viernes, 25 de mayo de 2018

6. El camino hacia la cumbre de Hamlet

6. El camino hacia la cumbre de Hamlet


6.1. Una visión católica del mundo

"Hamlet a Horacio: Hay más cosas en el cielo y la tierra, Horacio, que las soñadas en tu filosofía." - Hamlet (1.5.167-8)


Las reflexiones que siguen intentan mostrar cómo está incluido en la vida de Hamlet el mundo sobrenatural. La pregunta es si es posible afirmar sin traicionar al autor que quizás su comprensión más profunda deba ser hecha "en clave de santidad". Si esto fuera así, esta aproximación constituiría una razón adicional para estimularnos en el estudio de este autor, analizando cada una de sus obras con el mismo criterio.[1]  

Si en Macbeth vemos con claridad el tratamiento del tema del pecado, en Hamlet se nos expone el sentido integral de una vida, hasta el momento final de la entrega del alma, despedida en este caso con la oración final que eleva Horacio pidiendo "que coros de ángeles arrullen su sueño".

Shakespeare enfatiza su intento de dar a sus obras la forma de "espejo de la conducta humana".[2]   Hamlet desarrolla esta reflexión antes de la representación que se realizará frente a Claudio para ponerlo en evidencia. Dice que el fin de la representación es "ofrecer a la naturaleza un espejo en que vea la virtud su propia forma, el vicio su propia imagen, cada nación y cada siglo sus principales caracteres. Si esta pintura se exagera o se debilita, excitará la risa de los ignorantes; pero no puede menos de disgustar a los hombres de buena razón, cuya censura debe ser para vosotros de más peso que la de toda la multitud que llena el teatro. Yo he visto representar a algunos cómicos, que otros aplaudían con entusiasmo, por no decir con escándalo; los cuales no tenían acento ni figura de cristianos, ni de gentiles, ni de hombres; que al verlos hincharse y bramar, no los juzgué de la especie humana, sino unos simulacros rudos de hombres, hechos por algún mal aprendiz. Tan inicuamente imitaban la naturaleza"[3].

Lo corrobora C.S. Lewis afirmando que  “… si leemos los monólogos de Hamlet con interés, es principalmente porque describen tan bien cierta región espiritual a través de la cual la mayoría de nosotros hemos atravesado y que cualquiera podría esperar pasar también.” [4]

La historia en este caso es simple. El padre de Hamlet es asesinado por su hermano, que se queda con el reino y con la viuda, su madre. Hamlet tiene una visión de su padre, que le pide venganza. El momento de la reparación confluyen el asesinato del propio Hamlet, la dramática muerte de su madre, y la aparición final en la escena de Fortimbras quien se quedará a cargo del reino.

En el fondo se trata de la lucha entre el bien y el mal, y entre el reino de la luz y el de las tinieblas. Si Macbeth nos ha enfrentado a las consecuencias de nuestros actos cuando elegimos el mal, Hamlet nos brinda un escenario en el que agrega nuevos elementos que nos permiten considerar nuestro paso por la vida “en clave de santidad”, y las dificultades que se van planteando en el “asalto a la cumbre”, nuestro objetivo final.

En el transcurrir de las escenas y los cuadros, se van produciendo planteos comunes a la vida de cualquier mortal, con una mirada que refleja una visión católica del mundo. Si se trata de conocer cuál es la misión que da sentido a su existencia terrenal, Hamlet quiere saber no solamente lo que quiere, lo que siente, o lo que lo motiva, sino qué es lo que debe hacer. Acepta y asume como su misión la de tomar a su cargo la responsabilidad en el desplazamiento y castigo del usurpador del trono de su padre previa confirmación que el mensaje que recibe no tenga origen en el reino de las tinieblas. Tomada la decisión, se plantea una estrategia, y avanza. Y a lo largo de circunstancias cambiantes, se le plantean dudas y es asolado por la tribulación; progresa en el desasimiento del mundo material, de las riquezas y del poder; asume su responsabilidad por el destino de las almas próximas de Ofelia y de su madre; y se va dirigiendo a un desenlace final, que para Hamlet incluye explícitamente un destino eterno, en el que reconoce la intervención central de la Providencia.

Si estas afirmaciones se corresponden con el espíritu del autor, la búsqueda de la perfección en Hamlet habrá sido la focalización de su vida alrededor de la propia misión, y su entrega en manos de la Providencia, sin buscar nada para sí mismo que no haya tenido relación con su deber terrenal. Y si eso no es haber ascendido por el camino de la santidad, se le parece bastante. En todo caso sirve como marco de referencia para mirarse en ese espejo, aplicable a cada hombre o mujer en su paso por esta tierra, según las circunstancias que le sean propias.

Para Mitchell A. Kalpakgian, en el caso de Hamlet "el hombre no es sólo una víctima pasiva de las formidables fuerzas del mal o una pluma en el viento sujeto a lo que las eslingas y flechas de la fortuna hagan con ella. Hamlet, a pesar de que es un hombre de cada diez mil en un mundo corrupto, hace la voluntad de Dios y coopera con la providencia divina. Un hombre noble, heroico, transforma la podredumbre en Dinamarca. A medida que los eventos finales de la obra lo revelan, ni la fortuna ni el hombre gobiernan el mundo, sino la providencia divina. Hamlet no hace el mal para lograr el bien, sino que actúa en buena conciencia, y Dios -no el hombre- es el árbitro de la vida y la muerte. Cuando el hombre actúa con valor moral y busca la justicia en lugar de la venganza y cuando sufre injusticias en vez de infligir el mal, ve la mano de Dios. Debido a que Hamlet escapó milagrosamente de la muerte en el barco, regresa a Dinamarca sin temor y audazmente acepta la propuesta de Claudio para el combate de esgrima, a pesar de la advertencia de Horacio de la posible traición ("Usted va a perder, mi señor"). En su odio del mal y en su confianza en la Divina Providencia, Hamlet no le teme la muerte mientras entra en el combate de esgrima: "Desafiamos los augurios. Hasta en la caída de un gorrión hay una providencia especial. ... La disposición es todo." Y al final de la obra, Hamlet ya no está reaccionando a los acontecimientos, sufriendo pasivamente las desgracias, o entregado a la desesperación, sino que actúa contra ellos como el príncipe valiente que es -un hombre creado a imagen de Dios- no un hombre como Dios o el hombre como la nada sino la verdadera imagen cristiana del hombre".[5]


6.2. Conociendo la misión en la vida

El problema central en la vida de todo hombre de todo tiempo y lugar es saber para qué está sobre la tierra, y cuál es su misión. Shakespeare pone a espectadores y lectores frente al espejo de su propia misión en la vida. En Hamlet nos muestra las tribulaciones que rodean el descubrimiento de la naturaleza de la vocación. Lo que el protagonista "está llamado" a hacer. La aceptación de la propia misión, y las decisiones consecuentes. Y nos va exhibiendo a un hombre que va buscando su camino, en circunstancias  cambiantes, que no siempre están bajo su control, y que nunca serán precisamente favorables. El contexto “histórico” en el que se desenvuelve toda la pieza es descripto por Horacio, el fiel amigo de Hamlet al principio de la obra: Hamlet (padre), “nuestro difunto rey, cuya imagen se nos ha aparecido ahora, sabéis que fue retado por Fortinbrás de Noruega, que se crecía en su afán de emulación. Nuestro valiente Hamlet, pues tal era su fama en el mundo conocido, mató a Fortinbrás, quien, según pacto sellado, con refrendo de las leyes de la caballería, con su vida entregó a su vencedor todas las tierras de que era propietario: nuestro rey había puesto en juego una parte equivalente, que habría recaído en Fortinbrás, de haber triunfado éste; de igual modo que la suya, según lo previsto y pactado en el acuerdo, pasó a Hamlet. Pues bien, Fortinbrás el joven, rebosante de ímpetu y ardor, por los confines de Noruega ha reclutado una partida de aventureros sin tierras, carne de cañón para un empeño de coraje, que no es más, como han visto muy bien en el gobierno, que arrebatarnos por la fuerza y el peso de las armas esas tierras perdidas por su padre.”[6]  

La misión de Hamlet, hijo de un rey asesinado por su propio hermano para quedarse con la corona, queda determinada a partir del encuentro con el espectro de su padre, para el que se prepara. La sombra que se le aparece se identifica como el alma de su padre, "destinada  por cierto tiempo a vagar en la noche y aprisionada en fuego durante el día, hasta que las llamas purifiquen las culpas cometidas en el mundo"[7], y que evoca los sufrimientos de la purificación: "pudiera decirte cosas que la menor de ellas bastaría para despedazar tu corazón, helar tu sangre juvenil, tus ojos, inflamados como estrellas saltar de sus órbitas; tus anudados cabellos separarse, erizándose como las púas de colérico espín"[8]. Comenta el espectro cómo su hermano Claudio lo ha asesinado, quedándose con su corona, su esposa y su vida. Lo ha asesinado cuando su "pecado estaba en todo su vigor, sin hallarme dispuesto para aquel trance, sin haber recibido el pan eucarístico, sin haber sonado el clamor de la agonía, sin lugar al reconocimiento de tanta culpa: presentado al tribunal eterno con todas mis imperfecciones sobre mi cabeza"[9].

