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miércoles, 8 de septiembre de 2021

El sentido de la historia: doble visión de la razón y de la fe (texto intermedio) 8800 palabras

 

El sentido de la historia [1] 

Por Pablo López Herrera

Introducción

Si  hubiera una perentoria “obligación moral” para el pensador católico de nuestro tiempo,  probablemente esta sería la de asumir plenamente como una responsabilidad personal las “obras de misericordia espirituales” según la vocación y capacidad de cada uno: “enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo necesita y corregir al que se equivoca”; en el marco de una visión del mundo que integre las contribuciones provenientes de la reflexión científica, la historia, la filosofía, la teología, el derecho y el arte. 

La doble visión de la razón y de la fe, me servirá de marco de referencia para desgranar algunos pensamientos sobre cuatro grandes temas

1) La historia humana forma parte de la historia sagrada. 

2) Los procesos históricos civilizatorios y los anti civilizatorios 

3) La revolución, y en particular la revolución cultural, que juega un papel cada vez más abarcador y que incluye  la llamada “muerte de Dios”. 

4) Conclusiones desde el siglo XXI.

La historia humana forma parte de la historia sagrada.

Cuando Hilaire Belloc se pregunta “¿cómo llegó a naufragar la Cristiandad con la Reforma?” [2] se está planteando en el fondo las causas del naufragio de la Fe en la historia, con el gran telón de fondo del peregrinaje de la humanidad sobre la tierra, inscripto éste a su vez en el más amplio marco de una Creación que incluye tanto el mundo de la naturaleza, de la razón y de la fe.

A su vez la historia como disciplina, al mismo tiempo que transcribe hechos reales, incluye como relato sucesos imaginados o inventados. En la mente humana, cohabitan la realidad de los hechos y los contenidos elaborados, que obedecen a la fantasía. La historia se puede considerar también como un enorme océano de tiempo y espacio en el que circulan diversas corrientes, y donde transitan los hombres, las ideas, y los procesos. Y por encima de todo,  presente en los mínimos aspectos, está el Creador y Sostenedor del mundo. El escritor Michael de Sapio[3] se preguntaba hace poco si el cristianismo es una historia, afirmando que si esto fuera así, “deberíamos entonces aceptar "historia" en el vocabulario cristiano, solo mientras lo entendamos en un sentido superior, místico y estético, que señale a Dios como el artista divino, el autor de la historia humana. Tomás de Aquino toca este tema en la pregunta 93 de la Summa: La creación se asemeja a la mente del Creador, así como una obra artística se asemeja a la mente del artista. Este es el sentido en el que nuestra fe es historia, en el sentido de que procede de la mente creativa de Dios.”

Si la historia se inscribe en el tiempo y el espacio, y en el marco más amplio de la creación, su comprensión integral debería incluir tanto al mundo natural como el sobrenatural, aunque el segundo sea accesible por medio de la fe. La historia sagrada (historia de salvación) pasaría a ser así la parte más importante de la historia, puesto que continuará cuando hayan terminado el tiempo y el espacio tal como los conocemos.

Dentro de esa gran historia en la que peregrina la humanidad, la conformación, el desarrollo, el apogeo y la descomposición de los grupos sociales obedece a reglas que parecen similares e inmutables, y que se repite a través de los siglos y de la geografía, desde las familias, pasando por las tribus, los clanes, los reinos, las naciones, los imperios y las civilizaciones. El naufragio provocado a la Cristiandad durante la Reforma formaría parte de un proceso más amplio que habría comprendido y excedido a la misma Reforma, que no sería otro que el de la misma revolución, una “Revolución Cósmica”, entendida como una rebelión dirigida parte de lo creado y sostenido contra su Creador y Sostenedor. En estos términos, el problema que plantea Belloc sería el mismo problema de toda la historia humana, es a la vez la Historia de la Salvación, y que abarca el período que se inicia en “la creación desde la nada hasta el fin del mundo tal como lo conocemos”, o como se describe en el Salmo 90 “desde y hacia la eternidad con Dios”.

Pensando así en la palabra de la cizaña y del trigo, y con una perspectiva positiva y llena de fe y de esperanza, es posible contemplar a la historia de toda la humanidad como una “historia de la salvación”, que se dirige a paso firme al momento del cumplimiento total de las promesas de Dios en el juicio final, la salvación de los justos y la perfección del paraíso, conformándose una nueva realidad formada por “nuevos cielos y nueva tierra” coexistentes con la misma eternidad de Dios.[4]

 Los procesos históricos civilizatorios y anti civilizatorios tienen aspectos en común.

Y si el naufragio de la Cristiandad coincide con la misma Reforma pero a su vez forma parte de un proceso que comprendió pero que excedió a la propia Reforma, ¿qué características tendría este proceso más amplio? ¿cómo interviene aquí la revolución? Si consideramos que la historia es también la historia de las civilizaciones, el interrogante de Belloc nos lleva directo a plantearnos si no fue “la revolución” lo que habría hecho naufragar lo que [5] se entendía como “civilización” y como “cultura”[6]. Cuando consideramos estos dos conceptos simultáneamente, podemos ver con claridad la invasión masiva en el derrumbe de una civilización que fue cristiana de una “cultura revolucionaria”. El desarrollo de ideas y movimientos revolucionarios también fue correlativo con la lenta decadencia del mundo occidental heredero de la tradición judío cristiana y greco-romana; y a la vez fue causa y consecuencia de dicha decadencia.

Vemos entonces la continuidad de las revoluciones en los movimientos ascendentes y descendentes de la historia actuando como grandes remolinos que atrapan y sumergen las diferentes culturas en el abismo de la decadencia. Jacques Maritain afirmaba en unas conferencias pronunciadas en la Universidad de Notre Dame en 195[7], que  hay “en el curso de la historia, ciertas relaciones básicas o características fundamentales”, y entre estas, una “ley del doble movimiento que podría ser llamada la ley de degradación por un lado y de la revitalización por el otro de la energía de la historia”. Señalando el mismo orden de movimientos en la historia, Solzhenitsyn, destacó[8], que la única solución para el mundo moderno sería ascender nuevamente a una etapa antropológica que lo eleve por encima de “la corriente materialista” que lo aprisiona, a través de una re espiritualización, con la que “deberíamos izarnos hacia una visión más elevada, a una nueva concepción de la vida, en la que nuestra naturaleza física no sea maldecida, como pudo haberlo sido en la Edad Media, pero en la que nuestro espíritu tampoco sea pisoteado como lo fue en la edad moderna.”  Ese ascenso nos llevaría “a una nueva etapa antropológica. No tenemos otra elección que subir, siempre más alto”

