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viernes, 8 de noviembre de 2013

Chile: “Ante el viento en contra que comenzó a sentir en el país desde mediados de 2011, la derecha se replegó a la invisibilidad y al silencio”.


LA DERECHA HOY: 
SÁLVESE QUIEN PUEDA


Escribe Héctor Soto: “Ante el viento en contra que comenzó a sentir en el país desde mediados de 2011, la derecha se replegó a la invisibilidad y al silencio”.

Son tan malos los números de la encuesta CEP para la derecha, que todo hace pensar en un descalabro. El problema se plantea mucho más allá de si Matthei es o no una buena candidata. El viento en contra viene de mucho antes y describe para el sector una derrota política y cultural de proporciones. Todavía hay muchas preguntas sin respuestas, en todo caso. ¿Cuánto de esto va a contaminar a la elección parlamentaria? ¿Quiénes son los responsables? ¿Y cómo se va a rearticular la derecha después?

El fenómeno descrito por la reciente encuesta CEP tiene una parte que era fácilmente predecible —la abrumadora ventaja de Michelle Bachelet en esta elección presidencial— y otra que en realidad es mucho más sorprendente. Esta parte corresponde al peor de los temores del sector y al mayor de los deseos de la izquierda y consiste en el derrumbe político de la derecha chilena. Un fenómeno de estos alcances, de esta intensidad y de esta magnitud simplemente no tiene precedente alguno desde el retorno de la democracia en 1990.

Son muchas las evidencias que aporta el sondeo en esta dirección. La más obvia, la más evidente, es desde luego el escuálido 14% que votaría por Evelyn Matthei si la elección fuese este domingo. La cifra es de una pobreza políticamente demoledora y por mucho que se diga que casi nunca las encuestas logran corregir el sesgo de subrepresentar al sector, los tres, los cuatro o los cinco puntos adicionales que obtendría el domingo 17 la candidata de la Alianza en realidad no modificarían en absoluto la realidad de una derecha que simplemente se hundió. Y que se hundió -esto es lo más raro- con un gobierno relativamente exitoso a bordo.

Se pueden buscar muchas explicaciones para esta hecatombe. No sólo eso: es imperioso y es imprescindible hacerlo. Hay que poner los prejuicios y los sentimientos de lado y tratar de entender por qué un bloque político que siempre osciló entre el tercio y el 40% del electorado, en cosa de muy poco tiempo se ha jibarizado al extremo de que, tal como van las cosas, Matthei difícilmente llegaría a interpretar al 20% del electorado en la próxima elección.

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LA DERROTA CULTURAL

Más importante a lo mejor que lo anterior es que la derecha se eclipsó. Desapareció de la conversación. No tuvo nada que oponer a las demandas de educación gratis y sin lucro, nada muy concreto que ofrecer a las aspiraciones de igualdad, nada muy serio que argumentar para explicar la legitimidad del Golpe de septiembre de 1973, nada muy atractivo que construir como proyecto de futuro. La propia candidatura de la Alianza ha sido incapaz de instalar dos o tres ejes programáticos.

Ante el viento en contra que comenzó a sentir en el país desde mediados de 2011, la derecha se replegó a la invisibilidad y al silencio. Preparó, si se quiere, su propia derrota cultural. Como siempre ha sido fáctica, y como más que en la discusión confía en las instancias de poder que controla en el Parlamento, en los negocios y en los medios, dejó la escena pública libre. Quizás no todo pueda explicarse en términos de pura deserción. El origen del problema tal vez está en que el momento coincidió con un trance de debilidad interna. Como quedó claro en septiembre, no hay una sola derecha. Nunca la ha habido, pero en otros momentos el sector por lo menos fue capaz de articular un sólo discurso. Aquí eso no ocurrió. El gobierno, que debió haber llamado al sector a concordar un cierto libreto, terminó siendo agente no de unidad, sino de disociación. El Presidente fue más lejos y puso incluso en entredicho la integridad ética de su propia coalición. En ese contexto, ¿qué quieren? Ante tanto desconcierto -y esta es la segunda observación- la orden del día no es perseverar, no es defender, no es atacar ni proponer, sino más bien es un desesperado sálvese quien pueda, cuyos efectos precisamente estamos viendo.

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