Hamlet le pide instrucciones: "Hamlet, mi Rey, mi Padre, Soberano de Dinamarca... Dime, ¿por qué tus venerables huesos, ya sepultados, han roto su vestidura fúnebre? ¿Por qué el sepulcro donde te dimos urna pacífica te ha echado de sí, abriendo sus senos que cerraban pesados mármoles? ¿Cuál puede ser la causa de que tu difunto cuerpo, del todo armado, vuelva otra vez a ver los rayos pálidos de la luna, añadiendo a la noche horror? ¿Y que nosotros, ignorantes y débiles por naturaleza, padezcamos agitación espantosa con ideas que exceden a los alcances de nuestra razón? Di, ¿por qué es esto? ¿Por qué?, o ¿qué debemos hacer nosotros?"[10].

Cuando el padre le pide venganza, Macbeth asume como "la" misión de su vida, a partir de allí, dedicarse a satisfacer el pedido de su padre: "mientras quede un átomo de memoria en esta distraída cabeza mía te recordaré. Borraré del catálogo de la mente todas las cosas triviales y estúpidas, todas las citas de libros, todas las formas e impresiones del pasado que copió mi curiosidad juvenil, y viviré exclusivamente en obediencia a tu mandato, cincelado ya en la tabla de la mente." [11]

Además de buscar el sentido de su propia vida, Hamlet busca antes el origen de la aparición, para no equivocarse. Así, se pregunta si la instrucción de venganza proviene de su propio padre o de algún otro "lugar obscuro: " ¡Ángeles del cielo, amparadnos! Dime, ¿estás en estado de gracia o eres alma en pena? ¿Traes dulces brisas del Paraíso o ráfagas pestilentes del Infierno? ¿Vienes con buenas o malas intenciones? Quiero hablarte."[12]

Hamlet quiere estar seguro del origen no demoníaco de la visión: "la aparición que vi pudiera ser un espíritu del infierno. Al demonio no le es difícil presentarse bajo la más agradable forma; si, y acaso como él es tan poderoso sobre una imaginación perturbada, valiéndose de mi propia debilidad y melancolía me engaña para perderme. Yo voy a adquirir pruebas más sólidas, y esta representación ha de ser el lazo en que se enrede la conciencia del Rey".[13] 

En sus invocaciones, Hamlet eleva sus preces al cielo y rechaza cualquier invocación demoníaca, en lo que difiere de Macbeth: "¡Oh! ¡Vosotros ejércitos celestiales! ¡Oh! ¡Tierra!... ¿Y quién más? ¿Invocaré al infierno también? ¡Eh! No... Detente corazón mío, detente, y vos mis nervios no así os debilitéis en un momento: sostenedme robustos"[14].

Cuando termina la visión, Hamlet confía en sus amigos y en que la voluntad de Dios lo ayudará para recompensarlos en la ayuda que les reclama: "Señores, yo me recomiendo a vosotros con la mayor instancia, y creed que por más infeliz que Hamlet se halle, Dios querrá que no le falten medios para manifestaros la estimación y amistad que os profesa. Vámonos. Poned el dedo en la boca, yo os lo ruego... La naturaleza está en desorden... ¡Iniquidad execrable! ¡Oh! ¡Nunca yo hubiera nacido para castigarla! Venid, vámonos juntos."[15] Pero de todas formas, antes de pasar a las vías de hecho, decide constatar la realidad del asesinato y poner en evidencia a Claudio. Finge estar loco, terminar su relación con Ofelia y esperar la oportunidad más propicia.


6.3. Hamlet toma una decisión, se plantea una estrategia, y avanza

Con la intención de desenmascarar al rey, Hamlet planea y organiza la representación de una obra de teatro que provocará forzosamente la reacción de Claudio, poniendo en descubierto su protagonismo en el asesinato.

Hamlet le pide a Horacio que observe todas las reacciones: "Horacio, amigo mío. Esta noche habrá una representación ante el Rey. Una de las escenas simula las circunstancias, que yo me sé, de la muerte de mi padre. Cuando comience, observa con toda atención la reacción de mi tío y señor. Si durante ese paso, su secreto no se le escapa de la prisión donde lo tiene encerrado, entonces lo que vimos los dos el otro día es solamente un alma en pena y mi imaginación es más lúgubre que la fragua de Vulcano. No le quites ojo, que yo pienso clavarle los míos en su mismísima cara. Y después intercambiaremos pareceres... para llegar a un acuerdo sobre el significado de lo que hemos observado."[16]

Su esperanza máxima respecto de la trampa que organiza es lograr la confesión, aunque se dará por contento con provocar la reacción que espera y observar el resultado: "Yo he oído, que tal vez asistiendo a una representación hombres muy culpados, han sido heridos en el alma con tal violencia por la ilusión del teatro, que a vista de todos han publicado sus delitos, que la culpa aunque sin lengua siempre se manifestará por medios maravillosos. Yo haré que estos actores representen delante de mi tío algún pasaje que tenga semejanza con la muerte de mi padre. Yo le heriré en lo más vivo del corazón; observaré sus miradas; si muda de color, si se estremece, ya sé lo que me toca hacer”.[17]


6.4. Las dudas y la tribulación como compañeras de ruta

El camino de santidad, al mismo tiempo que está al alcance de la mano de todo hombre “de buena voluntad”, también está habitualmente jalonado de sequedad, conmoción interior e incertidumbre, originadas tanto en las propias imperfecciones, defectos y hábitos, como por tentaciones que se dirigen a debilitar el alma y desviarla del camino ascendente que es el que la llevará finalmente al cielo.

Shakespeare nos muestra en Hamlet algunas de estas conmociones espirituales que adquieren un sentido especial al ser consideradas desde este ángulo. 

A Hamlet se lo ve desencantado del mundo: "¡Oh! ¡Dios! ¡Oh! ¡Dios mío! ¡Cuán fatigado ya de todo, juzgo molestos, insípidos y vanos los placeres del mundo! Nada, nada quiero de él, es un campo inculto y rudo, que sólo abunda en frutos groseros y amargos"[18]. A su vez, posee una visión clara acerca del hombre como creatura: "Yo he perdido de poco tiempo a esta parte, sin saber la causa, toda mi alegría, olvidando mis ordinarias ocupaciones. Y este accidente ha sido tan funesto a mi salud, que la tierra, esa divina máquina, me parece un promontorio estéril; ese dosel magnífico de los cielos, ese hermoso firmamento que veis sobre nosotros, esa techumbre majestuosa sembrada de doradas luces, no otra cosa me parece que una desagradable y pestífera multitud de vapores. ¡Qué admirable fábrica es la del hombre! ¡Qué noble su razón! ¡Qué infinitas sus facultades! ¡Qué expresivo y maravilloso en su forma y sus movimientos! ¡Qué semejante a un ángel en sus acciones! Y en su espíritu, ¡qué semejante a Dios! Él es sin duda lo más hermoso de la tierra, el más perfecto de todos los animales. Pues, no obstante, ¿qué juzgáis que es en mi estimación ese purificado polvo?”[19].

En todas sus consideraciones se repite una mirada que incluye el mundo sobrenatural, como también la hay en Macbeth, aunque en este caso el protagonista no "aprueba" su propia "vida de pecado" puesta al servicio de un destino autodeterminado como sí lo hace Macbeth, que elige primero el mal como acción y luego como camino.