En ese ascenso van de la mano la búsqueda de la perfección personal y social. Si el hombre se ve a sí mismo como un orgulloso Narciso, actúa como tal y se constituye en el centro de todo, creyendo que su criterio es criterio de verdad y bien, no podrá evitar pagar las consecuencias. La codicia sin límites, de los hombres o de los estados y el agotamiento de los sentimientos de la bondad humana producen efectos devastadores, y en los movimientos descendentes, las grandes crisis sociales se preparan lentamente. Tampoco la solución radica en una forma de “gobierno ideal”, como herramienta de ingeniería social.  Comentando la Política de Aristóteles [9] observa Robert Nisbet que lo importante para éste “no era tanto un ideal de gobierno como un ideal de la relación entre el gobierno y el orden social. Lo importante no era que el gobierno fuera una monarquía, una oligarquía o una democracia, sino que la familia, la propiedad privada, las asociaciones legítimas y las clases sociales se mantuvieran libres de la incesante invasión o dominación política, independientemente de la forma de gobierno que existiera”. 

La revolución juega un papel cada vez más abarcador

El papel central y creciente de las revoluciones también ha formado parte de la forma de relación entre los países, ha ido aumentando la agudización y profundización de cada nuevo ciclo histórico, acompañando el aumento radical  del alcance de la guerra, de la tecnología aplicada al armamento, cada vez más sofisticada, y más costosa, y del creciente número de víctimas, sobre toda de las más inocentes. Mientras el mundo retrocedía “a la barbarie tribal”,[10] la guerra fue haciéndose más total e ilimitada y los gobernantes dejaron de fijarse objetivos militares de defensa o ataque de los territorios, los bienes y las poblaciones a su cargo, para convertirse ellos mismos en instrumentos al servicio del sostenimiento y propagación de “ideas filosóficas primero, y luego de principios de independencia, unidad y ventajas inmateriales de distinto tipo”. Con la incorporación en los objetivos de la imposición de ideologías, cambió la magnitud de los conflictos. Se reemplazaron las tropas profesionales y de mercenarios por un servicio militar obligatorio y se hizo más barata la guerra, lo que permitió la creación de ejércitos de una dimensión cada vez mayor. Se pensó que a través de victorias tremendas y aplastantes se aseguraría la paz, y lo que se produjo fue todo lo contrario. Y fueron sirviendo todos los medios - visibles o invisibles, mientras simultáneamente las invenciones y la tecnología aplicada al desarrollo de las armas fueron aumentando la dimensión y el costo de la guerra.

En el aspecto material de esta evolución, a fines del siglo XIX, los protagonistas de las guerras coloniales ya utilizaban masivamente el fusil a repetición, la pólvora sin humo, las ametralladoras y la artillería de tiro rápido, mientras Gran Bretaña, Alemania, Francia, Italia, España, Portugal, Bélgica y Holanda habían multiplicado por diez la superficie del territorio que ocupaban naturalmente en su expansión colonial. Con la rápida expansión territorial de las fronteras…surgió la necesidad de “proteger” los nuevos territorios, preparando el terreno para las grandes colisiones del siglo XX. A esta altura de la historia, la guerra se había convertido en un negocio de gran volumen para los industriales, que nunca dejó de ser. 

Volviendo al gran proceso revolucionario, una revolución en marcha incluye normalmente la promesa de un mundo mejor, utópico, y la utilización de una refinada ingeniería social. El punto de partida y los argumentos pivotean alrededor de alguna categoría como la libertad, la paz, el progreso, la igualdad o la fraternidad, o un segmento de la sociedad como una clase o una etnia. Ese concepto pasa a tener la dimensión de un valor absoluto y define el norte de la brújula revolucionaria. Para generar las condiciones que hagan posible una revolución, hay una estrategia y procesos que deben ponerse en marcha: “áreas de trabajo”, herramientas  y tareas específicas que deben “romper la máquina burocrático-militar del Estado". Estos procesos provocan la erosión y descomposición de la autoridad reconocida y vigente, debilitan las pautas morales y las normas reconocidas y aceptadas y provocan la división entre los adversarios para evitar la formación de un consenso contra la revolución misma, generan el caos económico para convertir al sistema en algo inmanejable e imposible de controlar por el gobierno a cargo, infiltran los gobiernos, las instituciones públicas, los grupos políticos y las diversas organizaciones para disponer de elementos propios o utilizables, plantean –a través de grupos de presión exigencias cada vez mayores –a veces con una falsa solución adjunta al planteo- para provocar decisiones políticas y económicas erróneas, y causar así crisis políticas y económicas que fuerzan “soluciones revolucionarias”, aunque el sistema no sea en si mismo revolucionario. Los procesos revolucionarios incluyen también acciones que muchas veces no parecen estar conectadas entre sí, y las víctimas de esos procesos no se dan cuenta de la realidad hasta que ya es tarde y no pueden resistir. Pero como alguien afirmó alguna vez, “no hay revolución sin que el poder cambie de manos”. Una revolución no triunfa en el momento de tomar el poder, sino cuando logra reemplazar al que ella misma ha reemplazado de modo integral e irreversible. Cuando sus “¡nunca más!” se han transformado en dogmas.

El ejemplo clásico es la revolución rusa. Ya en 1925, desde el mismo comienzo, y sin que esto fuera su intención, Gustave Gautherot [11] pone en evidencia la “ignorancia culpable” de la dirigencia acerca de lo estaba ocurriendo cuando publica un análisis de la doctrina y de la política comunista, de los grandes ejes de campaña, de la designación del estado como patrón, de la creación de un estado dentro del estado, de la demolición del orden moral, de la sustitución del amor por el odio, del reemplazo de la religión por la doctrina y por el ateísmo, de la sangrienta persecución al clero, del ataque a la familia y la liberación de la mujer y del uso del terror. Gautherot muestra el caso ruso como “la culminación lógica aunque extrema de una larga tradición revolucionaria de la civilización europea como un todo".  La toma del poder por los soviets no fue algo espontáneo ni fruto del azar, aunque la historia podría haber sido distinta. La revolución rusa comienza cien años antes de Solzhenitsyn, y debe ser  integrada a un gran movimiento de rebeldía muy anterior y que continúa hasta nuestros días. En su discurso de La Vendée el escritor afirma que  “las revoluciones destruyen el carácter orgánico de la sociedad, arruinan el curso natural de la vida, aniquilan los mejores elementos de la población, y dejan el campo libre a los peores. Ninguna revolución puede enriquecer un país, y lo que sucede apenas es que algunos estafadores sin escrúpulos se constituyen en la causa de muertes innumerables, de pobreza generalizada y, en los casos más graves, de la degradación durable de la población.” “Nunca, a ningún país, le  podría desear una gran revolución. Si la revolución del siglo XVIII no causó la ruina de Francia, esto sólo ocurrió porque sucedió Termidor[12]. La revolución rusa no experimentó un Termidor que haya sido capaz de detenerla.”

