El sentido de la historia [1]
Por Pablo López Herrera
Introducción
Si hubiera una perentoria “obligación moral” para el pensador católico de nuestro tiempo, probablemente esta sería la de asumir plenamente como una responsabilidad personal las “obras de misericordia espirituales” según la vocación y capacidad de cada uno: “enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo necesita y corregir al que se equivoca”; en el marco de una visión del mundo que integre las contribuciones provenientes de la reflexión científica, la historia, la filosofía, la teología, el derecho y el arte.
La doble visión de la razón y de la fe, me servirá de marco de referencia para desgranar algunos pensamientos sobre cuatro grandes temas
1) La historia humana forma parte de la historia sagrada.
2) Los procesos históricos civilizatorios y los anti civilizatorios
3) La revolución, y en particular la revolución cultural, que juega un papel cada vez más abarcador y que incluye la llamada “muerte de Dios”.
4)
Conclusiones desde el siglo XXI.
La historia humana forma parte de la
historia sagrada.
Cuando Hilaire Belloc se pregunta “¿cómo llegó a naufragar
la Cristiandad con la Reforma?” [2] se está planteando en el fondo las causas del naufragio de la Fe en la
historia, con el gran telón de fondo del peregrinaje de la humanidad sobre la
tierra, inscripto éste a su vez en el más amplio marco de una Creación que
incluye tanto el mundo de la naturaleza, de la razón y de la fe.
A su vez la historia como disciplina, al mismo tiempo que transcribe
hechos reales, incluye como relato sucesos imaginados o inventados. En la mente
humana, cohabitan la realidad de los hechos y los contenidos elaborados, que
obedecen a la fantasía. La historia se puede considerar también como un enorme
océano de tiempo y espacio en el que circulan diversas corrientes, y donde transitan
los hombres, las ideas, y los procesos. Y por encima de todo, presente en los mínimos aspectos, está el
Creador y Sostenedor del mundo. El escritor Michael de Sapio[3] se preguntaba hace poco si el cristianismo es una historia, afirmando
que si esto fuera así, “deberíamos entonces aceptar "historia" en el
vocabulario cristiano, solo mientras lo entendamos en un sentido superior,
místico y estético, que señale a Dios como el artista divino, el autor de la
historia humana. Tomás de Aquino toca este tema en la pregunta 93 de la
Summa: La creación se asemeja a la mente del Creador, así como una obra
artística se asemeja a la mente del artista. Este es el sentido en el que
nuestra fe es historia, en el sentido de que procede de la mente creativa de
Dios.”
Si la historia se inscribe en el tiempo y el espacio, y en
el marco más amplio de la creación, su comprensión integral debería incluir
tanto al mundo natural como el sobrenatural, aunque el segundo sea accesible
por medio de la fe. La historia sagrada (historia de salvación) pasaría a ser
así la parte más importante de la historia, puesto que continuará cuando hayan
terminado el tiempo y el espacio tal como los conocemos.
Dentro de esa gran historia en la que peregrina la
humanidad, la conformación, el desarrollo, el apogeo y la descomposición de los
grupos sociales obedece a reglas que parecen similares e inmutables, y que se
repite a través de los siglos y de la geografía, desde las familias, pasando
por las tribus, los clanes, los reinos, las naciones, los imperios y las
civilizaciones. El naufragio provocado a la Cristiandad durante la Reforma formaría
parte de un proceso más amplio que habría comprendido y excedido a la misma
Reforma, que no sería otro que el de la misma revolución, una “Revolución
Cósmica”, entendida como una rebelión dirigida parte de lo creado y sostenido
contra su Creador y Sostenedor. En estos términos, el problema que plantea Belloc
sería el mismo problema de toda la historia humana, es a la vez la Historia de
la Salvación, y que abarca el período que se inicia en “la creación desde la
nada hasta el fin del mundo tal como lo conocemos”, o como se describe en el
Salmo 90 “desde y hacia la eternidad con Dios”.
Pensando así en la palabra de la cizaña y del trigo, y con
una perspectiva positiva y llena de fe y de esperanza, es posible contemplar a
la historia de toda la humanidad como una “historia de la salvación”, que se
dirige a paso firme al momento del cumplimiento total de las promesas de Dios
en el juicio final, la salvación de los justos y la perfección del paraíso,
conformándose una nueva realidad formada por “nuevos cielos y nueva tierra”
coexistentes con la misma eternidad de Dios.[4]
Los procesos históricos civilizatorios y anti
civilizatorios tienen aspectos en común.
Y si el naufragio de la Cristiandad coincide con la misma
Reforma pero a su vez forma parte de un proceso que comprendió pero que excedió
a la propia Reforma, ¿qué características tendría este proceso más amplio?
¿cómo interviene aquí la revolución? Si consideramos que la historia es también
la historia de las civilizaciones, el interrogante de Belloc nos lleva directo a
plantearnos si no fue “la revolución” lo que habría hecho naufragar lo que [5]
se entendía como “civilización” y como “cultura”[6].
Cuando consideramos estos dos conceptos simultáneamente, podemos ver con
claridad la invasión masiva en el derrumbe de una civilización que fue
cristiana de una “cultura revolucionaria”. El desarrollo de ideas y movimientos
revolucionarios también fue correlativo con la lenta decadencia del mundo
occidental heredero de la tradición judío cristiana y greco-romana; y a la vez fue
causa y consecuencia de dicha decadencia.
Vemos entonces la continuidad de las
revoluciones en los movimientos ascendentes y descendentes de la historia actuando
como grandes remolinos que atrapan y sumergen las diferentes culturas en el
abismo de la decadencia. Jacques Maritain afirmaba en unas conferencias
pronunciadas en la Universidad de Notre Dame en 195[7], que hay “en el curso de la historia, ciertas
relaciones básicas o características fundamentales”, y entre estas, una “ley
del doble movimiento que podría ser llamada la ley de degradación por un lado y
de la revitalización por el otro de la energía de la historia”. Señalando el
mismo orden de movimientos en la historia, Solzhenitsyn, destacó[8], que la única solución
para el mundo moderno sería ascender nuevamente a una etapa antropológica que
lo eleve por encima de “la corriente materialista” que lo aprisiona, a través
de una re espiritualización, con la que “deberíamos izarnos hacia una visión
más elevada, a una nueva concepción de la vida, en la que nuestra naturaleza
física no sea maldecida, como pudo haberlo sido en la Edad Media, pero en la
que nuestro espíritu tampoco sea pisoteado como lo fue en la edad
moderna.” Ese ascenso nos llevaría “a
una nueva etapa antropológica. No tenemos otra elección que subir, siempre más
alto”
En ese ascenso van de la mano la búsqueda
de la perfección personal y social. Si el hombre se ve a sí mismo como un
orgulloso Narciso, actúa como tal y se constituye en el centro de todo, creyendo
que su criterio es criterio de verdad y bien, no podrá evitar pagar las
consecuencias. La codicia sin límites, de los hombres o de los estados y el
agotamiento de los sentimientos de la bondad humana producen efectos
devastadores, y en los movimientos descendentes, las grandes crisis sociales se
preparan lentamente. Tampoco la solución radica en una forma de “gobierno
ideal”, como herramienta de ingeniería social.