Al principio, el espíritu de Hamlet es dubitativo y atribulado. Tiene dudas y certezas mezcladas sobre lo que debe hacer, y parece que todo lo que le sucede proviene "de afuera, y de arriba", aunque va a llegar un punto en el que su existencia tendrá pleno sentido. Se plantea la duda acerca de qué respuesta va a dar a los reveses de la vida: "padecer las injusticias o hacerles frente y resistir". Lo que daría sentido a la respuesta es "el temor de que existe alguna cosa más allá de la muerte que nos hace preferir sufrir los males que nos rodean, que conocemos en lugar de ir a buscar otros desconocidos. Ese temor, transforma el coraje en prudencia y las mayores empresas quedan en vanos proyectos."[20]

Sin embargo, el estado espiritual de Hamlet al comienzo de la obra, en que muestra pocos deseos de vivir, sugiriendo hasta la consideración del suicidio, está lleno de sano temor de Dios y hasta de ascetismo: "¡Oh! ¡Si el Todopoderoso no asestara el cañón contra el homicida de sí mismo! ¡Oh Dios! ¡Oh Dios mío! ¡Cuán fatigado ya de todo, juzgo las molestias insípidas y vanos los placeres del mundo! Nada, nada quiero de él..."[21]

En un momento en que queda solo en la escena, confiesa sus pesares e inquietudes, y lamenta no estar en cuanto hombre a la altura de los dones recibidos y de su potencialidad: "¡Qué obra de arte es el ser humano! Sus poderes de raciocinio le ennoblecen; sus facultades son infinitas; la forma de su cuerpo, su soltura y agilidad son dignas de admiración; su capacidad intelectual le acerca a los ángeles, ¡a los mismos dioses! Es lo más bello del mundo, el más perfecto de todos los animales y, sin embargo, no puedo deleitarme en la contemplación de lo que finalmente será tierra, polvo, sombra, nada. Yo, por el contrario, lerdo y flébil de espíritu, sólo sé lamentarme, como indolente soñador, incapaz de comprometerme en mi causa, sin nada que decir. No, ni siquiera a favor de un rey como fue mi padre, a quien alevosamente robaron vida y reino. ¿Es que soy un cobarde? ¿Quién me llama villano? ¿Quién me da un bofetón o me tira de la barba o de la nariz o me da con un mentís que se me clave en lo más profundo de las entrañas? ¿Quién se atreve a hacerlo? ¿Nadie? Pues probablemente se lo toleraría. Porque tengo hígado de gallina y me faltan agallas para arrancar estas cadenas que me queman el alma. Si no fuese así, ya habría cebado las aves rapaces de estos lugares con las tripas de ese maldito, traidor, grosero, desvergonzado, lujurioso y desnaturalizado ladrón. Pero ¡qué necio soy! ¡Ah, bravo! Asesinan a mi padre, el cielo y el infierno me espolean para que tome venganza y todo lo que hago es quejarme y lloriquear como una Magdalena, y maldecir mi suerte como un puto. ¡Vergüenza debe darme! ¡Vergüenza de mí mismo!"[22].

En el quizás más famoso monólogo teatral de todos los tiempos, se plantea la respuesta que deberá dar a las circunstancias que le toca vivir: "Ser, o no ser, ésa es la cuestión. ¿Cuál es más digna acción del ánimo, sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta, u oponer los brazos a este torrente de calamidades, y darlas fin con atrevida resistencia? Morir es dormir. ¿No más? ¿Y por un sueño, diremos, las aflicciones se acabaron y los dolores sin número, patrimonio de nuestra débil naturaleza?... Este es un término que deberíamos solicitar con ansia. Morir es dormir... y tal vez soñar. Sí, y ved aquí el grande obstáculo, porque el considerar que sueños podrán ocurrir en el silencio del sepulcro, cuando hayamos abandonado este despojo mortal, es razón harto poderosa para detenernos. Esta es la consideración que hace nuestra infelicidad tan larga. ¿Quién, si esto no fuese, aguantaría la lentitud de los tribunales, la insolencia de los empleados, las tropelías que recibe pacífico el mérito de los hombres más indignos, las angustias de un mal pagado amor, las injurias y quebrantos de la edad, la violencia de los tiranos, el desprecio de los soberbios? Cuando el que esto sufre, pudiera procurar su quietud con sólo un puñal. ¿Quién podría tolerar tanta opresión, sudando, gimiendo bajo el peso de una vida molesta si no fuese que el temor de que existe alguna cosa más allá de la Muerte (aquel país desconocido de cuyos límites ningún caminante torna) nos embaraza en dudas y nos hace sufrir los males que nos cercan; antes que ir a buscar otros de que no tenemos seguro conocimiento? Esta previsión nos hace a todos cobardes, así la natural tintura del valor se debilita con los barnices pálidos de la prudencia, las empresas de mayor importancia por esta sola consideración mudan camino, no se ejecutan y se reducen a designios vanos".[23]

Hamlet irá reflexionando permanentemente a lo largo de su vida. En una oportunidad, comparándose con un actor, se manifestará "solo y abatido": "Ya estoy solo. ¡Qué abatido! ¡Qué insensible soy! ¿No es admirable que este actor, en una fábula, en una ficción, pueda dirigir tan a su placer el ánimo que así agite y desfigure el rostro en la declamación, vertiendo de sus ojos lágrimas, débil la voz, y todas sus acciones tan acomodadas a lo que quiere expresar? Y esto por nadie: por Hécuba. Y ¿quién es Hécuba para él, o él para ella, que así llora sus infortunios? Pues ¿qué no haría si él tuviese los tristes motivos de dolor que yo tengo? Inundaría el teatro con llanto, su terrible acento conturbaría a cuantos le oyesen, llenaría de desesperación al culpado, de temor al inocente, al ignorante de confusión, y sorprendería con asombro la facultad de los ojos y los oídos. Pero yo, miserable, sin vigor y estúpido, sueño adormecido, permanezco mudo, ¡y miro con tal indiferencia mis agravios! ¿Qué? ¿Nada merece un Rey con quien se cometió el más atroz delito para despojarle del cetro y la vida? ¿Soy cobarde yo? ¿Quién se atreve a llamarme villano? ¿O a insultarme en mí presencia? ¿Arrancarme la barba, soplármela al rostro, asirme de la nariz o hacerle tragar lejía que me llegue al pulmón? ¿Quién se atreve a tanto? ¿Sería yo capaz de sufrirlo? Sí, que no es posible sino que yo sea como la paloma que carece de hiel, incapaz de acciones crueles; a no ser esto, ya se hubieran cebado los milanos del aire en los despojos de aquel indigno. Deshonesto, homicida, pérfido seductor, feroz malvado, que vive sin remordimientos de su culpa. Pero, ¿por qué he de ser tan necio? ¿Será generoso proceder el mío, que yo, hijo de un querido padre (de cuya muerte alevosa el cielo y el infierno mismo me piden venganza) afeminado y débil desahogue con palabras el corazón, prorrumpa en execraciones vanas, como una prostituta vil, o un pillo de cocina? ¡Ah! No, ni aun sólo imaginarlo. ¡Eh!..."[24]

6.5. Desasimiento del mundo material, de las riquezas y del poder

Hamlet parece tener escasa atracción por el poder y los bienes, e incluso por la propia Ofelia. Es una visión puramente "antropológica", es una verdad que no necesita demostración puesto que la descripción se adapta a una realidad de inmediata comprensión, es un texto de una belleza literaria que ha fijado la escena por siglos en el mundo cultural de occidente, y -sin utilizar el recurso del "discurso moral clásico"- , nos sugiere que todas las artes buenas y malas al servicio de la riqueza, en el mejor de los casos, no nos alcanzarán -al final del camino- para poder llevarnos nada de lo que hayamos conseguido acumular.

En la famosa escena en el cementerio, Hamlet dice a Horacio y a los sepultureros  -desde la pura y simple observación humana-  que todo lo que podemos obtener en esta vida no durará para siempre: “Y esa otra, ¿por qué no podría ser la calavera de un letrado? ¿Adónde se fueron sus equívocos y sutilezas, sus litigios, sus interpretaciones, sus embrollos? ¿Por qué sufre ahora que ese bribón, grosero, le golpee contra la pared, con el azadón lleno de barro?... ¡Y no dirá palabra acerca de un hecho tan criminal! Éste sería, quizás, mientras vivió, un gran comprador de tierras, con sus obligaciones y reconocimientos, transacciones, seguridades mutuas, pagos, recibos... Ve aquí el arriendo de sus arriendos, y el cobro de sus cobranzas; todo ha venido a parar en una calavera llena de lodo. Los títulos de los bienes que poseyó cabrían difícilmente en su ataúd, y no obstante eso; todas las fianzas y seguridades recíprocas de sus adquisiciones, no le han podido
asegurar otra posesión que la de un espacio pequeño, capaz de cubrirse con un par de sus escrituras... ¡Oh! ¡Y a su opulento sucesor tampoco le quedará más!” [25]. La idea es la misma que expresa el clásico español: los hombres acumulan riquezas que son como el "rocío de los prados". [26]  

También encuentra los restos del pobre Yorick y reflexiona sobre lo pasajero de esta vida: "yo le conocí, Horacio..., era un hombre sumamente gracioso de la más fecunda imaginación. Me acuerdo que siendo yo niño me llevó mil veces sobre sus hombros... y ahora su vista me llena de horror; y oprimido el pecho palpita... Aquí estuvieron aquellos labios donde yo di besos sin número. ¿Qué se hicieron tus burlas, tus brincos, tus cantares y aquellos chistes repentinos que de ordinario animaban la mesa con alegre estrépito? Ahora, falto ya enteramente de músculos, ni aún puedes reírte de tu propia deformidad... Ve al tocador de alguna de nuestras damas y dile, para excitar su risa, que porque se ponga una pulgada de afeite en el rostro; al fin habrá de experimentar esta misma transformación..."[27].