Relacionemos también entre sí los conceptos de revolución y de civilización. Afirmaba León Tolstói [13]que “todas las familias felices son iguales pero cada familia infeliz lo es a su manera”. Si aplicamos la analogía, podríamos decir también que las civilizaciones se parecen en sus características generales, pero que las revoluciones tienen sus peculiaridades. Si la civilización y la revolución se ocupan de las mismas realidades, tal vez lo opuesto de la revolución sea la civilización, con signos opuestos: donde una suma, la otra resta... El gran desafío permanente en la historia sería entonces el de los movimientos ascendentes civilizatorios vs. los descendentes revolucionarios. Los procesos creativos civilizadores se reconocen porque abarcan aspectos sociales, culturales y morales de la sociedad y porque tiende a prevalecer la armonía y el orden social, la disciplina económica, la burocracia estatal no es paralizante, hay buena educación, los cimientos culturales son valorados, se percibe la fortaleza de la tradición, las creencias espirituales ocupan un lugar central, y hay una visión teocéntrica de la realidad, se práctica la religión y hay una valoración y defensa de la vida humana. Los procesos descendentes revolucionarios se reconocen porque en ellos prevalece la decadencia social, cultural y moral de la sociedad, hay sectores significativos que procuran la anarquía y el caos, la destrucción de la economía, la burocracia es influyente, se deteriora la educación, hay decadencia cultural, prevalece una hermenéutica de la ruptura, reina el materialismo y la inmoralidad a gran escala, hay una supremacía del agnosticismo y del ateísmo y se desconsideran la vida humana y la dignidad de la persona.

Observa el autor Jim Nelson Black [14], que las civilizaciones ascienden, pero también caen y mueren, pudiendo describirse la historia del mundo como la de una gran serie de naciones que primero se han constituido alrededor de experiencias de construcción comunitaria alrededor de valores comunes y que finalmente han sido absorbidas por otras, o simplemente se han derrumbado como fruto de la disolución de los valores comunes y la consiguiente anarquía interior. Este tipo de análisis nos facilita un esquema recurrente tanto en el desarrollo y crecimiento de las sociedades humanas como en su decadencia.

En los términos planteados, lo opuesto a la Revolución no sería la Contrarrevolución sino la misma Civilización. Porque un proceso no se debería definir por contraposición a otro. No es lo mismo civilizar que luchar en contra de la revolución. Tampoco el problema parecería ser “geográfico” (Occidente vs. Oriente) como lo sugirió Roger Scruton con motivo de recibir una mención honorífica al plantear una salida posible al tradicional enfrentamiento geográfico.  Hablando del “problema de la invasión del mundo académico e intelectual por parte de grupos activistas que no se toman la molestia de aprender lo suficiente como para saber a qué se enfrentan, pero que sin embargo definen su posición en términos de agendas políticas” concluye magistralmente: “mi mensaje final es que no debemos desesperarnos respecto de la civilización occidental. Solo debemos tener cuidado en reconocer que no estamos hablando de algo estrecho y de mentes pequeñas llamado Occidente. Estamos hablando de algo abierto, generoso y creativo llamado civilización.” [15] Recordemos también que en la expresión “civilización occidental”, “occidental es el adjetivo” y “civilización es el sustantivo.

Una conclusión a la que arriba el historiador Martín Malia, es que "una gran revolución no es esencialmente un fenómeno socioeconómico, sino uno del tipo político constitucional y cultural-ideológico… una gran revolución es esencialmente la crisis general de la totalidad de un sistema nacional".  El rol de las revoluciones, ha sido estudiado por este autor históricamente más que estructuralmente o "transculturalmente", comparando los casos dentro de una misma cultura o contiguos en el tiempo, y ligando “el contenido doctrinal de la doctrina de la Cristiandad y su estructura institucional a los procesos políticos y sociales de la "escalada" democrática. Las revoluciones tienen sus raíces en la historia europea y ostentan características comunes. Son momentos más o menos largos que forman parte de procesos nacionales e internacionales. Estos procesos se han ido radicalizando desde el siglo XV hasta el XX, extendiéndose a todo el mundo.

Solzhenitsyn describe este proceso para el caso de Rusia. Afirrma que fue en los siglos XVII, XVIII y XIX en los que cambiaron las personas, el pueblo y la nación rusa: “… en el Siglo XVII un cisma desgraciado minó nuestra ortodoxia, y en el XVIII Rusia fue quebrantada por las reformas tiránicas de Pedro el grande, que ahogaron el espíritu religioso y la vida nacional, para fortalecer al estado, la guerra y la economía. Con la unificación de la enseñanza impuesta por Pedro el Grande, se nos infiltró la sutil brisa venenosa del secularismo, que en el Siglo XIX penetró hasta las clases más cultas y abrió amplio paso al marxismo. En vísperas de la revolución, la fe había desaparecido de los círculos instruidos. Entre los monjes eruditos incluso ya estaba debilitada.”

Para el resto de Europa, Malia considera que es necesario ir al año 1000, y “relacionar la teología y la eclesiología con el feudalismo y los sucesos tempranos del Antiguo Régimen". El radicalismo europeo se fue moviendo desde la sedición religiosa contra la Iglesia en épocas en que aún no existían los estados, para ir escalando a la insurrección política y luego a la revolución abierta. El orden medioeval en el siglo XIV da signos de agotamiento con hitos como la quiebra de los grandes banqueros italianos, la guerra de los cien años, la anarquía y revueltas (Inglaterra, Francia, Flandes), la peste negra de 1347 (40/50 millones de muertos), la despoblación de los campos, la disminución del poder espiritual, el debilitamiento del feudalismo, el aumento de las fortunas urbanas que invierten luego en el campo reemplazando a los antiguos señores y la gran depresión económica. 

Cinco grandes revoluciones se destacan como hitos en el proceso largo y complejo de la crisis de Occidente. Habría que agregar “la revolución islámica”, pero esa es otra historia.

1.   “La revolución religiosa”. El Renacimiento y la Reforma secularizan cada vez más a la historia y dividen a la Cristiandad. En los siglos XV y XVI se produce un intento de re cristianización combinado con la “mundanización” de la Iglesia (Bohemia, Alemania, Francia y Holanda),

2.   “La revolución política racionalista y científica”del siglo XVII (Inglaterra) provoca el abandono de la Revelación, y su reemplazo por la Razón y por la Ciencia, al mismo tiempo que la “Revolución militar” acompaña el absolutismo centralizador, que luego pasará a ser “el enemigo a abatir”,  denominándolo “antiguo régimen”.

