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sábado, 9 de noviembre de 2013

La centroderecha chilena creyó que la eficiencia del sistema le daría automáticamente legitimidad y apoyo descuidando por ello aquel terreno donde realmente se decide el derrotero de las sociedades: el de las ideas.


Chile pierde el rumbo

por Mauricio Rojas 



La elección chilena de este 17 de noviembre tiene ya un claro vencedor. No me refiero a la persona que con toda seguridad se impondrá en los comicios, Michelle Bachelet, sino al Estado, un Estado que promete hacerse cargo de nuestra seguridad, garantizarnos una amplia gama de derechos, asegurarnos mejores sueldos y buenas pensiones, en fin, un Estado benefactor, grande, poderoso y generoso, como una madre que sólo quiere nuestro bien y nunca nos abandona.

Esta es la melodía que ha marcado la contienda electoral y refleja un desplazamiento de fondo en las opciones de la mayoría de los chilenos, que parece decidida a modificar sustancialmente el modelo de desarrollo seguido por el país durante las últimas décadas. Esto es, más allá del nombre del nuevo presidente, lo importante, ya que impulsará a la sociedad chilena en una dirección incierta bajo el signo de un estatismo más o menos radical.

La propuesta de continuidad, representada por la candidata de la centroderecha Evelyn Matthei, será, por lo que indican los sondeos, ampliamente derrotada. Esto puede resultar incomprensible para quien analice el desempeño de Chile —en términos, por ejemplo, de crecimiento económico, mejoramiento de las condiciones generales de vida y reducción de la pobreza— desde la restauración de la democracia en 1990 y, más aún, durante el actual gobierno de Sebastián Piñera.


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