En las celebres “Coplas por la muerte de su padre” de Jorge Manrique encontraremos ¿curiosamente? reflexiones similares a las que hará Shakespeare cien años más tarde: “Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte, contemplando cómo se passa la vida, cómo se viene la muerte tan callando; cuán presto se va el plazer, cómo después, de acordado, da dolor; cómo, a nuestro parescer, cualquiera tiempo passado fue mejor. Y pues vemos lo presente cómo en un punto s'es ido y acabado, si juzgamos sabiamente, daremos lo no venido por passado. No se engañe nadie, no, pensando que ha de durar lo que espera, más que duró lo que vio, porque todo ha de passar por tal manera. Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar que es el morir; allí van los señoríos derechos a se acabar y consumir; allí los ríos caudales, allí los otros, medianos y más chicos, allegados son iguales los que viven por sus manos y los ricos. Dexo las invocaciones de los famosos poetas y oradores; no curo de sus ficciones, que traen yerbas secretas sus sabores. A Aquél solo me encomiendo, Aquél solo invoco yo, de verdad, que en este mundo viviendo el mundo no conosció su deidad. Este mundo es el camino para el otro, que es morada sin pesar;  mas cumple tener buen tino para andar esta jornada sin errar. Partimos cuando nascemos, andamos mientras vivimos, y llegamos al tiempo que fenescemos; assí que, cuando morimos, descansamos. Este mundo bueno fue si bien usáremos dél como debemos, porque, según nuestra fe, es para ganar aquél que atendemos. Y aun el hijo de Dios, para sobirnos al cielo, descendió a nascer acá entre nos y vivir en este suelo do murió. Ved de cuán poco valor son las cosas tras que andamos y corremos, que, en este mundo traidor, aun primero que muramos, las perdemos: dellas deshaze la edad, dellas casos desastrados que acaescen, dellas, por su calidad, en los más altos estados desfallescen.” [28]

La sabiduría de los clásicos…

Y en el espejo de Hamlet constatamos una vez más que todo lo que podamos obtener en esta vida no durará para siempre. Observación llena de sencillez, y de contenido.


6.6. Responsabilidad por las almas próximas

Hamlet, a pesar de sus naturales defectos, tiene una conducta e intenciones claramente virtuosas, que se verifican en que no cae en la atracción por la autodestrucción y el suicidio, aún tentado por la desesperanza y el espíritu de venganza. También su preocupación por el futuro espiritual de Ofelia y de su madre muestran esas características del personaje.

Hamlet en realidad quería a Ofelia, a quien se refiere como el "ídolo celestial de mi alma: la sin par Ofelia..."[29]. Cuando decide fingir locura, corta la relación que tenía con ella y la aconseja: "Mira, vete a un convento, ¿para qué te has de exponer a ser madre de hijos pecadores? ... ¿A qué fin los miserables como yo han de existir arrastrados entre el cielo y la tierra? Todos somos insignes malvados; no creas a ninguno de nosotros, vete, vete a un convento..."[30]. Tampoco parece perder sus sentimientos, como se puede observar en una carta que le será interceptada, en la que se expresa de forma inequívoca: "Duda que son de fuego las estrellas, duda si al sol hoy movimiento falta, duda lo cierto, admite lo dudoso; pero no dudes de mi amor las ansias. Estos versos aumentan mi dolor, querida Ofelia; ni sé tampoco expresar mis penas con arte; pero cree que te amo en extremo posible. Adiós. Tuyo siempre, mi adorada niña, mientras esta máquina exista. Hamlet."[31] Finalmente en su entierro manifestará claramente sus sentimientos: "yo he querido a Ofelia y cuatro mil hermanos juntos no podrán, con todo su amor, exceder al mío..."[32].

Respecto de su madre, intenta que Gertrudis sea consciente del mal que ha hecho, y la hace observar lo más hondo de su alma en un "espejo virtual": "Lo que has hecho enturbia la hermosura de la virtud, ofende al recato y lo tilda de hipócrita, borra el rubor de la frente del amor honesto y muda las sagradas promesas de la boda en juramentos de tahúres. Lo que has hecho desraíza el alma del contrato matrimonial y convierte el evangelio en un revoltijo de palabras sin sentido. La faz de los cielos se encandece de horror al contemplar la magnitud de lo que has hecho."[33]

Gertrudis –su madre- intenta atribuir a la "locura" de Hamlet sus palabras. A ella le parece que las ideas de Hamlet son el fruto del desorden de su "locura". La clave en el diálogo entre madre e hijo parece estar en el concepto de "orden": "Todo es efecto de la fantasía. El desorden que padece tu espíritu produce confusiones vanas"[34].  Hamlet le aclara primero rápidamente: "¿Desorden? Mi pulso, como el vuestro, late con regular intervalo y anuncia igual salud en sus compases... Nada de lo que he dicho es locura. Haced la prueba y veréis si os repito cuantas ideas y palabras acabo de proferir, y un loco no puede hacerlo. ¡Ah! ¡Madre mía! En merced os pido que no apliquéis al alma esa unción halagüeña, creyendo que es mi locura la que habla, y no vuestro delito. Con tal medicina lograréis sólo irritar la parte ulcerada, aumentando la ponzoña pestífera, que interiormente la corrompe..."[35].

Luego le plantea con claridad el "orden" que debería regir su existencia: "Confesad al Cielo vuestra culpa, llorad lo pasado, precaved lo futuro; y no extendáis el beneficio sobre las malas yerbas, para que prosperen lozanas. Perdonad este desahogo a mi virtud, ya que en esta delincuente edad, la virtud misma tiene que pedir perdón al vicio; y aun para hacerle bien, le halaga y le ruega."[36]

Finalmente Gertrudis entiende: "¡Oh! ¡Hamlet! No digas más... Tus razones me hacen dirigir la vista a mi conciencia, y advierto allí las más negras y groseras manchas, que acaso nunca podrán borrarse."[37] Entonces Hamlet le aconseja que termine su relación marital con Claudio para reparar sus faltas: "Pues apartad de vos aquella porción más dañada, y vivid con la que resta, más inocente."[38] Gertrudis le promete silencio sobre su diálogo: "No, no lo temas, que si las palabras se forman del aliento, y éste anuncia vida, no hay vida ni aliento en mí, para repetir lo que me has dicho."[39]


6.7. Las circunstancias van forjando el futuro

¿Por qué no vemos a Hamlet avanzar con decisión hacia su proyecto de restablecer la justicia en su reino? La tradición ha destacado mucho todos los aspectos que tienen que ver con su carácter dubitativo. Pero lo cierto es que no es fácil concretar sus propósitos. Primero Claudio intentará hacerlo desaparecer en Inglaterra, y al fallarle el intento tratará de hacerlo matar por intermedio de Laertes, tendiéndole una trampa.

Ofelia muere, con ciertas dudas que se haya suicidado, como le confirmara un sacerdote a Laertes: "Su muerte da lugar a muchas dudas, y a no haberse interpuesto la suprema autoridad que modifica las leyes, hubiera sido colocada en lugar profano, allí estuviera hasta que sonase la trompeta final, y en vez de oraciones piadosas, hubieran caído sobre su cadáver guijarros, piedras y cascote. No obstante esto, se la han concedido las vestiduras y adornos virginales, el clamor de las campanas y la sepultura. No más. Profanaríamos los honores sagrados de los difuntos cantando un réquiem para implorar el descanso de su alma, como se hace por aquellos que parten de esta vida con más cristiana disposición."[40] Laertes no está contento: "a ti, clérigo zafio, te anuncio que mi hermana será un ángel del Señor, mientras tú estarás bramando en los abismos."[41]

En la escena del entierro de Ofelia Laertes se abalanza sobre Hamlet, pero lo intentan tranquilizar con el argumento de su locura, sin lograrlo.  Hamlet ha matado a Polonio, padre de Laertes y de Ofelia.