3.   En “la revolución de la modernidad militante” (Francia) y “la revolución independentista” (América) del siglo XVIII, coexisten un sistema estatal unitario absolutista “desde el Atlántico a los Urales” mientras el Iluminismo va dando luz a  un sistema “revolucionario-republicano”, que irá demoliendo “el absolutismo real con un poder de raíz divina” y proclamando al individuo como ciudadano en el centro de la política, y elevando la libertad, la igualdad y la fraternidad a la categoría de “dogmas fundantes”, ya completamente aislados del orden sobrenatural.

4.   Luego se produce “la revolución europea” en cadena del siglo XIX, con tres principales olas en el mundo occidental en 1820-1824; 1829-1834; y 1848. Primera ola en España, Nápoles y Grecia, segunda ola en Europa, oeste de Rusia y continente americano, alzamiento de Bélgica que se independizó de Holanda, Polonia, Italia y Alemania, Suiza, España, Portugal, independencia de Irlanda y tercera ola de 1848, casi simultánea en Francia, en Italia, en los estados alemanes, en el imperio de los Habsburgo, en Suiza  y también en Irlanda, Grecia e Inglaterra. La insurrección popular de la Comuna (1871) fue considerada por Marx como un paso adelante hacia la revolución proletaria mundial. También en el siglo XIX en Francia y en Rusia las sociedades secretas llevaron a cabo intentos de desgaste y demolición desde la sombras.  

5.   ¨La gran revolución rusa y mundial del siglo XX”. Al sobrevolar la historia de la revolución, se ve que ésta ya había comenzado siglos antes con el debilitamiento de la cristiandad, con un hito mayor en Francia, a partir del debilitamiento de las raíces de un sistema político que explota en siglo XVIII, particularmente en 1789. Luego continúa con la erosión del régimen monárquico en toda Europa en el siglo XIX, con La Comuna y las ideas de Marx, y pasa a ser universal en el siglo XX, cuando la revolución rusa monta rápidamente su sistema de dominio a través del terror planificado en 1918, mucho antes que Hitler, manteniendo el régimen de campos de concentración más de setenta años, hasta 1991[16]. 

En 1925 la revolución ya es un proyecto mundial en ejecución. Gustave Gautherot da por sentado este proyecto integral, y describe ya en 1925 los detalles de las principales tareas revolucionarias[17], comenzando por la proyección geográfica del proyecto en marcha: “… el bolchevismo pretende ganar todo el universo y conduce contra la civilización moderna una lucha a muerte. … la URSS… avanza en el corazón del continente amarillo, anexa la Mongolia exterior; dirige la revolución china; trabaja para arrancar de los imperialismos occidentales Indochina y las Indias; sacude las barreras que la separan del Golfo de Omán, del Mar Rojo y del Mediterráneo”. Gautherot describe en su obra los detalles de la acción revolucionaria en las distintas regiones del globo terráqueo, partiendo desde la misma Rusia para continuar con Asia (Mongolia, China, Japón, Asia Meridional), África del Norte, América, Europa (Gran Bretaña, España, Italia, Suiza, Bélgica, Holanda, Alemania, Austria, Hungría, Dinamarca, Suecia, Noruega, Finlandia, Estonia, Letonia, Lituania, Polonia, Rumania, Checoslovaquia, Yugoslavia, Croacia, Bulgaria, y con el mayor detalle, Francia), y cita a Zinoviev, Presidente del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista, quien afirmaba en esos días: “…el tiempo está cerca en el que se escuchará la convocatoria revolucionaria de Shanghái a Calcuta, de Hankow a Madrás, de Tsing-Tao al Cairo, de Pekín a Alejandría. Y al mismo tiempo, la llamada sonará más fuerte en Londres, New York, Paris…”

 

En este largo proceso,  la “revolución” es entendida para los propios revolucionarios tanto como “locomotora de la historia” en el sentido de un progreso inexorable: “las revoluciones son las locomotoras de la historia” (Marx, La lucha de clases en Francia de 1848 a 1850) “el mundo se mueve gracias a las revoluciones” (Lenin). Pero también como “frenos de urgencia” a la expansión del poder opuesto- como propone Walter Benjamin, desarrollándose esta idea más tarde en el pensamiento crítico y en la ecología radical. «Marx dijo que las revoluciones son las locomotoras de la historia  mundial. Puede ser, por el contrario, que las cosas se presenten de una manera diferente. Puede ser que las revoluciones sean el acto por el cual  la humanidad que viaja en ese tren oprima el freno de urgencia»  [18]

6.   “La revolución cultural” surge como un fenómeno específico. Señala Javier Portella que “hoy, tras cien millones de asesinatos, toda esa escoria manchada de sangre y horror es reivindicada por los niños mimados de Occidente, los intelectualillos universitarios de gafas de diseño y becas erasmus. Donde de verdad ha triunfado el marxismo es entre nosotros. Y no por la rebelión de las masas, sino por la degradación de las élites. No es a Lenin a quien tienen que dedicar estos petimetres sus aquelarres, sino a Gramsci, el hombre que conquistó Europa para el bolchevismo cultural[19]

La cultura es una de las columnas sobre las que se apoya cualquier civilización. Por eso los revolucionarios de todos los tiempos y lugares se han dedicado a corroer con alma y vida las costumbres, apuntando a la destrucción de la familia y de todos los pilares del progreso genuino. Esta corrosión se realizó en Rusia hace un siglo, pero forma parte de un proceso en todo el mundo occidental, una degradación igualmente mortífera y disolvente que se introdujo a través de todos los intersticios posibles e imaginables que dejó libres la abdicación y desaparición paulatina de una clase dirigente que se diluyó por el abandono de los principios de una tradición bimilenaria. En el siglo XX, esta degradación apuntó a deshacer la hegemonía burguesa y reemplazarla por otra con anclaje cultural de inspiración Gramsciana -consciente o no-  a través de un proceso llevado a cabo sin violencia física extrema, que le permitiera ocupar las posiciones centrales de “poder cultural” y trabajar con todo el herramental disponible en la transformación paulatina de pensamientos y conductas o (en caso de ser históricamente necesario y viable) por medio de la podría ser una revolución violenta.

