Sobre el deseo
Por Glenn Hughes (*)
Debido a que hemos aparecido, emergido, en una situación, es
que podemos pertenecernos a nosotros mismos, al cosmos y al fundamento del ser. Corporalmente
fui concebido, gestado y salí del útero: en un tiempo y en un lugar. Soy
un continuo físico con el mundo; y soy una unidad física discreta dentro
de ella misma. El mundo a mi nacimiento fue floreciendo vivo a mis
sentidos, ligero, frío y aromático; luego lo recibí a través de líquidos y
sólidos. Y fui haciéndome más grande.
Siendo humano, crecí hacia y en la comprensión.
Desde el principio se fue extendiendo mi cuerpo, en esa
combinación de exigencia física y curiosidad que nos define, un alcance que
siempre fue sucediendo en relación: en relación con el resto del cosmos
físico, pero más importante en relación con otras personas, otros sujetos. Como
diría Heidegger, ser humano es siempre un "ser-con". Y como un “ser-con”,
desde el principio anhelaba que mi físico fuera tocado, visto y amado—en mi
repentinamente discreta separación como cuerpo— de modo de poder encontrarme
cómodamente adaptado a mi vida humana.
Siendo humano, crecí también en y hacia la comprensión.
Debido a que un ser humano es corporal y tiene una ubicación,
algunos pensadores de mayor o de menor nivel, llegan a la conclusión de que el
comportamiento de un individuo está absolutamente determinado. Agregue
usted todos los impactos de la ubicación, afirman, y todos los comportamientos se
producen inevitablemente. Pero la verdad extraordinaria es que llega a
desempeñar su parte en el drama individual de cada uno, a medida que nos vamos desarrollando,
la libertad genuina —la libertad de atención, de reflexión, de elección. Así
que me doy cuenta, en algún momento del camino, que formarme me corresponde a
mí, que la historia de mi vida no está ya establecida, no está ya predestinada,
sino que es también autodirigida. Como escribe Martin Buber: el destino
más la libertad es igual al destino.
¿Cómo sucede esta libertad? No me refiero en el sentido
de su "fundamento" (la inimaginable libertad de la que toda libertad ubicable
se deriva), sino en términos de su aparición en mí, la
libertad que uno podría decir: ¿es el crucial y supremo “yo”?
Esta es una forma de pensarlo. Ya de niño una iluminación
está presionando en mí hacia la percepción de las cosas: un deseo de comprender
y conocer las cosas, que es diferente de la experimentada por cualquier animal
que sea meramente animal. Este deseo, incluso en el infante, es ya
una noción incipiente de la realidad, del ser. Quiero
desde el principio el tipo de descubrimiento que es la aprehensión de los
significados. En la curiosidad más temprana del niño este ya tiene
instinto de conocimiento; la potencia de descubrir ya está presente en el
infante. Y durante mucho tiempo, mientras soy joven, la maravilla de la
comprensión me impulsa hacia adelante. Bien podría estar afligido,
disuadido e incluso a veces castigado por los descubrimientos; pero sigue
alimentando el deseo de comprender la alegría nativa de ser una participación
creada en una luz aún no creada.
Sin embargo, ¿qué hay de todos los demás deseos, empezando por
los de las necesidades corporales y emocionales, sobre las cuales es mucho más
fácil de discutir que acerca de nuestro deseo de aprehender
significados? Un ser humano es una multitud sumamente compleja de deseos precisos,
muchos de los cuales nos llevan a la comunión con lo verdaderamente bello y lo
verdaderamente sublime, cumpliendo la trayectoria de los objetivos sensoriales
y emocionales. Sin embargo, el deseo distintivamente humano de
convertirse en una historia personal y humana, que se despliega junto con
nuestros otros deseos, es el deseo de comprender; ese es el anhelo que conduce
a la comprensión y que se sigue constantemente para buscar una mayor
comprensión. Los miedos y las atracciones, los impulsos, los sentimientos
de todo tipo son humanos sólo porque se refractan en el prisma de
la comprensión (aunque sea levemente). Es encontrar y hacer significados en
lo que consiste el métier humano.
Los significados se acumulan para nosotros, conforman nuestro
mundo humano, y como todos saben, cuanto más significados llegamos a conocer,
más significados reconocemos que están más allá de nosotros. En nuestra
orientación más pura y atenta a aquello en lo que estamos situados, el cosmos,
deseamos que todo tenga sentido, queremos comprender
qué es el ser, qué es ese todo del que estamos
hechos. Después de todo, ¡sólo conociendo el significado del todo, podría
conocer el significado de la parte del todo que soy yo mismo!
