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domingo, 2 de febrero de 2020

Relevancia de la vida y las ideas de Alexander Solzhenitsyn para el siglo XXI

Vigencia del pensamiento de 
Alexander Solzhenitsyn

Por Pablo López Herrera

En la escalera de la historia, las civilizaciones y las naciones, nacen y mueren. 

Es abundante la historiografía sobre los procesos que acompañan el nacimiento, la expansión, la decadencia y la muerte de sociedades humanas que parecían destinadas a perdurar para siempre. Los viajes en  visita a las ruinas nos ilustran sobre la vulnerabilidad de la obra del hombre.

Observa Jim Nelson Black en su libro When Nations Die[1], que las civilizaciones se expanden, pero también como caen y mueren. 

La historia del mundo puede describirse como una gran serie de naciones que primero se han constituido alrededor de experiencias de construcción comunitaria alrededor de valores comunes y que finalmente han sido absorbidas por otras, o simplemente se han derrumbado como fruto de la disolución de los valores comunes y la consiguiente anarquía interior. 

Al analizar los paralelismos entre las civilizaciones clásicas y las modernas, Black constata que la destrucción, la caída, la disolución, el colapso son los frutos de semillas semejantes, y señala tres tipos de decadencia que se verifican tanto entre las civilizaciones que han muerto, como en la nuestra –occidental- : la decadencia social, la cultural y la moral. 

Destaca tres procesos que permiten ver la decadencia social. El de la crisis de la anarquía, el de la pérdida de disciplina económica y el de la creciente burocracia. Asimismo, la decadencia cultural se percibe en el deterioro de la educación, en el debilitamiento de los fundamentos culturales, en la pérdida del respeto por la tradición y en la prevalencia del materialismo. A su vez, la decadencia moral se verifica en el aumento de la inmoralidad, en el abandono de la religión o la decadencia de las creencias religiosas y en la devaluación de la vida humana. 

Lo que nos facilita el análisis de Jim Nelson Black, es un esquema de las premisas que la historia muestra como recurrentes tanto en el desarrollo y crecimiento de las sociedades humanas como en su decadencia.

Así, sabemos que una civilización recorre el camino de ascenso cuando podemos observar que allí rige la armonía y el orden social, la disciplina económica, la lucha contra la burocracia paralizante, y según la importancia que se le dé a la educación, el valor que se le atribuya a los cimientos culturales, la fortaleza que tenga la tradición, la vigencia de creencias espirituales, de una visión  teocéntrica y que se practique la religión, así como se valore y defienda también la vida humana.

A su vez, es posible observar que las naciones se deslizan por un camino de descenso al abismo y a la destrucción si reina la anarquía y el caos, se destruye la economía, se fomenta la burocracia, se deteriora la educación, si  prevalece la decadencia cultural, y prima la hermenéutica de la ruptura, si el materialismo es la norma, la inmoralidad predomina, prevalece el agnosticismo y el ateísmo, y la vida y la dignidad humana carecen de valor.

A esta altura del siglo XXI, cuando consideramos la situación de nuestro mundo a la luz de los grandes aportes de Solzhenitsyn, es posible ver claramente que los efectos de dos “olas” de una misma revolución han cubierto oriente y occidente.

En oriente, la primera ha tomado la forma de un tsunami que ha barrido la sociedad hasta los cimientos, derrumbando todo lo que se interpuso en su camino. La recuperación de los pueblos afectados, tardará muchos años, suponiendo que las semillas de la tríada platónica (verdad, bien y belleza) germinen y den frutos abundantes.

La segunda ola, que arrasó a Occidente, se asemeja más a las llamadas “bombas de neutrones”, de las que se decía que dejaban los edificios en pie, y “solo” mataban a las personas, reduciendo así el costo de algún futuro “Plan Marshall” en el proceso de reconstrucción de la sociedad que debería seguir a una próxima guerra mundial. Esta “bomba neutrónica” es la revolución cultural, pero a diferencia de la mencionada bomba, ha deteriorado las instituciones sociales básicas que fueron los pilares de la civilización occidental, y ha debilitado la confianza y esperanzas que la sociedad depositaba en ellas, dejando a los sobrevivientes con una capacidad de reacción y de respuesta disminuida al extremo.

Hay que destacar, como señala Malia en La revolución como locomotora de la historia, que las revoluciones modernas tienen su origen en una Europa que fue extraviando su camino por siglos, derramándose como un virus en constante mutación por Occidente, para contagiar luego el resto del mundo.

