5.
Las virtudes del gobernante en Macbeth
5.1. La intemperancia y la
codicia en los dirigentes políticos tiene efectos sociales
El "factor moral" y
la conducta pública de los dirigentes no pertenecen a la esfera del ámbito
privado en la medida que los criterios con que guían su actividad repercuten en
la vida social. Sus cualidades morales deben ser tema de análisis como lo son
sus cualidades profesionales. En "la era del conocimiento", es
esencial el que tiene como objeto el análisis de la naturaleza humana de los
que dirigen, puesto que su actividad condiciona nuestra manera de vivir y de morir.
En particular, cuando se trata de posibles tiranos respecto de los cuales la
pasividad no es una opción: "¡Ah, sangra, sangra, pobre patria! No temas
tiranía, pues no se atreve el bueno a combatirte...". [1]
Macbeth nos proporciona algunas guías para esa reflexión. La
psicología de los personajes de la obra, la utilización de malas artes para la
construcción de poder, y las inevitables consecuencias del nefasto accionar de
Macbeth se acumulan a lo largo de la historia. El problema, es que toda
"carrera de poder" construida de esa forma, termina en el
desequilibrio y la derrota. Y el precio de esa locura y de ese revés se carga
siempre en la cuenta de los gobernados y arrastra a los países a la ruina. Para
muchos gobernantes, el origen del poder lo constituyen sus conquistas y
victorias. Decía Napoleón: "Mi poder está basado en mi gloria, y mi gloria
en las victorias que he logrado. Mi poder caería si yo no le diera como
sustento más gloria y nuevas victorias. La conquista me hace ser lo que soy;
solo la conquista me puede mantener."
Shakespeare nos ayuda a
interrogarnos sobre los límites entre el manejo prudente de un poder
legítimamente obtenido y el uso arbitrario de los instrumentos de gobierno para
los fines propios del gobernante, y las consecuencias que se derivan: "Lo
que el mal emprende, con mal se refuerza." El mal pide más mal. En la
búsqueda y el uso del poder, es fácil deslizarse por la pendiente y avanzar
alegre y largamente sobre los límites y las barreras del decoro y del sentido
común. Y si la realidad y el sentido común colisionan con los intereses, tanto
peor para la realidad y para el sentido común. Eso es lo que nos muestra Macbeth. Pocos personajes tan ricos como
Macbeth y Lady Macbeth para analizar un caso basado en la ambición y el mal uso
del poder.
En un interesante diálogo,
Malcom y Macduff tratan acerca del futuro de Escocia, una vez que fuera muerto
Macbeth. Analizan la conducta que sería "recomendable" para el rey
destinado a reemplazarlo, en contraposición a las virtudes y vicios del propio
Macbeth.
Malcolm, heredero legal de
Duncan, quiere ver la reacción de Macduff y se presenta a sí mismo como un
libertino sin corazón. Enumera sus propios vicios y defectos, y las tentaciones
a las que se verá expuesto como rey, y manifiesta tener temor por su propia
lujuria y por su codicia, describiendo que tampoco su reino va a ser mejor que
el de Macbeth para Escocia. Se refiere a sí mismo como alguien “...en quien
está tan injertado todo género de vicios que, cuando se destapen, el negro
Macbeth parecerá más blanco que la nieve y el pobre país le tendrá por un
cordero, comparado con mis vicios infinitos (…) Es cierto que Macbeth es sanguinario,
lascivo, codicioso, pérfido, falsario, violento, malicioso, con tintes de todo
pecado que tenga nombre... pero mi lujuria no tiene fondo, ninguno (…) Además,
crece en mi carácter mal compuesto codicia tan insaciable que, si yo fuera rey,
acabaría con los nobles por tener sus tierras, desearía las joyas de éste, la
casa de aquél, y tener más sería como una salsa que más hambre me diera,
haciéndome emprender injustos pleitos contra fieles y leales para hundirlos por
sus bienes (...) Soy fecundo en variaciones sobre cada delito, que practico de
muchas maneras. Si tuviese yo el poder, echaría la miel de la concordia a los
infiernos, turbaría la paz del mundo, destruiría la unidad de la tierra."[2]
Prudentemente Macduff le aclara
que la intemperancia y la codicia sin límites llevan a la tiranía: "la
intemperancia sin freno es tirana de la vida: ha causado la prematura pérdida
de tronos y la caída de muchos reyes (…) La codicia arraiga hondo y crece con
raíces más perversas que la lujuria, flor de verano; fue la espada que dio
muerte a muchos reyes nuestros."[3]
Y le recuerda también que la virtud es la fuente de equilibrio entre las
solicitaciones que se presentarán al rey, dado que las decisiones que tome van
a afectar vidas y haciendas: "Damas complacientes no escasean y en vos no
puede haber tal buitre que devore a cuantas se ofrezcan a la soberanía al verla
en tal disposición. Escocia es pródiga en recursos que colmarán vuestro deseo,
y sólo en vuestras propias tierras. Todo eso lo equilibran las virtudes." [4]
Cuando Macduff se horroriza al
ver lo que significaría Malcom como reemplazante de Macbeth, el heredero
desmiente sus dichos aclarando que realiza esta descripción tan desfavorable
de sí mismo para ver la reacción del
propio Macduff y finalmente se rectifica: "Desde ahora, poniendo
por testigo al Dios del cielo, me entrego a tu guía y me retracto de las
acusaciones que me hacía: me desdigo de los vicios y defectos que me he
imputado por ser estos extraños a mi ser. Todavía no conozco mujer, nunca he
perjurado, apenas codicié lo que era mío, nunca he sido desleal, jamás
traicionaría al diablo con los suyos y amo tanto la verdad como la vida. ... El
que soy realmente tuyo es, y al servicio de mi patria." [5]
5.2. Shakespeare destaca las
virtudes de un buen rey
Las virtudes cristianas son las
que se esperan en un buen rey. Según Macduff, "la intemperancia sin freno
es tirana de la vida: ha causado la prematura pérdida de tronos y la caída de
muchos reyes. ... pero a todo eso lo equilibran las virtudes."[6]
La imagen del rey Duncan y de
la reina, que se plantean como modelos es descripta en términos inequívocos:
"Vuestro augusto padre era un rey sacrosanto, y vuestra madre, la reina,
más veces de rodillas que de pie”[7].
