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viernes, 8 de noviembre de 2013

No hay duda de que existe algo extraño en la conducta política de los argentinos. ¿Hay algún parlamento en el mundo en el que los diputados se pongan de pie para saludar, emocionados y felices, la declaración de insolvencia o default?


El manicomio argentino visto desde fuera

por Carlos Alberto Montaner

No hay duda de que existe algo extraño en la conducta política de los argentinos.

Naturalmente, voy a hablar de Perón, del peronismo y de Argentina, pero llegaré al tema dando un rodeo a través de Cuba. Suelo hacerlo. Siempre juzgamos la realidad desde nuestra experiencia. Es imposible sustraerse a ella.

También advierto que, a estas alturas, el peronismo es un fenómeno casi incomprensible. Churchill calificó a Rusia como “un acertijo, envuelto en un misterio dentro de un enigma”. Si se hubiera atrevido a definir al peronismo hubiese dicho algo parecido.

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No hay duda de que existe algo extraño en la conducta política de los argentinos. ¿Hay algún parlamento en el mundo en el que los diputados se pongan de pie para saludar, emocionados y felices, la declaración de insolvencia o default?

Naturalmente, no era la primera nación del planeta que se declaraba insolvente, pero acaso la única que había asumido esa desgracia como una hazaña patriótica de la que se enorgullecían.

Cuando uno llega a Argentina, suele escuchar, una y otra vez, hasta la fatiga, la historia triunfante del país creado a partir de 1853, cuando derriban a Rozas y se proclama una nueva constitución liberal surgida de las ideas de Juan Bautista Alberdi.

Entre esa fecha y el 1930, cuando los militares dan un golpe contra el presidente legítimo, Hipólito Yrigoyen, Argentina se convirtió en una de las naciones más desarrolladas del planeta. Creo que la sexta o séptima, por encima de Australia, dato que se refleja en la espléndida Buenos Aires que todavía nos queda, la mejor de las capitales latinoamericanas.

No me corresponde a mí, que no soy experto en la historia de ese país, tratar de explicar por qué aquellos argentinos liquidaron un modelo de Estado que, pese a todos los naturales problemas de una sociedad compleja, había dado espléndidos resultados en medio de la asimilación de millones de inmigrantes europeos, pero me parece sensato repetir el viejo dictum norteamericano: If is not broke, don´t fix it. Si algo no está roto, no lo arregles.

El primer contacto más o menos directo con el peronismo lo tuve a principios de los años setenta en Madrid. Fue con Jorge Antonio, un amigo íntimo y asesor financiero de Perón. Me interesaba mucho tratar de entender cómo un exiliado con casi dos décadas de extrañamiento, aislado en una mansión madrileña, podía seguir siendo el eje de los acontecimientos políticos de su país.


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