SOLEDAD
por José Manuel Rodríguez Canales
Una de las características de nuestro ambiente cultural es el afán de notoriedad. No en vano se popularizan inmensamente los realitys en televisión y las redes sociales crecen en proporción geométrica
Los “like” ("me gusta") son como una nueva moneda emocional, un sueldo hecho de aprobación anónima. Ser reconocido es algo que se valora tanto que de ello parece depender la sensación de felicidad o de desgracia de millones de personas. Querer saber quiénes hablan de uno y de qué hablan se ha convertido en una necesidad cotidiana que genera un movimiento económico multimillonario.
El peor fracaso es ser “un don nadie”. Todos saben de todos, el problema es que eso que saben, es nada. Así, no son raras las veces en que cargamos tristezas, rabias, miedos y dudas por “no haber logrado nada” y eso ocurre cuando leemos en alguna revista lo que otros “han logrado”.
La otra cara de este neurótico afán es la soledad. Obviamente no hablamos del aislamiento voluntario del estudioso ni de las angustias del artista incomprendido; tampoco de la soledad del hombre dedicado a la oración o del pastor de cabras que recorre grandes distancias sin más compañía que una quena y el viento de la pampa; menos aún de la soledad natural que la pérdida de seres queridos genera en lo hondo del corazón ni de la soledad buscada como un espacio de crecimiento y prueba del propio valor.
No. Se trata de una nueva y siempre antigua forma de soledad que está hecha de ignorancia sobre uno mismo que no pocas veces se torna en franco odio. Me atrevo a decir que es la cara psicológica e íntima del nihilismo. Es la nada que apoderándose del alma nos empuja a huir de nuestro interior para buscar consuelo en la diversión o en la ilusión de vida que es la notoriedad. Es una soledad hecha de tedio y rebeldía contra la propia naturaleza.
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