Comentando la Política de Aristóteles [9]
observa Robert Nisbet que lo importante para éste “no era tanto un ideal de
gobierno como un ideal de la relación entre el gobierno y el orden social. Lo
importante no era que el gobierno fuera una monarquía, una oligarquía o una
democracia, sino que la familia, la propiedad privada, las asociaciones
legítimas y las clases sociales se mantuvieran libres de la incesante invasión
o dominación política, independientemente de la forma de gobierno que
existiera”.
La revolución juega un papel cada vez
más abarcador
El papel central y creciente de las revoluciones también ha
formado parte de la forma de relación entre los países, ha ido aumentando la
agudización y profundización de cada nuevo ciclo histórico, acompañando el
aumento radical del alcance de la
guerra, de la tecnología aplicada al armamento, cada vez más sofisticada, y más
costosa, y del creciente número de víctimas, sobre toda de las más inocentes.
Mientras el mundo retrocedía “a la barbarie tribal”,[10]
la guerra fue haciéndose más total e ilimitada y los gobernantes dejaron de fijarse
objetivos militares de defensa o ataque de los territorios, los bienes y las
poblaciones a su cargo, para convertirse ellos mismos en instrumentos al
servicio del sostenimiento y propagación de “ideas filosóficas primero, y luego
de principios de independencia, unidad y ventajas inmateriales de distinto
tipo”. Con la incorporación en los objetivos de la imposición de ideologías,
cambió la magnitud de los conflictos. Se reemplazaron las tropas profesionales
y de mercenarios por un servicio militar obligatorio y se hizo más barata la
guerra, lo que permitió la creación de ejércitos de una dimensión cada vez
mayor. Se pensó que a través de victorias tremendas y aplastantes se aseguraría
la paz, y lo que se produjo fue todo lo contrario. Y fueron sirviendo todos los
medios - visibles o invisibles, mientras simultáneamente las invenciones y la
tecnología aplicada al desarrollo de las armas fueron aumentando la dimensión y
el costo de la guerra.
En el aspecto material de esta evolución, a fines del siglo
XIX, los protagonistas de las guerras coloniales ya utilizaban masivamente el
fusil a repetición, la pólvora sin humo, las ametralladoras y la artillería de
tiro rápido, mientras Gran Bretaña, Alemania, Francia, Italia, España,
Portugal, Bélgica y Holanda habían multiplicado por diez la superficie del
territorio que ocupaban naturalmente en su expansión colonial. Con la rápida
expansión territorial de las fronteras…surgió la necesidad de “proteger” los
nuevos territorios, preparando el terreno para las grandes colisiones del siglo
XX. A esta altura de la historia, la guerra se había convertido en un negocio
de gran volumen para los industriales, que nunca dejó de ser.
Volviendo al gran proceso revolucionario, una revolución en
marcha incluye normalmente la promesa de un mundo mejor, utópico, y la
utilización de una refinada ingeniería social. El punto de partida y los
argumentos pivotean alrededor de alguna categoría como la libertad, la paz, el
progreso, la igualdad o la fraternidad, o un segmento de la sociedad como una
clase o una etnia. Ese concepto pasa a tener la dimensión de un valor absoluto
y define el norte de la brújula revolucionaria. Para generar las condiciones
que hagan posible una revolución, hay una estrategia y procesos que deben
ponerse en marcha: “áreas de trabajo”, herramientas y tareas específicas que deben “romper la
máquina burocrático-militar del Estado". Estos procesos provocan la
erosión y descomposición de la autoridad reconocida y vigente, debilitan las
pautas morales y las normas reconocidas y aceptadas y provocan la división
entre los adversarios para evitar la formación de un consenso contra la
revolución misma, generan el caos económico para convertir al sistema en algo
inmanejable e imposible de controlar por el gobierno a cargo, infiltran los
gobiernos, las instituciones públicas, los grupos políticos y las diversas
organizaciones para disponer de elementos propios o utilizables, plantean –a
través de grupos de presión exigencias cada vez mayores –a veces con una falsa
solución adjunta al planteo- para provocar decisiones políticas y económicas
erróneas, y causar así crisis políticas y económicas que fuerzan “soluciones
revolucionarias”, aunque el sistema no sea en si mismo revolucionario. Los
procesos revolucionarios incluyen también acciones que muchas veces no parecen
estar conectadas entre sí, y las víctimas de esos procesos no se dan cuenta de
la realidad hasta que ya es tarde y no pueden resistir. Pero como alguien
afirmó alguna vez, “no hay revolución sin que el poder cambie de manos”. Una revolución
no triunfa en el momento de tomar el poder, sino cuando logra reemplazar al que
ella misma ha reemplazado de modo integral e irreversible. Cuando sus “¡nunca
más!” se han transformado en dogmas.
El ejemplo clásico es la revolución rusa. Ya en 1925, desde
el mismo comienzo, y sin que esto fuera su intención, Gustave Gautherot [11]
pone en evidencia la “ignorancia culpable” de la dirigencia acerca de lo estaba
ocurriendo cuando publica un análisis de la doctrina y de la política
comunista, de los grandes ejes de campaña, de la designación del estado como
patrón, de la creación de un estado dentro del estado, de la demolición del
orden moral, de la sustitución del amor por el odio, del reemplazo de la
religión por la doctrina y por el ateísmo, de la sangrienta persecución al
clero, del ataque a la familia y la liberación de la mujer y del uso del
terror. Gautherot muestra el caso ruso como “la culminación lógica aunque
extrema de una larga tradición revolucionaria de la civilización europea como
un todo". La toma del poder por los
soviets no fue algo espontáneo ni fruto del azar, aunque la historia podría
haber sido distinta. La revolución rusa comienza cien años antes de
Solzhenitsyn, y debe ser integrada a un
gran movimiento de rebeldía muy anterior y que continúa hasta nuestros días. En
su discurso de La Vendée el escritor afirma que
“las revoluciones destruyen el carácter orgánico de la sociedad,
arruinan el curso natural de la vida, aniquilan los mejores elementos de la
población, y dejan el campo libre a los peores. Ninguna revolución puede
enriquecer un país, y lo que sucede apenas es que algunos estafadores sin
escrúpulos se constituyen en la causa de muertes innumerables, de pobreza generalizada
y, en los casos más graves, de la degradación durable de la población.” “Nunca,
a ningún país, le podría desear una gran
revolución. Si la revolución del siglo XVIII no causó la ruina de Francia,
esto sólo ocurrió porque sucedió Termidor[12].
