viernes, 25 de mayo de 2018

4. El tema central en Macbeth: ¿es "la ambición" o "el pecado"?

4. El tema central en Macbeth: ¿es "la ambición" o "el pecado"?


"Mira que a veces el demonio nos engaña con la verdad, y nos trae la perdición envuelta en dones que parecen inocentes." (Macbeth 1er acto, escena III)

Terminado el análisis realizado en el marco de la naturaleza humana, dejaremos el campamento base al que hemos llegado de la mano de Dalrymple, e intentaremos el asalto a la cumbre. Entramos de lleno al mundo sobrenatural, y consideramos la misma historia de Macbeth, los mismos hechos, a la luz de la vida de la gracia y del pecado.

Mostraremos lo que sucede cuando "el pecado entra en el hombre", tal como lo desarrolla Joseph Pearce, conocido escritor católico, que introduce en su análisis la esfera del mundo sobrenatural. Pearce está expresa y particularmente interesado en una visión "sobrenatural" de Shakespeare, y explora "las claves católicas de su literatura".

Para Kenneth Colston, en su trabajo sobre "Macbeth y el drama del pecado" es el pecado, y no el crimen, el tema central: "El crimen es la transgresión de la ley humana, que es en sí, para algunos lectores modernos, la manipulación arbitraria del poder para mantener el poder; por lo tanto, el crimen es una mera lucha por el poder. Por otro lado, el pecado es la alteración del orden natural y divino, que es racional y bueno. El crimen tiene sólo tácticas, errores y arrepentimientos. El pecado es identificado por el temor y la culpa, lo que implica el respeto a lo divino y al derecho." Y agrega que "no se supone que Macbeth sea un tratado de teología moral, pero es clásica su presentación del pecado. Muchas preguntas sobre la obra pueden ser respondidas por sus supuestos ortodoxos y sus inferencias sobre la naturaleza del pecado. De hecho, las nociones preliminares clave sobre el pecado son cruciales para entender las primeras escenas de la obra."[1]

La ambición humana es una cosa y el pecado otra. Al explorar la misma historia considerando los crímenes cometidos en ella como factores de perdición espiritual para sus protagonistas, podemos hacer un análisis más completo, sin "forzar" las conclusiones a través de elementos subjetivos. Así, creemos posible afirmar que la gracia y el pecado estaban presentes en los pensamientos de Macbeth, a tal punto que poner el acento en afirmar que "el tema de Macbeth" es la ambición, sería simplificar demasiado. El análisis del texto permite leer entre líneas una visión del mundo sobrenatural bastante completa en el modo de considerar los actos de la persona y del gobernante.

«El que confiesa sus pecados actúa ya con Dios. Dios acusa tus pecados; si tú también te acusas, te unes a Dios. El hombre y el pecador son por así decirlo, dos realidades: cuando oyes hablar del hombre es Dios quien lo ha hecho; cuando oyes hablar del pecador, es el hombre mismo quien lo ha hecho. Destruye lo que tú has hecho para que Dios salve lo que Él ha hecho... Cuando comienzas a detestar lo que has hecho, entonces tus obras buenas comienzan porque reconoces tus obras malas. El comienzo de las obras buenas es la confesión de las obras malas. Haces la verdad y vienes a la luz (S. Agustín)»


Si Shakespeare quiso describir en Macbeth las consecuencias de romper las barreras éticas "naturales" por las razones ligadas a la ambición, queda por determinar si  quiso -en forma paralela y simultánea- describir todo lo que rodea al mismo crimen considerándolo también como un pecado, es decir, accediendo a un terreno que está más allá de la naturaleza.

Para verificar esta suposición, repasamos el texto eligiendo los párrafos que hacen referencia al mundo sobrenatural, para contemplarlos luego en conjunto.

Al realizar esta tarea, vemos claramente en Macbeth una descripción bastante completa de los pasos y etapas presentes en la comisión de actos pecaminosos graves:

·         curiosidad
·         atracción
·         tentación
·         hesitación
·         rechazo temporario
·         toma de conciencia del acto
·         realización
·         "arrepentimiento"
·         consciencia del estado de pecado
·         aceptación de formar parte del "reino de las sombras"
·         invocación demoníaca, y
·         conciencia de la pena eterna.

Intentemos mostrar los fundamentos de esta observación, repasando el texto siguiendo las conciencias del rey y de la reina. Constataremos a lo largo de la obra que los protagonistas van mostrando en sus diálogos y monólogos referencias inequívocas para todo aquel que tenga un elemental conocimiento de la vida sobrenatural y de la contraposición entre el mundo de la virtud de la gracia y el del pecado.

Veamos las que nos parecen más significativas.


