Translate

martes, 31 de enero de 2012

La reforma del sistema monetario internacional según Justicia y Paz: un texto que debe invitar a la reflexión | Jean-Yves Naudet 05-11-2011

La reforma del sistema monetario internacional según Justicia y Paz: un texto que debe invitar a la reflexión

05 de noviembre 2011 | Jean-Yves Naudet *


A la lectura de los comentarios de diversos medios sobre el texto publicado el lunes 24 de octubre de 2011 por el Consejo Pontificio para la Justicia y la Paz, bajo el título "Para la reforma del sistema monetario internacional desde la perspectiva de una autoridad pública con competencia universal", es claro que este documento no hace la unanimidad, ya sea entre los especialistas o profesionales de estas cuestiones, ni para los católicos en general. Como tales, estas diversas reacciones no son un mal y es normal que un texto de un cuerpo de la Iglesia Romana no haga la unanimidad: ¿no hace falta que los cristianos hablen a tiempo y a destiempo? Pasado el momento de emoción, olvidadas las reacciones exageradas tan pronto como se formularon, ¿no ha llegado el tiempo, en particular para un economista católico, para examinar el texto calmamente y con sangre fría, sin a priori, y con el respeto debido a las instituciones de la Iglesia? Libertad política nos ha invitado a ello desde la semana pasada, con el texto de Thierry Boutet, que con un enfoque muy respetuoso, pero sin ocultar las dificultades que podría plantear el texto, invitaba a prolongar el debate iniciado por el documento.

Elementos doctrinales y elementos prudenciales

Debe quedar claro desde el principio que este texto no es ni una encíclica papal, ni un texto publicado por una "oficina oscura" de la Santa Sede, como lo han sugerido algunos comentaristas anglosajones. En la jerarquía de los textos de la Iglesia, fuera de las pocas declaraciones en relación con el dogma estricto (como la Inmaculada Concepción y la Asunción), las encíclicas emitidas por los papas tienen una fuerte dimensión doctrinal. Pero incluso ellas pueden abordar cuestiones de prudencia respecto a los hechos "de la historia reciente", para los cuales, como señaló Juan Pablo II, "no se entiende expresar juicios definitivos desarrollando esas consideraciones, ya que, en ellas mismas, no entran en el marco propio del magisterio," contrariamente a los "principios que pertenecen al patrimonio doctrinal de la Iglesia que, como tales, comprometen la autoridad de su magisterio"(Centesimus annus § 3) .

Esta distinción se aplica incluso con más fuerza al texto publicado por el Pontificio Consejo, que aborda con amplitud e incluso en propuestas concretas, el "terreno prudencial", en el cual es necesaria la iluminación de las ciencias sociales y que no compromete una dimensión doctrinal, para decirlo claramente, de las propuestas que están abiertas a debate. En este sentido, aquellos que ven en él un cambio doctrinal o una ruptura con las enseñanzas de Juan Pablo II, o incluso de Benedicto XVI, se equivocan en el análisis. Por otra parte, la parte del texto que se refiere a los principios morales que sostienen la acción económica, no son tema de debate, tanto más que las encíclicas de Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI se citan con frecuencia. Sobre este lado moral, incluso de recordatorios doctrinales, no hay ningún nuevo aporte, que no sería el papel de un Consejo Pontificio, sino del magisterio al más alto nivel. Por el contrario, hay recordatorios que son bienvenidos, sin duda conocidos por los especialistas, pero que era apropiado en la actual situación económica y financiera, recordarlos a los creyentes y a los hombres de buena voluntad.

Los recordatorios se refieren a la dignidad de cada persona y a la importancia del bien común. Sobre este último punto es probablemente la frase más citada en el texto, y uno no puede sino complacerse en ver el bien común así puesto en el centro del debate, sobre todo cuando se constata la evolución actual de la política, tanto en Francia como en el plano internacional; y en vísperas de una elección presidencial, los franceses deberían ser particularmente sensibles. Pero nuestros contemporáneos no saben en general lo que es el bien común, que es a menudo erróneamente equiparado a una especie de interés general, o incluso como objetivo final y global general a ser alcanzado. Sin duda sería conveniente, en textos como éste, entregados a través de los medios de comunicación al gran público, recordar lo que es el bien común, definido por Juan XXIII como "el conjunto de las condiciones sociales que permitan a la persona llegar mejor y más fácilmente a alcanzar su potencial. " Recordar que el propósito del bien común es el desarrollo de la persona hubiera evitado algunas interpretaciones, transformando las sugerencias del Consejo Pontificio en una especie de estatismo extendido a todo el planeta. El énfasis en el bien común debe aclarar el texto, si se tiene en cuenta esta definición tan clara de Juan XXIII (Mater et Magistra § 65).