El gran problema de la revolución cultural es su profundidad y lo difícil de revertir el proceso, en el que se va produciendo el abandono paulatino de los fundamentos de la sociedad, y su reemplazo por un sistema de valores invertidos. Esto se percibe claramente al pasar de una visión de la historia como la de Martín Malia al tipo de la desarrollada desde la cárcel por Gramsci, que de algún modo "actualiza" el marxismo leninismo clásico desarrollando sus teorías sobre la "hegemonía cultural", que lleva al dominio del hombre no solo mediante la fuerza, sino a través del consentimiento. Sí para Lenin la revolución cultural y la reforma intelectual y moral de las masas sucede principalmente luego de conquistado el poder, para Gramsci sucede antes, y se transforman primero las conciencias para luego tomar el poder. De este modo, la fuerza pasa no solo a través de los partidos y movimientos revolucionarios, sino también a través de las organizaciones populares, "que representan como las "trincheras" y las fortificaciones permanentes en una guerra de posiciones"[20].

Sin intentar convertir al gramscismo en tema específico de este análisis, es claro que para los cultores de la revolución el principal problema es la revolución de los paradigmas, los valores y las creencias, y la demolición del orden creado a lo largo de los siglos sobre una sólida base judeo cristiana que se fundió con lo mejor de la herencia intelectual griega e institucional romana para formar lo que fue el mundo occidental. Des-construyendo la religión, las instituciones, el orden jurídico, las costumbres, la familia, es posible ganar el corazón del hombre. Y con el dominio del corazón del hombre, la revolución cultural está en condiciones de obtener una gran victoria. ¿Será una victoria definitiva?

Lo cierto es que la cultura del siglo XX que conocimos, se fue degenerando y perdiendo su forma y significado. Y así hoy se “acepta con igual entusiasmo el canto gregoriano y MTV; la Biblia y el Satanismo, la filosofía Tomista y el post-modernismo, Freud y San Agustín, el ballet clásico y el break dancing. Y todo ocurre al mismo tiempo, a menudo lado a lado, sin coherencia o unidad alguna”[21]

Veamos dos casos de “revolución cultural” aparentemente separados en el tiempo y la geografía: Rusia y España.

En Rusia, desde el comienzo de la revolución, la transformación de leyes, costumbres y normas para destruir la familia tradicional fue uno de los “vectores” de lucha predilectos. Baste señalar el Código Familiar de 1918 sobre matrimonio, familia, custodia de los hijos, y la liberalización del aborto. Durante bastante tiempo se favorecieron las uniones libres y se crearon oficinas para registrar casamientos y tramitar divorcios exprés en 15 minutos. Ya figuraba entre los objetivos de los marxistas y anarquistas rusos el voltear la dupla del “trono y el altar”, y luego abolir el matrimonio y le familia, considerados como “plagas o azotes de la humanidad”. Federico Engels, en “El origen de la familia, la propiedad y el estado” afirmará que  “bajo el comunismo, las relaciones entre los sexos serán una cuestión estrictamente personal, que solo conciernen a los individuos interesados y en la cual la sociedad no tendrá que intervenir”. A la libertad de casamiento, corresponderá también la libertad de divorcio. En diciembre de 1917 se instituye en Rusia por decreto la “laicización” del matrimonio, la igualdad absoluta entre esposos, y la abolición de diferencias entre hijos legítimos e ilegítimos, y el divorcio. En 1920 se legaliza también el aborto gratuito. Los resultados fueron tan catastróficos que en 1936 se emite una nueva legislación que prohibía el aborto, protegía la maternidad, aumentaba significativamente el costo del divorcio (salvo para las mujeres de detenidos, para quienes el divorcio era unilateral y gratuito). En 1944 otro decreto refuerza la protección del matrimonio y de la maternidad, considerándose a Stalin como “el protector de las familias y el padre de los pueblos”. En 1955 se vuelve a autorizar el aborto, y el divorcio se hizo más fácil. 

Setenta años después en España se produjo ese tipo de cambios, y rápidamente se fueron introduciendo nuevas leyes, a través de las cuales la revolución cultural logró fijar un nuevo marco de referencia obligatorio para toda una nación: divorcio (1981), despenalización del aborto (1985),ley sobre Técnicas de Reproducción Asistida (1988), ley que permite el llamado matrimonio civil entre personas del mismo sexo (2005), ley del divorcio «exprés» y del «repudio» (2005), introducción de la asignatura «Educación para la ciudadanía» para hacer presente la ideología de género en la escuela (2006), ley sobre técnicas de reproducción humana asistida (2006), ley Aido sobre la interrupción del embarazo y la salud sexual y reproductiva (2010), ley de investigación biomédica (2011), leyes autonómicas sobre «Identidad y expresión de género e Igualdad social y no discriminación» (Madrid, 2016) y ley sobre transexualidad (Valencia, 2017).

¿Estamos una vez más en un esquema de Civilización o barbarie? Volviendo al amplio marco de referencia de la historia, verificamos que las civilizaciones y las naciones, nacen y mueren. Es abundante la historiografía sobre los procesos que acompañan el nacimiento, la expansión, la decadencia y la muerte de sociedades humanas que parecían destinadas a perdurar para siempre. La visita de las ruinas de las grandes civilizaciones basta para constatar la vulnerabilidad de la obra del hombre. En este contexto, tal vez la alternativa entre civilización o barbarie siga siendo la gran opción. Will Durant se refería así en 1944 a la decadencia de Roma: “Una gran civilización no se conquista desde fuera hasta que se haya destruido a sí misma por dentro. Las causas esenciales del declive de Roma radicaron en su propio pueblo, su moral, su lucha de clases, en el fracaso de su comercio, su despotismo burocrático, sus impuestos asfixiantes, sus guerras desgastantes”. [22]

La muerte de Dios

Siendo el progreso espiritual necesario, y habiendo un efecto integrador de la fe y un efecto desintegrador en la carencia de fe, vemos que la llamada “muerte de Dios” también escoltó en los últimos tres siglos a la revolución cultural."Los hombres han olvidado a Dios", y sin progreso espiritual no hay salida. Solzhenitsyn, al relacionar la ausencia de Dios con la revolución, focaliza la atención sobre uno de los puntos principales sobre los trata su reflexión y su obra literaria. El que quiera cercarse a la realidad y entender la revolución al modo de Solzhenitsyn, deberá ascender en el conocimiento por el mismo camino. La manifestación más clara de su pensamiento se encuentra en la conferencia que pronunció -en primera persona del singular y lejos de los personajes de sus escritos- en el Guildhall de Londres donde al recibir el premio Templeton en 1983, expresa con toda claridad: “Siendo ya niño, hace más de medio siglo, muchas veces oí decir a las personas mayores, para explicar las terribles convulsiones que habían quebrantado Rusia: “los hombres se han olvidado de Dios, esa es la causa de todo”. Desde entonces, he dedicado casi medio siglo al estudio de nuestra revolución. He leído cientos de libros. He reunido centenares de testimonios personales, y –para empezar a despejar los escombros- he escrito ya ocho volúmenes. Ahora bien, si me pidieran hoy precisar en forma breve, la causa principal de esa revolución devastadora, que nos ha devorado más de 60 millones de individuos, no encontraría nada mejor que repetir: “los hombres se han olvidado de Dios, esa es la causa de todo”.” Y la revolución, es universal: “… los sucesos de la revolución rusa no pueden entenderse hoy, en este fin de siglo, sino sobre el marco de fondo de lo que ocurre en los demás países. Hay un proceso universal que se perfila claramente. Si se me exigiera señalar, en una fórmula breve, el rasgo principal de este siglo XX, nuevamente no encontraría nada más exacto, más sustancial que decir: los hombres se han olvidado de Dios.” 