4.1. La curiosidad

Con la curiosidad nos metemos de lleno en el terreno de "lo prohibido". Un lugar en el que somos vulnerables y en que podemos sentirnos los dueños absolutos de nuestro destino más que los descubridores del sentido de nuestra existencia. Alguien al oído nos dice "seréis como dioses...", y nos metemos de cabeza, de mil diversas maneras, en el mundo de lo prohibido, actuando como si fuéramos nuestros propios señores, cuando lo que nos corresponde es obedecer. Atraídos por la curiosidad, que es siempre la mayor y primera trampa del hombre, como lo fue en el paraíso, cedemos ante nuestra razón o nuestras pasiones, ante la ambición, la vanidad y el afán de poder. Quien nos dice "seréis como dioses", sabe que si con la curiosidad logra abrir una pequeña brecha, la tentación ocupara rápidamente la escena.

De allí las advertencias: "No entres por la senda de los malos,  ni vayas por el camino de los hombres perversos. Evítalo, no pases por él, apártate de él y sigue adelante"  (Pr 4, 14-15)

"Cuándo la mujer vio que el árbol era bueno para comer, agradable a la vista y excelente para lograr sabiduría, tomó de su fruto y comió; y dio también a su marido, que comió igualmente"  (Gn. 3, 6).

Cuando Macbeth, Barón de Glamis, concurre por primera vez a las brujas, lo hace movido por la curiosidad respecto de su futuro. Las brujas lo saludan como Barón de Glamis, Barón de Cawdor y futuro rey, estando ocupados a la sazón los dos últimos lugares. Y Macbeth no rechaza la idea en el acto, como sería quizás lo lógico. Acuciado por la curiosidad se intriga más y pregunta: ¿cómo será esto?: “¡Esperad, imperfectas hablantes, decid más! Por la muerte de Sinel soy Barón de Glamis, mas, ¿cómo de Cawdor? El Barón de Cawdor vive y continúa vigoroso; y ser rey traspasa el umbral de lo creíble, tanto como ser Cawdor."[2]

4.2. La tentación

Cuando Jesucristo nos enseña a rezarle al Padre, nos hace pedirle que no nos deje caer en la tentación y que nos libre del mal. La tentación está siempre atrás de la curiosidad cuando iniciamos el camino del mal. Shakespeare lo sabía bien. Banquo se pregunta al desaparecer las brujas si el hecho sucedió, y si efectivamente hablaron con las brujas, que también a él le anunciaron que sus hijos serían reyes: "¿Estaban aquí los seres de que hablamos? ¿No habremos comido la raíz de la locura, que hace prisionera a la razón’ (…) Las fuerzas de las sombras nos dicen verdades, nos tientan con minucias, para luego engañarnos en lo grave y trascendente"[3]. Tentación con minucias y engaño en lo grave y trascendente. Toda una definición.

Rechazar el mal que nos atrae y que se nos presenta como un bien, tiene que ver con el primer pensamiento que surge mucho antes de cualquier acto externo. Cualquiera sea la tentación, podemos no tener mucho tiempo para consideraciones. La conciencia advierte a la razón pero la voluntad va por otro camino, y la razón puede obrar a favor del bien o del mal. Y cuando ocupamos la mente pensando en lo atractivo de las consecuencias del pecado, esos pensamientos terminan actuando objetivamente como factor disolvente de nuestras reservas a favor del bien.

Macbeth muestra el paso de la curiosidad a la tentación, con lo que prueba su conocimiento del funcionamiento de la conciencia del hombre que ve el objeto de su deseo con una perspectiva sobrenatural, que constata que su satisfacción le exigirá un crimen y se horroriza, al confirmarle Ross que ha sido designado Barón de Cawdor: “... ¿por qué cedo a esa tentación cuya hórrida imagen me eriza el cabello y me bate el firme corazón contra los huesos violando las leyes naturales?"[4].

La conciencia moral de Macbeth lo previene apenas escucha las profecías de las brujas, pero luego da rienda suelta a su imaginación y cede rápidamente a la ambición: "¡Los temores reales son menos horribles que los que inspira la imaginación! ¡Mi pensamiento, donde el asesinato no es aún más que vana sombra, conmueve hasta tal punto el pobre reino de mi alma, que toda facultad de obrar se ahoga en inquietudes y nada existe para mí sino lo que no existe todavía!".[5]

Lady Macbeth reforzará la tentación reafirmando la idea seductora de un destino elevado: "Eres Glamis, y Cawdor, y serás lo que te anuncian."[6]

4.3. La duda y el deseo de rechazar el mal

El pecado es la elección libre, consciente y voluntaria del mal. Una característica típica es que por su intermedio deseamos conseguir algo que nos gustaría tener, a través de un acto que preferiríamos no cometer. Nos gustaría disponer de los frutos del pecado, pero sin pecado. Macbeth lo tiene claro. Quiere ser rey, pero preferiría llegar a serlo de una forma más ética... A tal punto que por un momento parece expresar el vago deseo de que preferiría no cometer el regicidio: "si el azar me quiere rey, que me corone sin mi acción"[7].