Claudio, temeroso, manda a Inglaterra a Hamlet: "¡Qué peligroso es dejar en libertad a este mancebo! Pero no es posible tampoco ejercer sobre él la severidad de las leyes. Está muy querido de la fanática multitud, cuyos afectos se determinan por los ojos, no por la razón, y que en tales casos considera el castigo del delincuente, y no el delito. Conviene, para mantener la tranquilidad, que esta repentina ausencia de Hamlet aparezca como cosa muy de antemano meditada y resuelta. Los males desesperados, o son incurables, o se alivian con desesperados remedios”[42]. Claudio dice a su sobrino: “Este suceso, Hamlet, exige que atiendas a tu propia seguridad, la cual me interesa tanto, como lo demuestra el sentimiento que me causa la acción que has hecho. Conviene que salgas de aquí con acelerada diligencia. Prepárate, pues. La nave está ya prevenida, el viento es favorable, los compañeros aguardan, y todo está pronto para tu viaje a Inglaterra."[43]

Pero en realidad, Claudio procura la muerte de Hamlet en el viaje, en el que va también una carta: "Y tú, Inglaterra, si en algo estimas mi amistad (de cuya importancia mi gran poder te avisa), pues aún miras sangrientas las heridas que recibiste del acero danés y en dócil temor me pagas tributos; no dilates tibia la ejecución de mi suprema voluntad, que por cartas escritas a este fin, te pide con la mayor instancia, la pronta muerte de Hamlet. Su vida es para mí una fiebre ardiente, y tú sola puedes aliviarme. Hazlo así, Inglaterra, y hasta que sepa que descargaste el golpe por más feliz que mi suerte sea, no se restablecerán en mi corazón la tranquilidad, ni la alegría."[44]

Hamlet reflexiona sobre su propio destino, su misión, y los "medios" sangrientos requeridos para cumplirla.  La operación militar de Fortimbras, príncipe de Noruega, que marcha sobre Dinamarca con audacia y determinación, lo “despierta” de sus dudas e indecisión: "Cuantos accidentes ocurren, todos me acusan, excitando a la venganza mi adormecido aliento. ¿Qué es el hombre que funda su mayor felicidad, y emplea todo su tiempo solo en dormir y alimentarse? Es un bruto y no más. No. Aquél que nos formó dotados de tan extenso conocimiento que con él podemos ver lo pasado y futuro, no nos dio ciertamente esta facultad, esta razón divina, para que estuviera en nosotros sin uso y torpe. Sea, pues, brutal negligencia, sea tímido escrúpulo que no se atreve a penetrar los casos venideros (proceder en que hay más parte de cobardía que de prudencia), yo no sé para qué existo, diciendo siempre: tal cosa debo hacer; puesto que hay en mí suficiente razón, voluntad, fuerza y medios para ejecutarla. Por todas partes hallo ejemplos grandes que me estimulan. Prueba es bastante ese fuerte y numeroso ejército, conducido por un Príncipe joven y delicado, cuyo espíritu impelido de ambición generosa desprecia la incertidumbre de los sucesos, y expone su existencia frágil y mortal a los golpes de la fortuna a la muerte, a los peligros más terribles, y todo por un objeto de tan leve interés. El ser grande no consiste, por cierto, en obrar sólo cuando ocurre un gran motivo; sino en saber hallar una razón plausible de contienda, aunque sea pequeña la causa; cuando se trata de adquirir honor. ¿Cómo, pues, permanezco yo en ocio indigno, muerto mi padre alevosamente, mi madre envilecida... estímulos capaces de excitar mi razón y mi ardimiento, que yacen dormidos? Mientras para vergüenza mía veo la destrucción inmediata de veinte mil hombres, que por un capricho, por una estéril gloria van al sepulcro como a sus lechos, combatiendo por una causa que la multitud es incapaz de comprender, por un terreno que aún no es suficiente sepultura a tantos cadáveres. ¡Oh! De hoy en más, o no existirá en mi fantasía idea ninguna, o cuántas forme serán sangrientas."[45]

Al ser asaltado su barco por piratas, camino de Inglaterra, donde su destino era la muerte, Hamlet salva su vida. Recompensa a los piratas por dejarlo libre y vuelve a Dinamarca, donde Claudio se aprovecha entonces del deseo de venganza de Laertes por la muerte de su padre Polonio, y decide utilizarlo para asesinar a Hamlet, haciéndolo caer en una trampa.
Claudio aduce no poder castigarlo utilizando su autoridad pública debido a estar casado con su madre, y por "el afecto que le tiene el pueblo, el cual les hace olvidar sus muchos defectos y considerar virtudes sus vicios. Así pues, mis saetas acusadoras, incapaces de penetrar la armadura de tal lealtad, rebotarían en su pecho y se volverían contra mí."[46]

Laertes por su parte quiere vengar la muerte de su padre, y apunta primero a Claudio como responsable. Este se desliga de la muerte de Polonio y canaliza el deseo de venganza del propio Laertes contra Hamlet, planeando un "accidente" en una justa “deportiva” en la que Laertes, hábil esgrimista, provocará "accidentalmente" la muerte de Hamlet con un estoque sin botón en el extremo y envenenado, frente al florete inofensivo en manos de Hamlet. Para reforzar la maniobra, Claudio servirá a Hamlet una bebida envenenada en un intervalo de descanso. Laertes acepta.


6.8. Mueren todos los protagonistas: ¿Cuál  es el sentido del desenlace?

El "duelo" entre Hamlet y Laertes, será abordado como una justa deportiva para el primero, y para el segundo, la ejecución por mano propia de quien matara a Polonio su padre. En lo formal, la victoria deberá ser alcanzada con tres “toques” en doce lances. Hamlet asume cualquier resultado posible: "yo trataré de ganar la apuesta. Y si la pierdo, sobrellevaré la vergüenza y los toques que me dé."[47]

Comienza el certamen. Laertes lo detiene para descansar un momento para que Hamlet beba para calmar su sed, haciéndolo de la copa envenenada, pero Gertrudis se abalanza antes y alza la copa envenenada para brindar por Hamlet, ingiriendo así la pócima destinada a su hijo. Claudio intenta prevenirla, pero no llega a tiempo. Hamlet no ve lo que acaba de suceder y espera para continuar el combate. Y Laertes siente remordimientos por lo que está por hacer: "No sé qué repugnancia siento al ir a ejecutarlo."[48]

Cuando Hamlet ve a la reina agonizando, pregunta "¿Qué tiene la Reina?". Claudio intenta seguir con el engaño: "Se ha desmayado al veros heridos." Pero Gertrudis hace la aclaración antes de morir: "No, no... ¡La bebida!... ¡Querido Hamlet! ¡La bebida! ¡Me han envenenado!". Hamlet, ignorante de lo que está pasando, reclama claridad sobre lo que está sucediendo: "¡Cerrad las puertas... Traición... Buscad por todas partes!".

Laertes le confiesa lo que pasa: "No, el traidor está aquí. Hamlet, tú eres muerto... no hay medicina que pueda salvarte, vivirás media hora, apenas... En tu mano está el instrumento aleve, bañada con ponzoña su aguda punta. ¡Volviose en mi daño, la trama indigna! Vesme aquí postrado para no levantarme jamás. Tu madre ha bebido un tosigo... No puedo proseguir... El Rey, el Rey es el delincuente."

Hamlet, sin dudar, completa su misión: "¡Está envenenada esta punta! Pues, veneno, produce tus efectos." Y mientras Claudio cae herido por la estocada, Hamlet la refuerza con la bebida preparada para el propio Claudio: "¡Malvado incestuoso, asesino! Bebe esta ponzoña ¿Está la perla aquí? Sí, toma, acompaña a mi madre."[49]

Laertes en una frase final, se arrepiente claramente de lo que acaban de realizar: "¡Justo castigo!... Él mismo preparó la poción mortal... Olvidémonos de todo, generoso Hamlet y... ¡Oh! ¡No caiga sobre ti la muerte de mi padre y la mía, ni sobre mí la tuya!". Y Hamlet pide perdón para Laertes, se despide y ruega a Horacio que sea testimonio de la historia: "El Cielo te perdone... Ya voy a seguirte. Yo muero, Horacio... Adiós, Reina infeliz... Vosotros que asistís pálidos y mudos con el temor a este suceso terrible... Si yo tuviera tiempo… La muerte es un ministro inexorable que no dilata la ejecución... Yo pudiera deciros... pero, no es posible. Horacio, yo muero. Tú, que vivirás, refiere la verdad y los motivos de mi conducta, a quien los ignora... Para mí solo queda ya... silencio eterno"[50].

Horacio encomienda el alma de Hamlet: "Adiós, adiós, amado Príncipe. ¡Los coros angélicos te acompañen al celeste descanso!..." Y Fortimbrás, que finalmente va a suceder a Claudio, reconoce las virtudes de Hamlet: "Cuatro de mis capitanes lleven al túmulo el cuerpo de Hamlet con las insignias correspondientes a un guerrero. ¡Ah! Si él hubiese ocupado el trono, sin duda hubiera sido un excelente Monarca... Resuene la música militar por donde pase la pompa fúnebre, y hágansele todos los honores de la guerra..."[51].

¿Tiene sentido el desenlace de la obra? ¿Cuál es el secreto de esta historia sin final feliz?

Para Inarco Celenio, traductor de Hamlet (1798), el final de la obra está lleno de confusión: "Llega el desenlace donde se complican sin necesidad los nudos, y el autor los rompe de una vez, no los desata; amontonando circunstancias inverosímiles que destruyen toda ilusión, y ya desnudo el puñal de Melpómene, le baña en sangre inocente y culpada; divide el interés y hace dudosa la existencia de una providencia justa, al ver sacrificados a sus venganzas en horrenda catástrofe, el amor incestuoso y el puro y filial, la amistad fiel, la tiranía, la adulación, la perfidia y la sinceridad generosa y noble. Todo es culpa; todo se confunde en igual destrozo." [52]

Nuestro guía Pearce interpreta el mismo final de un modo diferente: "¿Y el desenlace? ¿Y todos los muertos? ¿Y la falta de "final feliz"? No vivimos en un mundo ideal sino en un mundo caído, y este es el mundo donde residen Shakespeare y todos sus personajes. Shakespeare no escribe fantasía cristiana sino realismo cristiano, y esto implica el martirio y el sufrimiento para los inocentes"[53].