La revolución rusa no experimentó un Termidor que haya sido capaz de
detenerla.”
Relacionemos también entre sí los conceptos de revolución y
de civilización. Afirmaba León Tolstói [13]que “todas
las familias felices son iguales pero cada familia infeliz lo es a su manera”.
Si aplicamos la analogía, podríamos decir también que las civilizaciones se
parecen en sus características generales, pero que las revoluciones tienen sus
peculiaridades. Si la civilización y la revolución se ocupan de las mismas
realidades, tal vez lo opuesto de la revolución sea la civilización, con signos
opuestos: donde una suma, la otra resta... El gran desafío permanente en la
historia sería entonces el de los movimientos ascendentes civilizatorios vs.
los descendentes revolucionarios. Los procesos creativos civilizadores se
reconocen porque abarcan aspectos sociales, culturales y morales de la sociedad
y porque tiende a prevalecer la armonía y el orden social, la disciplina
económica, la burocracia estatal no es paralizante, hay buena educación, los
cimientos culturales son valorados, se percibe la fortaleza de la tradición,
las creencias espirituales ocupan un lugar central, y hay una visión
teocéntrica de la realidad, se práctica la religión y hay una valoración y
defensa de la vida humana. Los procesos descendentes revolucionarios se
reconocen porque en ellos prevalece la decadencia social, cultural y moral de
la sociedad, hay sectores significativos que procuran la anarquía y el caos, la
destrucción de la economía, la burocracia es influyente, se deteriora la
educación, hay decadencia cultural, prevalece una hermenéutica de la ruptura,
reina el materialismo y la inmoralidad a gran escala, hay una supremacía del
agnosticismo y del ateísmo y se desconsideran la vida humana y la dignidad de
la persona.
Observa el autor Jim Nelson Black [14],
que las civilizaciones ascienden, pero también caen y mueren, pudiendo
describirse la historia del mundo como la de una gran serie de naciones que
primero se han constituido alrededor de experiencias de construcción
comunitaria alrededor de valores comunes y que finalmente han sido absorbidas
por otras, o simplemente se han derrumbado como fruto de la disolución de los
valores comunes y la consiguiente anarquía interior. Este tipo de análisis nos
facilita un esquema recurrente tanto en el desarrollo y crecimiento de las
sociedades humanas como en su decadencia.
En los términos planteados, lo opuesto a la Revolución no
sería la Contrarrevolución sino la misma Civilización. Porque un proceso no se
debería definir por contraposición a otro. No es lo mismo civilizar que luchar
en contra de la revolución. Tampoco el problema parecería ser “geográfico”
(Occidente vs. Oriente) como lo sugirió Roger Scruton con motivo de recibir una
mención honorífica al plantear una salida posible al tradicional enfrentamiento
geográfico. Hablando del “problema de la invasión del mundo académico e
intelectual por parte de grupos activistas que no se toman la molestia de
aprender lo suficiente como para saber a qué se enfrentan, pero que sin embargo
definen su posición en términos de agendas políticas” concluye magistralmente: “mi
mensaje final es que no debemos desesperarnos respecto de la civilización
occidental. Solo debemos tener cuidado en reconocer que no estamos hablando de
algo estrecho y de mentes pequeñas llamado Occidente. Estamos hablando de algo
abierto, generoso y creativo llamado civilización.” [15] Recordemos también que en la expresión “civilización occidental”,
“occidental es el adjetivo” y “civilización es el sustantivo.
Una conclusión a la que arriba el historiador Martín Malia,
es que "una gran revolución no es esencialmente un fenómeno
socioeconómico, sino uno del tipo político constitucional y
cultural-ideológico… una gran revolución es esencialmente la crisis general de
la totalidad de un sistema nacional". El rol de las revoluciones, ha sido estudiado
por este autor históricamente más que estructuralmente o
"transculturalmente", comparando los casos dentro de una misma
cultura o contiguos en el tiempo, y ligando “el contenido doctrinal de la
doctrina de la Cristiandad y su estructura institucional a los procesos
políticos y sociales de la "escalada" democrática. Las revoluciones
tienen sus raíces en la historia europea y ostentan características comunes.
Son momentos más o menos largos que forman parte de procesos nacionales e
internacionales. Estos procesos se han ido radicalizando desde el siglo XV
hasta el XX, extendiéndose a todo el mundo.
Solzhenitsyn describe este proceso para el caso de Rusia.
Afirrma que fue en los siglos XVII, XVIII y XIX en los que cambiaron las
personas, el pueblo y la nación rusa: “… en el Siglo XVII un cisma desgraciado
minó nuestra ortodoxia, y en el XVIII Rusia fue quebrantada por las reformas
tiránicas de Pedro el grande, que ahogaron el espíritu religioso y la vida
nacional, para fortalecer al estado, la guerra y la economía. Con la
unificación de la enseñanza impuesta por Pedro el Grande, se nos infiltró la
sutil brisa venenosa del secularismo, que en el Siglo XIX penetró hasta las
clases más cultas y abrió amplio paso al marxismo. En vísperas de la
revolución, la fe había desaparecido de los círculos instruidos. Entre los
monjes eruditos incluso ya estaba debilitada.”
Para el resto de Europa, Malia considera que es necesario
ir al año 1000, y “relacionar la teología y la eclesiología con el feudalismo y
los sucesos tempranos del Antiguo Régimen". El radicalismo europeo se fue
moviendo desde la sedición religiosa contra la Iglesia en épocas en que aún no
existían los estados, para ir escalando a la insurrección política y luego a la
revolución abierta. El orden medioeval en el siglo XIV da signos de agotamiento
con hitos como la quiebra de los grandes banqueros italianos, la guerra de los
cien años, la anarquía y revueltas (Inglaterra, Francia, Flandes), la peste
negra de 1347 (40/50 millones de muertos), la despoblación de los campos, la
disminución del poder espiritual, el debilitamiento del feudalismo, el aumento
de las fortunas urbanas que invierten luego en el campo reemplazando a los
antiguos señores y la gran depresión económica.
Cinco grandes revoluciones se destacan como hitos en el
proceso largo y complejo de la crisis de Occidente. Habría que agregar “la
revolución islámica”, pero esa es otra historia.
1. “La revolución
religiosa”. El Renacimiento y la Reforma secularizan cada vez más a la historia
y dividen a la Cristiandad. En los siglos XV y XVI se produce un intento de re cristianización
combinado con la “mundanización” de la Iglesia (Bohemia, Alemania, Francia y
Holanda),
2. “La revolución
política racionalista y científica”del siglo XVII (Inglaterra) provoca el
abandono de la Revelación, y su reemplazo por la Razón y por la Ciencia, al
mismo tiempo que la “Revolución militar” acompaña el absolutismo centralizador,
que luego pasará a ser “el enemigo a abatir”,
denominándolo “antiguo régimen”.