4.4.  Inclusión del mundo sobrenatural en la historia

Macbeth y su mujer nos muestran todo el tiempo que su pensamiento incluye el mundo sobrenatural, como cuando él reconoce el carácter de la ciencia de las brujas como "más que humana"[8], y ella le habla del "círculo de oro con que destino y ayuda sobrenatural" parecen coronar a su marido. Efectivamente, en el texto de la carta que envía a su mujer cuando comparte con ella el secreto de su ambición, Macbeth confirma la ciencia "extrahumana" de las brujas, sea su actividad la adivinación o la simple y llana brujería: «Me salieron al paso el día del triunfo, y he podido comprobar fehacientemente que su ciencia es más que humana. Cuando ardía en deseos de seguir interrogándolas, se convirtieron en aire y en él se perdieron. Aún estaba sumido en mi asombro, cuando llegaron correos del rey y me proclamaron Barón de Cawdor, el título con que me habían saludado las Hermanas Fatídicas, que también me señalaron el futuro diciendo: "¡Salud a ti, que serás rey!". He juzgado oportuno contártelo, querida compañera en la grandeza, porque no quedes privada del debido regocijo ignorando el esplendor que se te anuncia. Guárdalo en secreto y adiós.»[9]

Lady Macbeth se refiere al pecado que deberán cometer para ocupar el trono cuando analiza las condiciones morales que actuarán como frenos en Macbeth para cometer el crimen, y se prepara para convertirse en su principal impulsora y compartir el protagonismo,: "Eres Glamis, y Cawdor, y serás lo que te anuncian. Pero temo por tu carácter: que está muy empapado de la leche de la bondad para tomar el atajo. Tú quieres ser grande y no te falta ambición, pero sí la maldad que debe acompañarla. Quieres la gloria, pero que llegue mas por la virtud; no quieres jugar sucio, pero sí ganar mal. Gran Glamis, tú codicias lo que reclama «esto has de hacer si me deseas», y hacer eso te infunde más pavor que deseo de no hacerlo. Ven deprisa, que yo vierta mi espíritu en tu oído y derribe con el brío de mi lengua lo que te frena ante él."[10]

4.5. Reconocimiento del servicio como misión y deber

El pecado nos afecta en el recto camino de nuestra misión en la vida, impidiéndonos realizar aquello para lo que estamos hechos y haciéndonos bajar el rendimiento que se espera de nosotros. Cuando elegimos una vida de pecados graves y continuos, directamente nos saca del camino, y empezamos a caminar en cualquier dirección, menos la correcta. Cuando Duncan "asciende" a Macbeth en la escala social, le ratifica en su misión de noble al servicio de la corona, renovando el sentido integral de su vida. Macbeth sabe que su misión y su deber es servir al rey, y lo reconoce. Por lo tanto, lo que ha de suceder no solo es un crimen sino que provocará que Macbeth reniegue de una vocación que manifiesta conocer y aceptar. Cuando se encuentra con Duncan, este advierte curiosamente -al mismo tiempo parece no desconfiar- que "no hay arte que descubra la condición de la mente en una cara. El (Cawdor) era un caballero en quien fundé mi plena confianza."[11] Al hacer este comentario a Malcom, justo antes de la entrada de Macbeth con Banquo, Ross y Angus, parecería que el rey no sabe que está reemplazando a un traidor por otro. Macbeth le ratifica la aceptación de sus deberes de vasallo fiel: "demostraros mi lealtad y mi servicio ya es bastante recompensa. Os corresponde acoger nuestros deberes, y nuestros deberes, para el trono y la nación, son como hijos y sirvientes, que cumplen su papel protegiendo vuestro honor y vuestro afecto"[12]. Esa declaración fue una expresión de máxima hipocresía, o tal vez Macbeth no había asumido aún las consecuencias de la acción que habría de cometer, ni aceptado plenamente el nuevo camino que estaba eligiendo.

