistic about the prospects of using natural law argumentation to persuade their peers on these questions.

Why do you think this is? What are they missing?

Robert George: Secular progressive ideology is ascendant in the elite institutions of our society: the federal government, many state governments, universities, news and entertainment media, the arts, professions and professional associations, labor unions, charitable foundations, major business corporations, and on and on. David Brooks rightly says that this gives the “Woke” a monopoly, or near monopoly, on cultural power. Obviously, it enables the transmission of Woke ideology—a fundamentalist and increasingly militant pseudo-religion—to rising generations and makes it difficult for dissenters to challenge that ideology and, indeed, to survive without being subjected to discrimination and even “cancellation.”

Those of us who do challenge it, whether in the name of natural law and natural rights or from some other perspective, are fighting what amounts to an intellectual guerrilla war against an extremely powerful and deeply entrenched adversary. That it is an intellectual war—a war for hearts and minds—doesn’t make it any easier. One would expect a certain amount of pessimism in these circumstances.

SS: In a discussion about advocacy for traditional marriage, one Princeton graduate student told me that she was uncomfortable with the idea of trying to convince others to oppose same-sex marriage by appealing to social science or the kind of arguments you have articulated in What Is Marriage. Although she herself is Catholic, to this student, such an approach felt deceptive—like smuggling in religious precepts under the guise of neutrality and disinterested intellectual inquiry.

How would you respond to her? Is it intellectually honest to make arguments based on natural law or social science for positions you only hold because of your own religious faith?

RG: From your description of her, it sounds like the graduate student you were talking to doesn’t understand the teachings of her own Catholic faith when it comes to the nature of morality, moral questions, and moral judgments, including those concerning marriage. Catholicism self-consciously embraces and proposes a certain understanding of marriage and the norms shaping and protecting it for reasons—reasons that are in principle accessible to anyone, Catholic or not. The point of What Is Marriage? Man and Woman: A Defense was to articulate, explain, and defend those reasons.

Catholicism is not a fideistic religion. Quite the opposite. Its basic view of marriage as conjugal union (and not a mere form of sexual-romantic companionship or domestic partnership), for example, is not a matter of “religious precepts” that we (or the pope, or the Church) know because God has communicated them to us only by special revelation. Your friend may happen to believe what she believes about marriage because that is what the Church believes and teaches; but the Church herself believes and teaches what she believes and teaches on the subject for reasons that by the Church’s own lights—and her teachings—are available to be understood by “disinterested intellectual inquiry.” These reasons are matters of natural law.

Interlocutors, however wide and deep their substantive philosophical or other differences, need to share the conviction that business between them is to be conducted in the proper currency of intellectual discourse—namely, reasons, evidence, and arguments.

SS: Thomas Aquinas began the Summa Theologica with the admission that it is very difficult to discover many of the most important truths by means of our reason alone, writing: “Even as regards those truths about God which human reason could have discovered, it was necessary that man should be taught by a divine revelation; because the truth about God such as reason could discover, would only be known by a few, and that after a long time, and with the admixture of many errors.” That’s why, for example, God revealed through the ten commandments that we must not lie or steal, even though those are prohibitions that should theoretically be discoverable through reason alone.

In your book Making Men Moral, you have written about the ways that the law can help direct human beings toward what is good. Today, however, our society’s most influential educational institutions and governing bodies are dominated by a deeply flawed vision of what it means to be human and how one ought to live. Many conservatives have become so disheartened at the ways that the character and intellects of their fellow citizens have been malformed that they have given up trying to persuade them through reason. Others express doubts that most people actually make decisions based on reason at all.

Yet you have exhibited a fierce optimism about the possibility of reasoning together in a spirit of intellectual friendship. I think, for example, about your long-time friendship with Cornel West. What makes such a friendship possible? Is it your shared Christian faith that enables you to maintain such affection and respect for each other in spite of your deep and lasting disagreements? In an increasingly secular culture, in which disagreement is often interpreted as existential violence, do you think most people are still capable of reasoning together in this way?

RG: I’ll plead guilty to hope—not optimism (or pessimism). Hope is a virtue, and we should all have it. Despair is the sin against the Holy Ghost. Hope moves us to act—trusting in God much more than in our own poor abilities and efforts.