Con el olvido de Dios, la lucha por la revolución se vuelve militante y activamente una lucha contra la religión 115. Dostoievski pensaba que “la Revolución debía comenzar necesariamente por el ateísmo”. Solzhenitsyn lo confirma: “Verdaderamente es así. Pero el mundo no había conocido hasta ahora a un ateísmo como el marxista: organizado, militarizado y encarnizado. En el pensamiento filosófico y en el corazón mismo de la psicología de Marx y de Lenin, el odio a Dios constituye el impulso inicial, previo a todos los proyectos políticos y económicos. El ateísmo militante no es un detalle, no es un elemento periférico ni una consecuencia accesoria de la política comunista: es su eje central. Para alcanzar su fin diabólico, ella necesita disponer de un pueblo sin religión y sin patria.”

Omitir o negar la existencia de Dios tiene sus consecuencias directas en la vida misma de la sociedad. En estos días, Regis Nicoll [23] analiza las consecuencias del abandono de Dios por la sociedad, afirmando que “esa ruptura lleva a la ruptura social, enlazando el enfrentamiento de Satán con Dios, la rebelión del hombre y las repercusiones en una cultura sin valores. La ruptura del orden moral –uno de los objetivos de la revolución- lleva irremediablemente a la ruptura del orden social.” De este modo se relaciona también a la revolución cósmica con la revolución cultural. “Debido a que Dios, la Fuente del ser, es social, nosotros, hechos a su imagen, también somos sociales. Por esta razón, la alegría, la paz y la plenitud para las que fuimos creados se experimentarán solo en la medida en que estemos unidos verticalmente hacia El y horizontalmente hacia cada uno de nuestros semejantes. También significa que cuando trabajamos para restaurar lo que Satanás ha dividido (nuestras relaciones con Dios, esposos, vecinos y con la naturaleza) cumplimos con las directivas divinas de amor, discipulado y mayordomía.”

Uno podría sentirse más inteligente pensando que la humanidad “no tiene la culpa” de la elección y decisión equivocada de Adán y Eva, pensando aún que es el mejor ejemplo de lo que no hay que hacer, y que los resultados han sido simplemente los naturalmente derivados de sus causas, aunque no nos sea posible comprender todo el proceso, todavía. Después de todo, lo que sucede en toda la humanidad es el resultado de la acción humana, por naturaleza libre y responsable. No hay nada nuevo bajo el sol. Pero Nietzsche expresa con claridad el extravío humano: “¡Dios ha muerto! ¡Dios sigue muerto! ¡Y nosotros lo hemos matado! ¿Cómo nos consolaremos los asesinos de todos los asesinos? Lo más sagrado y lo más poderoso que hasta ahora poseía el mundo, sangra bajo nuestro cuchillo — ¿quién nos enjuagará esta sangre? ¿Con qué agua lustral podremos limpiarnos? ¿Qué fiestas expiatorias, qué juegos sagrados tendremos que inventar? ¿No es la grandeza de este hecho demasiado grande para nosotros? ¿No hemos de convertirnos nosotros mismos en dioses, sólo para estar a su altura? ¡Nunca hubo un hecho más grande —todo aquel que nazca después de nosotros, pertenece a causa de este hecho a una historia superior que todas las historias existentes hasta ahora!» “

Esta afirmación (las manchas de sangre nos recuerdan las de Lady “Macbeth”…)  implica dejar de reconocer un orden cósmico, y en consecuencia eliminar al mismo Dios como fuente de toda norma moral que pueda ser reconocida y acatada universalmente por la sociedad humana. Así se pasa del teocentrismo al antropocentrismo, y luego al mismo nihilismo.

Algunas conclusiones, ya avanzado el siglo XXI

Solzhenitsyn realiza magistralmente un balance sobre el siglo XX en su discurso del Premio Nobel. Allí delimita y describe un teatro de operaciones que abarca el siglo completo: “…nuestro Siglo XX ha demostrado ser más cruel que los siglos precedentes y los horrores de sus primeros cincuenta años no se han borrado.”Las pasiones de la época han sido las de siempre: “…nuestro mundo está siendo sojuzgado por las misma viejas pasiones de la época de las cavernas: codicia, envidia, descontrol, mutua hostilidad; pasiones todas ellas que, con el paso del tiempo, se han conseguido seudónimos respetables tales como lucha de clases, conflicto racial, disputas sindicales.” Y el hombre, extraviado, ha abandonado los principios por los “beneficios” que van a definir la “felicidad” de cada uno y de su grupo de pertenencia. Así, “… en nuestras almas no existen los eternos, universales, conceptos de bondad y de justicia; que son fluctuantes e inconstantes. De lo que se desprende la siguiente regla: haz siempre lo más provechoso para tu facción. Cualquier grupo profesional, ni bien percibe una oportunidad favorable para arrancar un pedazo, aunque no lo haya ganado, aunque le sea superfluo, lo arranca inmediatamente y no le importa si la sociedad entera se derrumba después.”

El escritor ve claramente la actualización del tema de la Torre de Babel: “Tal como se lo ve desde afuera, la amplitud de las disputas de la sociedad occidental se está aproximando al punto más allá del cual el sistema se vuelve inestable y no puede sino desmoronarse”. Nos cuenta que ha ido descubriendo un mundo contemporáneo deshumanizado: “…. un mundo en dónde algunos lloraban lágrimas desconsoladas mientras otros bailaban al ritmo de la música alegre”. También se plantea “el problema de la grieta”: “… ¿por qué es que las personas no pueden escuchar cada sonido distintivo que sea proferido por los demás?”. En las diferentes visiones del mundo y escalas de valores, encuentra una explicación, porque “…desde tiempos inmemoriales el ser humano está hecho de tal modo que su experiencia personal y grupal determinan su visión del mundo, en la medida en que esta cosmovisión no le haya sido instilada por sugestión externa. La experiencia personal y social determina también sus motivaciones y su escala de valores, sus acciones e intenciones. … Y ésa es la base más sólida para la comprensión del mundo que nos rodea y de la conducta humana que en él se desarrolla. Pero con el paso de los siglos se fueron produciendo cambios. Durante mucho tiempo,  “... a los seres humanos individuales les fue posible percibir y aceptar una escala general de valores, distinguir entre lo que es considerado normal y lo que no lo es, saber qué es increíble, qué es cruel y qué se encuentra más allá de los límites de la maldad, qué es honesto y qué es engaño.”