4.6. Hay un momento en que la conciencia del pecado es plena

Sin conciencia no hay pecado. Y cuando hay conciencia, hay culpa. En un momento, se sabe lo que se va a hacer y se sabe que es malo y no se debería hacer, y que se va a realizar a pesar de todo, incluso con el riesgo de condenación por una accidental "muerte súbita". Tanto Macbeth como su mujer toman libremente la decisión de cometer el crimen, sabiendo que era un crimen. Cuando el rey anuncia el nombramiento de su primogénito Malcolm, en adelante príncipe de Cumberland, como futuro heredero del reino, Macbeth ve el obstáculo. Reflexiona nuevamente sobre la maldad de la mala acción por cometer, que todavía puede realizar o evitar, y toma la decisión de hacer lo que sea necesario para ser rey: "Príncipe de Cumberland: he aquí un tropiezo que me hará caer si no lo supero, pues me impide el paso. ¡Astros, extinguíos! No vea vuestra luz mis negros designios, ni el ojo lo que haga la mano; mas venga lo que el ojo teme ver cuando suceda."[13]

Lady Macbeth ratificará también esa misma decisión cuando Macbeth le anuncia la llegada del rey por la noche. Le pregunta entonces a su marido: "¿y cuándo se va?", "mañana, según su intención" le responde Macbeth. Su mujer pronuncia entonces su decisión: "¡Ah, nunca verá el sol ese mañana! ... del huésped hay que ocuparse; y en mis manos deja el gran asunto de esta noche que a nuestros días y noches ha de dar absoluto poderío y majestad."[14]

4.7. Como un pecado pude ser más grave aún

Dentro de toda su gravedad, un pecado puede aún ser más grave cuando se le agrega la invocación a los "espíritus del mal" a la debilidad humana que accede a la caída. Shakespeare lo sabe, y nos lo muestra en el momento en que un mensajero anuncia a lady Macbeth la llegada del rey a su casa. Ella expresa en su monólogo mucho más que los pormenores de una "caída por debilidad" con una invocación a lo más obscuro existente, lo directamente demoníaco: "Venid a mí, espíritus que servís a propósitos de muerte, quitadme la ternura y llenadme de los pies a la cabeza de la más ciega crueldad. Espesadme la sangre, tapad toda entrada y acceso a la piedad para que ni pesar ni incitación al sentimiento quebranten mi fiero designio, ni intercedan entre él y su efecto. Venid a mis pechos de mujer y cambiad mi leche en hiel, espíritus del crimen, dondequiera que sirváis a la maldad en vuestra forma invisible. Ven, noche espesa, y envuélvete en el humo más oscuro del infierno para que mi puñal no vea la herida que hace ni el cielo asome por el manto de las sombras gritando: « ¡Alto, alto!» "[15]. La invocación de Lady Macbeth solo se entiende si la visión de Shakespeare del mundo del pecado es completa.

4.8. El disimulo como herramienta del pecador

Para que sus víctimas caigan en sus trampas sin darse cuenta, el pecador utiliza el engaño. Actúa con disimulo porque su reino es el de las sombras, y para lograr sus fines con más facilidad. De esta forma, quienes lo rodean se confunden y llegan a atribuirle  virtudes inexistentes, lo que no harían si sus pecados estuvieran todos a la luz del sol. Cuando Macbeth y lady Macbeth finalmente se encuentran en los momentos previos al crimen, la mujer -temerosa además de la debilidad de su marido- le da instrucciones para que disimule sus intenciones: "Tu cara, mi señor, es un libro en que se pueden leer cosas extrañas. Para engañar al mundo, parécete al mundo, lleva la bienvenida en los ojos, las manos, la lengua. Parécete a la cándida flor, pero sé la serpiente que hay debajo. Del huésped hay que ocuparse; y en mis manos deja el gran asunto de esta noche que a nuestros días y noches ha de dar absoluto poderío y majestad (…) Muéstrate sereno: mudar de semblante señal es de miedo. Lo demás déjamelo."[16]

4.9. Vacilación y consideración de las consecuencias del pecado

Cuando el hombre vacila, antes de pecar,  ya va reconociendo las consecuencias que devendrán de su acción.

Macbeth reconoce la injusticia de su acto y las consecuencias que le sobrevendrán en esta y la otra vida, dado que las virtudes de la víctima "proclamarán el horror infernal de este crimen" y evalúa las circunstancias emergentes -en esta y en la otra vida- del posible crimen aún no cometido, la injusticia del mismo y su propio deber de brindar seguridad al soberano en su propia casa: "Si darle fin ya fuera el fin, más valdría darle fin pronto; si el crimen pudiera echar la red a los efectos y atrapar mi suerte con su muerte; si el golpe todo fuese y todo terminase, aquí y sólo aquí, en este escollo y bajío del tiempo, arriesgaríamos la otra vida. Pero en tales casos nos condenan aquí, pues damos lecciones de sangre que regresan atormentando al instructor: la ecuánime justicia ofrece a nuestros labios el veneno de nuestro propio cáliz. Él goza aquí de doble amparo: primero porque yo soy pariente y súbdito suyo, dos fuertes razones contra el acto; después, como anfitrión debo cerrar la puerta al asesino y no empuñar la daga. Además, Duncan ejerce sus poderes con tanta mansedumbre y es tan puro en su alta dignidad que sus virtudes proclamarán el horror infernal de este crimen como ángeles con lengua de clarín, y la piedad, cual un recién nacido que, desnudo, cabalga el vendaval, o como el querubín del cielo montado en los corceles invisibles de los aires, soplará esta horrible acción en cada ojo hasta que el viento se ahogue en lágrimas. No tengo espuela que aguije los costados de mi plan, sino sólo la ambición del salto que, al lanzarse, sube demasiado y cae..."[17]