3. En “la
revolución de la modernidad militante” (Francia) y “la revolución
independentista” (América) del siglo XVIII, coexisten un sistema estatal
unitario absolutista “desde el Atlántico a los Urales” mientras el Iluminismo va
dando luz a un sistema
“revolucionario-republicano”, que irá demoliendo “el absolutismo real con un
poder de raíz divina” y proclamando al individuo como ciudadano en el centro de
la política, y elevando la libertad, la igualdad y la fraternidad a la
categoría de “dogmas fundantes”, ya completamente aislados del orden
sobrenatural.
4. Luego se produce
“la revolución europea” en cadena del siglo XIX, con tres principales olas en
el mundo occidental en 1820-1824; 1829-1834; y 1848. Primera ola en España, Nápoles y Grecia, segunda ola en Europa, oeste de Rusia y continente americano, alzamiento
de Bélgica que se independizó de Holanda, Polonia, Italia y Alemania, Suiza, España,
Portugal, independencia de Irlanda y
tercera ola de 1848, casi simultánea en Francia, en Italia, en los estados
alemanes, en el imperio de los Habsburgo, en Suiza y también en Irlanda, Grecia e Inglaterra. La
insurrección popular de la Comuna (1871) fue considerada por Marx como un paso
adelante hacia la revolución proletaria mundial. También en el siglo XIX en
Francia y en Rusia las sociedades secretas llevaron a cabo intentos de desgaste
y demolición desde la sombras.
5. ¨La gran revolución rusa y mundial del siglo XX”. Al sobrevolar la historia de la
revolución, se ve que ésta ya había comenzado siglos antes con el
debilitamiento de la cristiandad, con un hito mayor en Francia, a partir del
debilitamiento de las raíces de un sistema político que explota en siglo XVIII,
particularmente en 1789. Luego continúa con la erosión del régimen monárquico
en toda Europa en el siglo XIX, con La Comuna y las ideas de Marx, y pasa a ser
universal en el siglo XX, cuando la revolución rusa monta rápidamente su
sistema de dominio a través del terror planificado en 1918, mucho antes que
Hitler, manteniendo el régimen de campos de concentración más de setenta años,
hasta 1991[16].
En 1925 la revolución ya es un proyecto mundial en ejecución. Gustave Gautherot da por sentado este proyecto integral, y
describe ya en 1925 los detalles de las principales tareas revolucionarias[17],
comenzando por la proyección geográfica del proyecto en marcha: “… el
bolchevismo pretende ganar todo el universo y conduce contra la civilización
moderna una lucha a muerte. … la URSS… avanza en el corazón del continente
amarillo, anexa la Mongolia exterior; dirige la revolución china; trabaja para
arrancar de los imperialismos occidentales Indochina y las Indias; sacude las
barreras que la separan del Golfo de Omán, del Mar Rojo y del Mediterráneo”.
Gautherot describe en su obra los detalles de la acción revolucionaria en las
distintas regiones del globo terráqueo, partiendo desde la misma Rusia para
continuar con Asia (Mongolia, China, Japón, Asia Meridional), África del Norte,
América, Europa (Gran Bretaña, España, Italia, Suiza, Bélgica, Holanda,
Alemania, Austria, Hungría, Dinamarca, Suecia, Noruega, Finlandia, Estonia,
Letonia, Lituania, Polonia, Rumania, Checoslovaquia, Yugoslavia, Croacia,
Bulgaria, y con el mayor detalle, Francia), y cita a Zinoviev, Presidente del
Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista, quien afirmaba en esos días:
“…el tiempo está cerca en el que se escuchará la convocatoria revolucionaria de
Shanghái a Calcuta, de Hankow a Madrás, de Tsing-Tao al Cairo, de Pekín a
Alejandría. Y al mismo tiempo, la llamada sonará más fuerte en Londres, New
York, Paris…”
En este largo proceso,
la “revolución” es entendida para los propios revolucionarios tanto como
“locomotora de la historia” en el sentido de un progreso inexorable: “las
revoluciones son las locomotoras de la historia” (Marx, La lucha de clases en
Francia de 1848 a 1850) “el mundo se mueve gracias a las revoluciones” (Lenin).
Pero también como “frenos de urgencia” a la expansión del poder opuesto- como
propone Walter Benjamin, desarrollándose esta idea más tarde en el pensamiento
crítico y en la ecología radical. «Marx dijo que las revoluciones son las
locomotoras de la historia mundial.
Puede ser, por el contrario, que las cosas se presenten de una manera
diferente. Puede ser que las revoluciones sean el acto por el cual la humanidad que viaja en ese tren oprima el
freno de urgencia» [18]
6.
“La revolución cultural” surge como un fenómeno específico. Señala
Javier Portella que “hoy, tras cien millones de asesinatos, toda esa escoria
manchada de sangre y horror es reivindicada por los niños mimados de Occidente,
los intelectualillos universitarios de gafas de diseño y becas erasmus. Donde
de verdad ha triunfado el marxismo es entre nosotros. Y no por la rebelión de
las masas, sino por la degradación de las élites. No es a Lenin a quien tienen
que dedicar estos petimetres sus aquelarres, sino a Gramsci, el hombre que
conquistó Europa para el bolchevismo cultural[19]”
La cultura es una de las columnas sobre las que se apoya cualquier
civilización. Por eso los revolucionarios de todos los tiempos y lugares se han
dedicado a corroer con alma y vida las costumbres, apuntando a la destrucción
de la familia y de todos los pilares del progreso genuino. Esta corrosión se realizó
en Rusia hace un siglo, pero forma parte de un proceso en todo el mundo
occidental, una degradación igualmente mortífera y disolvente que se introdujo
a través de todos los intersticios posibles e imaginables que dejó libres la
abdicación y desaparición paulatina de una clase dirigente que se diluyó por el
abandono de los principios de una tradición bimilenaria. En el siglo XX, esta
degradación apuntó a deshacer la hegemonía burguesa y reemplazarla por otra con
anclaje cultural de inspiración Gramsciana -consciente o no- a través de un proceso llevado a cabo sin
violencia física extrema, que le permitiera ocupar las posiciones centrales de
“poder cultural” y trabajar con todo el herramental disponible en la transformación
paulatina de pensamientos y conductas o (en caso de ser históricamente necesario
y viable) por medio de la podría ser una revolución violenta.