La importancia de la ética

Además, el Consejo cumple plenamente en su papel de "posta" de la palabra del magisterio cuando subraya, más allá de los aspectos técnicos de la crisis, el papel del "debilitamiento de naturaleza ética producido en todos los niveles." La dimensión moral de la crisis que estamos viviendo en la economía como en la política, sobre la que la "Fondation de Service politique" y la "’Association des économistes catholiques (AEC)" tendrán la oportunidad de volver en un próximo coloquio, debe con razón, colocarse en primer plano. Si las "autoridades morales", comenzando por la Iglesia católica no lo hacen, ¿quién lo hará? Cuando el texto del Consejo hizo hincapié en "la excesiva cantidad de dinero" que provoca las burbujas o la crisis financiera, no solo puso el acento en el análisis económico, sino también y sobre todo en la dimensión moral: la pretensión de los Estados y también de algunos agentes económicos, de vivir más allá de sus medios, de consumir más de lo que ganan, de distribuir y gastar lo que no existe y lo que no corresponde a ninguna riqueza real; lo mismo que el querer concentrar todo enfermizamente en el corto plazo, en seguida y a cualquier condición, muestra que la tendencia es sobre todo moral.

Es indiscutiblemente allí que, en primer lugar, se espera una palabra de la Iglesia, transmitida a todos los niveles. Se trata de recordar que la economía no puede funcionar sin ética. La distinción que hacía Juan Pablo II entre el capitalismo bueno y el malo pasa por la aceptación o no de esa necesaria dimensión ética. Allí donde la Iglesia es insustituible es cuando recuerda, como lo hizo el Papa Benedicto XVI en Caritas in veritate que la ética es principalmente el reconocimiento de "la dignidad inviolable de la persona humana" y "el valor trascendente de las normas morales naturales" (Caritas in veritate § 45). Estas son las palabras que nuestros contemporáneos ignoran y ese es el mensaje que la Iglesia debe recordar a tiempo y a destiempo a las personas involucradas en la política y en la economía. Pero subrayar esta dimensión ética es mostrar que más allá de las necesarias reformas técnicas, es el comportamiento en su aspecto moral el que debe ser cambiado, y esto requiere la conversión de cada uno de nosotros y la toma de conciencia de nuestras responsabilidades personales. Benedicto XVI tuvo la oportunidad de señalar que incluso con el mejor modelo económico del mundo, no sería posible construir una sociedad justa si no hay hombres justos. Esto es lo que la Madre Teresa respondió a un periodista que le preguntó qué había que cambiar en la Iglesia: "Tú y yo". Lo primero que debe cambiar en la actual situación económica es "Tú y yo". Sería lamentable que la discusión legítima de las propuestas concretas de Justicia y la Paz esconda el corazón del mensaje de la Iglesia en estas áreas, que no se refiere a la técnica económica, sino a las consecuencias morales del mensaje cristiano. Es un llamado a la responsabilidad individual, porque, si hay estructuras de pecado, son el resultado de la acumulación de pecados personales.

Contribución a los responsables

Por otra parte, Juan Pablo II había dejado claro que "La Iglesia no tiene soluciones técnicas que ofrecer". "Ella no propone los sistemas o programas económicos y políticos" (Sollicitudo rei socialis § 41). Fiel al mensaje de Cristo, no confunde a Dios y al César y no se toma a sí misma por el César, ni quiere ocupar su lugar. Uno puede entonces preguntarse ¿por qué el Consejo Pontificio formula propuestas tan precisas? Es probable que no se haya prestado suficiente atención al preámbulo: "El presente documento quiere ser una contribución ofrecida a los responsables". La crisis "es una oportunidad para el discernimiento" y "ella misma aporta la capacidad de elaborar nuevos proyectos." Pasamos entonces a otra dimensión. Pasamos al terreno de lo prudencial, o inclusive a lo técnico. La presencia de un profesor de economía junto al cardenal Turkson y de Monseñor Toso en la presentación del texto muestra que se pasa en lo que sigue del texto a brindar pistas para la reflexión, propuestas ofrecidas para el debate, y en consecuencia a la discusión legítima, incluyendo por supuesto a los creyentes. Va de suyo que sugerir la aplicación de la famosa tasa Tobin, para citar sólo un ejemplo, no compromete la fe. ¡No se está "fuera de la Iglesia" si se critica la tasa Tobin!

¿Por qué este texto ha sido entonces tan fuertemente discutido y criticado por muchos? Por supuesto debido a las propuestas específicas sobre las que volveremos brevemente. Pero también por otras dos razones. El texto no muestra claramente el vínculo entre los principios éticos reafirmados y las propuestas concretas. ¿En que un banco central mundial, o el impuesto Tobin u otros aspectos muy precisos, tales como la separación entre las diferentes actividades bancarias (especialización) o su recapitalización son más éticas que otras propuestas? Hay una especie de eslabón perdido entre los principios morales y las propuestas técnicas de política económica: se pasa de unos a otras sin ninguna justificación verdadera. ¿Por qué estas medidas y no otras?