Cornel West is a dear, dear friend—truly a brother. At the foundation of our friendship, our fraternal bond, is a love of truth and commitment to truth-seeking. That, obviously, is connected to our shared Christian faith, and our belief that the ultimate truth, the supreme truth, is not a proposition (or set of propositions) but, rather, a person—Jesus Christ, who is the way, the truth, and the life. Our work together—including in the classroom—is underwritten and sustained, despite our various political and other differences, by this sharing.

You ask whether such work and reasoning together can be done by people “in an increasingly secular culture, in which disagreement is often interpreted as existential violence.” Well, the lack of something like shared faith makes that difficult, but my own experience is that where there is a mutual commitment to truth, and truth-seeking, relationships can be built between religious believers and secularists, and they can indeed reason together and even collaborate on some important matters. The minimum condition is this: interlocutors, however wide and deep their substantive philosophical or other differences, need to share the conviction that business between them is to be conducted in the proper currency of intellectual discourse—namely, reasons, evidence, and arguments.

SS: You have spent your career as a prominent critic of the kind of Rawlsian liberalism that attempts to push Christian belief and practice into a completely private sphere. At the same time, you have been a champion of the kind of liberalism defended by John Courtney Murray, one that sees freedom of religion as vital to a flourishing society. Many young conservatives today, influenced by figures like Patrick Deneen and Alasdair MacIntyre, argue that this latter kind of liberalism reduces to the former. Put differently, they argue that American liberal institutions ultimately lead to a supposedly neutral public square that in fact denies the legitimacy of Christianity and forces it into a ghetto. As proof, they use cases like Bostock and Obergefell and President Biden’s recent executive order mandating that schools must force women to compete against men with gender dysphoria in sports.

What do you think distinguishes your form of liberalism from this kind of Rawlsian liberalism? What is it about your form that you believe would robustly defend against evils such as abortion, pornography, the sterilization of children under the guise of “gender affirmation,” and ultimately the suppression of Christian religious expression?

RG: I built my scholarly career as a critic of liberalism, but that does not mean that I reject everything liberals stand for or support everything they oppose. Some of what they believe, or have traditionally said they believe, I believe. For example, they have traditionally said they believe in freedom of thought and speech. So do I. They have said they believe in religious liberty. So do I. They say they believe in the equal dignity of all human beings. So do I. Sometimes we do actually believe in the same principles—even if our reasoning to the affirmation of those principles differs somewhat (or even a great deal). Sometimes we have dramatically different conceptions of principles for which we use the same labels (e.g., equal dignity).

I certainly disagree with anyone who in the name of liberalism (or anything else) endorses abortion, pornography, “gender affirmation” surgery, or the suppression of religious expression. I also disagree with anyone—the late Professor Rawls, for example—who holds that sound principles of justice and the common good can be identified, or that political institutions can and should be designed, without reference to the human good (or disputed questions of the human good).

The fundamental error in the forms of liberalism that have been dominant in academic philosophy and political theory in my lifetime has been the belief that, in constitutional essentials and matters of basic justice, it is necessary for law and government to retain a stance of neutrality on questions of what makes for, or detracts from, a valuable and morally worthy way of life. So my conception and defense of equality, for example, or my conceptions and defenses of basic civil liberties such as freedom of speech and religious liberty, are natural-law conceptions and defenses—they reflect judgments about human goods and how best to protect them; they are not shaped by, or grounded in, appeals to an alleged requirement of moral neutrality.

The fundamental error in the forms of liberalism that have been dominant in academic philosophy and political theory in my lifetime has been the belief that, in constitutional essentials and matters of basic justice, it is necessary for law and government to retain a stance of neutrality on questions of what makes for, or detracts from, a valuable and morally worthy way of life.

SS: Recently an intra-conservative debate has arisen between strict originalists and what your friend Adrian Vermuele has called “common-good constitutionalists.” Here at Public Discourse, we recently ran an exchange between Josh Hammer, who calls for a judicial philosophy of “common-good originalism,” and Ed Whelan, who finds this position incoherent and imprudent.

Strict originalists like Whelan and Scalia argue that a judge’s job is exclusively to apply the law as written, and that it is the legislature’s job to make judgments of the rightness or wrongness of a given law. Common-good constitutionalists, on the other hand, argue that there is no such thing as value-free application of law. They argue that judges must be well-formed in order to make good political judgments in each particular case. In their view, if conservatives stick with strict originalism, we will continue to lose every important political battle, because we are not making a substantive argument for why a policy is good. As a result, progressivism will continue to transform our culture in deeply damaging ways.