6.9. La salvación de Hamlet...

Antes del duelo, Laertes y Hamlet se piden perdón recíprocamente. Hamlet aduce haber actuado en estado de demencia... aunque tenemos razones para pensar que simulaba: “Laertes, si estáis ofendido de mí, os pido perdón. Perdonadme como caballero. Cuantos se hallan presentes saben, y aun vos mismo lo habréis oído, el desorden que mi razón padece. Cuanto haya hecho insultando la ternura de vuestro corazón, vuestra nobleza, o vuestro honor, cualquiera acción en fin, capaz de irritaros; declaro solemnemente en este lugar que ha sido efecto de mi locura"[54]. Su pedido de perdón resulta patente.

Laertes acepta las disculpas, pero sujeta su conducta futura a un juicio "objetivo": "Mi corazón, cuyos impulsos naturales eran los primeros a pedirme en este caso venganza, queda satisfecho. Mi honra no me permite pasar adelante ni admitir reconciliación alguna; hasta que examinado el hecho por ancianos y virtuosos árbitros, se declare que mi pundonor está sin mancilla. Mientras llega este caso, admito con afecto recíproco el que me anunciáis, y os prometo de no ofenderle”[55].

Hamlet cierra el diálogo dándole un carácter claramente deportivo a la justa: "Yo recibo con sincera gratitud ese ofrecimiento, y en cuanto a la batalla que va a comenzarse, lidiaré con vos como si mi competidor fuese mi hermano... Vamos. Dadnos floretes."[56]

Si uno de los dos está mintiendo en cuanto a sus intenciones, parece ser Laertes, que al tender su mano a Hamlet, sabe que utilizará una espada envenenada para completar su obra siniestra...

Tampoco las últimas palabras de Hamlet manifiestan que en sus momentos finales haga un rápido examen de conciencia y pida el perdón por sus faltas y la misericordia para su alma. El buen ladrón habrá sido más claro: "Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu Reino". Hamlet más bien piensa en la transmisión de la verdad sobre la historia sucedida y le pide a su amigo Horacio que se ocupe: "Yo muero, pero tú que vives… relata a los que no la sepan la verdad sobre mi historia y mi causa…"[57]. De esta forma, parece dar por cumplida su misión “justiciera”, que ha dado sentido a su vida y a su muerte.


6.10. El papel de la Providencia

Poco antes de morir, y luego de pasar por cavilaciones, tentaciones, dudas y numerosas pruebas, Hamlet hace quizás su afirmación más significativa: "Hasta en la muerte de un pajarillo interviene una providencia irresistible. ... todo consiste en hallarse prevenido para cuando venga"[58].

Partiendo de este enfoque, creemos que es una "clave de salvación" la que Shakespeare plantea en el caso de Hamlet. Siguiendo esta línea de razonamiento, sabemos que nos fortalecemos en la medida de nuestra entrega a la Providencia. Y en esta historia se nos muestra que el camino de la salvación pasa menos por nuestras propias herramientas en las que podamos basar nuestros cálculos, que por todos los gestos que la Divina Providencia habrá tenido con cada uno, en su infinita sabiduría y misericordia.

Cabe entonces repasar los momentos en que Hamlet "asume" con decisión la misión que se había impuesto y su inclusión en un "marco de referencia" más amplio.

En sus diálogos con Horacio, cuenta lo que pasa por su interior. Con respecto a su misión, cuando vuelve de Inglaterra, habla con Horacio de los dos encargados de haberlo llevado, que iban con instrucciones de ser ellos mismos ejecutados al mismo tiempo que Hamlet, que no manifiesta remordimientos al respecto: "Ya ves que ellos han solicitado este encargo, mi conciencia no me acusa acerca de su castigo... Ellos mismos se han procurado su ruina... Es muy peligroso al inferior meterse entre las puntas de las espadas, cuando dos enemigos poderosos lidian."[59] Y con un lenguaje claro enuncia la firme convicción de su deber como hijo y como príncipe: "¿No crees que me incumbe ahora ponerme en acción? Este hombre ha asesinado a mi padre, prostituido a mi madre, usurpado la corona que me pertenece legalmente, y finalmente ha intentado con alevosía criminal quitarme la vida. ¿No puedo yo ahora, sin tener que rendir cuentas ante el tribunal de la conciencia, matarle con este brazo? ¿Y no seré para siempre maldito si permito que ese podrido engendro de la naturaleza humana siga haciendo maldades?”[60].  Para Horacio, el  deber de Hamlet es claro: "En mi opinión, no sólo tenéis el derecho sino la obligación de actuar”[61].  

Pero también claramente Hamlet pondrá su vida en manos de la Providencia, y de aquí deducimos que quedaría de un modo implícito manifestado su deseo de estar preparado para "bien morir". Aunque la justa con Laertes será "deportiva", y Hamlet está seguro de ganar, tiene presentimientos: "Desde que él partió para Francia, no he cesado de ejercitarme, y creo que le llevaré ventaja... Pero... No podrás imaginarte que angustia siento, aquí en el corazón. ... ¡Ilusiones vanas! Especie de presentimientos, capaces sólo de turbar un alma femenil." [62]Horacio le sugiere cancelar el torneo: "Si sentís interiormente alguna repugnancia, no hay para que empeñaros. Yo me adelantaré a encontrarlos, y les diré que estáis indispuesto." Pero Hamlet manifiesta su confianza en la Providencia: "No, no... Me burlo yo de tales presagios. Hasta en la muerte de un pajarillo interviene una providencia irresistible. Si mi hora es llegada, no hay que esperarla, si no ha de venir ya señal que es ahora, y si ahora no fuese, habrá de ser después: todo consiste en hallarse prevenido para cuando venga. Si el hombre, al terminar su vida, ignora siempre lo que podría ocurrir después, ¿qué importa que la pierda tarde o presto? Sepa morir"[63].

Finalmente, la mano de Dios conduce a su fin todas nuestras acciones por más que el hombre las ordene sin inteligencia. De allí el “velad y orad”, “porque no sabéis ni el día ni la hora”…

Inarco Celenio, en la introducción a su traducción de 1798, ya citada, califica a Shakespeare como "un escritor que ha fatigado el estudio de muchos literatos de su nación, empeñados en ilustrar y explicar sus obras; lo cual, en opinión de ellos mismos, no se ha logrado todavía como era menester"[64]. Debemos destacar al respecto que nuestro análisis es una "explicación" más: una lectura subjetiva de una escritura también subjetiva que intenta una interpretación del texto a partir de cierta manera de considerarlo. Esta interpretación no pretende ser infalible, y queda abierta a críticas y correcciones fundadas, pero parece tener cierta consistencia como para ser planteada.


6.11. Hamlet y los Novísimos

En las dos obras que tratamos, la justicia terrena y la eterna están implícita y explícitamente enunciadas. De acuerdo a las circunstancias, se vinculan a la salvación y a la condenación los actos que realizan Macbeth y Hamlet. En el caso de Hamlet, podría incluso afirmarse -como lo hace C.S. Lewis- que "el tema de Hamlet es la muerte". Desde esta perspectiva, "el Espectro no es otra cosa que un memento mori ambulante y parlante, recordándole a Hamlet, y recordándonos a nosotros, nuestro destino final"[65].

Pearce[66] nos recuerda que hay en Hamlet una reflexión sobre la vida del más allá: por un lado está la aparición del padre de Hamlet (¿un espectro o un alma del purgatorio?) que reclama la intervención de su hijo, y en el otro extremo las palabras de Horacio pidiendo "que coros de ángeles arrullen su sueño". Estos coros evocan para Pearce el In paradisum deducant te angeli[67] de un rito de entierro católico prohibido en la época de Shakespeare. Se observa una vez más el sentido moral de la historia, y en el contexto expuesto, resulta claramente explícito que la conducta virtuosa lleva a la salvación y la pecaminosa a la perdición. Queda claro que con sus diferentes actitudes y reacciones, Hamlet tiene en el conjunto una conducta virtuosa: "aún tentado por el espíritu de venganza, procura la justicia y no cae en la tentación del asesinato del rey, ni en la de suicidio en momentos de desesperanza".

