Epidemia de ilusiones - Pese a que en Argentina todo termina siempre mal.
Redacción final Carolina Mantegari - especial para JorgeAsísDigital
Introducción
Peste de fe
Por tercera vez, desde la recuperación de la democracia, la clase media (y alta) vuelve a creer. Y el espectáculo de la fe es fascinante. Contagia. Nadie tiene derecho de cuestionar a aquel que cree en una causa. En alguien.
Justamente en la Argentina donde todo termina, en el fondo, siempre mal.
En efecto, con la flamante presidencia de Mauricio Macri, se instala otra renovada epidemia de optimismo.
Una auténtica peste de confianza en el presente, y sobre todo en el futuro. Un deseo enorme de despegar.
Son ilusiones que pulverizan el escepticismo, a menudo protector.
Cínicamente recomendable. Sensato y relativamente sabio.
Con la riqueza anecdótica de los atributos diferenciadores, se registraron -para Oximoron- tres momentos que sintonizan con la idea del progreso.
La buenaventura. De euforia excesiva. De beneplácito socialmente colectivo.
Admitían la aventura de proyectar, con expectativas satisfactorias.
Dos de los tres momentos mantuvieron epílogos unánimemente lamentables.
El tercer momento es el vigente. De final abierto.
¿Se quebrará el estigma?
Osiris Alonso D’Amomio
Director Consultora Oximoron
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El primer momento de euforia se inicia en diciembre de 1983. Con el advenimiento de Raúl Alfonsín, que provocó la derrota -en general sorpresiva- del peronismo.
Es cuando se instala el culto a la democracia, que aún se mantiene. Con la apertura hacia los derechos humanos, y el cuento positivo de la ética de la solidaridad y la tolerancia.
Con Alfonsín se clausuraba, para siempre, la tentación del golpe de estado clásico. El militar. Y la Dictadura superada fue la depositaria de la surtida colección de males inagotables. De culpas (que aún se mantienen). Aunque tuvo sus propias euforias que para el informe no vienen al caso, de 1978 y 1982.
El fenómeno fervoroso de la confianza se extendió hasta la Semana Santa de 1987. Un momento de plenitud de cuatro años. Aniquilado por la economía.
El segundo momento se registró entre 1992 y 1996. Fueron otros cuatro años. La coincidencia transformadora de Carlos Menem como presidente y Domingo Cavallo como ministro de Economía.
Esplendor de la Era de la Convertibilidad. Ser argentino era, en determinados círculos, un motivo de jactancia. La economía, en el epílogo, volvió a ser letal.
Y el tercer momento de ilusiones encontradas es el vigente. Cuando triunfa el “se puede” de Macri. Se reinicia la epidemia del optimismo durante este diciembre de 2015. Mantiene el cierre incierto.
Los fracasos que legitiman
Todo termina mal en Argentina. Repetirlo no es ninguna provocación. Al contrario, el concepto es utilitario como prevención.
Como corresponde a la cultura habitual, la primavera alfonsinista estuvo legitimada por la atrocidad del pasado inmediato. La experiencia desembocaría en la destructiva hiperinflación que iba a legitimar el anhelo extendido de la Era de la Convertibilidad. La cual naufragaría, por su parte, en el caos del 2001.
Significa confirmar que cada momento de alza de la fe se sostuvo siempre por la demonización del ciclo anterior que legitimaba.
Así como Alfonsín legitimaba los errores románticos de la adolescencia económica en la herencia recibida por la Dictadura, la convertibilidad de Menem iba a sostenerse -y legitimarse- con el recuerdo explícito de la hiperinflación alfonsinista. Y Kirchner, a su vez, iba a sostenerse (y legitimarse) a través de la condena feroz al neoliberalismo. Un esquema que había entregado el país para conducirlo al abismo.
Es discutible, pero ni Kirchner ni La Doctora generaron ningún posible romance con la clase media. Ni la alta. Se extraviaron en los méritos de una Revolución Imaginaria y desperdiciaron el lapso más redituable para el país.
Conste que el portal enuncia también otro dogma: “la sociedad es siempre inocente”.
Insinuar alguna crítica al desvarío idílico de Alfonsín implicaba sacar patente rápida de desestabilizador. De mero golpista. Enfrentarse a las medidas modernizadoras de Menem-Cavallo (que nos aproximaban a la ficción del “Primer Mundo”), implicaba asumir la melancolía por aquel país donde debía hacerse cola de diez años para disponer de un miserable teléfono.
El sino trágico
En la tercera epidemia de ilusiones y de fe, con el recién estrenado Macri, transcurre un fenómeno que puede ser tildado de similar. Aquí nada es inédito. Todo -en definitiva- se reitera. Como drama, farsátira, entremés.
Hoy Macri está transitoriamente blindado. Legitimado por amplitud, merced al desastre heredado del kirchnerismo. Con los “resistentes” que cometen, para colmo, el prematuro error de combatirlo. Como si Marcos Peña los condujera.
Del mismo modo que Kirchner estuvo blindado por el “neoliberalismo entreguista”. Y Menem por la “tierra arrasada” que le legó el alfonsinismo. Y Alfonsín por los campos de concentración de los militares que juzgaba y por los delirios que arrastraron al colapso de Malvinas. El que se estrelló purifica inicialmente al que lo sucede.
La multiplicación de los fracasos sucesivos beneficiaron transitoriamente a los sucesores. Hasta construir las bases del fracaso propio, que los diferenciara.
Es el sino trágico que Macri, con su flamante escudería de gerentes, debiera perforar.
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