El sentido de la historia[1]
Por Pablo López Herrera
Introducción
Si hubiera una
perentoria “obligación moral” para el pensador católico de nuestro tiempo, probablemente esta sería la de asumir
plenamente como una responsabilidad personal las “obras de misericordia
espirituales” según la vocación y capacidad de cada uno: “enseñar al que no
sabe, dar buen consejo al que lo necesita y corregir al que se equivoca”; en el
marco de una visión del mundo que integre las contribuciones provenientes de la
reflexión científica, la historia, la filosofía, la teología, el derecho y el
arte.
La doble visión de la razón y de la fe, me servirá de marco
de referencia para desgranar algunos pensamientos sobre cuatro grandes temas.
1) La historia humana como parte de la historia sagrada. 2) Los procesos
históricos civilizatorios y los anti civilizatorios 3) La revolución como gran
tema de la historia 4) La revolución
cultural, y la llamada “muerte de Dios”
La historia humana forma parte de la
historia sagrada.
Cuando Hilaire Belloc se pregunta “¿cómo llegó a naufragar
la Cristiandad con la Reforma?” [2]
se está planteando en el fondo las causas del naufragio de la Fe en la
historia, con el gran telón de fondo del peregrinaje de la humanidad sobre la
tierra, inscripto éste a su vez en el más amplio marco de una Creación que
incluye tanto el mundo de la naturaleza, de la razón y de la fe.
A su vez la historia como disciplina, al mismo tiempo que
transcribe hechos reales, incluye como relato sucesos imaginados o inventados.
En la mente humana, cohabitan la realidad de los hechos y los contenidos
elaborados, que obedecen a la fantasía. La historia se puede considerar también
como un enorme océano de tiempo y espacio en el que circulan diversas
corrientes, y donde transitan los hombres, las ideas, y los procesos. Y por
encima de todo, presente en los mínimos
aspectos, está el Creador y Sostenedor del mundo. El escritor Michael de Sapio[3]
se preguntaba hace poco si el cristianismo es una historia, afirmando que si
esto fuera así, “deberíamos entonces aceptar "historia" en el
vocabulario cristiano, solo mientras lo entendamos en un sentido superior,
místico y estético, que señale a Dios como el artista divino, el autor de la
historia humana. Tomás de Aquino toca este tema en la pregunta 93 de la
Summa: La creación se asemeja a la mente del Creador, así como una obra
artística se asemeja a la mente del artista. Este es el sentido en el que
nuestra fe es historia, en el sentido de que procede de la mente creativa de
Dios.”
Si la historia se inscribe en el tiempo y el espacio, y en
el marco más amplio de la creación, su comprensión integral debería incluir
tanto al mundo natural como el sobrenatural, aunque el segundo sea accesible
por medio de la fe. La historia sagrada (historia de salvación) pasaría a ser
así la parte más importante de la historia, puesto que continuará cuando hayan
terminado el tiempo y el espacio tal como los conocemos.
Dentro de esa gran historia en la que peregrina la
humanidad, la conformación, el desarrollo, el apogeo y la descomposición de los
grupos sociales obedece a reglas que parecen similares e inmutables, y que se
repite a través de los siglos y de la geografía, desde las familias, pasando
por las tribus, los clanes, los reinos, las naciones, los imperios y las
civilizaciones. El naufragio provocado a la Cristiandad durante la Reforma
formaría parte de un proceso más amplio que habría comprendido y excedido a la
misma Reforma, que no sería otro que el de la misma revolución, una “Revolución
Cósmica”, entendida como una rebelión dirigida parte de lo creado y sostenido
contra su Creador y Sostenedor. En estos términos, el problema que plantea
Belloc sería el mismo problema de toda la historia humana, es a la vez la
Historia de la Salvación, y que abarca el período que se inicia en “la creación
desde la nada hasta el fin del mundo tal como lo conocemos”, o como se describe
en el Salmo 90 “desde y hacia la eternidad con Dios”.
Pensando también en la palabra de la cizaña y del trigo, y
con una perspectiva positiva y llena de fe y de esperanza, es posible
contemplar a la historia de toda la humanidad como una “historia de la
salvación”, que se dirige a paso firme al momento del cumplimiento total de las
promesas de Dios en el juicio final, la salvación de los justos y la perfección
del paraíso, conformándose una nueva realidad formada por “nuevos cielos y
nueva tierra” coexistentes con la misma eternidad de Dios.[4]
Los procesos históricos civilizatorios y anti
civilizatorios en los momentos ascendentes y descendentes de la historia
Si el naufragio de la Cristiandad coincide con la misma
Reforma pero a su vez forma parte de un proceso que comprendió pero que excedió
a la propia Reforma, ¿qué características tendría este proceso más amplio?