Para Pearce, Hamlet tiene ideas claras sobre el destino eterno del alma. El hombre debe arrepentirse del pecado. Lo aclara a su madre: "nada de lo que has dicho es locura”; "no adornéis vuestra alma con la ilusión de que no es vuestro pecado sino mi locura la que así habla"; "confesaos, arrepentíos cuidaos de lo porvenir". Además, para "ver" el pecado, la razón no debe estar "sometida al deseo de la carne". Solamente si los deseos se someten a la razón, se accede al "ser". En caso contrario, creemos que lo que deseamos es bueno por el solo hecho de desearlo: "en tiempos de vicio y de pecado, la virtud ha de ser perdonada por el vicio, y ha de postrarse ante él y pedirle perdón por hacer el bien". Sigue Pearce: "Todo Hamlet gira en torno a esta ineludible distinción entre razón y voluntad, entre lo que es y lo que parece ser, y la prueba del éxito es el grado en que los protagonistas conforman su voluntad con la razón. (…) Shakespeare comprende perfectamente la teología y la filosofía cristianas, y nos muestra los peligros de errar hacia una visión antropocéntrica de la realidad"[68].

Hamlet actúa con una visión cristiana. Laertes con una secular. ¿Es católica además de cristiana? Para Joanna Bogle "un tema central en Hamlet es que el padre del príncipe fue asesinado "sin tiempo de arrepentirse", es decir, antes de que tuviera la posibilidad de confesarse y recibir la absolución, que es un concepto que sólo un católico podría realmente captar y entender."[69]

Finalmente, ¿se salva Hamlet?

Si en Hamlet Shakespeare estuviera representado por Horacio como testigo interno de la obra, amigo y confidente de Hamlet y sobreviviente del drama[70], la breve oración final en la que el amigo pone el alma de Hamlet en manos de los ángeles nos estaría mostrando que su camino final hacia la salvación justificaría que la interpretación del Bardo “en clave de santidad” tiene fundamento. Sin embargo, el modo de terminar con la vida de Claudio no es propiamente un modelo de caridad, y en la obra no se ve el menor arrepentimiento por parte de Hamlet, ni una frase del tipo “se ha hecho justicia”, como para interpretar de esta forma el acto de venganza. 

Veamos esto con más detenimiento.   


6.12. Interrogante: Hamlet y la venganza

Resulta curioso que -con sus escrúpulos- Hamlet acepte sin cuestionamiento la inmoralidad de la venganza, que, sin embargo, está claramente planteada. Lo que llama la atención es que el autor podría haber considerado el mismo hecho como un acto de restablecimiento de la justicia y el castigo a un asesino.

El padre ha sido claro. Al mismo tiempo que le cuenta lo que le pasó, le pide que castigue a Claudio, pero que respete a su madre: "Así fue que estando durmiendo, perdí a manos de mi hermano mismo, mi corona, mi esposa y mi vida a un tiempo. Perdí la vida, cuando mi pecado estaba en todo su vigor, sin hallarme dispuesto para aquel trance, sin haber recibido el pan eucarístico, sin haber sonado el clamor de agonía, sin lugar al reconocimiento de tanta culpa: presentado al tribunal eterno con todas mis imperfecciones sobre mi cabeza. ¡Oh! ¡Maldad horrible, horrible!... Si oyes la voz de la naturaleza, no sufras, no, que el tálamo real de Dinamarca sea el lecho de la lujuria y abominable incesto. Pero, de cualquier modo que dirijas la acción, no manches con delito el alma, previniendo ofensas a tu madre. Abandona este cuidado al Cielo: deja que aquellas agudas puntas que tiene fijas en su pecho, la hieran y atormenten. Adiós. Ya la luciérnaga amortiguando su aparente fuego nos anuncia la proximidad del día. Adiós. Adiós. Acuérdate de mí". Es de destacar que le destaca haber muerto sin la correcta preparación, ni siquiera una "confesión espiritual", confirmando implícitamente el "caerá como un ladrón...”[71]

Pero Hamlet, "pecador y cambiante" -como es calificado por Pearce-, pronuncia frases que -aun con matices- muestran emanaciones que parecen surgidas del mundo de las tinieblas, además de la lucha interna que libra el protagonista: "Ha sonado la medianoche, la hora de las brujas, cuando en los cementerios bostezan las tumbas y el hálito del Infierno se escapa por ellas para inficionar el mundo. En esta hora sería capaz de beber sangre tibia y de cometer crímenes que causarían espanto vistos a la clara luz del día. Pero he de controlarme. Pensar en mi madre. ¡Oh, alma mía, no te olvides de tu verdadero ser, no permitas que te contagie!"[72]

Para Hamlet, en el primer momento la venganza  requiere que Claudio no solo muera, sino que vaya al infierno. A tal punto que aún al verlo rezando al alcance de su puñal, decide esperar otra oportunidad. En un monólogo en el que cree estar solo, Claudio  medita, reconoce su crimen, y tiene conciencia del pecado cometido. Intenta pedir perdón en su oración por haber matado al rey, aunque luego prosiga con sus negros designios respecto del hijo: “¡Oh! ¡Mi culpa es atroz! Su hedor sube al cielo, llevando consigo la maldición más terrible, la muerte de un hermano. No puedo recogerme a orar, por más que eficazmente lo procuro, que es más fuerte que mi voluntad el delito que la destruye. Como el hombre a quien dos obligaciones llaman, me detengo a considerar por cual empezaré primero, y no cumpla ninguna... Pero, si este brazo execrable estuviese aún más teñido en la sangre fraterna, ¿faltará en los Cielos piadosos suficiente lluvia para volverle cándido como la nieve misma? ¿De qué sirve la misericordia, si se niega a ver el rostro del pecado? ¿Qué hay en la oración sino aquella duplicada fuerza, capaz de sostenernos al ir a caer, o de adquirirnos el perdón habiendo caído? Sí, alzaré mis ojos al cielo, y quedará borrada mi culpa. Pero, ¿qué género de oración habré de usar? Olvida, señor, olvida el horrible homicidio que cometí... ¡Ah! Que será imposible, mientras vivo poseyendo los objetos que me determinaron a la maldad: mi ambición, mi corona, mi esposa... ¿Podrá merecerse el perdón cuando la ofensa existe? En este mundo estragado sucede con frecuencia que la mano delincuente, derramando el oro, aleja la justicia, y corrompe con dádivas la integridad de las leyes; no así en el cielo, que allí no hay engaños, allí comparecen las acciones humanas como ellas son, y nos vemos compelidos a manifestar nuestras faltas todas, sin excusa, sin rebozo alguno... En fin, en fin, ¿qué debo hacer?... Probemos lo que puede el arrepentimiento... y ¿qué no podrá? Pero, ¿qué ha de poder con quien no puede arrepentirse? ¡Oh! ¡Situación infeliz! ¡Oh! ¡Conciencia ennegrecida con sombras de muerte! ¡Oh! ¡Alma mía aprisionada! Que cuanto más te esfuerzas para ser libre, más quedas oprimida, ¡Ángeles, asistidme! Probad en mí vuestro poder. Dóblense mis rodillas tenaces, y tu corazón mío de aceradas fibras, hazte blando como los nervios del niño que acaba de nacer. Todo, todo puede enmendarse."[73]

Hamlet,  ha estado observando el soliloquio desde atrás de una cortina, y llega hasta el borde del precipicio de la venganza, pero no se arroja al vacío. Se acerca a Claudio con el puñal en la mano, y se frena: "Esta es la ocasión propicia. Ahora está rezando, ahora le mato... Y así se irá al cielo... ¿y es esta mi venganza? No, reflexionemos. Un malvado asesina a mi padre, y yo, su hijo único, aseguro al malhechor la gloria. ¿No es esto, en vez de castigo, premio y recompensa? Él sorprendió a mi padre, acabados los desórdenes del banquete, cubierto de más culpas que el mayo tiene flores... ¿quién sabe, sino Dios, la estrecha cuenta que hubo de dar? Pero, según nuestra razón concibe, terrible ha sido su sentencia. ¡Y quedaré vengado dándole a éste la muerte, precisamente cuando purifica su alma, cuando se dispone para la partida! No, espada mía, vuelve a tu lugar y espera ocasión de ejecutar más tremendo golpe. Cuando esté ocupado en el juego, cuando blasfeme colérico, o duerma con la embriaguez, o se abandone a los placeres incestuosos del lecho, o cometa acciones contrarias a su salvación; hiérele entonces, caiga precipitado al profundo y su alma quede negra y maldita, como el infierno que ha de recibirle. Mi madre me espera, malvado; esta medicina que te dilata la dolencia no evitará tu muerte."[74]

Todo su razonamiento resalta indudablemente los más negros aspectos de la venganza… ¿entonces?