What is your pitch to young conservatives, especially young law students and judges, to embrace strict originalism instead of common-good constitutionalism? If legislators have consistently failed to craft laws in ways that incline citizens toward the good and the separation of powers has essentially collapsed, why not use the judiciary and the administrative state to make our society more conducive to human flourishing?

RG: Originalism is now a well-developed theory (or family of theories) of constitutional interpretation. Its strengths and weaknesses are well-known. Its leading exponent—the late Supreme Court Justice Antonin Scalia—described it as “the lesser evil.” “Common-good constitutionalism” has historic roots, but as a constitutional interpretative theory it is still being worked out. It will be interesting and instructive to observe its development in the hands of first-rate thinkers such as Professor Vermeule.

I’ve already indicated that I believe that justice and the common good require that laws and policies be shaped in light of our best judgments of what makes for and detracts from a valuable and morally worthy way of life. Law cannot be, and must not aspire to be, substantively neutral—that is, neutral on questions of morality and human well-being and fulfillment. That, however, is a view about lawmaking. It does not propose an answer to the question of the role of the judge in our legal system or any other; nor does it offer a theory of the proper allocation of lawmaking authority among various institutional actors (including judges) in a political system.

Fundamentally, I do not think that the scope of authority of judges is settled by principles of natural law; rather, that is a matter that any particular system resolves by positive law, and may legitimately settle in different ways. There is no single, uniquely correct resolution or settlement that provides a fixed standard of justice for all societies.

My own view of the proper interpretation of the Constitution of the United States is that the judge (or other interpreter) should be guided by the text; the logical implications (and presuppositions) of its provisions; its structure and the structure of its various provisions (as well as the structure of the complex system of government it establishes); and the public meaning of its terms at the time of their ratification. I don’t know what this makes me, as far as labeling is concerned. It does preserve in general (and in principle) the distinction between legislation and adjudication, and between the legislator, as lawmaker, and the judge, as law-applier; and preserving such a distinction strikes me as important—not because the common good doesn’t matter, but rather because it does. Achieving and maintaining the rule of law are requirements of the common good, as, relatedly, are judicial objectivity, the relative autonomy of law, and the principle of equal justice according to law. Sometimes the way officials occupying particular offices, such as judges, serve the common good is by playing their procedural roles well and being careful to respect the legal (e.g., constitutional) limits of their authority—even if that means refraining from pursuing the common good in the direct way that officials occupying certain other offices (e.g., legislators) might legitimately (i.e., pursuant to their legal authority) do.

Achieving and maintaining the rule of law are requirements of the common good, as, relatedly, are judicial objectivity, the relative autonomy of law, and the principle of equal justice according to law.

SS: In the early 2000s, the vision of thinkers like yourself played a major role in political and moral debates. The President’s Council on Bioethics, for example, was hugely influential. In many ways, it seems like the influence of natural law reasoning has waned in the GOP, if not the federal judiciary. Why do you think that is? If Father Richard John Neuhaus were alive today, what wisdom do you think he might offer us about our current situation?

RG: Bill Clinton was something of a policy wonk, but George W. Bush was much more interested in moral and political philosophy—in ideas. This will scandalize some people, but the truth is that President Bush was more interested in ideas—much more interested in ideas—than Barack Obama was. He was certainly more interested in them than Donald Trump was.

I think this largely explains why conservative intellectuals of a certain stripe—Fr. Neuhaus, Leon Kass, Michael Novak, Mary Ann Glendon, Elizabeth Fox-Genovese, James Q. Wilson, Jean Bethke Elshtain, and others—were especially influential in the early 2000s. Clinton and Obama both had bioethics councils, but they had nothing approaching the influence and high profile that the Bush bioethics council, chaired originally by Dr. Kass, had. Of course, President Trump, regrettably, did not establish a bioethics council. Many of the intellectuals with whom President Bush was in conversation were—you’re right about this—either natural law thinkers themselves or associated with ideas or, more broadly, traditions of thought that are not entirely out of sync with the thinking of natural law theorists. Such thinkers are certainly not likely to have roles in Joe Biden’s administration. Will they—or their successors—have roles in future Republican administrations? Naturally, that depends on who the presidents are. Lots of Republican presidential aspirants, or possible aspirants, are men and women of ideas. It’s easy to picture people like Ryan Anderson, Yuval Levin, Daniel Mark, Melissa Moschella, Sherif Girgis, Devorah Goldman, and Alexandra DeSanctis having influence in a Rubio, DeSantis, Noem, Sasse, or Cotton administration.