4.10. Arrepentimiento provisorio...

Macbeth toma conciencia por un momento de su bajeza y le plantea a Lady Macbeth la posibilidad -sin mucha convicción- de no cometer el crimen, al tomar en cuenta la gravedad de lo que está a punto de cometer y las consecuencias que sobrevendrán,: "No vamos a seguir con este asunto. El acaba de honrarme y yo he logrado el respeto inestimable de las gentes...". [18]

4.11. La importancia que le damos a la imagen que proyectamos

Los hombres le damos muchas veces más importancia al parecer que al ser, y nada deseamos menos que ser considerados como débiles o cobardes, y menos por nuestra propia mujer.

Para darle ánimo y terminar de convencerlo, la mujer ejerce entonces toda la presión sobre la hombría de Macbeth: "¿Estaba ebria la esperanza de que te revestiste? ¿O se durmió? ¿Y ahora se despierta mareada después de sus excesos? Desde ahora ya sé que tu amor es igual. ¿Te asusta ser el mismo en acción y valentía que el que eres en deseo? ¿Quieres lograr lo que estimas ornamento de la vida y en tu propia estimación vivir como un cobarde, poniendo el «no me atrevo» al servicio del «quiero» como el gato del refrán?". [19]

Macbeth, entonces, cede: "¡Ya basta! Me atrevo a todo lo que sea digno de un hombre. Quien a más se atreva, no lo es."[20] Por las dudas, Lady Macbeth aumenta la presión: "Entonces, ¿qué bestia te hizo revelarme este propósito? Cuando te atrevías eras un hombre; y ser más de lo que eras te hacía ser mucho más hombre. Entonces no ajustaban el tiempo y el lugar, mas tú querías concertarlos; ahora se presentan y la ocasión te acobarda."[21]

4.12. Preparación, ejecución del acto y consideración sobre el destino del alma de Duncan

A partir de aquí, la suerte del rey está echada, y sobreviene la ejecución del asesinato, bajo la conducción y con el impulso de lady Macbeth. Cometido el acto, Shakespeare pone en labios de Macbeth, al sonar de una campana, la conciencia del destino eterno del alma de Duncan: “... está hecho; me invita la campana. No la oigas, Duncan, pues toca a muerto y al cielo te convoca, o al infierno."[22]

Macduff anuncia el crimen también en términos casi "religiosos": "El estrago ya creó su obra maestra. El crimen más sacrílego ha irrumpido en el templo consagrado del Señor y le ha robado la vida al santuario."[23] Así, encontramos que la consideración del Bardo sobre el destino eterno del alma de Duncan no es un pequeño accesorio ornamental del texto. Es una ratificación de la creencia en luego de esta vida seremos convocados al cielo o al infierno.

4.13. El pecado y sus consecuencias en la vida terrenal


Shakespeare nos advierte que el pecado no solo tiene consecuencias en nuestro propio mundo espiritual. También repercute con fuerza en lo que nos queda de vida terrenal. Macbeth lo ve, lo reconoce claramente, y asume al instante las consecuencias que su acto pecaminoso provocarán en su vida: "Hubiera muerto yo una hora antes y mi vida habría sido una dicha; desde ahora, ya no hay nada serio en la existencia; todo son minucias: honor y renombre han muerto, el vino de la vida se ha agotado y no queda en la bodega más que el poso."[24]

Cuando se analiza la obra en nuestros días, se excluyen sin embargo estos temas que son constitutivos de la obra y relevantes. El problema de no ver estas realidades en estos días, afirma Kenneth Colston, es que "entendemos los juegos amorales acerca del poder, pero no apreciamos guerras morales que se refieren al bien y al mal (…) La grandeza trágica de Macbeth está en saber de principio a fin cómo el pecado daña su humanidad. El pecado no se limita a socavar las normas divinas; nos arruina como criaturas. El Catecismo de la Iglesia Católica define al pecado de la manera que Macbeth lo mostrará: "El pecado es una ofensa a la razón, a la verdad, a la conciencia recta; es faltar al amor verdadero de Dios y al prójimo a causa de un apego perverso a ciertos bienes. Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana””[25].

