8.
Epílogo. El clasicismo de Shakespeare
Católico o no, nadie duda que
nuestro autor, escritor universal, es uno de los grandes clásicos de todos los
tiempos. Y como en el caso de todo buen clásico, para que los temas que plantea
sean apreciados y entendidos no es estrictamente necesario conocer en detalle
la época y el contexto del autor, como lo demuestra la exitosa repercusión de
sus piezas de teatro representadas en los cinco continentes, ante públicos
diversos y sin mayores conocimientos de la historia y literatura inglesas. Es
conocido que incluso hay quienes niegan su existencia señalando la distancia
entre la envergadura intelectual de una obra única y monumental y la educación
supuestamente más limitada de un autor surgido de un pequeño pueblo con escasos
recursos y antecedentes culturales como sería Strattford-on-Avon en su época.
En la actualidad, si hay un
escritor universal que podría ayudarnos a encontrar la salida del laberinto en
que nos encuentra nuestro siglo, considerando que de los laberintos "se
sale por arriba", ese podría ser William Shakespeare, un experto en
humanidad que se dirige a los hombres de todos los tiempos y de todas las
condiciones sociales, un sembrador de indicios para ayudar a encontrar el
sentido de la vida a lectores y espectadores. El simple hecho de que la lectura
y el estudio de sus obras formaran parte de los programas de estudio en los
colegios, alcanzaría para contribuir a formar una visión del mundo de un nivel
superior. Podría decirse que a Shakespeare "nada de lo humano le fue
ajeno". Subir a los hombros de este gigante literario permite disponer de
una perspectiva iluminada e iluminante de los dramas existenciales de todos los
tiempos, y encontrar indicios para encontrar posibles vías de salida.
Las cosas que existen, como las
montañas, son independientes de nuestros pensamientos. Simplemente, están allí.
Así es posible que perdamos de vista que, en la vida, consciente o
inconscientemente, vamos dando forma al monte que llevará nuestro nombre. Todos
tendremos el nuestro. Shakespeare, como el Dante, constituye una ayuda
inestimable para tomar conciencia de la existencia de las montañas -o la
profundidad de los abismos- a los que podemos llegar, y una preciosa guía para
encontrar -acompañados y acompañando a nuestros semejantes- el camino a la
cima.
Las reflexiones expuestas en
estas líneas están realizadas desde la perspectiva de una peregrinación
personal. La intención ha sido utilizar la lectura de Shakespeare, sin
pretender presentar una única y excluyente interpretación del autor. El tiempo
que le tocó vivir, sumado a su muy probable "catolicismo en tiempos de
persecución", estimula la comprensión de los textos en diversas formas, de
acuerdo a los supuestos que cada uno tenga, y que son previos a la lectura.
Según los supuestos serán las
conclusiones. Si se pretende que la obra de Shakespeare sea "la expresión
perfecta de los principios cristianos", parecería que no es suficiente.
Dice Williamson que "para eso uno debe leer a la Biblia y a los Padres de
la Iglesia", aunque "la literatura clásica ilustra hasta cierto punto
el orden natural", y "las obras de Shakespeare se relacionan bastante
con el modo de pensar tradicional, que está ausente en los programas actuales
de los colegios de los países anglo-parlantes", y "el estudio de
Shakespeare puede servir como un antídoto contra los “ravages” del espíritu de
Hollywood"[1].
La vocación a la santidad, que
está inscripta en el corazón de cada hombre es como un llamado a alcanzar esa "cima
personal e irrepetible" y constituye una prueba física, mental y
espiritual cuya dimensión solo es conocida por Dios. De algún modo, el camino
de la perfección, sobre el que Shakespeare nos muestra algunos aspectos, es
semejante al "alcanzar la cima" de los montañistas. Cada persona
viviente sobre la tierra tiene un destino que le es propio, que es como un
monte designado con su nombre desde toda la eternidad, de características
totalmente personales, con circunstancias y accidentes adecuados al potencial y
a la capacidad de cada uno, diferentes a los que corresponden al resto de la
humanidad, pero comunes en cuanto a sus características generales y naturaleza.
Shakespeare, parecería que nos
quisiera mostrar en algunas de sus obras ese "camino a la cumbre" y
nos proporciona una guía con la descripción de los tipos de terreno por los que
atravesar, los límites que determinan para cada jugada una situación
"fuera de juego" y nos ayuda a ver las consecuencias que surgen de
elegir un camino desacertado, o de no aplicar "las reglas del arte"
que son las propias para cada lugar y circunstancia.
Uno de los problemas del hombre
contemporáneo consiste en la pérdida de la conciencia de que está participando
de algo mucho más importante que un juego, y para hacer un recorrido honorable
tiene que cumplir las reglas que están impresas en la naturaleza, que existen
para ser respetadas. Shakespeare nos muestra, precisamente, personajes que
cumplen o rompen las reglas del juego. Cuando cometen faltas o cuando
sobrepasan los límites pierden la sana perspectiva que los ayudaría a
mantenerse en los límites del terreno, quedando sometidos a otras reglas que
los llevan a un destino que parece inexorable y se desencadenan consecuencias
nefastas. Macbeth sobrepasa rápidamente los límites hasta que su ambición -y la
de Lady Macbeth- los ubica en un non serviam (no serviré), y pasan a
eliminar a quien les proporcionaba los atributos del poder mismo que
ostentaban. Mutatis mutandi,
podríamos reflexionar sobre la tentación del mundo moderno de rebelarse contra
la voluntad de Dios, y hasta de decretar la propia "muerte de Dios",
como un filósofo lo expresara. En su propio contexto y a su propia medida,
Shakespeare nos ayuda a ver cómo afectan las diversas elecciones posibles los
destinos de los hombres y pone delante nuestro, espejos de diversas conductas.
En definitiva, creemos que la
relevancia del tema se muestra en el comentario de O'Brien: "Estamos
defendiendo la cultura cristiana y secular contra una pérdida devastadora. Este
es un frente crucial en las guerras de la cultura. Y la comprensión clara de lo
mejor de la civilización occidental, debe incluir a Shakespeare. Es
indispensable para nuestra educación y para nuestra humanidad”[2].
Para Pearce, "si se
descuidaran las obras de Shakespeare de manera que ya no fueran más
representadas o leídas, ¿van a dejar Shakespeare y sus obras de ser relevantes
por esa razón? La respuesta es que, por supuesto, todavía son relevantes,
porque la bondad, la verdad y la belleza de las obras no dependen de nuestra
capacidad de verlas o entenderlas. De hecho, se puede y se debe afirmar que una
cultura que ya no pudiera leer a Shakespeare, a causa de su analfabetismo y su
barbarie ¡estaría en realidad sufriendo la consecuencia lamentable de haber
descuidado las verdades que revelan las obras de Shakespeare!"[3].
[1] TO BE OR NOT TO BE
- A Catholic Opinion On Hamlet - Summary of a conference given by Bishop
Williamson to the teachers of Holy Family School (Lévis) on February 23, 2002. By Jean-Claude Dupuis.
http://fsspx.com/Communicantes/July2002/To_Be_or_Not_to_Be.htm
[2] Kevin O'Brien -
-The Cowardly Shakespeare - http://christianshakespeare.blogspot.com.ar/2015/08/the-cowardly-shakespeare.html#more
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