El gran problema de la revolución cultural es su profundidad
y lo difícil de revertir el proceso, en el que se va produciendo el abandono
paulatino de los fundamentos de la sociedad, y su reemplazo por un sistema de
valores invertidos. Esto se percibe claramente al pasar de una visión de la
historia como la de Martín Malia al tipo de la desarrollada desde la cárcel por
Gramsci, que de algún modo "actualiza" el marxismo leninismo clásico
desarrollando sus teorías sobre la "hegemonía cultural", que lleva al
dominio del hombre no solo mediante la fuerza, sino a través del
consentimiento. Sí para Lenin la revolución cultural y la reforma intelectual y
moral de las masas sucede principalmente luego de conquistado el poder, para
Gramsci sucede antes, y se transforman primero las conciencias para luego tomar
el poder. De este modo, la fuerza pasa no solo a través de los partidos y
movimientos revolucionarios, sino también a través de las organizaciones
populares, "que representan como las "trincheras" y las fortificaciones
permanentes en una guerra de posiciones"[20].
Sin intentar convertir al gramscismo en tema específico de este
análisis, es claro que para los cultores de la revolución el principal problema
es la revolución de los paradigmas, los valores y las creencias, y la
demolición del orden creado a lo largo de los siglos sobre una sólida base judeo
cristiana que se fundió con lo mejor de la herencia intelectual griega e
institucional romana para formar lo que fue el mundo occidental.
Des-construyendo la religión, las instituciones, el orden jurídico, las
costumbres, la familia, es posible ganar el corazón del hombre. Y con el
dominio del corazón del hombre, la revolución cultural está en condiciones de
obtener una gran victoria. ¿Será una victoria definitiva?
Lo cierto es que la cultura del siglo XX que conocimos, se
fue degenerando y perdiendo su forma y significado. Y así hoy se “acepta con
igual entusiasmo el canto gregoriano y MTV; la Biblia y el Satanismo, la
filosofía Tomista y el post-modernismo, Freud y San Agustín, el ballet clásico
y el break dancing. Y todo ocurre al mismo tiempo, a menudo lado a lado, sin
coherencia o unidad alguna”[21]
Veamos dos casos de “revolución cultural” aparentemente
separados en el tiempo y la geografía: Rusia y España.
En Rusia, desde el comienzo de la revolución, la
transformación de leyes, costumbres y normas para destruir la familia
tradicional fue uno de los “vectores” de lucha predilectos. Baste señalar el
Código Familiar de 1918 sobre matrimonio, familia, custodia de los hijos, y la
liberalización del aborto. Durante bastante tiempo se favorecieron las uniones
libres y se crearon oficinas para registrar casamientos y tramitar divorcios
exprés en 15 minutos. Ya figuraba entre los objetivos de los marxistas y
anarquistas rusos el voltear la dupla del “trono y el altar”, y luego abolir el
matrimonio y le familia, considerados como “plagas o azotes de la humanidad”.
Federico Engels, en “El origen de la familia, la propiedad y el estado”
afirmará que “bajo el comunismo, las
relaciones entre los sexos serán una cuestión estrictamente personal, que solo
conciernen a los individuos interesados y en la cual la sociedad no tendrá que
intervenir”. A la libertad de casamiento, corresponderá también la libertad de
divorcio. En diciembre de 1917 se instituye en Rusia por decreto la
“laicización” del matrimonio, la igualdad absoluta entre esposos, y la
abolición de diferencias entre hijos legítimos e ilegítimos, y el divorcio. En
1920 se legaliza también el aborto gratuito. Los resultados fueron tan
catastróficos que en 1936 se emite una nueva legislación que prohibía el aborto,
protegía la maternidad, aumentaba significativamente el costo del divorcio
(salvo para las mujeres de detenidos, para quienes el divorcio era unilateral y
gratuito). En 1944 otro decreto refuerza la protección del matrimonio y de la
maternidad, considerándose a Stalin como “el protector de las familias y el
padre de los pueblos”. En 1955 se vuelve a autorizar el aborto, y el divorcio
se hizo más fácil.
Setenta años después en España se produjo ese tipo de
cambios, y rápidamente se fueron introduciendo nuevas leyes, a través de las
cuales la revolución cultural logró fijar un nuevo marco de referencia
obligatorio para toda una nación: divorcio (1981), despenalización del
aborto (1985),ley sobre Técnicas de Reproducción Asistida (1988), ley que
permite el llamado matrimonio civil entre personas del mismo sexo
(2005), ley del divorcio «exprés» y del «repudio»
(2005), introducción de la asignatura «Educación para la ciudadanía» para
hacer presente la ideología de género en la escuela (2006), ley sobre técnicas
de reproducción humana asistida (2006), ley Aido sobre la interrupción del
embarazo y la salud sexual y reproductiva (2010), ley de investigación
biomédica (2011), leyes autonómicas sobre «Identidad y expresión de género
e Igualdad social y no discriminación» (Madrid, 2016) y ley sobre
transexualidad (Valencia, 2017).
¿Estamos una vez más en un esquema de Civilización o
barbarie? Volviendo al amplio marco de referencia de la historia, verificamos
que las civilizaciones y las naciones, nacen y mueren. Es abundante la
historiografía sobre los procesos que acompañan el nacimiento, la expansión, la
decadencia y la muerte de sociedades humanas que parecían destinadas a perdurar
para siempre. La visita de las ruinas de las grandes civilizaciones basta para constatar
la vulnerabilidad de la obra del hombre. En este contexto, tal vez la
alternativa entre civilización o barbarie siga siendo la gran opción. Will
Durant se refería así en 1944 a la decadencia de Roma: “Una gran civilización
no se conquista desde fuera hasta que se haya destruido a sí misma por
dentro. Las causas esenciales del declive de Roma radicaron en su propio
pueblo, su moral, su lucha de clases, en el fracaso de su comercio, su despotismo
burocrático, sus impuestos asfixiantes, sus guerras desgastantes”. [22]
La muerte de Dios
Siendo el progreso espiritual necesario, y habiendo un
efecto integrador de la fe y un efecto desintegrador en la carencia de fe,
vemos que la llamada “muerte de Dios” también escoltó en los últimos tres
siglos a la revolución cultural."Los hombres han olvidado a Dios", y
sin progreso espiritual no hay salida. Solzhenitsyn, al relacionar la ausencia
de Dios con la revolución, focaliza la atención sobre uno de los puntos principales
sobre los trata su reflexión y su obra literaria. El que quiera cercarse a la
realidad y entender la revolución al modo de Solzhenitsyn, deberá ascender en
el conocimiento por el mismo camino. La manifestación más clara de su
pensamiento se encuentra en la conferencia que pronunció -en primera persona
del singular y lejos de los personajes de sus escritos- en el Guildhall de
Londres donde al recibir el premio Templeton en 1983, expresa con toda
claridad: “Siendo ya niño, hace más de medio siglo, muchas veces oí decir a las
personas mayores, para explicar las terribles convulsiones que habían
quebrantado Rusia: “los hombres se han olvidado de Dios, esa es la causa de
todo”. Desde entonces, he dedicado casi medio siglo al estudio de nuestra
revolución. He leído cientos de libros. He reunido centenares de testimonios
personales, y –para empezar a despejar los escombros- he escrito ya ocho
volúmenes. Ahora bien, si me pidieran hoy precisar en forma breve, la causa
principal de esa revolución devastadora, que nos ha devorado más de 60 millones
de individuos, no encontraría nada mejor que repetir: “los hombres se han
olvidado de Dios, esa es la causa de todo”.” Y la revolución, es universal: “… los
sucesos de la revolución rusa no pueden entenderse hoy, en este fin de siglo,
sino sobre el marco de fondo de lo que ocurre en los demás países. Hay un
proceso universal que se perfila claramente. Si se me exigiera señalar, en una
fórmula breve, el rasgo principal de este siglo XX, nuevamente no encontraría
nada más exacto, más sustancial que decir: los hombres se han olvidado de
Dios.”