¿cómo interviene aquí la revolución? Si consideramos que la historia es también
la historia de las civilizaciones, el interrogante de Belloc nos lleva directo
a plantearnos si no fue “una revolución” lo que habría hecho naufragar lo que [5]
se entendía como “civilización” y como “cultura”[6].
Cuando se considera estos dos conceptos simultáneamente, se puede ver con
claridad la irrupción masiva de una
“cultura revolucionaria” en una civilización que va dejando de ser cristiana.
El desarrollo de ideas y movimientos revolucionarios también fue correlativo
con la lenta decadencia del mundo occidental heredero de la tradición judío
cristiana y greco-romana; siendo a la vez causa y consecuencia de dicha
decadencia.
Vemos entonces la continuidad de las revoluciones en los
movimientos ascendentes y descendentes de la historia actuando como grandes
remolinos que atrapan y sumergen las diferentes culturas en el abismo de la
decadencia. Jacques Maritain afirmaba en unas conferencias pronunciadas en la
Universidad de Notre Dame en 195[7],
que hay “en el curso de la historia,
ciertas relaciones básicas o características fundamentales”, y entre estas, una
“ley del doble movimiento que podría ser llamada la ley de degradación por un
lado y de la revitalización por el otro de la energía de la historia”.
Señalando el mismo orden de movimientos en la historia, Solzhenitsyn, destacó[8],
que la única solución para el mundo moderno sería ascender nuevamente a una
etapa antropológica que lo eleve por encima de “la corriente materialista” que
lo aprisiona, a través de una re espiritualización, con la que “deberíamos
izarnos hacia una visión más elevada, a una nueva concepción de la vida, en la
que nuestra naturaleza física no sea maldecida, como pudo haberlo sido en la
Edad Media, pero en la que nuestro espíritu tampoco sea pisoteado como lo fue
en la edad moderna.” Ese ascenso nos
llevaría “a una nueva etapa antropológica. No tenemos otra elección que subir,
siempre más alto”
En ese ascenso van de la mano la búsqueda de la perfección
personal y social. Si el hombre se ve a sí mismo como un orgulloso Narciso,
actúa como tal y se constituye en el centro de todo, creyendo que su criterio
es criterio de verdad y bien, no podrá evitar pagar las consecuencias. La
codicia sin límites, de los hombres o de los estados y el agotamiento de los
sentimientos de la bondad humana producen efectos devastadores, y en los
movimientos descendentes, las grandes crisis sociales se preparan lentamente.
Tampoco la solución radica en una forma de “gobierno ideal”, como herramienta
de ingeniería social. Comentando la
Política de Aristóteles [9]
observa Robert Nisbet que lo importante para éste “no era tanto un ideal de
gobierno como un ideal de la relación entre el gobierno y el orden social. Lo
importante no era que el gobierno fuera una monarquía, una oligarquía o una
democracia, sino que la familia, la propiedad privada, las asociaciones
legítimas y las clases sociales se mantuvieran libres de la incesante invasión
o dominación política, independientemente de la forma de gobierno que
existiera”.
La revolución juega un papel cada vez
más abarcador
El papel central y creciente de las revoluciones también ha
formado parte de la forma de relación entre los países, ha ido aumentando la
agudización y profundización de cada nuevo ciclo histórico, acompañando el
aumento radical del alcance de la
guerra, de la tecnología aplicada al armamento, cada vez más sofisticada, y más
costosa, y del creciente número de víctimas, sobre toda de las más inocentes.
Mientras el mundo retrocedía “a la barbarie tribal”,[10]
la guerra fue haciéndose más total e ilimitada y los gobernantes dejaron de
fijarse objetivos militares de defensa o ataque de los territorios, los bienes
y las poblaciones a su cargo, para convertirse ellos mismos en instrumentos al
servicio del sostenimiento y propagación de “ideas filosóficas primero, y luego
de principios de independencia, unidad y ventajas inmateriales de distinto
tipo”. Con la incorporación en los objetivos de la imposición de ideologías,
cambió la magnitud de los conflictos. Además se reemplazaron las tropas
profesionales y de mercenarios por un servicio militar obligatorio y se hizo
más barata la guerra, lo que permitió la creación de ejércitos de una dimensión
cada vez mayor. Se pensó que a través de victorias tremendas y aplastantes se
aseguraría la paz, y lo que se produjo fue todo lo contrario. Y todos los
medios - visibles o invisibles – se fueron utilizando mientras simultáneamente
las invenciones y la tecnología aplicada al desarrollo de las armas fueron aumentando
la dimensión y el costo de la guerra.
