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viernes, 20 de noviembre de 2015

Los musulmanes de buena fe, pueden no percibir en aquellos con los que se encuentran la falta de firmeza de sus propias convicciones


La Europa nihilista se halla indefensa


por Robi Ronza


Como siempre sucede en circunstancias de este tipo, ante la trágica secuencia de despiadadas matanzas de civiles indefensos que sacudió París este viernes, el circo mediático internacional solo deja de lanzar lugares comunes, como suele hacer, para ponerse a sembrar el pánico. Pero como el pánico no ayuda ni a entender, ni a defenderse, y sobre todo no ayuda a cambiar la situación, tratemos pues de mirar con otros ojos y con otro ánimo lo que ha pasado y lo que podrá suceder.

Observamos en primer lugar que Europa, Occidente, nunca ha sido tan fuerte pero también tan débil al mismo tiempo como ahora. Fuerte porque su superioridad organizativa, técnica, científica, financiera y militar es absoluta. Débil porque ni el grueso de las elites ni el grueso de la gente común es consciente de las raíces de esta situación, de los siglos de compromisos y sacrificios personales y de pueblo sobre los que se fundamenta, de los valores a los que hay que seguir siendo fieles para que no decaiga, y de las responsabilidades que derivan para el bien común no solo de Occidente sino del mundo entero, musulmanes incluidos. En este contexto, lo primero que hay que hacer es recuperar la capacidad de seguir esa “lección de los hechos”, como invita el pensador francés Alain Finkielkraut en su brillante ensayo “Nosotros, los modernos”.

Ante las enormes dimensiones de la actual crisis, deriva por tanto una responsabilidad específica para los que han conseguido escapar de la censura del sentido religioso, los cristianos en particular. A las urgencias y tragedias de nuestro tiempo, la cultura de la modernidad, fundada totalmente sobre la separación entre las ideas y la realidad, es de hecho incapaz de dar otras respuestas más que las que en este momento están dando los grandes medios, es decir, una menestra hecha de lugares comunes en abstracto y de una irresponsable incitación al pánico.

En esta perspectiva, observamos en primer lugar que somos vecinos del islam. Hay una amplia mayoría musulmana a lo largo de toda la orilla sur del Mediterráneo y el estrecho de Gibraltar hasta Estambul, donde también es musulmán el litoral europeo adyacente. Además, después de un flujo migratorio que comenzó hace ya algunas décadas, hoy casi 23 millones de musulmanes viven en la Europa occidental, donde una buena parte de ellos ha nacido y crecido. Dicho esto, observamos que tal proximidad, innegable e inevitable pero que muchas veces se ha revelado problemática en la historia, lo es más aún ahora, y a nadie hace bien fingir que no es así.

Como enseña la tradición cristiana, citando entre otros al antiguo filósofo Platón, las cuatro virtudes cardinales (justicia, prudencia, fortaleza y templanza) son las piedras angulares del buen gobierno. En el mundo en que vivimos, todas ellas están absolutamente descuidadas pero hay una de la que se ha perdido la pista por completo. Se trata de la fortaleza, es decir, de la firmeza. Tanto en Europa como en otros lugares, la confrontación con el islam se debe llevar a cabo con justicia, con prudencia, con templanza pero también con firmeza. Esta es, entre otras, la mejor manera de ayudar a los que, dentro del mundo musulmán, ignorados cuando no censurados en Occidente, tratan de sacar al islam del callejón sin salida, cultural y social, en que está atascado. Pedir con firmeza a los musulmanes que viven en Europa que se integren en nuestro mundo también será una importante ayuda al proceso de autorreforma del que tanto se habla, que obviamente solo será decisivo en la medida en que tenga lugar en su madre patria.


Rodeados y también escandalizados por el nihilismo de nuestra cultura de masas, la única que pueden encontrar en general, nadie ayuda a los musulmanes establecidos en Europa a comprender las raíces de un desarrollo que de hecho les atrae. También por ello, muchos de los que se han criado aquí con nosotros se sienten al mismo tiempo implicados y excluidos del mundo en que viven. Este es el caldo de cultivo de un malestar que en los más jóvenes, justo en esos que han crecido con nosotros, desemboca demasiado a menudo en el terrorismo, o al menos en la indulgencia hacia él. Cuanto mayores son el nihilismo masivo y la acogida formal acompañada por una exclusión de hecho, como sucede por ejemplo en Gran Bretaña y Francia, tanto mayor será la inclinación al terrorismo.


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