Hoy sigue en juego en los grandes conflictos políticos la ambición y el poder, acompañados de la penetración ideológica que sirve de pantalla, de pretexto y de instrumento a los apetitos humanos. El puñado de líderes que ocupa en estos momentos los lugares centrales que afectan el equilibrio en la política internacional, tienen poder y capacidad de desestabilización. En la búsqueda o con el pretexto de la “legítima defensa” están en condiciones de hacer mucho, bueno o malo, por o contra la armonía del desarrollo mundial.

Avanzado ya el siglo XXI es visible un “neo marxismo estratégico y cultural” y se comprende cada vez más claramente la precisión y claridad de las advertencias de Solzhenitsyn expresadas en su discurso de Templeton: “Occidente no ha sufrido todavía la invasión comunista; la religión aquí es libre. Pero su itinerario histórico ha desembocado en un marchitamiento del sentimiento religioso. Ha sufrido también cismas desgarradores, enfrentamientos y sangrientas guerras religiosas. Y –casi no hay necesidad de decirlo- desde la baja Edad Media, Occidente ha sido invadido de forma progresiva por el secularismo. Para la fe, esta amenaza –no de un exterminio exterior sino de una anemia interna- puede ser todavía más grave. Imperceptiblemente en Occidente el sentido de la vida se ha desgastado en el curso de los años hasta reducirse a la sola “conquista” de la felicidad, que se inscribe incluso en las Constituciones. No es solo en este siglo que se han desvalorizado las nociones del bien y del mal, hábilmente sustituidas por argucias sin fundamento, ya sean éstas de clase o de partido. Desde entonces se tiene vergüenza en apelar a conceptos inmutables. Se tiene vergüenza en admitir que el mal anida en el corazón del hombre antes de penetrar en los sistemas políticos; pero habitualmente nadie tiene vergüenza de ceder al mal integral. Y sobre la pendiente de estas concesiones, en el espacio de una generación, Occidente está a punto de deslizarse sin remedio en el abismo. Las sociedades occidentales pierden cada vez más su sustancia religiosa, y abandonan alegremente su juventud al ateísmo. Los maestros ateos educan a la juventud en el odio hacia la sociedad en la que viven. En su permanente actitud crítica, pierden de vista el hecho de que los vicios del capitalismo son vicios inherentes a la naturaleza humana, a los que se les ha dado libre curso siguiendo la huella de los otros derechos del hombre ; y de que, bajo el comunismo … estos mismos vicios no conocen ni freno ni control en todos aquellos que poseen una migaja de poder (en cuanto al resto de la población, efectivamente ha conquistado la igualdad pero en la esclavitud y en la miseria). Este odio, atizado sin cesar, impregna hoy toda la atmósfera del mundo libre; la extensión de las libertades personales; el auge de las conquistas sociales e incluso del confort no hacen paradojalmente otra cosa que acrecentar este odio ciego. Las sociedades desarrolladas de Occidente prueban hoy día que la salvación del hombre no está en la abundancia material ni en el éxito económico.”

Para Solzhenitsyn, como lo señalara en Harvard, el combate es de características cósmicas y exige también una visión cósmica del mundo: “Pero el combate por nuestro planeta, físico y espiritual, un combate de proporciones cósmicas, no queda para un lejano futuro; ya ha comenzado. Las fuerzas del Mal han comenzado su ofensiva decisiva. Ustedes sienten la presión que ellas ejercen, y sin embargo, vuestras pantallas y vuestros escritos están llenos de “sonrisas forzadas” y de copas alzadas en señal de brindis: ¿Por qué toda esa alegría?”

Cualquiera que quisiera elaborar una estrategia de poder alternativo, no debería hacerlo entonces como un programa de dominación y ni con la pretensión de diseñar las bases para un programa electoral, o una alianza para “defender las instituciones”. Tampoco le alcanzará un mero análisis pragmático de la economía y de la política para enfrentar el desafío de la época. Si se comprende el fenómeno de la revolución, se ve claramente que esta va mucho más allá de las explosiones históricas que son las que más impresionan y llaman la atención. La memoria de más de cien millones de víctimas que perdieron la vida en el siglo XX debería llevar a la reflexión.

En la medida en que el hombre occidental -de hecho cientos de millones de personas- vaya perdiendo sus principios y convicciones milenarias, no sepa porqué vive, no esté seguro acerca de la esencia del matrimonio y de la familia, no asuma la educación como responsabilidad que los padres no pueden delegar al estado, no tenga conciencia de sus responsabilidades morales y cívicas, no se plantee con seriedad el fin del uso de su propia libertad, habrá ido debilitando y abandonando sus "trincheras" y sus "fortificaciones", y de a poco habrá perdido la guerra, en el marco de una paz aparente y de una violencia esterilizada. Inversamente, el que comprenda que la principal causa de la crisis es moral, también reconocerá que el remedio también lo es. Y cuando una parte significativa de la sociedad tenga como fines propios y asumidos el procurar conocer y difundir la verdad y trabajar por el bien común, las soluciones técnicas y prácticas surgirán espontáneamente. Afirmaba hace poco Jonathan Sacks, Rabino Jefe de las congregaciones judías de la Commonwealth: “Estabilizar el euro es una cosa; sanar la cultura que lo rodea es otra. Un mundo en el que los valores materiales constituyen todo y los valores espirituales son nada, ni genera un Estado estable ni una buena sociedad. Ha llegado el momento para nosotros de recobrar la ética judeo-cristiana de la dignidad humana a imagen de Dios.”[24]

Sabemos que la libertad tiene un precio elevado, y que aunque la servidumbre pueda ser impuesta a través de la coerción externa, requiere de la sumisión interna para serlo de manera estable.