You asked what wisdom Fr. Neuhaus would have for us, were he alive today. That’s an easy question to answer. He would say what he never tired of saying: “Remember, our job is to be faithful—ever faithful—standing boldly and fighting for what’s right; the victory will surely come, but its timing and terms are not up to us. The victory will come in God’s time and on his terms. We must stick to doing our job, and not try to do His. We are merely His instruments. So, however dark things may seem, never yield to despair. Leave the timing and terms of the victory to God. Be faithful—ever faithful.”



SERENA SIGILLITO
Serena Sigillito is Editor of Public Discourse. She recently completed a Robert Novak Journalism Fellowship at The Fund for American Studies, focusing on contemporary American women’s experiences of work and motherhood. You can follow her work here. Serena earned her BA i... READ MORE


ROBERT GEORGE
Robert P. George is McCormick Professor of Jurisprudence and Director of the James Madison Program in American Ideals and Institutions at Princeton University. He has served as Chairman of the U.S. Commission on International Religious Freedom and as a member of the President�... READ MORE

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Nuestro trabajo es ser fieles, defendiéndonos con valentía y luchando por lo que es correcto


De los archivos: ¿Podemos todavía razonar juntos? 
Una conversación con Robert P. George



Nota de los editores de Public Discourse: esta semana, mientras nuestro personal se toma una semana libre entre Navidad y el año nuevo, mostramos conversaciones pasadas que hemos tenido con destacados intelectuales. La discusión de Serena y Robert George se publicó originalmente el 20 de marzo de 2021. ¡Que disfruten!
Donde hay un compromiso mutuo con la verdad y la búsqueda de la verdad, se pueden construir relaciones entre creyentes religiosos y secularistas, y de hecho pueden razonar juntos. La condición mínima es la siguiente: los interlocutores, por muy amplios y profundos que sean sus diferencias filosóficas o de otro tipo, deben compartir la convicción de que los negocios entre ellos deben llevarse a cabo en la vigencia adecuada del discurso intelectual, es decir, razones, pruebas y argumentos.
En la última entrega de nuestra serie de entrevistas Public Discourse , la  editora de PD Serena Sigillito habla con Robert P. George sobre si es posible descubrir las verdades de la ley natural en nuestra cultura secular, el problema de apelar a la "neutralidad" en la identificación de principios. de la justicia y el diseño de las instituciones políticas, y el papel adecuado de los jueces en la promoción del bien común. El profesor George es Herbert W. Vaughan Senior Fellow del Witherspoon Institute, McCormick Professor of Jurisprudence y Director del Programa James Madison sobre Ideales e Instituciones Americanas en la Universidad de Princeton, y colaborador frecuente de Public Discourse .
Serena Sigillito: ¡ Muchas gracias por tomarte el tiempo de responder a mis preguntas hoy, Robby! En esta entrevista, me gustaría centrarme en las perspectivas y la posibilidad del razonamiento de la ley natural en el clima político y cultural actual.
Es bien conocido y ampliamente respetado por su apasionada defensa de la ley natural y su potencial para ayudar a las personas de buena fe a razonar bien juntas, incluso en cuestiones polémicas como la naturaleza del matrimonio. A lo largo de su carrera, ha ayudado a construir instituciones impresionantes como el Programa James Madison y el Instituto Witherspoon (el hogar de Public Discoursey mi propio empleador). Tanto el JMP como Witherspoon trabajan con jóvenes inteligentes y motivados que sienten pasión por la búsqueda de la verdad. A menudo son personas de fe, que tienen puntos de vista tradicionales sobre temas como el aborto, la anticoncepción, el matrimonio, el sexo y el género. Sin embargo, he descubierto que muchos —quizá la mayoría— de estos jóvenes son muy pesimistas sobre las perspectivas de utilizar la argumentación de la ley natural para persuadir a sus pares sobre estas cuestiones.
¿Por qué crees que es esto? ¿Qué les falta?
