La vuelta al mundo
De James Bond a Edward Snowden
por Rogelio Alaniz
¿Esto quiere decir que las protestas son innecesarias? ¿Que hay que admitir sin abrir la boca que el que el Gran Hermano nos vigile? Nada de eso. Los gobiernos y las sociedades tienen derecho a defenderse, pero sabiendo de antemano que mientras el mundo sea el mundo en que vivimos, el espionaje no va desaparecer y que la mejor fórmula para luchar contra el espionaje de una potencia extranjera, es disponer de un sistema de contraespionaje igual o superior.
Por supuesto que la admisión de esta actividad representa un riesgo cierto para las libertades y la vida privada, pero conviene saber que tan importante para los Estados y la gente es la libertad como su aparente contracara, la seguridad, una de las demandas sociales -dicho sea de paso- más fuertes de los últimos años, demandas cuyo cumplimiento incluye necesariamente la afectación de algunas libertades. ¿Está bien que así sea? En un mundo ideal y abstracto estaría mal, pero en un mundo real no está bien ni está mal, es así.
Ocurre que el equilibrio entre la libertad y la seguridad es difícil de lograr.
Los desbordes y los excesos son riesgos que están a la orden del día, pero esos peligros no se conjuran suprimiendo uno de los polos de la contradicción, sino intentando armonizarlos. Al Estado hay que controlarlo en todas las circunstancias, pero para que ese control sea eficaz es menester saber cuáles son sus facultades y dispositivos.
Enojarse porque existe el espionaje es como enojarse porque existen los ejércitos, la diplomacia secreta o la policía. El espionaje, las tareas de inteligencia y contrainteligencia no son nuevas ni hizo falta que Edward Snowden decidiera desertar de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) y se pusiera a contar aquello que -de una manera u otra- todos más o menos sabíamos.
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Enojarse porque existe el espionaje es como enojarse porque existen los ejércitos, la diplomacia secreta o la policía. El espionaje, las tareas de inteligencia y contrainteligencia no son nuevas ni hizo falta que Edward Snowden decidiera desertar de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) y se pusiera a contar aquello que -de una manera u otra- todos más o menos sabíamos.
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