En el aspecto material de esta evolución, a fines del siglo
XIX, los protagonistas de las guerras coloniales ya utilizaban masivamente el
fusil a repetición, la pólvora sin humo, las ametralladoras y la artillería de
tiro rápido, mientras Gran Bretaña, Alemania, Francia, Italia, España,
Portugal, Bélgica y Holanda habían multiplicado por diez la superficie del
territorio que ocupaban naturalmente en su expansión colonial. Con la rápida
expansión territorial de las fronteras…surgió la necesidad de “proteger” los
nuevos territorios, preparando el terreno para las grandes colisiones del siglo
XX. A esta altura de la historia, la guerra se había convertido en un negocio
de gran volumen para los industriales, que nunca dejó de ser.
Volviendo al gran proceso revolucionario, una revolución en
marcha incluye normalmente la promesa de un mundo mejor, utópico, y la
utilización de una refinada ingeniería social. Pero “no hay revolución sin que
el poder cambie de manos”. Una revolución no triunfa en el momento de tomar el
poder, sino cuando logra reemplazar al que ella misma ha desplazado, de modo
integral e irreversible. Cuando sus “¡nunca más!” se han transformado en
dogmas.
Podemos relacionar también entre sí los conceptos de
revolución y de civilización. Afirmaba León Tolstói [11]que “todas las familias felices son iguales pero cada familia infeliz
lo es a su manera”. Si aplicamos la analogía, podríamos decir también que las
civilizaciones se parecen en sus características generales, pero que las
revoluciones tienen sus peculiaridades. Si la civilización y la revolución
tienen que ver con las mismas realidades, tal vez lo opuesto de la revolución
sea la civilización, con signos opuestos: donde una suma, la otra resta... El
gran desafío permanente en la historia sería entonces el de los movimientos
ascendentes civilizatorios vs. los descendentes revolucionarios. Los procesos
creativos civilizadores se reconocen porque desarrollan los aspectos
sociales, culturales y morales de la sociedad y porque tiende a prevalecer la
armonía y el orden social, la disciplina económica, la burocracia estatal no es
paralizante, hay buena educación, los cimientos culturales son valorados, se
percibe la fortaleza de la tradición, las creencias espirituales ocupan un
lugar central, y hay una visión teocéntrica de la realidad, se práctica la
religión y hay una valoración y defensa de la vida humana. Los procesos
descendentes revolucionarios se reconocen porque en ellos prevalece la
decadencia social, cultural y moral de la sociedad, hay sectores significativos
que procuran la anarquía y el caos, la destrucción de la economía, la
burocracia es influyente, se deteriora la educación, hay decadencia cultural,
prevalece una hermenéutica de la ruptura, reina el materialismo y la
inmoralidad a gran escala, hay una supremacía del agnosticismo y del ateísmo y
se desconsideran la vida humana y la dignidad de la persona.
En los términos planteados, lo opuesto a la Revolución no
sería la Contrarrevolución sino la misma Civilización. Porque un proceso no se
debería definir por contraposición a otro. No es lo mismo civilizar que luchar
en contra de la revolución. Tampoco el problema parecería ser “geográfico”
(Occidente vs. Oriente) como lo sugirió Roger Scruton cuando afirma: “mi
mensaje final es que no debemos desesperarnos respecto de la civilización
occidental. Solo debemos tener cuidado en reconocer que no estamos hablando de
algo estrecho y de mentes pequeñas llamado Occidente. Estamos hablando de algo
abierto, generoso y creativo llamado civilización.” [12]
Recordemos también que en la expresión “civilización occidental”, “occidental
es el adjetivo” y “civilización es el sustantivo.
Una conclusión a la que arriba el historiador Martín Malia,
es que "una gran revolución no es esencialmente un fenómeno
socioeconómico, sino uno del tipo político constitucional y
cultural-ideológico… una gran revolución es esencialmente la crisis general de
la totalidad de un sistema nacional".
Las revoluciones tienen sus raíces en la historia europea y
ostentan características comunes. Son momentos más o menos largos que forman
parte de procesos nacionales e internacionales. Estos procesos se han ido
radicalizando desde el siglo XV hasta el XX, extendiéndose a todo el mundo.
Solzhenitsyn describe este proceso para el caso de Rusia.