¿Qué explicación de la crisis?

El otro eslabón que falta es la explicación efectiva de la crisis actual que estamos viviendo. Porque sin análisis económico riguroso, las propuestas pierden su pertinencia. Ciertamente que la dimensión monetaria se acentúa, pero detrás de los bancos, que se señala con el dedo, está la acción de los bancos centrales, públicos, sin los cuales la inundación monetaria, los préstamos irresponsables y las burbujas especulativas no hubieran sido posibles. Para analizar la crisis y los remedios posibles, no sólo tenemos que ver los síntomas, tales como los que acabamos de citar, sino las principales responsabilidades de los bancos centrales estatales. Del mismo modo, la crisis de las deudas soberanas ha dado lugar a movimientos peligrosos para nuestras economías, como el riesgo de quiebra de los estados, o los movimientos al alza de las tasas de interés para los países demasiado endeudados, lo que promovió movimientos especulativos. Sin embargo, estos existen sólo porque los Estados han sido irresponsables al permitir déficit presupuestarios irresponsables que ningún agente privado hubiera podido permitirse, en la creencia de que el Estado no quebraría nunca. Mentiras con los déficits y con las deudas, irresponsabilidad de financiar los “gastos operativos” con dinero que no se posee, inmoralidad de “cargar” nuestros gastos actuales para las generaciones de nuestros hijos y nietos: el desorden de las finanzas públicas nos ha llevado hasta el borde del desastre, y la crisis no ha terminado aún.

El origen de la crisis radica en el desorden monetario y fiscal, y en consecuencia  financiero, causado por los estados y los bancos centrales. El texto denuncia los desvíos que se sucedieron en la práctica: los préstamos irresponsables, las burbujas de activos, la inmoralidad de todo tipo. Todo ello es cierto. Pero son solamente los síntomas. La raíz está en los desórdenes monetarios y fiscales, que de alguna manera han permitido y alentado los otros desvíos, permitiendo así manifestarse a las malas inclinaciones humanas (los efectos del pecado original en la economía, según ha explicado el Papa Benedicto XVI). Podemos dudar que se trate de un "liberalismo económico sin reglas ni controles", ya que el Estado controla la creación de dinero y su propio presupuesto. Así como mediante su manejo de la carga fiscal, el control de los gastos y de la deuda pública, podemos dudar también de que estemos realmente en "una orientación de tipo liberal."

Es cierto que hubo muchos desarreglos en los comportamientos, pero debemos buscar las causas y los factores permisivos. "La ideología de la tecnocracia", es decir, el poder estatal dominado por la técnica, denunciado con razón en el texto, puede ser difícilmente analizado al mismo tiempo como si fuera el fruto de "la ideología liberal." Y nadie puede negar que los poderes de los Estados hayan seguido creciendo en detrimento del principio de subsidiariedad. Juan Pablo II también había criticado severamente "el estado asistencial" y su costado “desresponsabilizante” (Centesimus annus § 48). La cuestión del liberalismo es ciertamente compleja, especialmente cuando se mezcla el liberalismo filosófico, político y económico, pero es difícil sugerir que estaríamos en una especie de ultra-liberalismo, cuando el gasto público en un país como Francia alcanza el 55 % del PIB. El texto del Pontificio Consejo, centrándose más en los síntomas que en la raíz del mal, proporciona soluciones que circulan como lo hace la moda, pero que carecen de originalidad y no lograrán su propósito.

¿Cuáles son las propuestas?

La tasa Tobin está impugnada por todos los expertos y el propio Tobin ha emitido luego sus reservas negando su transformación por Attac y otros en un arma política contra el comercio mundial, al que el mismo era favorable. La recapitalización de los bancos es una cuestión puramente técnica; se puede cuestionar la moralidad que habría en hacerla, como sugiere el texto “también con capitales públicos”: ¿les toca a los contribuyentes pagar las malas las operaciones o la gestión de los banqueros? ¿Qué significa un sistema en el que las pérdidas son socializadas? El beneficio tiene sentido en caso de buena gestión, si existen también las pérdidas cuando hay una mala gestión. No hay derechos sin deberes, dice la Iglesia. Bueno, no hay posibilidad de ganancia sin riesgo de pérdida. Si se gana todo el tiempo y se compensa a los perdedores, el beneficio pierde su legitimidad. La separación entre la banca de crédito y la de inversión no existe en ninguna parte y es discutida por muchos expertos. En cuanto a la idea de un banco central mundial, dejó a la mayoría de los expertos soñando. La función de un banco central es primero emitir dinero, al menos si atribuimos a las palabras su sentido corriente. Pero ¿sugiere el Consejo una moneda mundial? Cuando se ven las dificultades en administrar una moneda como el euro con 17 estados, sin embargo ubicados en el mismo continente, y bastante próximos con todo en su nivel de vida, ¡no podemos imaginar una moneda global que vaya desde Zimbabwe hasta los Estados Unidos! La experiencia del euro debería incitar por lo menos a una gran prudencia en esta área. ¿Cómo imaginar una moneda única en situaciones tan diversas y con niveles de desarrollo tan diferentes? Y si no se trata de esto, entonces ¿qué quiere decir el Consejo al hablar de banco central mundial?