¿Dónde encontrar la debilidad para buscar reencontrar la buena senda?

Los sistemas básicos que están en el origen del desarrollo de las civilizaciones comprenden a su vez  varios “sub-sistemas”. Entre ellos que se cuenta uno que da forma y “anima” a la sociedad (alma = ánima) constituido por las creencias religiosas y morales, otro articula los derechos y obligaciones y administra justicia, el sistema que favorece o destruye la creación de riqueza es el económico, el educativo forma a las personas, el sistema de administración del estado facilita o burocratiza los procesos, otro sistema provee la seguridad interior y exterior de las naciones, y un sistema cultural -que es como un esqueleto invisible- soporta la estructura. En Occidente, la ola revolucionaria se ha apoderado o ha tomado posiciones dominantes en todos esos sistemas a lo largo del siglo XX y en paralelo con la revolución comunista armada y violenta llevada a cabo donde sus apóstoles y guerreros han considerado necesario hacerlo.  

En este contexto la vida y las ideas de Alexander Solzhenitsyn, que ha pasado por todo el siglo XX como uno importante piloto de tormenta intelectual y protagonista de la lucha, y que resalta la importancia del papel de cada ser humano en el  lugar específico donde lo encuentra la vida, adquieren particular relevancia.

Daniel J. Mahoney nos lo recuerda así[2]: “La experiencia de la revolución ideológica nos enseña que todas las formas de maniqueísmo que afirman saber con certeza quién es una víctima y quién es un victimario, carecen de auto-conocimiento, de prudencia política y de sabiduría espiritual. Esta idea es mejor transmitida por Solzhenitsyn en El Archipiélago Gulag. En un pasaje memorable escribe que “la línea que separa el bien y el mal no pasa a través de los estados, ni entre las clases, ni entre los partidos políticos, sino a través de cada corazón humano, y a través de todos los corazones humanos. Esta línea cambia. Dentro de nosotros, oscila a través de los años... Es imposible expulsar el mal del mundo en su totalidad, pero es posible reducirlo dentro de cada persona” Palabras de sabiduría para todos los tiempos, y muy relevantes en momentos en que un moralismo político "políticamente correcto" (paradójicamente arraigado en un relativismo dogmático) se afianza en el mundo occidental. En Occidente necesitamos, como nunca antes, recurrir a la mejor sabiduría anti-totalitaria. Este camino de elevación espiritual y política que apunta a unir, lenta pero seguramente, a la política y a la conciencia, a la libertad y a la auto-limitación moral, con un saludable respeto  por los límites y las  imperfecciones humanas se encuentra entre las mentiras utópicas y la indiferencia moral posmoderna. Es un camino arduo que no tiene nada que ver con falsas esperanzas ni con utópicas ilusiones”

El que comprenda que la principal causa de la crisis es moral, también reconocerá que el remedio también lo es. Y cuando una gran parte de la sociedad tenga como fines propios y asumidos el procurar conocer la verdad y trabajar por el bien común, las soluciones técnicas y prácticas surgirán espontáneamente. 

Afirmaba hace poco Jonathan Sacks, Rabino Jefe de las congregaciones judías de la Commonwealth: “Estabilizar el euro es una cosa; sanar la cultura que lo rodea es otra. Un mundo en el que los valores materiales constituyen todo y los valores espirituales son nada, ni genera un Estado estable ni una buena sociedad. Ha llegado el momento para nosotros de recobrar la ética judeo-cristiana de la dignidad humana a imagen de Dios.”[3]

Benedicto XVI[4] insistía en la necesidad de recuperar valores perdidos: “la crisis actual “puede ser una ocasión para que toda la comunidad civil verifique si los valores en los que se basa la vida social han generado una sociedad más justa, equitativa y solidaria, o si por el contrario es necesaria una profunda reflexión para recuperar los valores que están en la base de una verdadera renovación de la sociedad, y que favorezcan una recuperación no solo económica, sino que  al mismo tiempo tienda a promover  el bien integral de la persona humana”. 