Afirma que fue en los siglos XVII, XVIII y XIX en los que cambiaron las
personas, el pueblo y la nación rusa: “… en el Siglo XVII un cisma desgraciado
minó nuestra ortodoxia, y en el XVIII Rusia fue quebrantada por las reformas
tiránicas de Pedro el grande, que ahogaron el espíritu religioso y la vida
nacional, para fortalecer al estado, la guerra y la economía. Con la
unificación de la enseñanza impuesta por Pedro el Grande, se nos infiltró la
sutil brisa venenosa del secularismo, que en el Siglo XIX penetró hasta las
clases más cultas y abrió amplio paso al marxismo. En vísperas de la
revolución, la fe había desaparecido de los círculos instruidos. Entre los
monjes eruditos incluso ya estaba debilitada.”
Para el resto de Europa, Martin Malia considera que es
necesario ir al año 1000, y “relacionar la teología y la eclesiología con el
feudalismo y los sucesos tempranos del Antiguo Régimen". El radicalismo
europeo se fue moviendo desde la sedición religiosa contra la Iglesia en épocas
en que aún no existían los estados, para ir escalando a la insurrección
política y luego a la revolución abierta. El orden medioeval en el siglo XIV da
signos de agotamiento con hitos como la quiebra de los grandes banqueros italianos,
la guerra de los cien años, la anarquía y revueltas (Inglaterra, Francia,
Flandes), la peste negra de 1347 (40/50 millones de muertos), la despoblación
de los campos, la disminución del poder espiritual, el debilitamiento del
feudalismo, el aumento de las fortunas urbanas que invierten luego en el campo
reemplazando a los antiguos señores y la gran depresión económica.
Cinco grandes revoluciones se destacan como hitos en el
proceso largo y complejo de la crisis de Occidente. Habría que agregar “la
revolución islámica”, pero esa es otra historia.
1er hito. “La
revolución religiosa”. El Renacimiento y la Reforma secularizan cada vez más a
la historia y dividen a la Cristiandad. En los siglos XV y XVI se produce un
intento de re cristianización combinado con la “mundanización” de la Iglesia
(Bohemia, Alemania, Francia y Holanda),
2do hito. “La
revolución política racionalista y científica”del siglo XVII (Inglaterra)
provoca el abandono de la Revelación, y su reemplazo por la Razón y por la
Ciencia, al mismo tiempo que la “Revolución militar” acompaña el absolutismo
centralizador, que luego pasará a ser “el enemigo a abatir”, denominándolo “antiguo régimen”.
3er hito. En “la
revolución de la modernidad militante” (Francia) y “la revolución
independentista” (América) del siglo XVIII, coexisten un sistema estatal
unitario absolutista “desde el Atlántico a los Urales” mientras el Iluminismo
va dando luz a un sistema
“revolucionario-republicano”, que irá demoliendo “el absolutismo real con un
poder de raíz divina” y proclamando al individuo como ciudadano en el centro de
la política, y elevando la libertad, la igualdad y la fraternidad a la
categoría de “dogmas fundantes”, ya completamente aislados del orden
sobrenatural.
4to hito. Luego se
produce “la revolución europea” en cadena del siglo XIX, con tres principales
olas en el mundo occidental en 1820-1824; 1829-1834; y 1848. Primera ola en
España, Nápoles y Grecia, segunda ola en Europa, oeste de Rusia y continente
americano, alzamiento de Bélgica que se independizó de Holanda, Polonia, Italia
y Alemania, Suiza, España, Portugal, independencia de Irlanda y tercera ola de
1848, casi simultánea en Francia, en Italia, en los estados alemanes, en el
imperio de los Habsburgo, en Suiza y
también en Irlanda, Grecia e Inglaterra. La insurrección popular de la Comuna
(1871) fue considerada por Marx como un paso adelante hacia la revolución
proletaria mundial. También en el siglo XIX en Francia y en Rusia las
sociedades secretas llevaron a cabo intentos de desgaste y demolición desde la
sombras.
5to hito. ¨La gran
revolución rusa y mundial del siglo XX”. Al sobrevolar la historia de la
revolución, se ve que ésta ya había comenzado siglos antes con el
debilitamiento de la cristiandad, con un hito mayor en Francia, a partir del
debilitamiento de las raíces de un sistema político que explota en siglo XVIII,
particularmente en 1789. Luego continúa con la erosión del régimen monárquico
en toda Europa en el siglo XIX, con La Comuna y las ideas de Marx, y pasa a ser
universal en el siglo XX, cuando la revolución rusa monta rápidamente su
sistema de dominio a través del terror planificado en 1918, mucho antes que
Hitler, manteniendo el régimen de campos de concentración más de setenta años,
hasta 1991[13].
