Cuando el cisma se disfraza de unidad.
San Ireneo de Lyon
por Néstor Mora Núñez
El disfraz, la apariencia, el cambio del significado de las palabras, son algunos de los síntomas de la postmodernidad. Vivimos un tiempo en que la diversidad se entiende como una virtud y no como una realidad que necesita ser iluminada por el Espíritu Santo. Un tiempo en que se reclama tolerancia como la llave que nos llevaría a una nueva iglesia. Pero la Iglesia es mucho más que apariencia y simulacro.
La Iglesia, pues, diseminada por el mundo entero, guarda diligentemente la predicación y la fe recibida, habitando como en una única casa; y su fe es igual en todas partes, como si tuviera una sola alma y un solo corazón, y cuanto predica, enseña y transmite, lo hace al unísono, como si tuviera una sola boca. Pues, aunque en el mundo haya muchas lenguas distintas, el contenido de la tradición es uno e idéntico para todos.
Las Iglesias de Germania creen y transmiten lo mismo que las otras de los Iberos o de los celtas, de Oriente, Egipto o Libia o del centro del mundo. Al igual que el sol, criatura de Dios, es uno y el mismo en todo el mundo, así también la predicación de la verdad resplandece por doquier e ilumina a todos aquellos que quieren llegar al conocimiento de la verdad. (San Ireneo de Lyon, Tratado contra los herejes, 1, 10, 1-3)
Hay personas que entienden la Iglesia Católica debería aceptar todo tipo de cristianismos en su interior. Para ellos la unidad de los cristianos siempre ha existido, pero no nos hemos dado cuenta hasta ahora. Hablan de la unidad en lo esencia, pero ¿Qué es lo esencial? Hablan de que no cambien los dogmas, pero que sean de libre interpretación. Esto de la libre interpretación y la creatividad seguro que les suena a los cristianos separados de la Iglesia.
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