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domingo, 18 de diciembre de 2016

La crisis de la razón produce diferentes tipos de éticas


La dictadura de la ética sin fundamento




Se dice que no se debe imponer nada a la conciencia, pero después se impone este principio de modo absoluto y dogmático. No puede ser otro sino éste el resultado final de la moral sin fundamento.




La ética es el estudio de nuestras acciones desde el punto de vista del bien y del mal. Concierne a la acción humana. Pero la ética concierne no a lo que se hace, sino a lo que se debería hacer. No es descriptiva, sino prescriptiva y normativa.

La acción humana es de dos tipos: hay la acción productiva, o poiesis, y hay la acción ética, o praxis. La primera tiene como fin el producto; la segunda, la acción misma. Por este motivo, lo que decide acerca de la bondad de la acción ética, o praxis, no podrá ser ni las consecuencias (consecuencialismo), aunque habrá que tenerlas en consideración, ni la utilidad práctica (utilitarismo), pues este desplazamiento de acento en los resultados transformaría una acción ética en una acción técnica. La virtud es un premio en sí misma; es decir, el motivo para hacer una acción buena es hacer una acción buena.

Por esto, la acción moral tiene un significado intransitivo. Nuestra acción, antes de recaer en un objeto externo, recae en el sujeto agente. Si mi intención es robar dinero, mi primera decisión no es robar el dinero, sino ser un ladrón. En el hombre la acción atañe, ante todo, a su ser, puesto que la persona, al ser libre, puede actuar en conformidad, o no, al propio ser. Puede dañarse en el mismo plano del ser; esta es la "pena" que siempre comporta hacer el mal.

La acción está movida por la voluntad, pero si fuera así sería ciega, un impulso vital. El hombre, en cambio, tiene la capacidad de considerar con la razón las propias acciones como contingentes y, por consiguiente, iluminarlas. La voluntad es incapaz de valorar el bien y el mal, pues es una facultad apetitiva y no cognoscitiva. Esta tarea le corresponde a la inteligencia.

La inteligencia puede establecer lo que es un bien para mí ahora y en esta situación. Pero esto no es suficiente para fundar una ética que pide ser universal y valer para todos. Una ética que fuera sólo individual y empírica no sería una ética, porque no indicaría un tener que ser argumentada a la luz de principios universales. Lo que no vale para todos no vale para nadie, porque sería decir que no concierne al hombre en cuanto tal.

A la razón le corresponde, por consiguiente, la tarea de ver si hay principios éticos universales. Es evidente que si la razón saca de sí misma estos principios (racionalismo), estos resultarán abstractos e infundados. Si en cambio los encuentra en el ser de las cosas y del hombre, entonces resultan fundados en los fines que están expresados por la naturaleza de las cosas. El hombre es algo y es alguien: su ser algo o alguien tiene carácter normativo al expresar una finalidad: se puede actuar respecto a él conforme a esta naturaleza respetando su finalidad (y esto significa hacer el bien) o se puede actuar contra su naturaleza y finalidad (y esto significa hacer el mal). Sin finalismo en las cosas la ética no es posible. Si todo está dominado por el azar o por la necesidad, no hay lugar para la ética. De la sucesión causal de una serie de fenómenos no deriva ninguna ley moral. De situaciones de hecho no surge ningún deber ser.

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