Con el olvido de Dios, la lucha por la revolución se vuelve
militante y activamente una lucha contra la religión 115. Dostoievski pensaba
que “la Revolución debía comenzar necesariamente por el ateísmo”. Solzhenitsyn
lo confirma: “Verdaderamente es así. Pero el mundo no había conocido hasta
ahora a un ateísmo como el marxista: organizado, militarizado y encarnizado. En
el pensamiento filosófico y en el corazón mismo de la psicología de Marx y de
Lenin, el odio a Dios constituye el impulso inicial, previo a todos los
proyectos políticos y económicos. El ateísmo militante no es un detalle, no es
un elemento periférico ni una consecuencia accesoria de la política comunista:
es su eje central. Para alcanzar su fin diabólico, ella necesita disponer de un
pueblo sin religión y sin patria.”
Omitir o negar la existencia de Dios tiene sus
consecuencias directas en la vida misma de la sociedad. En estos días, Regis
Nicoll [23]
analiza las consecuencias del abandono de Dios por la sociedad, afirmando que “esa
ruptura lleva a la ruptura social, enlazando el enfrentamiento de Satán con
Dios, la rebelión del hombre y las repercusiones en una cultura sin valores. La
ruptura del orden moral –uno de los objetivos de la revolución- lleva
irremediablemente a la ruptura del orden social.” De este modo se relaciona
también a la revolución cósmica con la revolución cultural. “Debido a que Dios,
la Fuente del ser, es social, nosotros, hechos a su imagen, también somos
sociales. Por esta razón, la alegría, la paz y la plenitud para las que fuimos
creados se experimentarán solo en la medida en que estemos unidos verticalmente
hacia El y horizontalmente hacia cada uno de nuestros semejantes. También
significa que cuando trabajamos para restaurar lo que Satanás ha dividido
(nuestras relaciones con Dios, esposos, vecinos y con la naturaleza) cumplimos
con las directivas divinas de amor, discipulado y mayordomía.”
Uno podría sentirse más inteligente pensando que la
humanidad “no tiene la culpa” de la elección y decisión equivocada de Adán y
Eva, pensando aún que es el mejor ejemplo de lo que no hay que hacer, y que los
resultados han sido simplemente los naturalmente derivados de sus causas,
aunque no nos sea posible comprender todo el proceso, todavía. Después de todo,
lo que sucede en toda la humanidad es el resultado de la acción humana, por
naturaleza libre y responsable. No hay nada nuevo bajo el sol. Pero Nietzsche
expresa con claridad el extravío humano: “¡Dios ha muerto! ¡Dios sigue muerto!
¡Y nosotros lo hemos matado! ¿Cómo nos consolaremos los asesinos de todos los
asesinos? Lo más sagrado y lo más poderoso que hasta ahora poseía el mundo,
sangra bajo nuestro cuchillo — ¿quién nos enjuagará esta sangre? ¿Con qué agua
lustral podremos limpiarnos? ¿Qué fiestas expiatorias, qué juegos sagrados
tendremos que inventar? ¿No es la grandeza de este hecho demasiado grande para
nosotros? ¿No hemos de convertirnos nosotros mismos en dioses, sólo para estar
a su altura? ¡Nunca hubo un hecho más grande —todo aquel que nazca después de
nosotros, pertenece a causa de este hecho a una historia superior que todas las
historias existentes hasta ahora!» “
Esta afirmación (las manchas de sangre nos recuerdan las de
Lady “Macbeth”…) implica dejar de
reconocer un orden cósmico, y en consecuencia eliminar al mismo Dios como
fuente de toda norma moral que pueda ser reconocida y acatada universalmente
por la sociedad humana. Así se pasa del teocentrismo al antropocentrismo, y
luego al mismo nihilismo.
Algunas conclusiones, ya avanzado el siglo
XXI
Solzhenitsyn realiza magistralmente un balance sobre el
siglo XX en su discurso del Premio Nobel. Allí delimita y describe un teatro de
operaciones que abarca el siglo completo: “…nuestro Siglo XX ha demostrado ser
más cruel que los siglos precedentes y los horrores de sus primeros cincuenta
años no se han borrado.”Las pasiones de la época han sido las de siempre:
“…nuestro mundo está siendo sojuzgado por las misma viejas pasiones de la época
de las cavernas: codicia, envidia, descontrol, mutua hostilidad; pasiones todas
ellas que, con el paso del tiempo, se han conseguido seudónimos respetables
tales como lucha de clases, conflicto racial, disputas sindicales.” Y el
hombre, extraviado, ha abandonado los principios por los “beneficios” que van a
definir la “felicidad” de cada uno y de su grupo de pertenencia. Así, “… en
nuestras almas no existen los eternos, universales, conceptos de bondad y de
justicia; que son fluctuantes e inconstantes. De lo que se desprende la
siguiente regla: haz siempre lo más provechoso para tu facción. Cualquier grupo
profesional, ni bien percibe una oportunidad favorable para arrancar un pedazo,
aunque no lo haya ganado, aunque le sea superfluo, lo arranca inmediatamente y
no le importa si la sociedad entera se derrumba después.”
El escritor ve claramente la actualización del tema de la
Torre de Babel: “Tal como se lo ve desde afuera, la amplitud de las disputas de
la sociedad occidental se está aproximando al punto más allá del cual el
sistema se vuelve inestable y no puede sino desmoronarse”. Nos cuenta que ha
ido descubriendo un mundo contemporáneo deshumanizado: “…. un mundo en dónde
algunos lloraban lágrimas desconsoladas mientras otros bailaban al ritmo de la
música alegre”. También se plantea “el problema de la grieta”: “… ¿por qué es
que las personas no pueden escuchar cada sonido distintivo que sea proferido
por los demás?”. En las diferentes visiones del mundo y escalas de valores,
encuentra una explicación, porque “…desde tiempos inmemoriales el ser humano
está hecho de tal modo que su experiencia personal y grupal determinan su
visión del mundo, en la medida en que esta cosmovisión no le haya sido
instilada por sugestión externa. La experiencia personal y social determina
también sus motivaciones y su escala de valores, sus acciones e intenciones. …
Y ésa es la base más sólida para la comprensión del mundo que nos rodea y de la
conducta humana que en él se desarrolla. Pero con el paso de los siglos se
fueron produciendo cambios. Durante mucho tiempo, “... a los seres humanos
individuales les fue posible percibir y aceptar una escala general de valores,
distinguir entre lo que es considerado normal y lo que no lo es, saber qué es
increíble, qué es cruel y qué se encuentra más allá de los límites de la
maldad, qué es honesto y qué es engaño.”