Robert George: La ideología progresista secular es ascendente en las instituciones de élite de nuestra sociedad: el gobierno federal, muchos gobiernos estatales, universidades, medios de comunicación y entretenimiento, artes, profesiones y asociaciones profesionales, sindicatos, fundaciones benéficas, grandes corporaciones comerciales y incesantemente. David Brooks dice con razón que esto le da al "Despertado" un monopolio, o casi un monopolio, del poder cultural. Obviamente, permite la transmisión de la ideología despierta, una pseudo religión fundamentalista y cada vez más militante, a las generaciones futuras y dificulta que los disidentes desafíen esa ideología y, de hecho, sobrevivan sin ser objeto de discriminación e incluso de "cancelación".
Aquellos de nosotros que lo desafiamos, ya sea en nombre de la ley natural y los derechos naturales o desde alguna otra perspectiva, estamos librando lo que equivale a una guerra de guerrillas intelectual contra un adversario extremadamente poderoso y profundamente arraigado. Que sea una guerra intelectual, una guerra por corazones y mentes, no lo hace más fácil. Cabría esperar cierto pesimismo en estas circunstancias.
SS: En una discusión sobre la defensa del matrimonio tradicional, una estudiante graduada de Princeton me dijo que se sentía incómoda con la idea de tratar de convencer a otros de que se opusieran al matrimonio entre personas del mismo sexo apelando a las ciencias sociales o al tipo de argumentos que ha articulado en Qué es el matrimonio . Aunque ella misma es católica, para esta estudiante, tal enfoque le pareció engañoso, como el contrabando de preceptos religiosos bajo el disfraz de neutralidad e investigación intelectual desinteresada.
¿Cómo le responderías? ¿Es intelectualmente honesto presentar argumentos basados ​​en la ley natural o las ciencias sociales para posiciones que solo ocupas por tu propia fe religiosa?
RG: Según la descripción que ha hecho de ella, parece que la estudiante de posgrado con la que estaba hablando no comprende las enseñanzas de su propia fe católica en lo que respecta a la naturaleza de la moralidad, las cuestiones morales y los juicios morales, incluidos los relacionados con el matrimonio. El catolicismo abraza y propone conscientemente una cierta comprensión del matrimonio y las normas que lo configuran y protegen por razones, razones que en principio son accesibles a cualquiera, católico o no. El punto de ¿Qué es el matrimonio? Hombre y mujer: una defensa consistía en articular, explicar y defender esas razones
El catolicismo no es una religión fideísta. Todo lo contrario. Su visión básica del matrimonio como unión conyugal (y no una mera forma de compañerismo sexual romántico o pareja de hecho), por ejemplo, no es una cuestión de "preceptos religiosos" que nosotros (o el Papa, o la Iglesia) conocemos porque Dios nos las ha comunicado sólo mediante una revelación especial. Es posible que su amiga crea lo que cree sobre el matrimonio porque eso es lo que la Iglesia cree y enseña; pero la Iglesia misma cree y enseña lo que cree y enseña sobre el tema por razones que, a la luz de la propia Iglesia, y sus enseñanzas, están disponibles para ser entendidas por una "investigación intelectual desinteresada". Estas razones son cuestiones de derecho natural.
SS: Tomás de Aquino comenzó la Summa Theologica admitiendo que es muy difícil descubrir muchas de las verdades más importantes solo por medio de nuestra razón, escribiendo: “Incluso en lo que respecta a las verdades acerca de Dios que la razón humana pudo haber descubierto, fue necesario que el hombre sea enseñado por una revelación divina; porque la verdad acerca de Dios tal como la podría descubrir la razón, sólo la conocerían unos pocos, y eso después de mucho tiempo, y con la mezcla de muchos errores ”. Por eso, por ejemplo, Dios reveló a través de los diez mandamientos que no debemos mentir ni robar, aunque esas son prohibiciones que teóricamente deberían ser descubiertas solo a través de la razón.
En su libro Making Men Moral , ha escrito sobre las formas en que la ley puede ayudar a dirigir a los seres humanos hacia lo que es bueno. Hoy, sin embargo, las instituciones educativas y los órganos de gobierno más influyentes de nuestra sociedad están dominados por una visión profundamente defectuosa de lo que significa ser humano y cómo se debe vivir. Muchos conservadores se han desanimado tanto por la forma en que el carácter y el intelecto de sus conciudadanos han sido deformados que han dejado de intentar persuadirlos a través de la razón. Otros expresan dudas de que la mayoría de las personas realmente toman decisiones basadas en la razón.