4.14. Consideraciones espirituales adicionales

En su diálogo con los futuros asesinos de Banquo menciona Macbeth al Evangelio y el destino del alma de su nueva víctima. Para convencerlos de ocuparse de su próxima víctima, Macbeth no duda en utilizar cínicamente un argumento "espiritual”: "Sabed que en el pasado era él quien os tenía en la penuria, cuando vosotros lo achacabais a mi inocente persona. Os lo probé en nuestra última entrevista y os probé sobradamente cómo os burló y os estorbó; los medios, quién fue partícipe y todo cuanto a un bobo o a un demente le diría: «Fue Banquo». ... Y fui más lejos, lo que ahora es el fin de esta reunión. ¿Tanto os domina la paciencia que podéis perdonar esto? ¿Tanto os guía el Evangelio que rezaréis por este hombre bueno y su progenie, cuyo rigor os lleva humillados a la tumba y convierte a los vuestros en mendigos?"[26]. Y cuando estos deciden aceptar la realización del crimen, remata Macbeth: "Está decidido. Banquo, si tu alma va a la gloria, esta noche ha de ganarla."[27]

4.15. Invocación adicional al reino de las sombras

Cuando Macbeth se desbarranca totalmente, y anuncia a Lady Macbeth la acción prevista, ya incorpora su invocación a las fuerzas del mal: "Antes que dé fin el enclaustrado vuelo del murciélago y a la llamada de la negra Hécate el zumbido del inmundo escarabajo anuncie la noche soñolienta, se habrá cumplido una acción de horrible cuño."[28] Y realiza su invocación a las sombras: "Ven, noche cegadora, véndale los tiernos ojos al día compasivo y con tu mano sangrienta a invisible anula y destruye el gran vínculo que tanto me horroriza. La noche se espesa y hacia el bosque tenebroso vuela el cuervo. La bondad del día decae y reposa, y acechan los negros seres de las sombras. Oírme te pasma. Más no estés inquieta: lo que el mal emprende con mal se refuerza. Te lo ruego, ven conmigo."[29]

Y al prepararse Macbeth para el desenlace de la historia, recurre nuevamente a las brujas, y las conjura en términos que provienen claramente del reino de las sombras: "Bien, sombrías y enigmáticas brujas de medianoche. ¿Qué hacéis? ... Yo os conjuro, en nombre de vuestro arte, cualquiera que sea su fuente, que me respondáis. Aunque desatéis los vientos y los lancéis contra las iglesias; aunque el mar encrespado aniquile y se trague las embarcaciones; aunque se abata el trigo verde y se derriben los árboles; aunque caigan los castillos sobre sus guardianes; aunque se inclinen palacios y pirámides; aunque se derrumbe el granero de gérmenes de la naturaleza hasta saciar a la propia destrucción: responded a mis preguntas."[30]

4.16. Conciencia, aceptación y estado de pecado

Hay también otro efecto desgraciado de pecar, que consiste no solo en pecar una vez, sino en ser atrapados por el mismo pecado, de modo que, sin preocuparnos ya de buscar razones para responder a la conciencia, pasemos a cometerlo con habitualidad,. Vamos así sin más consideraciones tras nuestro objetivo, empujados por una avidez animal, tozuda, orgullosa y espiritualmente suicida puesto que es el alma la que está en juego. Somos como los animales de presa, que se abstienen de la sangre hasta que la gustan, pero una vez gustada la buscan continuamente. La gracia apaga de igual modo la sed de pecar nacida con nosotros, que se mantiene tranquila hasta que nosotros mismos la despertamos con nuestros propios actos, que una vez realizados, como Macbeth, ya no podemos contener. Pecamos, al mismo tiempo que reconocemos que el fruto del pecado es la muerte.

Este es con frecuencia el efecto inmediato de una primera transgresión, y si no es siempre el efecto inmediato, favorece fuertemente al menos la tendencia. El resultado de pecar es, a la corta o a la larga, que nos convertimos en esclavos. La tentación es muy poderosa cuando aparece por vez primera; y su poder radica entonces en la propia novedad -lo nuevo atrae- , pero por otro lado, hay disponible en nuestro corazón una energía de origen divino capaz de resistirla. Sin embargo, si hemos cedido al pecado por un período prolongado, la mente se va modificando en sus hábitos y carácter, y alejado el Espíritu de Dios por la suma de nuestras pequeñas decisiones, va abandonando la voluntad mínima requerida para salvarnos de la muerte espiritual: "Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti", escribe san Agustín. 