Hoy sigue en juego en los grandes conflictos políticos la
ambición y el poder, acompañados de la penetración ideológica que sirve de
pantalla, de pretexto y de instrumento a los apetitos humanos. El puñado de
líderes que ocupa en estos momentos los lugares centrales que afectan el
equilibrio en la política internacional, tienen poder y capacidad de
desestabilización. En la búsqueda o con el pretexto de la “legítima defensa”
están en condiciones de hacer mucho, bueno o malo, por o contra la armonía del
desarrollo mundial.
Avanzado ya el siglo XXI es visible un “neo marxismo
estratégico y cultural” y se comprende cada vez más claramente la precisión y
claridad de las advertencias de Solzhenitsyn expresadas en su discurso de
Templeton: “Occidente no ha sufrido todavía la invasión comunista; la religión
aquí es libre. Pero su itinerario histórico ha desembocado en un marchitamiento
del sentimiento religioso. Ha sufrido también cismas desgarradores,
enfrentamientos y sangrientas guerras religiosas. Y –casi no hay necesidad de
decirlo- desde la baja Edad Media, Occidente ha sido invadido de forma
progresiva por el secularismo. Para la fe, esta amenaza –no de un exterminio
exterior sino de una anemia interna- puede ser todavía más grave. Imperceptiblemente
en Occidente el sentido de la vida se ha desgastado en el curso de los años
hasta reducirse a la sola “conquista” de la felicidad, que se inscribe incluso
en las Constituciones. No es solo en este siglo que se han desvalorizado las
nociones del bien y del mal, hábilmente sustituidas por argucias sin
fundamento, ya sean éstas de clase o de partido. Desde entonces se tiene
vergüenza en apelar a conceptos inmutables. Se tiene vergüenza en admitir que
el mal anida en el corazón del hombre antes de penetrar en los sistemas
políticos; pero habitualmente nadie tiene vergüenza de ceder al mal integral. Y
sobre la pendiente de estas concesiones, en el espacio de una generación,
Occidente está a punto de deslizarse sin remedio en el abismo. Las sociedades occidentales
pierden cada vez más su sustancia religiosa, y abandonan alegremente su
juventud al ateísmo. Los maestros ateos educan a la juventud en el odio hacia
la sociedad en la que viven. En su permanente actitud crítica, pierden de vista
el hecho de que los vicios del capitalismo son vicios inherentes a la
naturaleza humana, a los que se les ha dado libre curso siguiendo la huella de
los otros derechos del hombre ; y de que, bajo el comunismo … estos mismos
vicios no conocen ni freno ni control en todos aquellos que poseen una migaja
de poder (en cuanto al resto de la población, efectivamente ha conquistado la
igualdad pero en la esclavitud y en la miseria). Este odio, atizado sin cesar,
impregna hoy toda la atmósfera del mundo libre; la extensión de las libertades
personales; el auge de las conquistas sociales e incluso del confort no hacen
paradojalmente otra cosa que acrecentar este odio ciego. Las sociedades
desarrolladas de Occidente prueban hoy día que la salvación del hombre no está
en la abundancia material ni en el éxito económico.”
Para Solzhenitsyn, como lo señalara en Harvard, el combate
es de características cósmicas y exige también una visión cósmica del mundo:
“Pero el combate por nuestro planeta, físico y espiritual, un combate de proporciones
cósmicas, no queda para un lejano futuro; ya ha comenzado. Las fuerzas del Mal
han comenzado su ofensiva decisiva. Ustedes sienten la presión que ellas
ejercen, y sin embargo, vuestras pantallas y vuestros escritos están llenos de
“sonrisas forzadas” y de copas alzadas en señal de brindis: ¿Por qué toda esa
alegría?”
Cualquiera que quisiera elaborar una estrategia de poder
alternativo, no debería hacerlo entonces como un programa de dominación y ni
con la pretensión de diseñar las bases para un programa electoral, o una
alianza para “defender las instituciones”. Tampoco le alcanzará un mero
análisis pragmático de la economía y de la política para enfrentar el desafío
de la época. Si se comprende el fenómeno de la revolución, se ve claramente que
esta va mucho más allá de las explosiones históricas que son las que más
impresionan y llaman la atención. La memoria de más de cien millones de
víctimas que perdieron la vida en el siglo XX debería llevar a la reflexión.
En la medida en que el hombre occidental -de hecho cientos
de millones de personas- vaya perdiendo sus principios y convicciones
milenarias, no sepa porqué vive, no esté seguro acerca de la esencia del
matrimonio y de la familia, no asuma la educación como responsabilidad que los
padres no pueden delegar al estado, no tenga conciencia de sus
responsabilidades morales y cívicas, no se plantee con seriedad el fin del uso
de su propia libertad, habrá ido debilitando y abandonando sus
"trincheras" y sus "fortificaciones", y de a poco habrá
perdido la guerra, en el marco de una paz aparente y de una violencia
esterilizada. Inversamente, el que comprenda que la principal causa de la
crisis es moral, también reconocerá que el remedio también lo es. Y cuando una
parte significativa de la sociedad tenga como fines propios y asumidos el
procurar conocer y difundir la verdad y trabajar por el bien común, las
soluciones técnicas y prácticas surgirán espontáneamente. Afirmaba hace poco
Jonathan Sacks, Rabino Jefe de las congregaciones judías de la Commonwealth:
“Estabilizar el euro es una cosa; sanar la cultura que lo rodea es otra. Un
mundo en el que los valores materiales constituyen todo y los valores
espirituales son nada, ni genera un Estado estable ni una buena sociedad. Ha
llegado el momento para nosotros de recobrar la ética judeo-cristiana de la
dignidad humana a imagen de Dios.”[24]
Sabemos que la libertad tiene un precio elevado, y que
aunque la servidumbre pueda ser impuesta a través de la coerción externa,
requiere de la sumisión interna para serlo de manera estable.