Es un camino duro y difícil, pero la historia mostró sus resultados, que se darán como cuando se cristianizó Roma. Thierry Boutet[5]  lo confirma en su libro “El compromiso de los cristianos en la política”: "… es el hombre el que hace la historia", decía Pío XII; hacen falta muy pocos hombres para cambiar radicalmente el curso de los acontecimientos. La historia de la Iglesia lo demuestra: doce apóstoles y un buen genio sobre dotado y frágil, que se convertirá en San Pablo, en el comienzo, van a transformar totalmente al mundo antiguo, desde  el interior. Leamos a Tertuliano: Muy rápido, al final de los tiempos apostólicos, ya bajo la persecución, y antes del Edicto de Milán en el año 313, los cristianos influyen de modo determinante en la sociedad y orientan el futuro de los imperios y reinos. Expresa Tertuliano en su Apología[6]: “7... Si hubieras buscado a quién mandar; te hubieran quedado más enemigos que ciudadanos. 8. Ahora, de hecho, tus enemigos son menos numerosos que los ciudadanos, debido a la multitud de cristianos, que son casi todos ciudadanos.”

Sin embargo, no sabemos lo que nos espera en el futuro. Ni acaso si estamos –como algunos sostienen- en el final de los tiempos.  James V. Schall sostiene que: “Agustín y Pieper tenían razón sobre el final de los tiempos. Solo los más valientes, a costa de sus vidas y de su status, podrán hablar de lo que implica la realidad. El mundo no se va a "convertir". Lo que va a suceder es lo que está sucediendo. El contenido de la misión cristiana será encontrado en aquellas palabras que no se permite pronunciar libremente y públicamente entre los hombres, palabras que se refieren a lo que es ser humano, a lo que está bien y a lo que está mal.” [7]

Mientras tanto, sabemos que nos toca reconstruir las comunidades de base, empezando por el entramado de instituciones que animan las civilizaciones, que son “las formas duraderas de nuestra vida común”, como “la familia, la Iglesia, un sistema escolar, una institución política”.

Efectivamente, estas instituciones básicas en un sentido forman al hombre y en el otro sentido dan forma a la vida social[8].  James Bradshaw comenta el último libro del teórico político estadounidense Yuval Levin, Time to Build. Este afirma que "nos hemos movido, más o menos, de pensar en las instituciones como moldes que dan forma a los personajes y los hábitos de las personas a verlas como plataformas que permiten a las personas ser ellas mismas y mostrarse ante un mundo más amplio". Las observaciones de este autor coinciden con las de Solzhenitsyn: "se supone que cada uno de nosotros nace con deficiencias pero es capaz de mejorar moralmente, que tal mejora ocurre "alma por alma", y que por lo tanto, no puede ser arrinconada por la transformación social o política, y que esta mejora -la formación del carácter y la virtud- es el trabajo principal de nuestra sociedad en cada generación"

Sin caer en maniqueísmos, el sentido que toma la lucha por la libertad del hombre divide las aguas de algún modo. Desde el iluminismo se han ido desarrollando de modo cada vez más nítido dos formas de revolución en la lucha del hombre por su libertad. Para ilustrar esta contraposición  un reciente texto de Joseph Loconte[9] contrapone a los revolucionarios franceses, con los impulsores de la revolución norteamericana: “En las revoluciones estadounidense y francesa, encontramos recorridos marcadamente diferentes hacia la libertad: dos visiones  de la naturaleza humana y la naturaleza de las sociedades políticas en conflicto. Una república -si se puede conservar- o "el amanecer de la dicha universal".” “La libertad, la razón y la revelación formaron una trinidad conceptual en la Revolución Americana porque los colonos eran herederos de la tradición lockeana. Esta perspectiva se exportó a los Estados Unidos en un sentido legal a través de la Ley de Tolerancia de Inglaterra de 1689, que ofrecía protección a las minorías protestantes disidentes de la Iglesia de Inglaterra.” “A diferencia de los filósofos franceses, los estadounidenses consideraban a las creencias y expresiones religiosas como un aspecto intrínseco de la naturaleza humana, un derecho natural que debe ser consagrado en la ley y la cultura.” Por su parte, “habiendo rechazado al Dios de Abraham, Isaac, Jacob y Jesús, los revolucionarios en Francia se volvieron hacia otras deidades: libertad, igualdad, fraternidad y "los derechos del hombre".

Irónicamente, quien confirmó los peores temores de Burke sobre los acontecimientos en Francia fue un francés, Alexis de Tocqueville: "Debido a que la Revolución parecía estar luchando por la regeneración de la raza humana incluso más por que por la reforma de Francia, encendió una pasión que las revoluciones políticas más violentas nunca antes habían podido producir". La revolución, dijo, asumió la apariencia de una cruzada religiosa, "o más bien, se convirtió en un nuevo tipo de religión, una religión incompleta, es verdad, sin Dios, sin ritual y sin vida después de la muerte, pero que, sin embargo, como el Islam, inundó la tierra con sus soldados, apóstoles, y mártires ".”