En su discurso de Templeton, Solzhenitsyn nos recuerda que ya “Dostoievski advirtió que "los grandes acontecimientos podían venir sobre nosotros y captarnos intelectualmente desprevenidos". Esto es precisamente lo que ha sucedido. Y predijo que "el mundo será salvo sólo después de haber sido poseído por el demonio del mal". Si realmente se salvará, tendremos que esperar y ver: esto dependerá de nuestra conciencia, de nuestra lucidez espiritual, de nuestros esfuerzos individuales y combinados frente a las circunstancias catastróficas. Pero ya ha sucedido que el demonio del mal, como un torbellino, triunfa alrededor de los cinco continentes de la tierra...” Por eso es necesario volver a reubicarse en un sentido integral de la historia. Como ejemplo, el escritor ruso señala como la fe ortodoxa integraba las personas, el pueblo y la nación: “En el pasado, Rusia conoció una época en que el ideal social no era la fama, ni las riquezas, ni el éxito material, sino un modo de vida piadoso. Rusia estaba entonces empapada en un cristianismo ortodoxo que permaneció fiel a la Iglesia de los primeros siglos. La ortodoxia de ese tiempo sabía cómo proteger a su pueblo bajo el yugo de una ocupación extranjera que duró más de dos siglos, mientras que al mismo tiempo defendía los golpes inicuos de las espadas de los cruzados occidentales. Durante estos siglos la fe ortodoxa en nuestro país pasó a formar parte del patrón mismo del pensamiento y la personalidad de nuestro pueblo, las formas de vida cotidiana, el calendario de trabajo, las prioridades en cada empresa, la organización de la semana y del año. La fe era la fuerza formadora y unificadora de la nación.”

Daniel J. Mahoney reafirma la relevancia de las ideas de Alexander Solzhenitsyn [25]  al afirmar que [26]: “la experiencia de la revolución ideológica nos enseña que todas las formas de maniqueísmo que afirman saber con certeza quién es una víctima y quién es un victimario, carecen de auto-conocimiento, de prudencia política y de sabiduría espiritual, idea que es mejor transmitida por Solzhenitsyn en El Archipiélago Gulag. En un pasaje memorable escribe que “la línea que separa el bien y el mal no pasa a través de los estados, ni entre las clases, ni entre los partidos políticos, sino a través de cada corazón humano, y a través de todos los corazones humanos. Esta línea cambia. Dentro de nosotros, oscila a través de los años... Es imposible expulsar el mal del mundo en su totalidad, pero es posible reducirlo dentro de cada persona” Palabras de sabiduría para todos los tiempos, y muy relevantes en momentos en que un moralismo político "políticamente correcto" (paradójicamente arraigado en un relativismo dogmático) se afianza en el mundo occidental. En Occidente necesitamos, como nunca antes, recurrir a la mejor sabiduría anti-totalitaria. Este camino de elevación espiritual y política que apunta a unir, lenta pero seguramente, a la política y a la conciencia, a la libertad y a la auto-limitación moral, con un saludable respeto  por los límites y las  imperfecciones humanas se encuentra entre las mentiras utópicas y la indiferencia moral posmoderna. Es un camino arduo que no tiene nada que ver con falsas esperanzas ni con utópicas ilusiones”

Frente al secularismo, al relativismo, a la apatía solo nos queda resignarnos a la desilusión o volver a las bases.



[1] (texto preparatorio para la presentación de la recepción en Academia del Plata – 20-4-2021)

[2] Hillaire Belloc, Así ocurrió la Reforma, THAU, 1984

[3] ¿Es el cristianismo una historia? por Michael De Sapio - 2 de febrero de 2021 .  

[4] “Recuerden la Escritura: Ni ojo vio, ni oído oyó, ni por mente humana han pasado las cosas que Dios ha preparado para los que lo aman.” Primera Carta de San Pablo a los Corintios

[5] -sin necesidad de hacer muchas aclaraciones adicionales-

[6] Carlos Alberto Sacheri en Naturaleza humana y relativismo cultural reservaba “  … la palabra civilización para nombrar el reconocimiento colectivo e una jerarquía dada de valores esenciales, mientras que el término cultura expresará el conjunto de manifestaciones concretas de la vida humana en un pueblo determinado“

[7] Jacques Maritain, Filosofía De La Historia, Club De Lectores, 1985)

[8] en su discurso de Harvard

[10] John Frederick Charles Fuller, militar, historiador y estratega británico The Conduct of War, 1789-1961 (Rutgers University Press, 1961)

[11] Gustave Gautherot, Le monde communiste, Spes, Paris, 1925

[12] “El 9 de termidor del año II (27 de julio de 1794) cae Robespierre y la República Francesa pasa  del dominio de los jacobinos, al de los republicanos conservadores, a quienes se  llamará “termidorianos” ” https://es.wikipedia.org/wiki/Reacción_de_Termidor

[13] en Ana Karenina

[14] Jim Nelson Black, When Nations Die (Wheaton, IL: Tyndale, 1994)

[15] En “The Last Speech: “A Thing Called Civilization””, Sir Roger Scruton, Septiembre 19, 2019 ISI – Struton murió el 12 de enero de 2020)

[16] Ya durante la guerra civil de 1918 a1921, se encarcelaron entre 150 000 a 400 000 « enemigos del pueblo : menchevique, contrarevolucionarios, desviacionistas del propio partido comunista, victimas de la depuración, y enemigos de clase y el ultimo campo de trabajo correccional se cerró en 1991. Los campos nazis se crearon a partir de 1933 y se cerraron al final de la segunda guerra mundial, aunque Speziallager Sachsenhausen, Speziallager Mühlberg y Internierungslager Buchenwald, fueron campos que los sovieticos continuaron utilizndo de 1945 à 1950, dependiendo del NKVD, y luego del MVD.

[17] “Le monde communiste”, Spes, Paris, 1925

[18] Walter Benjamin, note préparatoire aux Thèses, dans : GS I, 3, p.1232, cité dans : Michael Löwy, La révolution est le frein d’urgence, op.cit.p.157  

[19] Lecciones de la Revolución de Octubre, artículo publicado en El Manifiesto de Javier R. Portella

[20] Cuadernos, III

[21] Harold O.J. Brown “The Sensate Culture – Western Civilization between chaos and transformation” 1996

[22] César y Cristo, Editorial Sudamericana, 1948

[23] What the Trinity Reveals About God and Us, Regis Nicoll - Regis Nicoll is a retired nuclear engineer and a fellow of the Colson Center who writes commentary on faith and culture. His new book is titled Why There Is a God: And Why It Matters.  https://www.crisismagazine.com/2018/trinity-mystery-revealing-nature-god

[25] … que ha pasado por todo el siglo XX como un importante piloto de tormenta intelectual y protagonista de la lucha, y que resalta la importancia del papel de cada ser humano en el  lugar específico donde lo encuentra la vida

[26] “Más allá de la mentira ideológica: la revolución de 1989 treinta años después” Noviembre 2019 https://www.lawliberty.org/liberty-forum/beyond-the-ideological-lie-the-revolution-of-1989-thirty-years-later/

 

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