Sin embargo, ha mostrado un optimismo feroz sobre la posibilidad de razonar juntos en un espíritu de amistad intelectual. Pienso, por ejemplo, en su larga amistad con Cornel West. ¿Qué hace posible esa amistad? ¿Es su fe cristiana compartida la que les permite mantener tal afecto y respeto mutuos a pesar de sus profundos y duraderos desacuerdos? En una cultura cada vez más secular, en la que el desacuerdo a menudo se interpreta como violencia existencial, ¿cree que la mayoría de las personas todavía son capaces de razonar juntas de esta manera?
RG: Me declararé culpable de la esperanza, no del optimismo (o pesimismo). La esperanza es una virtud y todos deberíamos tenerla. La desesperación es el pecado contra el Espíritu Santo. La esperanza nos mueve a actuar, confiando en Dios mucho más que en nuestras propias pobres habilidades y esfuerzos.
Cornel West es un querido, querido amigo, verdaderamente un hermano. En la base de nuestra amistad, nuestro vínculo fraterno, está el amor por la verdad y el compromiso por la búsqueda de la verdad. Eso, obviamente, está conectado con nuestra fe cristiana compartida, y nuestra creencia de que la verdad última, la verdad suprema, no es una proposición (o un conjunto de proposiciones) sino, más bien, una persona: Jesucristo, que es el camino, el la verdad y la vida. Nuestro trabajo conjunto, incluso en el aula, está respaldado y sostenido, a pesar de nuestras diversas diferencias políticas y de otro tipo, mediante este intercambio.
Usted pregunta si tal trabajo y razonamiento juntos pueden ser realizados por personas "en una cultura cada vez más secular, en la que el desacuerdo a menudo se interpreta como violencia existencial". Bueno, la falta de algo como la fe compartida lo hace difícil, pero mi propia experiencia es que donde hay un compromiso mutuo con la verdad y la búsqueda de la verdad, se pueden construir relaciones entre creyentes religiosos y secularistas, y de hecho pueden razonar juntos y incluso colaborar en algunos asuntos importantes. La condición mínima es la siguiente: los interlocutores, por amplias y profundas que sean sus diferencias filosóficas o de otro tipo, deben compartir la convicción de que los negocios entre ellos deben llevarse a cabo en la vigencia adecuada del discurso intelectual, es decir, razones, pruebas y argumentos.
SS: Ha pasado su carrera como un destacado crítico del tipo de liberalismo rawlsiano que intenta llevar la creencia y la práctica cristianas a una esfera completamente privada. Al mismo tiempo, ha sido un campeón del tipo de liberalismo defendido por John Courtney Murray, uno que ve la libertad de religión como algo vital para una sociedad floreciente. Muchos jóvenes conservadores de hoy, influenciados por figuras como Patrick Deneen y Alasdair MacIntyre, argumentan que este último tipo de liberalismo se reduce al primero. Dicho de otra manera, argumentan que las instituciones liberales estadounidenses finalmente conducen a una plaza pública supuestamente neutral que, de hecho, niega la legitimidad del cristianismo y lo obliga a entrar en un gueto. Como prueba, utilizan casos como  Bostock  y  Obergefell. y la reciente orden ejecutiva del presidente Biden que ordena que las escuelas deben obligar a las mujeres a competir contra los hombres con disforia de género en los deportes.
¿Qué crees que distingue tu forma de liberalismo de este tipo de liberalismo rawlsiano? ¿Qué hay en tu forma que crees que defendería enérgicamente contra males como el aborto, la pornografía, la esterilización de niños bajo el disfraz de “afirmación de género” y, en última instancia, la supresión de la expresión religiosa cristiana?
RG: Construí mi carrera académica como crítico del liberalismo, pero eso no significa que rechace todo lo que los liberales defienden o apoye todo lo que se oponen. Algunas de las cosas que creen, o que tradicionalmente han dicho que creen, creo. Por ejemplo, tradicionalmente han dicho que creen en la libertad de pensamiento y expresión. Yo también. Han dicho que creen en la libertad religiosa. Yo también. Dicen que creen en la igual dignidad de todos los seres humanos. Yo también. A veces creemos en los mismos principios, incluso si nuestro razonamiento para la afirmación de esos principios difiere un poco (o incluso mucho). A veces tenemos concepciones dramáticamente diferentes de los principios para los que usamos las mismas etiquetas (por ejemplo, igual dignidad).
Ciertamente no estoy de acuerdo con cualquiera que en nombre del liberalismo (o cualquier otra cosa) respalde el aborto, la pornografía, la cirugía de “afirmación de género” o la supresión de la expresión religiosa. También estoy en desacuerdo con cualquiera, el difunto profesor Rawls, por ejemplo, que sostenga que se pueden identificar principios sólidos de justicia y el bien común, o que las instituciones políticas pueden y deben diseñarse, sin hacer referencia al bien humano (o cuestiones controvertidas de el bien humano).