Luego, la perturbación lo sigue acosando: "¡Todo conspira contra mí para hacerme desistir de la venganza! ¿Para qué sirve un hombre si lo que hace durante la vida es comer y dormir como un animal? Dios no nos dio este gran poder de raciocinio, que nos permite predecir lo por venir y recordar lo pasado, esta capacidad mental que nos asemeja a los dioses, para que se pudra dentro de nosotros por falta de uso. Y, sin embargo, ya sea por desidia, ya sea por algún escrúpulo cobarde que me acomete al pensar demasiado explícitamente en la posibilidad de la muerte, sigo sin llevar a cabo mi venganza. Motivos me sobran, y también deseos, fuerzas y ocasiones de hacerlo. Modelos tengo que me animan a actuar, como el del joven príncipe Fortinbrás, que a la cabeza de su gran y poderoso ejército podría ser herido mortalmente en cualquier momento. Pero su espíritu, animado por divinas ambiciones, se burla de una muerte que no puede concebir. Realmente, algunos hombres alcanzan la grandeza sin causas poderosas, sólo por un punto de honra. Entonces, ¿cómo yo, que tengo un padre asesinado y una madre prostituida, con las perturbaciones y fuertes emociones que asedian mi mente, sigo sin actuar? Especialmente cuando, para vergüenza mía, veo a tantos hombres que, motivados por sueños de alcanzar fama, se atreven a mirar a la muerte cara a cara por conquistar un trozo de terreno que no será suficiente para enterrar a sus camaradas. La hora de la sangre ha de llegar, o yo no valgo nada."[75]

La venganza de Hamlet será ejecutada finalmente en otras circunstancias. La trama de la historia lo llevará a pasar a las vías de hecho, como era su propósito. Si Hamlet se hubiera "vengado" como acto de satisfacción y reparación personal, habría cometido ciertamente un crimen. Y el pecado hubiera sido terrible, puesto que no solo quería Hamlet matar a Claudio, sino mandarlo al infierno para su perdición eterna. ¿Hizo Shakespeare intervenir a la Providencia para que la muerte de Claudio sucediera como un acto de justicia?

Aunque no parece que se pueda responder con certeza con los criterios vigentes en la época en que la obra fue escrita, me gustaría pensar que -en el marco de la consideración de Hamlet acerca del papel de la Providencia- quedó incluido el pensamiento de que su acto era justo, y que entró en los designios de un Dios que cuida cada alma durante cada paso de su camino terrenal. El Señor nos habrá guiado por sus senderos, hasta el final de nuestras vidas, a veces a pesar de nosotros mismos, para protegernos y darnos tiempo para que asumamos la decisión de obrar el bien y evitar el mal, como un buen pastor aleja a sus ovejas del precipicio.

Por otra parte, Hamlet cree en la justicia que está dispuesto a hacer, pero también en "la misericordia agregada a la justicia", lo que muestra en una respuesta a un comentario despectivo de Polonio de que tratará algunas personas "tal y como se merecen". Le responde Hamlet con claridad: "si los tratas como se merecen, ¿quién se librará de un azote?".

Sin embargo no es posible justificar ni la ejecución de Claudio, ni la venganza, en un intento de idealización del personaje. Más bien –una vez más- aceptar la tragedia como un gran espejo para reflexionar sobre los temas expuestos, que son de los que han jalonado la historia humana desde que el hombre está en la tierra.

Para Mitchell A. Kalpakgian, "El hombre no es sólo una víctima pasiva de las formidables fuerzas del mal o una pluma en el viento sujeto a lo que las eslingas y flechas de la fortuna hagan con ella. Hamlet, a pesar de que es un hombre de cada diez mil en un mundo corrupto, hace la voluntad de Dios y coopera con la providencia divina. Un hombre noble, heroico, transforma la podredumbre en Dinamarca. A medida que los eventos finales de la obra lo revelan, ni la fortuna ni el hombre gobiernan el mundo, sino la providencia divina. Hamlet no hace el mal para lograr el bien, sino que actúa en buena conciencia, y Dios -no el hombre- es el árbitro de la vida y la muerte. Cuando el hombre actúa con valor moral y busca la justicia en lugar de la venganza y cuando sufre injusticias en vez de infligir el mal, ve la mano de Dios. Debido a que Hamlet escapó milagrosamente de la muerte en el barco, regresa a Dinamarca sin temor y audazmente acepta la propuesta de Claudio para el combate de esgrima, a pesar de la advertencia de Horacio de la posible traición ("Usted va a perder, mi señor"). En su odio del mal y en su confianza en la Divina Providencia, Hamlet no le teme la muerte mientras entra en el combate de esgrima: "Desafiamos los augurios. Hasta en la caída de un gorrión hay una providencia especial. ... La disposición es todo. " Y al final de la obra, Hamlet ya no está reaccionando a los acontecimientos, sufriendo pasivamente las desgracias, o entregado a la desesperación, sino que actúa contra ellos como el príncipe valiente que es -un hombre creado a imagen de Dios- no un hombre como Dios o el hombre como la nada sino la verdadera imagen cristiana del hombre...."[76]
Debería considerarse asimismo que los modos de administrar justicia en los tiempos de Shakespeare no eran los de ahora, que las facultades de un príncipe como Hamlet eran más amplias y  que probablemente no hubiera sido extraño a las costumbres que sus “funciones” incluyeran las de juez y ejecutor.





[1] http://forum.theodoredalrymple.org/viewtopic.php?p=8067
[2] Hamlet, III-2
[3] Hamlet, III-2
[4] C.S. Lewis, Selected Literary Essays, "Hamlet: The Prince or the Poem?" (1942)
[5] Mitchell A. Kalpakgian - Shakespeare’s Hamlet
[6] Hamlet, I-1
[7] Hamlet, I-5
[8] Hamlet, I-5
[9] Hamlet, I-5
[10] Hamlet, I-5
[11] Hamlet, I-5
[12] Hamlet, I-4
[13] Hamlet, II
[14] Hamlet, I-5
[15] Hamlet, I-5
[16] Hamlet, III,2
[17] Hamlet, II
[18] Hamlet, I-2
[19] Hamlet, II-2
[20] Hamlet, III-4
[21] Hamlet, I-2
[22]  Hamlet, II-2
[23] Hamlet, III-1
[24] Hamlet, II-2
[25] Hamlet, V-1
[26] Coplas de Jorge Marnrique a la muerte de su padre: XIX “Las dádivas desmedidas, los edificios reales llenos de oro, las vajillas tan fabridas, los enriques e reales del tesoro, los jueces, los caballos de sus gentes y atavíos tan sobrados, ¿dónde iremos a buscallos? ¿Qué fueron sino rocíos”
de los prados?
[27] Hamlet, V-1
[28] Jorge Manrique, Coplas por la muerte de su padre, 1477
[29] Hamlet, II-2
[30] Hamlet, III-1
[31] Hamlet, II-2
[32] Hamlet, v-1
[33] Hamlet. III-4
[34] Hamlet. III-4
[35] Hamlet. III-4
[36] Hamlet. III-4
[37] Hamlet. III-4
[38] Hamlet. III-4
[39] Hamlet. III-4
[40] Hamlet, V-1
[41] Hamlet, V-1
[42] Hamlet, IV-3
[43] Hamlet, IV-3
[44] Hamlet, V-1
[45] Hamlet, IV - 10
[46] Hamlet, IV-7
[47] Hamlet V-2
[48] Hamlet V-2
[49] Hamlet V-2
[50] Hamlet V-2
[51] Hamlet V-2
[52] Hamlet: traducida é ilustrada con la vida del autor y notas críticas por Inarco Celenio [Leandro Fernández de Moratín]
[53] Joseph Pearce - Por los ojos de Shakespeare. Ediciones Rialp. 2013
[54] Hamlet, V-2
[55] Hamlet, V-2
[56] Hamlet, V-2
[57] Hamlet, V-2
[58] Hamlet, V-2
[59] Hamlet, V - 4
[60] Hamlet, V - 4
[61] Hamlet, V - 4
[62] Hamlet, V - 8
[63] Hamlet, V - 8
[64] HAMLET de William Shakespeare Traducción, versión y adaptación de José María Ruano de la Haza
[65] Hamlet: The Prince or The Poem? by C.S. Lewis -  http://cleoclassical.blogspot.com.ar/2016/01/hamlet-prince-or-poem-by-cs-lewis.html
[66] Joseph Pearce - Por los ojos de Shakespeare. Ediciones Rialp. 2013
[67] “In paradisum deducant te Angeli; in tuo adventu suscipiant te martyres, et perducant te in civitatem sanctam Ierusalem. Chorus angelorum te suscipiat, et cum Lazaro quondam paupere æternam habeas requiem.”
[68] Por los ojos de Shakespeare por Joseph Pearce
[69] Joanna Bogle - The Shakespeare (Catholic) - The Bard, 400 Years Later
[70] … de un modo semejante a la expresión Je suis Madame Bovary, atribuida a Flaubert, con que se identifica a muchos autores con algunos personajes de sus obras
[71] Hamlet. I - 12
[72] Hamlet III . 9
[73] Hamlet  III - 22
[74] Hamlet  III - 23
[75] Hamlet IV - 10
[76] Mitchell A. Kalpakgian - Shakespeare’s Hamlet (http://www.crisismagazine.com/2013/shakespeares-hamlet)

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