También cuando prepara su crimen contra la familia de Macduff, y considerando con anticipación la predicción de los acontecimientos por parte de las brujas, Macbeth ratifica su elección del mal: "Quiero saber más; estoy decidido a oír lo peor por el peor medio. Nada ha de estorbarme. Estoy tan adentro de un río de sangre que, si ahora me estanco, no será más fácil volver que cruzarlo."[31]

4.17. Lady Macbeth: el pecado no es un desvarío mental involuntario

A Lady Macbeth, por su parte, le pesa en la conciencia el crimen de Duncan, a punto tal que habla en sueños. Macbeth llama al médico, quien es testigo de los intentos imaginarios de lady Macbeth de lavarse las manchas de sangre: "Aún queda una mancha. ¡Fuera, maldita mancha! ¡Fuera digo! La una, las dos; es el momento de hacerlo. El infierno es sombrío. ¿Nunca tendré limpias estas manos? ¡Siempre el hedor de la sangre!… Todos los perfumes de Arabia no desinfectarían esta pequeña mano mía. ¡Ah, ah, ah!". [32]

Al igual que Lady Macbeth, el médico reconoce rápidamente la diferencia entre un pecado y una enfermedad: "A este mal no llega mi ciencia, actos monstruosos engendran males monstruosos; almas viciadas descargan sus secretos a una almohada sorda: más que un médico, necesita un sacerdote. Dios, Dios nos perdone a todos. ... Pienso, mas no me atrevo a hablar"[33]. Y cuando aclara a Macbeth que lo que le quita el sueño "más que una dolencia, es una tormenta una lluvia de visiones"[34], Macbeth, como si hablara con un moderno psicólogo, conmina al médico: "Cúrala. ¿No puedes tratar un alma enferma, arrancar de la memoria un dolor arraigado, borrar una angustia grabada en la mente y, con un dulce antídoto que haga olvidar, extraer lo que ahoga su pecho y le oprime el corazón?"[35].

El médico, sin animarse a repetir que Lady Macbeth necesita a un sacerdote más que a un galeno, se limita a decirle a Macbeth que es el paciente quien "debe ser su propio médico", despertando su ira de un modo que lo hará exclamar: "¡La medicina, a los perros! A mí no me sirve." [36]

4.18. El final de Macbeth muestra la claridad de sus ideas

Llegando al otoño de la vida, Macbeth reconoce que sus acciones lo han llevado a un lugar donde solo caben "maldiciones, calladas, pero profundas; palabras insinceras", y a consecuencia de sus crímenes no puede pretender ni las compensaciones humanas que deben acompañar la vejez, "como la honra, el afecto, la obediencia, y los amigos sin fin". Como si esto no fuera suficiente, el horror, que antes había sido algo que su espíritu rechazaba, se termina convirtiendo en algo connatural: "me he saciado de espantos, y el horror, compañero de mi mente homicida, ya no me asusta."[37]

Así, cuando le anuncian la muerte de la reina, pronuncia el célebre monólogo que expresa en que se ha ido transformando su visión del mundo, nihilista y ya vacía de "sobrenaturalidad": "Había de morir tarde o temprano; alguna vez vendría tal noticia. Mañana, y mañana, y mañana se arrastra con paso mezquino día tras día hasta la sílaba final del tiempo escrito, y la luz de todo nuestro ayer guió a los bobos hacia el polvo de la muerte. ¡Apágate, breve llama! La vida es una sombra que camina, un pobre actor que en escena se arrebata y contonea y nunca más se le oye. Es un cuento que cuenta un idiota, lleno de ruido y de furia, que no significa nada."[38]

Macbeth ve también con claridad -al constatar el avance del bosque- lo que había en realidad detrás de las predicciones de las brujas («nada temas hasta que el bosque de Birnam venga a Dunsinane»[39]), y que lo que fue su ilusión en realidad fue el gran engaño que puede hacer perder a todo hombre: "ya recelo los equívocos del diablo, que miente bajo capa de verdad." [40]

4.19. Macbeth reitera su voluntad de seguir matando, y se dispone a morir...

Chesterton destaca la hombría de Macbeth que al enfrentar el peligro de la muerte inminente, decide morir decide morir luchando y matando, pero ya no para defender a su rey y a su patria, sino porque no encuentra en su alma desvariada otra razón para vivir que no contenga el crimen como modus vivendi: "Si se confirma lo que dice el mensaje, tan inútil es huir como quedarse. Empiezo a estar cansado del sol, y ojalá que el orden del mundo fuese a reventar. ¡Toca al arma, sople el viento, venga el fin, pues llevando la armadura he de morir!"[41] y descarta la idea de suicidio, que también pasa por su mente: "¿Por qué voy a hacer el bobo romano y morir por mi espada? Mientras vea hombres vivos, en ellos lucen más las cuchilladas."[42]

Finalmente se dispone a morir a manos de Macduff, a quien confiesa: "De todos los hombres sólo a ti he rehuido. Vete de aquí: mi alma ya está demasiado cargada de tu sangre."[43]