El error fundamental en las formas de liberalismo que han sido dominantes en la filosofía académica y la teoría política durante mi vida ha sido la creencia de que, en lo esencial constitucional y en cuestiones de justicia básica, es necesario que la ley y el gobierno mantengan una postura de neutralidad sobre preguntas sobre lo que hace o quita mérito a una forma de vida valiosa y moralmente digna. Así que mi concepción y defensa de la igualdad, por ejemplo, o mis concepciones y defensas de las libertades civiles básicas como la libertad de expresión y la libertad religiosa, son concepciones y defensas de derecho natural: reflejan juicios sobre los bienes humanos y la mejor forma de protegerlos; no están moldeados ni basados ​​en apelaciones a un supuesto requisito de neutralidad moral.
SS: Recientemente ha surgido un debate intraconservador entre originalistas estrictos y lo que su amigo Adrian Vermuele ha llamado "constitucionalistas del bien común". Aquí en Public Discourse, realizamos recientemente un intercambio entre Josh Hammer , quien aboga por una filosofía judicial del “originalismo del bien común”, y Ed Whelan , quien encuentra esta posición incoherente e imprudente.
Originalistas estrictos como Whelan y Scalia argumentan que el trabajo de un juez es exclusivamente aplicar la ley tal como está escrita, y que es trabajo de la legislatura emitir juicios sobre lo correcto o incorrecto de una ley dada. Los constitucionalistas del bien común, por otro lado, argumentan que no existe la aplicación de la ley sin valores. Argumentan que los jueces deben estar bien formados para poder emitir buenos juicios políticos en cada caso en particular. En su opinión, si los conservadores se adhieren al originalismo estricto, continuaremos perdiendo todas las batallas políticas importantes, porque no estamos presentando un argumento sustancial de por qué una política es buena. Como resultado, el progresismo continuará transformando nuestra cultura de formas profundamente dañinas.
¿Cuál es su propuesta para los jóvenes conservadores, especialmente los jóvenes estudiantes de derecho y jueces, para abrazar el originalismo estricto en lugar del constitucionalismo del bien común? Si los legisladores han fracasado sistemáticamente en elaborar leyes de manera que inclinen a los ciudadanos hacia el bien y la separación de poderes se ha derrumbado esencialmente, ¿por qué no utilizar el poder judicial y el estado administrativo para hacer que nuestra sociedad sea más propicia para el florecimiento humano?
RG: El originalismo es ahora una teoría (o familia de teorías) bien desarrollada de interpretación constitucional. Sus fortalezas y debilidades son bien conocidas. Su principal exponente, el difunto juez de la Corte Suprema Antonin Scalia, lo describió como "el mal menor". El “constitucionalismo del bien común” tiene raíces históricas, pero como teoría interpretativa constitucional todavía se está elaborando. Será interesante e instructivo observar su desarrollo de la mano de pensadores de primer orden como el profesor Vermeule.
Ya he indicado que creo que la justicia y el bien común requieren que las leyes y políticas se formulen a la luz de nuestros mejores juicios sobre lo que favorece y resta valor a una forma de vida valiosa y moralmente digna. La ley no puede ser, ni debe aspirar a ser, sustancialmente neutral, es decir, neutral en cuestiones de moralidad y bienestar y realización humanos. Sin embargo, ese es un punto de vista sobre la elaboración de leyes. No propone una respuesta a la cuestión del papel del juez en nuestro ordenamiento jurídico ni en ningún otro; tampoco ofrece una teoría de la asignación adecuada de la autoridad legislativa entre varios actores institucionales (incluidos los jueces) en un sistema político.
Fundamentalmente, no creo que el alcance de la autoridad de los jueces esté determinado por los principios del derecho natural; más bien, ese es un asunto que cualquier sistema en particular resuelve mediante el derecho positivo, y puede resolverse legítimamente de diferentes maneras. No existe una resolución o arreglo único y exclusivamente correcto que proporcione un estándar fijo de justicia para todas las sociedades.