En 1925 la revolución ya es un proyecto mundial en
ejecución. Gustave Gautherot da por sentado este proyecto integral, y describe
ya en 1925 los detalles de las principales tareas revolucionarias[14],
comenzando por la proyección geográfica del proyecto en marcha: “… el
bolchevismo pretende ganar todo el universo y conduce contra la civilización
moderna una lucha a muerte. … la URSS… avanza en el corazón del continente
amarillo, anexa la Mongolia exterior; dirige la revolución china; trabaja para
arrancar de los imperialismos occidentales Indochina y las Indias; sacude las
barreras que la separan del Golfo de Omán, del Mar Rojo y del Mediterráneo”.
Gautherot describe en su obra los detalles de la acción revolucionaria en las
distintas regiones del globo terráqueo, partiendo desde la misma Rusia para
continuar con Asia (Mongolia, China, Japón, Asia Meridional), África del Norte,
América, Europa (Gran Bretaña, España, Italia, Suiza, Bélgica, Holanda,
Alemania, Austria, Hungría, Dinamarca, Suecia, Noruega, Finlandia, Estonia,
Letonia, Lituania, Polonia, Rumania, Checoslovaquia, Yugoslavia, Croacia,
Bulgaria, y con el mayor detalle, Francia), y cita a Zinoviev, Presidente del
Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista, quien afirmaba en esos días:
“…el tiempo está cerca en el que se escuchará la convocatoria revolucionaria de
Shanghái a Calcuta, de Hankow a Madrás, de Tsing-Tao al Cairo, de Pekín a
Alejandría. Y al mismo tiempo, la llamada sonará más fuerte en Londres, New
York, Paris…”
6to hito. “La
revolución cultural” surge como un fenómeno específico. Señala Javier Portella
que “hoy, tras cien millones de asesinatos, toda esa escoria manchada de sangre
y horror es reivindicada por los niños mimados de Occidente, los
intelectualillos universitarios de gafas de diseño y becas erasmus. Donde de
verdad ha triunfado el marxismo es entre nosotros. Y no por la rebelión de las
masas, sino por la degradación de las élites. No es a Lenin a quien tienen que
dedicar estos petimetres sus aquelarres, sino a Gramsci, el hombre que
conquistó Europa para el bolchevismo cultural[15]”
La cultura es una de las columnas sobre las que se apoya
cualquier civilización. Por eso los revolucionarios de todos los tiempos y
lugares se han dedicado a corroer con alma y vida las costumbres, apuntando a
la destrucción de la familia y de todos los pilares del progreso genuino.
Esta corrosión se realizó en Rusia hace un siglo, pero
forma parte de un proceso en todo el mundo occidental, una degradación
igualmente mortífera y disolvente que se introdujo a través de todos los
intersticios posibles e imaginables que dejó libres la abdicación y
desaparición paulatina de una clase dirigente que se diluyó por el abandono de
los principios de una tradición bimilenaria.
En el siglo XX, esta degradación apuntó a deshacer la
hegemonía burguesa y reemplazarla por otra con anclaje cultural de inspiración
Gramsciana -consciente o no- a través de
un proceso llevado a cabo sin violencia física extrema, que le permitiera
ocupar las posiciones centrales de “poder cultural” y trabajar con todo el
herramental disponible en la transformación paulatina de pensamientos y
conductas o (en caso de ser históricamente necesario y viable) por medio de la
podría ser una revolución violenta.
El gran problema de la revolución cultural es su
profundidad y lo difícil de revertir el proceso, en el que se va produciendo el
abandono paulatino de los fundamentos de la sociedad, y su reemplazo por un
sistema de valores invertidos. Esto se percibe claramente al pasar de una
visión de la historia como la de Martín Malia al tipo de la desarrollada desde
la cárcel por Gramsci, que de algún modo "actualiza" el marxismo
leninismo clásico desarrollando sus teorías sobre la "hegemonía cultural",
que lleva al dominio del hombre no solo mediante la fuerza, sino a través del
consentimiento. Sí para Lenin la revolución cultural y la reforma intelectual y
moral de las masas sucede principalmente luego de conquistado el poder, para
Gramsci sucede antes, y se transforman primero las conciencias para luego tomar
el poder. De este modo, la fuerza pasa no solo a través de los partidos y
movimientos revolucionarios, sino también a través de las organizaciones
populares, "que representan como las "trincheras" y las fortificaciones
permanentes en una guerra de posiciones"[16].