Una autoridad pública con la jurisdicción universal

Al fin, el hilo del texto: la cuestión de una autoridad política mundial. Los que parecen descubrir esta idea como si hubiera sido inventada por Justicia y la Paz, ignoran ya estaba en Juan XXIII y que había sido tomada por Benedicto XVI en la Caritas in veritate. No existe aquí entonces nada nuevo. Pero Benedicto XVI hizo mucho hincapié en la relación entre esa autoridad y el bien común, en la regulación de esta autoridad por el derecho y en el papel de la subsidiariedad para evitar toda deriva centralizadora. Y en Caritas in veritate, se entiende bien que la ONU no es el modelo ideal, puesto que el Papa habla de la urgencia de su reforma.

En el texto del Pontificio Consejo, las cosas son menos evidentes. Ciertamente se insiste en la complejidad del problema, de los tiempos, etc. Pero se trata bien de transferir las atribuciones nacionales a esa autoridad. Y la desconfianza hacia la ONU parece menor (cuando se sabe que muchos países en la ONU consideran cambiar la Declaración Universal de los Derechos Humanos para crear un supuesto derecho al aborto: la Iglesia nunca será lo suficientemente desconfiada respecto de los de los organismos que se arrogan el derecho de modificar la lista de los derechos fundamentales). La ONU no puede ser en ningún caso un modelo. Pero sobre todo hay en el texto un desliz en el vocabulario, aún más sensible en ocasión de la presentación del texto, cuando se habla de un "gobierno mundial", término que nunca fue utilizado en una encíclica.

La autoridad es una cosa, un gobierno es otra. Allí también la experiencia europea debería incitar a la prudencia. Por otra parte, si se vuelve a la finalidad principal del texto, la reforma del sistema financiero y monetario internacional, en la medida en que los trastornos de este sistema provienen en primer lugar de los estados, a través del presupuesto o de la creación de dinero, dudamos que centralizar esos poderes en un gobierno mundial vaya a producir mejores resultados. ¿Cómo no podrían repetirse los errores cometidos por las autoridades políticas nacionales, con efectos aún más perversos, en un gobierno mundial? ¿Y qué significa un gobierno de la economía? Cuando vemos una vez más las dificultades de la gobernabilidad europea, es legítimo preguntarse qué es lo que daría un gobierno mundial. El Consejo habla del espíritu de Pentecostés, pero las instituciones internacionales y la ONU son más bien Babel.

Este texto debe ser tomado como lo que es: junto a llamadas de atención doctrinales, contiene análisis y propuestas prudenciales, presentadas de forma explícita como una contribución al debate. Es entonces antes que nada un tema de discusión. Su publicación rápida, en plena crisis, no le dan la distancia necesaria, y se aventura en propuestas insuficientemente fundadas, cuestionables y ciertamente no muy originales. Al abordar muy de cerca las cuestiones técnicas, el papel pierde la parte profética que se encuentra en las grandes encíclicas sociales. El vínculo entre el Evangelio y la dignidad inviolable de la persona está claro. Es mucho menos claro cuando se habla de la tasa Tobin o de la recapitalización de los bancos, y deja imaginar a los que no están familiarizados con la Iglesia que esta pretende sustituir a los responsables del bien común. El propósito del documento de Justicia y paz por lo tanto, debe ser para abrir el debate, en el que los laicos deben ocupar su lugar, utilizar sus habilidades técnicas y hacer propuestas, como el Concilio Vaticano II lo ha explicado, en la fidelidad a los principios doctrinales definidos por el Magisterio. Su mérito es animar a todos a pensar en este terreno complejo, que queda en el orden de lo prudencial por su naturaleza, y en el que, por lo tanto, cada uno conserva su libertad de juicio.


*Jean-Yves Naudet
Profesor de la Universidad Paul Cézanne (Aix-Marseille III)
Presidente de la Association des économistes catholiques (AEC)
Vicepresidente de la Asociación Internacional para la enseñanza social cristiana
Miembro de la Academia Católica de Francia
(Traducción de Pablo López Herrera)

*** 

No hay comentarios:

Publicar un comentario