Mi propia opinión de la interpretación adecuada de la Constitución de los Estados Unidos es que el juez (u otro intérprete) debe guiarse por el texto; las implicaciones lógicas (y presuposiciones) de sus disposiciones; su estructura y la estructura de sus diversas disposiciones (así como la estructura del complejo sistema de gobierno que establece); y el significado público de sus términos en el momento de su ratificación. No sé en qué me convierte esto, en lo que a etiquetado se refiere. Conserva en general (y en principio) la distinción entre legislación y adjudicación, y entre el legislador, como legislador, y el juez, como aplicador de la ley; y preservar tal distinción me parece importante, no porque el bien común no importe, sino porque importa. Lograr y mantener el imperio de la ley son requisitos del bien común, como, en consecuencia, lo son la objetividad judicial, la autonomía relativa de la ley y el principio de igualdad de justicia de acuerdo con la ley. A veces, la forma en que los funcionarios que ocupan cargos particulares, como los jueces, sirven al bien común es desempeñando bien sus funciones procesales y teniendo cuidado de respetar los límites legales (por ejemplo, constitucionales) de su autoridad, incluso si eso significa abstenerse de perseguir el bien común. de la manera directa que los funcionarios que ocupan otros cargos (por ejemplo, legisladores) legítimamente (es decir, de conformidad con su autoridad legal) pueden hacerlo.
SS: A principios de la década de 2000, la visión de pensadores como usted jugó un papel importante en los debates políticos y morales. El Consejo de Bioética del Presidente, por ejemplo, fue muy influyente. En muchos sentidos, parece que la influencia del razonamiento del derecho natural ha disminuido en el Partido Republicano, si no en el poder judicial federal. ¿Por qué crees que es? Si el padre Richard John Neuhaus estuviera vivo hoy, ¿qué sabiduría crees que podría ofrecernos sobre nuestra situación actual?
RG: Bill Clinton era un experto en políticas, pero George W. Bush estaba mucho más interesado en la filosofía moral y política, en las ideas. Esto escandalizará a algunas personas, pero la verdad es que el presidente Bush estaba más interesado en las ideas —mucho más interesado en las ideas— que Barack Obama. Ciertamente estaba más interesado en ellos que Donald Trump.
Creo que esto explica en gran medida por qué los intelectuales conservadores de cierta línea — el p. Neuhaus, Leon Kass, Michael Novak, Mary Ann Glendon, Elizabeth Fox-Genovese, James Q. Wilson, Jean Bethke Elshtain y otros, fueron especialmente influyentes a principios de la década de 2000. Clinton y Obama tenían ambos consejos de bioética, pero no tenían nada que se acercara a la influencia y el alto perfil que tenía el consejo de bioética de Bush, presidido originalmente por el Dr. Kass. Por supuesto, el presidente Trump, lamentablemente, no estableció un consejo de bioética. Muchos de los intelectuales con los que el presidente Bush estuvo conversando eran —tiene razón en esto— pensadores del derecho natural ellos mismos o asociados con ideas o, más ampliamente, tradiciones de pensamiento que no están completamente sincronizadas con el pensamiento del derecho natural. teóricos. Ciertamente, no es probable que esos pensadores desempeñen funciones en la administración de Joe Biden. ¿Tendrán ellos —o sus sucesores— papeles en las futuras administraciones republicanas? Naturalmente, eso depende de quiénes sean los presidentes. Muchos aspirantes presidenciales republicanos, o posibles aspirantes, son hombres y mujeres de ideas. Es fácil imaginar a personas como Ryan Anderson, Yuval Levin, Daniel Mark, Melissa Moschella, Sherif Girgis, Devorah Goldman y Alexandra DeSanctis teniendo influencia en una administración de Rubio, DeSantis, Noem, Sasse o Cotton.
Usted preguntó qué sabiduría el P. Neuhaus lo habría hecho para nosotros, si estuviera vivo hoy. Esa es una pregunta fácil de responder. Diría lo que nunca se cansaba de decir: “Recuerde, nuestro trabajo es ser fieles, siempre fieles, defendiéndonos con valentía y luchando por lo que es correcto; la victoria seguramente llegará, pero el momento y los términos no dependen de nosotros. La victoria vendrá en el tiempo de Dios y en sus términos. Debemos ceñirnos a hacer nuestro trabajo y no tratar de hacer el Suyo. Somos simplemente sus instrumentos. Así que, por muy oscuras que parezcan las cosas, nunca cedas a la desesperación. Deje el momento y los términos de la victoria en manos de Dios. Sé fiel, siempre fiel ".
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