Preguntémonos: como forma distintiva de participar en el todo,
¿qué es este querer saber todo sobre todo aquello que me
define como humano? Convertirse en todo lo que la mente toca a través de
la comprensión es una potencia. "Convertirse" aquí no es una
metáfora. La mente humana se convierte, de hecho, en aquello que
comprende.
Para nosotros esta extraña verdad de la cognición, primero
articulada sistemáticamente por Aristóteles, ha sido oscurecida por varias
influencias. Primero, la del cartesianismo simplista; segundo por las lúgubres
consecuencias de cada variedad del Departamento del Reduccionismo Materialista,
y tercero, por la propensión -por todos y en todas partes- de imaginar que cualesquiera
sean los objetos sobre los que el sujeto podría estar investigando y se está
preguntando, estos mismos por el otro lado se enfrentan unos a
otros como objetos físicos en el espacio.
El sujeto es imaginado estar "aquí" (en algún lugar
de la cabeza), y a todo lo demás se lo imagina como estando "ahí
fuera", o con respecto a los objetos que de alguna manera también
están "dentro" del yo, como estando "también en
aquí." Todo este tipo de pensamiento está basado en la suposición de
que la mente y todo lo demás son simplemente objetos espaciales que existen uno
al lado del otro, uno fuera del otro.
Pero la realidad respecto de la mente y sus operaciones es por
el contrario sorprendente, divertida y emocionante. Aristóteles planteó la
cuestión de manera sucinta: la inteligencia en acto y lo inteligible en acto
son una y la misma cosa. ¿Por qué? Porque un objeto
comprendido (ya sea una manzana, un hecho o una emoción), en la medida en que de
hecho se comprende, constituye un patrón de significado inteligible; lo
que posee la inteligencia a través del discernimiento es ese mismo patrón
de significado; y esta "forma" (como la llamaron Platón,
Aristóteles y Tomás de Aquino) es idéntica en el entendimiento y en lo entendido. Así se
actualiza el potencial de la mente para convertirse, digamos,
en la manzana. La manzana material existe sobre la mesa; pero la
forma de la manzana no es menos real en mi mente que en ella, y una forma es
idéntica a la otra. Nada de esto es incompatible con la independencia
real de la manzana física respecto de mi concepción de ella.
Entonces: ¿qué quiero finalmente llegar a ser a través de la
comprensión? Todo. Ese es el deseo natural de toda persona. Y
este anhelo irrestricto no carece de emoción. Es un anhelo ,
un cuestionamiento saturado de anhelo, que se manifiesta más libremente en los
ojos del infante y en el desenfrenado entusiasmo del niño pequeño.
El flujo corporal de "otros deseos" —impulsos, instintos,
posesividad, compulsiones, tiranías de la lujuria por el placer y la comodidad,
el retroceso de los miedos y las repulsiones— todos estos rodean, contextualizan
e interfieren con el deseo de comprender. Pero estos otros deseos también
se encuentran entre los animales. Aunque es solo humano el deseo de
comprender y conocer, y luego amar conscientemente —el proyecto
más elevado y el propósito último del conocimiento, de todo conocimiento—. Su
presencia es la personalidad, y su cumplimiento, en su incrementalidad, es la
realización del espíritu.
Usando el término en este sentido, ¿es el "espíritu"
—siempre en marcha como el flujo de un cuestionamiento irrestricto basado en mi
ser situado corporalmente— lo que es más que nada el “yo
mismo”? ¡Ciertamente! ¿Qué soy yo"? ¡Soy un espíritu
individual situado!
El resurgir de mí mismo como espíritu, sin embargo, no fue
obra mía. La personalidad humana, aunque soy yo mismo, es también la
base del ser mismo, emergente dentro del desbordamiento del ser creado, a
la búsqueda consciente de sí mismo.
Esta búsqueda, tal vez sea innecesario decirlo, puede
extraviarse. Los deseos descarriados pueden alejarme de la
personalidad. (Es decir: se puede decir que son deseos “descarriados” los
deseos que me alejan de la personalidad). Para ser más específico: hay deseos
que permito que me alejen de la comprensión, del conocimiento,
de la elección bien y del amor. Cuando sucumbo a tales deseos, ¿es esa
"mi" elección? ¿Estoy convirtiéndome en “yo” también a través de
ellos?
La respuesta es complicada. Digamos simplemente que el
espíritu puede elegir la falta de espíritu. Y lo hace.
Glenn Hughes es profesor de filosofía en St. Mary's University
en Texas. Es autor de varios libros, entre ellos Trascendencia e Historia
(Missouri, 2003); Una pregunta más hermosa (Missouri, 2011); y
coeditor, con Charles Embry, de The Eric Voegelin Reader: Politics, History,
Consciousness (Missouri, 2017).
(*) Traducción de Pablo López Herrera
Leer más aquí (Fuente: https://voegelinview.com/)
No hay comentarios:
Publicar un comentario