En el diálogo que mantienen mientras se enfrentan, Macduff -que también tiene presente el mundo sobrenatural aún en el medio del fragor de una lucha a muerte- le previene de las predicciones y encantamientos, diciendo una breve frase cargada de significado: " No te fíes del hechizo, y deja que el demonio a quien aun sirves te diga que del vientre de su madre fue arrancado Macduff antes de tiempo.”[44]

Son útiles las características que atribuye San Ignacio de Loyola a un alma en estado de desolación para entender el estado espiritual al que llega Macbeth al final de su existencia: "oscuridad del ánima, turbación en ella, moción a las cosas bajas y terrenas, inquietud de varias agitaciones y tentaciones, moviendo a infidencia, sin esperanza, sin amor, hallándose toda perezosa, tibia, triste y como separada de su Creador y Señor". Macbeth en su lucha final transmite claramente ese estado, y llegando a su propio fin terrenal, tiene las ideas claras acerca de lo que se puede esperar de los demonios: "no creamos ya más en demonios que embaucan y nos confunden con esos equívocos, que nos guardan la promesa en la palabra y nos roban la esperanza". [45]

4.20. Nunca debemos perder la esperanza de salvarnos

Queda por saber si Macbeth se salvó o se condenó para la eternidad. Shakespeare seguramente sabe que no le toca al hombre conocer el destino final de las almas, por lo menos antes de su propio final temporal, por lo que sería infringir esta regla general afirmar la condenación de Macbeth. Pero cabe preguntarse si todos los juicios morales que va desgranando él mismo sobre sus propios actos a lo largo de la obra son "ornamentos literarios" o pistas que distribuye el autor, destinadas a generar en el público reflexiones con un propósito moralizante. Si, como escribe Newman[46], los juicios morales implícitos de Shakespeare expresan "sus puntos de vista de las realidades externas; sus juicios sobre la vida, las costumbres y la historia", debería caer de su propio peso el "mensaje moral" implícito. Y ¡que desafío poder ampliar al resto de la obra literaria del Bardo un análisis completo de su "mensaje moral implícito", que sumado al del Quijote de Cervantes, y al mucho más explícito del Dante pondrían a los tres grandes clásicos a "trabajar" post mortem para la conversión de las almas!

Las últimas palabras de Macbeth, en las que reconoce haber sido embaucado, confundido y desesperanzado, quizás son las que hacen pensar a Chesterton -en El amor o la fuerza del sino- que al final Macbeth se salva, suponiendo que ese razonamiento correcto lo lleva al arrepentimiento de todas sus faltas y al deseo de no haberlas cometido nunca. Mientras esperamos conocer algún día la verdad encerrada en el pensamiento de Shakespeare, nos quedamos con la conclusión del propio Chesterton: "esté donde esté ahora el matrimonio Macbeth, lo que sí es seguro es que ambos están juntos"[47]. En los tiempos que corren, no sería poco...   








[1] Kenneth Colston, “Macbeth y el drama del pecado" - Macbeth and the Tragedy of Sin

[2] Macbeth I-3
[3] Macbeth I-3
[4] Macbeth I-3
[5] Macbeth I-3
[6] Macbeth I-5
[7] Macbeth I-3
[8] Macbeth I-5
[9] Macbeth I-5
[10] Macbeth I-5
[11] Macbeth I-4
[12] Macbeth I-4
[13] Macbeth I-4
[14] Macbeth I-5
[15] Macbeth I-5
[16] Macbeth I-5
[17] Macbeth I-7
[18] Macbeth I-7
[19] Macbeth I-7
[20] Macbeth I-7
[21] Macbeth I-7
[22] Macbeth II-1
[23] Macbeth II-3
[24] Macbeth II-5
[25] Kenneth Colston, “Macbeth and the Tragedy of Sin”
[26] Macbeth III-1
[27] Macbeth III-1
[28] Macbeth III-2
[29] Macbeth III-2
[30] Macbeth IV-1
[31] Macbeth III-4
[32] Macbeth IV-1
[33] Macbeth V-1
[34] Macbeth V-3
[35] Macbeth V-3
[36] Macbeth V-3
[37] Macbeth V-5
[38] Macbeth V-5
[39] Macbeth IV-1
[40] Macbeth V-5
[41] Macbeth V-5
[42] Macbeth V-7
[43] Macbeth V-7
[44] Macbeth V-7
[45] Macbeth V-7
[46] Cardenal John Henry Newman - Conferencia en la Facultad de Filosofía y Letras
[47] “Los Macbeths” de G.K. Chesterton en El Amor O La Fuerza Del Sino - Editorial RIALP

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