Sin intentar convertir al gramscismo en tema específico de
este análisis, es claro que para los cultores de la revolución el principal
problema es la revolución de los paradigmas, los valores y las creencias, y la
demolición del orden creado a lo largo de los siglos sobre una sólida base
judeo cristiana que se fundió con lo mejor de la herencia intelectual griega e
institucional romana para formar lo que fue el mundo occidental.
Des-construyendo la religión, las instituciones, el orden
jurídico, las costumbres, la familia, es posible ganar el corazón del hombre. Y
con el dominio del corazón del hombre, la revolución cultural está en
condiciones de obtener una gran victoria. ¿Será una victoria definitiva?
Lo cierto es que la cultura del siglo XX que conocimos, se
fue degenerando y perdiendo su forma y significado. Y así hoy se “acepta con
igual entusiasmo el canto gregoriano y MTV; la Biblia y el Satanismo, la
filosofía Tomista y el post-modernismo, Freud y San Agustín, el ballet clásico
y el break dancing. Y todo ocurre al mismo tiempo, a menudo lado a lado, sin
coherencia o unidad alguna”[17]
La pregunta es si estamos una vez más en un esquema de
Civilización o barbarie. Volviendo al amplio marco de referencia de la
historia, verificamos que las civilizaciones y las naciones, nacen y mueren. Es
abundante la historiografía sobre los procesos que acompañan el nacimiento, la
expansión, la decadencia y la muerte de sociedades humanas que parecían
destinadas a perdurar para siempre. La visita de las ruinas de las grandes
civilizaciones basta para constatar la vulnerabilidad de la obra del hombre. En
este contexto, tal vez la alternativa entre civilización o barbarie siga siendo
la gran opción. Will Durant se refería así en 1944 a la decadencia de Roma:
“Una gran civilización no se conquista desde fuera hasta que se haya destruido
a sí misma por dentro. Las causas esenciales del declive de Roma radicaron
en su propio pueblo, su moral, su lucha de clases, en el fracaso de su
comercio, su despotismo burocrático, sus impuestos asfixiantes, sus guerras
desgastantes”. [18]
La muerte de Dios
Siendo el progreso espiritual necesario, y habiendo un
efecto integrador de la fe y un efecto desintegrador en la carencia de fe, vemos
que la llamada “muerte de Dios” también escoltó en los últimos tres siglos a la
revolución cultural."Los hombres han olvidado a Dios", y sin progreso
espiritual no hay salida.
Solzhenitsyn lo expresa con toda claridad en su conferencia
del Guildhall de Londres donde al recibir el premio Templeton en 1983: “Siendo
ya niño, hace más de medio siglo, muchas veces oí decir a las personas mayores,
para explicar las terribles convulsiones que habían quebrantado Rusia: “los
hombres se han olvidado de Dios, esa es la causa de todo”. Desde entonces, he
dedicado casi medio siglo al estudio de nuestra revolución. He leído cientos de
libros. He reunido centenares de testimonios personales, y –para empezar a
despejar los escombros- he escrito ya ocho volúmenes. Ahora bien, si me
pidieran hoy precisar en forma breve, la causa principal de esa revolución
devastadora, que nos ha devorado más de 60 millones de individuos, no
encontraría nada mejor que repetir: “los hombres se han olvidado de Dios, esa
es la causa de todo”.” Esta revolución es universal: “… los sucesos de la
revolución rusa no pueden entenderse hoy, en este fin de siglo, sino sobre el
marco de fondo de lo que ocurre en los demás países. Hay un proceso universal
que se perfila claramente. Si se me exigiera señalar, en una fórmula breve, el
rasgo principal de este siglo XX, nuevamente no encontraría nada más exacto,
más sustancial que decir: los hombres se han olvidado de Dios.”
Con el olvido de Dios, la lucha por la revolución se vuelve
militante y activa contra la religión 115. Dostoievski pensaba que “la
Revolución debía comenzar necesariamente por el ateísmo”. Solzhenitsyn lo
confirma: “Verdaderamente es así. Pero el mundo no había conocido hasta ahora a
un ateísmo como el marxista: organizado, militarizado y encarnizado. En el
pensamiento filosófico y en el corazón mismo de la psicología de Marx y de
Lenin, el odio a Dios constituye el impulso inicial, previo a todos los
proyectos políticos y económicos. El ateísmo militante no es un detalle, no es
un elemento periférico ni una consecuencia accesoria de la política comunista:
es su eje central. Para alcanzar su fin diabólico, ella necesita disponer de un
pueblo sin religión y sin patria.”