Prosigue Joseph Loconte: “En La Democracia en América de Tocqueville, su análisis magistral de la cultura estadounidense escrito más de medio siglo después de la Revolución Americana, encontramos una sorprendente descripción del excepcionalismo estadounidense con respecto al progreso de la religión en la sociedad democrática”: “Los filósofos del siglo XVIII explicaron el debilitamiento gradual de las creencias de una manera completamente simple. El celo religioso, decían, se extinguirá a medida que aumenten la libertad y la iluminación. Es lamentable que los hechos no concuerden con esta teoría. Hay una cierta población europea cuya incredulidad solo se iguala con su brutalidad e ignorancia, mientras que en Estados Unidos uno ve uno de los pueblos más libres e ilustrados del mundo cumpliendo con entusiasmo todos los deberes externos de la religión. A mi llegada a los Estados Unidos, fue el aspecto religioso del país lo que primero me llamó la atención... Entre nosotros [los franceses], había visto que el espíritu de la religión y el espíritu de la libertad casi siempre se movían en direcciones contrarias. Aquí los encontré unidos íntimamente entre sí: reinaban juntos en el mismo suelo.”

Finalmente afirma Loconte que “la libertad virtuosa, la libertad ordenada, es el único tipo de libertad para el que la república estadounidense fue diseñada”. Y cita a C.S. Lewis: "Porque amamos algo más que este mundo, amamos incluso este mundo mejor que aquellos que no conocen otro".

Los que buscan la felicidad a partir del caos y de la destrucción se equivocan. Pero también lo hacen quienes creen que el camino de la libertad pasa por una “reingeniería social” que ponga en el centro a un individualismo al que estiman capaz de determinar cuál es su verdadera felicidad según lo entienda su razón o su sinrazón… O quienes erigen a su excepcionalismo nacional como nuevo sistema métrico global.

Todo hombre cargado de orgullo que se crea ser el mismo –o la civilización a la que pertenece- el centro del universo, muestra obstinadamente los propios límites de su creencia y está destinado a morder el polvo de la derrota una y otra vez, y aunque logre ganar algunas batallas, finalmente perderá la guerra.

El camino a recorrer para llegar a la cima está señalado por la historia y por el sentido común.

Y aunque supiéramos que el mundo estuviera por terminar en las próximas horas, el final debería encontrarnos caminando en la dirección correcta hacia la cima, que por definición está hacia arriba. 

Uno por uno, en una gran e invisible cordada.




[1] Jim Nelson Black, When Nations Die (Wheaton, IL: Tyndale, 1994)
[2]Más allá de la mentira ideológica: la revolución de 1989 treinta años después” Noviembre 2019 https://www.lawliberty.org/liberty-forum/beyond-the-ideological-lie-the-revolution-of-1989-thirty-years-later/
[4] https://www.aciprensa.com/noticias/papa-recuperar-valores-y-derrotar-individualismo-para-superar-la-crisis
[5] L'engagement des chrétiens en politique, Thierry Boutet, 2007. Editeur : Privat. Date de parution mars 2007
[6] L'APOLOGÉTIQUE DE TERTULLIEN - http://www.tertullian.org/french/apologeticum.htm - CHAPITRE XXXVII - 7 …Vous eussiez pu chercher à qui commander; il vous serait resté plus d'ennemis que de citoyens. - 8. Maintenant, en effet, vos ennemis sont moins nombreux que les citoyens, à cause de la multitude des chrétiens, qui sont presque tous citoyens. Et ces chrétiens, presque tous citoyens, vous avez préféré les considérer comme ennemis et leur donner le nom d'ennemis du genre humain plutôt que de l'erreur humaine! … 10. Or, sans même songer à récompenser un secours si précieux, sans vous dire que, loin de vous être à charge, notre race vous est nécessaire, vous avez préféré nous traiter en ennemis. Ennemis, nous le sommes assurément, non pas du genre humain, mais plutôt de l'erreur humaine!
[7] James V. Schall S.J. (1928-2019) Sobre la misión cristiana https://prudentiapolitica.blogspot.com/2019/11/agustin-y-pieper-tenian-razon-sobre-el.html
[8] https://www.mercatornet.com/features/view/why-has-america-become-such-a-fractured-society/23241
[9] https://www.nationalaffairs.com/publications/detail/two-revolutions-for-freedom

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