En su discurso de Templeton, Solzhenitsyn nos recuerda que
ya “Dostoievski advirtió que "los grandes acontecimientos podían venir
sobre nosotros y captarnos intelectualmente desprevenidos". Esto es
precisamente lo que ha sucedido. Y predijo que "el mundo será salvo
sólo después de haber sido poseído por el demonio del mal". Si
realmente se salvará, tendremos que esperar y ver: esto dependerá de nuestra
conciencia, de nuestra lucidez espiritual, de nuestros esfuerzos individuales y
combinados frente a las circunstancias catastróficas. Pero ya ha sucedido
que el demonio del mal, como un torbellino, triunfa alrededor de los cinco
continentes de la tierra...” Por eso es necesario volver a reubicarse en un
sentido integral de la historia. Como ejemplo, el escritor ruso señala como la
fe ortodoxa integraba las personas, el pueblo y la nación: “En el pasado, Rusia
conoció una época en que el ideal social no era la fama, ni las riquezas, ni el
éxito material, sino un modo de vida piadoso. Rusia estaba entonces
empapada en un cristianismo ortodoxo que permaneció fiel a la Iglesia de los
primeros siglos. La ortodoxia de ese tiempo sabía cómo proteger a su
pueblo bajo el yugo de una ocupación extranjera que duró más de dos siglos,
mientras que al mismo tiempo defendía los golpes inicuos de las espadas de los
cruzados occidentales. Durante estos siglos la fe ortodoxa en nuestro país
pasó a formar parte del patrón mismo del pensamiento y la personalidad de
nuestro pueblo, las formas de vida cotidiana, el calendario de trabajo, las
prioridades en cada empresa, la organización de la semana y del año. La fe
era la fuerza formadora y unificadora de la nación.”
Daniel J. Mahoney reafirma la relevancia de las ideas de
Alexander Solzhenitsyn [25] al afirmar que [26]:
“la experiencia de la revolución ideológica nos enseña que todas las formas de
maniqueísmo que afirman saber con certeza quién es una víctima y quién es un
victimario, carecen de auto-conocimiento, de prudencia política y de sabiduría
espiritual, idea que es mejor transmitida por Solzhenitsyn en El Archipiélago
Gulag. En un pasaje memorable escribe que “la línea que separa el bien y el mal
no pasa a través de los estados, ni entre las clases, ni entre los partidos
políticos, sino a través de cada corazón humano, y a través de todos los
corazones humanos. Esta línea cambia. Dentro de nosotros, oscila a través de
los años... Es imposible expulsar el mal del mundo en su totalidad, pero es
posible reducirlo dentro de cada persona” Palabras de sabiduría para todos los
tiempos, y muy relevantes en momentos en que un moralismo político
"políticamente correcto" (paradójicamente arraigado en un relativismo
dogmático) se afianza en el mundo occidental. En Occidente necesitamos, como
nunca antes, recurrir a la mejor sabiduría anti-totalitaria. Este camino de
elevación espiritual y política que apunta a unir, lenta pero seguramente, a la
política y a la conciencia, a la libertad y a la auto-limitación moral, con un
saludable respeto por los límites y las imperfecciones humanas se encuentra entre las
mentiras utópicas y la indiferencia moral posmoderna. Es un camino arduo que no
tiene nada que ver con falsas esperanzas ni con utópicas ilusiones”
Frente al secularismo, al relativismo, a la apatía solo nos
queda resignarnos a la desilusión o volver a las bases.
[1] (texto
preparatorio para la presentación de la recepción en Academia del Plata –
20-4-2021)
[2] Hillaire Belloc, Así
ocurrió la Reforma, THAU, 1984
[3] ¿Es el cristianismo
una historia? por Michael De Sapio - 2 de febrero de 2021 .
[4] “Recuerden la Escritura: Ni ojo vio, ni oído oyó, ni
por mente humana han pasado las cosas que Dios ha preparado para los que lo
aman.” Primera Carta de San Pablo a los Corintios
[5] -sin necesidad de
hacer muchas aclaraciones adicionales-
[6] Carlos Alberto
Sacheri en Naturaleza humana y relativismo cultural reservaba “ … la palabra civilización para nombrar el
reconocimiento colectivo e una jerarquía dada de valores esenciales, mientras
que el término cultura expresará el conjunto de manifestaciones concretas de la
vida humana en un pueblo determinado“
[7] Jacques Maritain, Filosofía De La Historia,
Club De Lectores, 1985)
[8] en su discurso de Harvard
[9] https://theimaginativeconservative.org/2016/05/on-remembering-who-we-are-political-credo.html On remembering who
we are: a political Credo
[10] John Frederick
Charles Fuller, militar, historiador y estratega británico The Conduct of War,
1789-1961 (Rutgers University Press, 1961)
[11] Gustave Gautherot, Le monde communiste, Spes, Paris, 1925
[12] “El 9 de termidor del año II (27 de julio de 1794) cae Robespierre y
la República Francesa pasa del
dominio de los jacobinos, al de los republicanos conservadores, a quienes se llamará “termidorianos” ” https://es.wikipedia.org/wiki/Reacción_de_Termidor
[13] en Ana Karenina
[14] Jim Nelson Black,
When Nations Die (Wheaton, IL: Tyndale, 1994)
[15] En “The Last Speech: “A Thing Called Civilization””, Sir Roger Scruton, Septiembre 19, 2019 ISI – Struton murió el 12 de enero de 2020)
[16] Ya durante la guerra civil de 1918 a1921, se encarcelaron entre 150 000 a 400 000
« enemigos del pueblo : menchevique, contrarevolucionarios,
desviacionistas del propio partido comunista, victimas de la depuración, y
enemigos de clase y el ultimo campo de trabajo correccional se cerró en 1991.
Los campos nazis se crearon a partir de 1933 y se cerraron al final de la
segunda guerra mundial, aunque Speziallager
Sachsenhausen, Speziallager
Mühlberg y Internierungslager
Buchenwald, fueron campos que los sovieticos
continuaron utilizndo de 1945 à 1950, dependiendo del NKVD, y luego del MVD.
[17]
“Le monde communiste”, Spes, Paris, 1925
[18] Walter Benjamin, note
préparatoire aux Thèses, dans : GS I, 3, p.1232, cité dans : Michael
Löwy, La révolution est le frein d’urgence, op.cit.p.157
[19] Lecciones de la Revolución de Octubre, artículo publicado
en El Manifiesto de Javier R. Portella
[20] Cuadernos, III
[21] Harold O.J. Brown “The Sensate Culture – Western Civilization between chaos and transformation” 1996
[22] César y Cristo, Editorial Sudamericana, 1948
[23] What the Trinity Reveals About God and Us, Regis
Nicoll - Regis Nicoll is a retired nuclear engineer and a fellow of the Colson
Center who writes commentary on faith and culture. His new book is titled Why There Is a God: And Why It Matters. https://www.crisismagazine.com/2018/trinity-mystery-revealing-nature-god
[25] … que ha pasado por todo el siglo XX como un
importante piloto de tormenta intelectual y protagonista de la lucha, y que
resalta la importancia del papel de cada ser humano en el lugar específico donde lo encuentra la vida
[26] “Más allá de la mentira ideológica: la
revolución de 1989 treinta años después” Noviembre 2019
https://www.lawliberty.org/liberty-forum/beyond-the-ideological-lie-the-revolution-of-1989-thirty-years-later/
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