Omitir o negar la existencia de Dios tiene sus
consecuencias directas en la vida misma de la sociedad. En estos días, Regis
Nicoll [19]
analiza las consecuencias del abandono de Dios por la sociedad, afirmando que
“esa ruptura lleva a la ruptura social, enlazando el enfrentamiento de Satán
con Dios, la rebelión del hombre y las repercusiones en una cultura sin
valores. La ruptura del orden moral –uno de los objetivos de la revolución-
lleva irremediablemente a la ruptura del orden social.”
Uno podría sentirse más inteligente pensando que la
humanidad “no tiene la culpa” de la elección y decisión equivocada de Adán y
Eva, pensando aún que es el mejor ejemplo de lo que no hay que hacer, y que los
resultados han sido simplemente los naturalmente derivados de sus causas,
aunque no nos sea posible comprender todo el proceso, todavía. Después de todo,
lo que sucede en toda la humanidad es el resultado de la acción humana, por
naturaleza libre y responsable. No hay nada nuevo bajo el sol. Pero Nietzsche
expresa con claridad el extravío humano: “¡Dios ha muerto! ¡Dios sigue muerto!
¡Y nosotros lo hemos matado! ¿Cómo nos consolaremos los asesinos de todos los
asesinos? Lo más sagrado y lo más poderoso que hasta ahora poseía el mundo,
sangra bajo nuestro cuchillo — ¿quién nos enjuagará esta sangre? ¿Con qué agua
lustral podremos limpiarnos? ¿Qué fiestas expiatorias, qué juegos sagrados
tendremos que inventar? ¿No es la grandeza de este hecho demasiado grande para
nosotros? ¿No hemos de convertirnos nosotros mismos en dioses, sólo para estar
a su altura? ¡Nunca hubo un hecho más grande —todo aquel que nazca después de
nosotros, pertenece a causa de este hecho a una historia superior que todas las
historias existentes hasta ahora!» “
Esta afirmación, en la que las manchas de sangre nos
recuerdan las de Lady “Macbeth”… implica dejar de reconocer un orden cósmico, y
en consecuencia eliminar al mismo Dios como fuente de toda norma moral que
pueda ser reconocida y acatada universalmente por la sociedad humana. Así se
pasa del teocentrismo al antropocentrismo, y luego al mismo nihilismo.
Algunas conclusiones, ya avanzado el siglo
XXI
Avanzado ya el siglo XXI es visible un “neo marxismo
estratégico y cultural” y se comprende cada vez más claramente la precisión y
claridad de las advertencias de Solzhenitsyn expresadas en su discurso de
Templeton: “Occidente no ha sufrido todavía la invasión comunista; la religión
aquí es libre. Pero su itinerario histórico ha desembocado en un marchitamiento
del sentimiento religioso. Ha sufrido también cismas desgarradores,
enfrentamientos y sangrientas guerras religiosas. Y –casi no hay necesidad de
decirlo- desde la baja Edad Media, Occidente ha sido invadido de forma
progresiva por el secularismo. Para la fe, esta amenaza –no de un exterminio exterior
sino de una anemia interna- puede ser todavía más grave. Imperceptiblemente en
Occidente el sentido de la vida se ha desgastado en el curso de los años hasta
reducirse a la sola “conquista” de la felicidad, que se inscribe incluso en las
Constituciones. No es solo en este siglo que se han desvalorizado las nociones
del bien y del mal, hábilmente sustituidas por argucias sin fundamento, ya sean
éstas de clase o de partido. Desde entonces se tiene vergüenza en apelar a
conceptos inmutables. Se tiene vergüenza en admitir que el mal anida en el
corazón del hombre antes de penetrar en los sistemas políticos; y habitualmente
nadie tiene vergüenza de ceder al mal integral. Y sobre la pendiente de estas
concesiones, en el espacio de una generación, Occidente está a punto de
deslizarse sin remedio en el abismo. Las sociedades occidentales pierden cada
vez más su sustancia religiosa, y abandonan alegremente su juventud al ateísmo.
Los maestros ateos educan a la juventud en el odio hacia la sociedad en la que
viven. En su permanente actitud crítica, pierden de vista el hecho de que los
vicios del capitalismo son vicios inherentes a la naturaleza humana, a los que
se les ha dado libre curso siguiendo la huella de los otros derechos del
hombre; y de que, bajo el comunismo… estos mismos vicios no conocen ni freno ni
control en todos aquellos que poseen una migaja de poder (en cuanto al resto de
la población, efectivamente ha conquistado la igualdad pero en la esclavitud y
en la miseria). Las sociedades desarrolladas de Occidente prueban hoy día que
la salvación del hombre no está en la abundancia material ni en el éxito
económico.”