Para Shakespeare parece clara la vinculación entre sí de las diferentes
virtudes y vicios. Un rey para quién "esposas, hijas, madres y
doncellas" constituyeran trofeos de caza, sería un rey a quien el estado
de pecado y la transgresión simultánea de tres o cuatro mandamientos quitaría
la objetividad necesaria para gobernar, lo impulsaría a rodearse de
colaboradores en su mismo estado y le impediría la visión de un recto orden
social. Y a todo ello lo equilibran las virtudes. Malcom enumera como al pasar las
virtudes que convienen al rey: "justicia, verdad, templanza, constancia,
largueza, perseverancia, clemencia, humildad, entrega, paciencia, valor,
fortaleza". [8]
Todas estas virtudes pertenecen
a la cultura de la cristiandad:
-
"Verdad y humildad" soportan la prudencia en el actuar, el criterio para discernir, el orden
de las prioridades, y la ubicación a cada momento respecto de los fines y de
los desvíos que se producen.
-
"Entrega y valor" refuerzan la entrega a la vocación de servicio y la ausencia de temor para
enfrentar las contradicciones y las innumerables piedras en el camino.
-
"Justicia, fortaleza y templanza" garantizan la ecuanimidad, la capacidad de encarar
desafíos y la probidad personal.
-
"Constancia, perseverancia y paciencia" se requieren para "pelear el buen combate" sin
aflojar hasta el final, sin dejarse acobardar por los innumerables reveses que
se encontrará en el camino y teniendo benevolencia respecto de amigos y
adversarios.
-
Finalmente, "largueza y clemencia" son
necesarias para fundamentar un espíritu generoso, con juicios ecuánimes y una
clara conciencia de la obligación moral de asistir a los necesitados.
5.3. La fe estuvo alguna vez en
las consideraciones de los dirigentes
Hay también otras manifestaciones
del espíritu cristiano de Shakespeare en Macbeth.
Los nobles ponen en manos de
Dios sus acciones, tanto en la investigación como luego en la lucha contra el
asesino de Duncan. Como afirma Dalrymple, "los hombres de bien, comprometidos en
una empresa común, se fortalecen en los valores compartidos", como el
sentido del honor y la obediencia al deber, y pueden llegar hasta con el
sacrificio de la propia vida para eliminar a los tiranos.
Hay
dos casos en especial para destacar
1 - Una vez muerto Duncan,
Banquo -en nombre propio- y el resto de los nobles, se encomiendan a Dios para
la subsiguiente investigación: Dice Banquo "reunámonos y examinemos tan
salvaje fechoría para mejor conocerla. Nos turban temores y sospechas. Me pongo
en manos de Dios por combatir todo oculto propósito de pérfida maldad."
Ratifica Macduff: "Y yo". Y el resto confirma: "Y todos".[9]
2 - Al organizar el
derrocamiento de Macbeth, vuelven a afirmar en su diálogo que son hombres de
fe: "El primogénito de Duncan, cuyo derecho detenta el tirano, reside en
la corte inglesa. Allí le acogió el piadoso Eduardo con tal benevolencia que su
gran infortunio no le resta en nada el alto respeto que merece. Y allí ha ido
Macduff a rogar al santo rey que apoye su causa y mueva a Northumberland y al
bélico Siward, para que, con su ayuda y la sanción del Altísimo, podamos de
nuevo dar comida a nuestras mesas, sueño a nuestras noches, liberar los
festines de puñales sangrientos, rendir acatamiento y recibir honores, todo lo
cual añoramos (...) ¡Que vuele un santo ángel a la corte de Inglaterra y
anuncie su mensaje antes que él llegue, para que una bendición venga pronto a
nuestra tierra, que padece bajo una mano infame! ... Vayan con él mis
plegarias."[10]
De cualquier modo, lo que es
claro es que es necesario elevarse. Afirma Josh Craddock que la armonía social
"no puede siempre encontrarse en una nación de comerciantes a no ser que
su punto de vista se eleve a través de la vida religiosa y filosófica. Debe ser
refinado y ampliado por sabios estadistas como Portia, o por grandes poetas
como Shakespeare", que además "nos informa acerca de las cualidades
de los buenos gobernantes, el destino de los tiranos, las obligaciones de los
ciudadanos, e incluso sobre la naturaleza de un régimen justo, tanto como este
pueda ser posible, dada la fragilidad humana." [11]
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