Para Solzhenitsyn, como lo señalara en Harvard, el combate
es de características cósmicas y exige también una visión cósmica del mundo:
“Pero el combate por nuestro planeta, físico y espiritual, un combate de
proporciones cósmicas, no queda para un lejano futuro; ya ha comenzado. Las
fuerzas del Mal han comenzado su ofensiva decisiva. Ustedes sienten la presión
que ellas ejercen, y sin embargo, vuestras pantallas y vuestros escritos están
llenos de “sonrisas forzadas” y de copas alzadas en señal de brindis: ¿Por qué
toda esa alegría?”
La solución no está entonces en un programa de dominación y
ni con la pretensión de diseñar las bases para un programa electoral, o una
alianza para “defender las instituciones”. Tampoco alcanzará un mero análisis
pragmático de la economía y de la política para enfrentar el desafío de la
época. Si se comprende el fenómeno de la revolución, se ve claramente que esta
va mucho más allá de las explosiones históricas que son las que más impresionan
y llaman la atención. La memoria de más de cien millones de víctimas que
perdieron la vida en el siglo XX debería llevar a la reflexión.
Sabemos que la libertad tiene un precio elevado, y que
aunque la servidumbre pueda ser impuesta a través de la coerción externa,
requiere de la sumisión interna para serlo de manera estable.
Frente al secularismo, al relativismo, a la apatía solo nos
queda resignarnos a la desilusión o volver a las bases.
[1] (Texto
presentación de la recepción en Academia del Plata – 20-4-2021)
[2] Hillaire Belloc, Así
ocurrió la Reforma, THAU, 1984
[3] ¿Es el cristianismo
una historia? por Michael De Sapio - 2 de febrero de 2021 .
[4] “Recuerden la Escritura: Ni ojo vio, ni oído oyó, ni
por mente humana han pasado las cosas que Dios ha preparado para los que lo
aman.” Primera Carta de San Pablo a los Corintios
[5] -sin necesidad de
hacer muchas aclaraciones adicionales-
[6] Carlos Alberto
Sacheri en Naturaleza humana y relativismo cultural reservaba “ … la palabra civilización para nombrar el
reconocimiento colectivo e una jerarquía dada de valores esenciales, mientras
que el término cultura expresará el conjunto de manifestaciones concretas de la
vida humana en un pueblo determinado“
[7] Jacques Maritain, Filosofía De La Historia,
Club De Lectores, 1985)
[8] en su discurso de Harvard
[9] https://theimaginativeconservative.org/2016/05/on-remembering-who-we-are-political-credo.html On remembering who
we are: a political Credo
[10] John Frederick
Charles Fuller, militar, historiador y estratega británico The Conduct of War,
1789-1961 (Rutgers University Press, 1961)
[11] en Ana Karenina
[12] En “The Last Speech: “A Thing Called Civilization””, Sir Roger Scruton, Septiembre 19, 2019 ISI – Struton murió el 12 de enero de 2020)
[13] Ya durante la guerra civil de 1918 a1921, se encarcelaron entre 150 000 a 400 000
« enemigos del pueblo : menchevique, contrarevolucionarios,
desviacionistas del propio partido comunista, victimas de la depuración, y
enemigos de clase y el ultimo campo de trabajo correccional se cerró en 1991.
Los campos nazis se crearon a partir de 1933 y se cerraron al final de la
segunda guerra mundial, aunque Speziallager
Sachsenhausen, Speziallager
Mühlberg y Internierungslager
Buchenwald, fueron campos que los sovieticos
continuaron utilizndo de 1945 à 1950, dependiendo del NKVD, y luego del MVD.
[14]
“Le monde communiste”, Spes, Paris, 1925
[15] Lecciones de la Revolución de Octubre, artículo publicado
en El Manifiesto de Javier R. Portella
[16] Cuadernos, III
[17] Harold O.J. Brown “The Sensate Culture – Western Civilization between chaos and transformation” 1996
[18] César y Cristo, Editorial Sudamericana, 1948
[19] What the Trinity Reveals About God and Us, Regis
Nicoll - Regis Nicoll is a retired nuclear engineer and a fellow of the Colson
Center who writes commentary on faith and culture. His new book is titled Why There Is a God: And Why It Matters. https://www.crisismagazine.com/2018/trinity-mystery-revealing-nature-god
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