lunes, 20 de diciembre de 2021

En la hipermodernidad, los deseos son todo lo que el individuo siente como favorable a su realización integral y, por consiguiente, a su felicidad.


María Calvo: “La ideología de género es contraria a la dignidad de la persona”

Por Javier Arias | 20 diciembre, 2021

María Calvo Charro es profesora titular de Derecho Administrativo en el Departamento de Derecho Público del Estado en la Universidad Carlos III de Madrid en la Facultad de Ciencias Sociales y Jurídicas. Es presidenta en España de EASSE-European Asociation Single Sex Education y directora de varias tesis doctorales, todas ellas con la calificación de sobresaliente.

Ha colaborado, escribiendo numerosos artículos, con diversos medios divulgativos y prensa como los diarios: ABC; El Mundo; El País; El Confidencial; La Gaceta de los Negocios. Fue investigadora visitante en la Universidad de Harvard y profesora visitante en la Universidad William and Mary en Virginia, USA, investigando sobre educación, igualdad y libertad de enseñanza.

Es autora de varios libros como por ejemplo “Alteridad Sexual. Razones frente a la ideología de género”, “La Educación Diferenciada en el Siglo XXI” o “La Masculinidad Robada”, entre otros. Además, es miembro y colaboradora en numerosas asociaciones y fundaciones.


Entrevista hecha por INFOVATICANA:

P-Usted asegura que “la tradición judeocristiana nos enseñó a priorizar el amor al deseo”, ¿podría concretar a lo qué te refieres?

R-En las últimas décadas hemos sido testigos de un proceso en el que se ha ido aniquilando toda referencia a nuestra tradición judeo-cristiana, que desempeñaba un papel innegable en la vida social, introduciendo las ideas de lo sagrado y lo trascendente, con influencia sobre costumbres y ceremonias de pertenencia. Se ha impuesto una nueva ética que niega la existencia de la alteridad sexual, de una feminidad y masculinidad con unas especificidades concretas; una nueva metafísica, en la que se ha eliminado el uso de la razón y se han encumbrado los deseos, las emociones y sentimientos. Se ha glorificado la liberación del deseo. Lo que emociona se considera auténtico, seguir el propio instinto, sin dar cabida a la razón, se considera liberador. Además, todo deseo individual asentado con rasgos de progreso no admite ninguna crítica racional, aunque provenga de datos científicos o de la experiencia empírica de expertos. En la hipermodernidad, los deseos son todo lo que el individuo siente como favorable a su realización integral y, por consiguiente, a su felicidad. El deseo es, antes que la razón, la expresión más directa y pura del espíritu individual. La tendencia a hacer primar el deseo sobre la razón mantiene al individuo en una actitud adolescente. El deseo individual carece de límite natural y se ve revestido de principio de legitimidad y no puede ser puesto en tela de juicio. Los deseos, incluso los más irracionales, son hoy intocables.
Pero existe una enorme diferencia entre el amor y el deseo. Como señala Bauman, mientras que el deseo es centrípeto y esclavizante, porque se centra en uno mismo (autorreferencial, narcisista); el amor es centrífugo y liberador porque prioriza a los demás frente a nosotros mismos. En palabras de Rilke, “amar es más bien una oportunidad, un motivo sublime, que se ofrece a cada individuo para madurar y llegar a ser algo en sí mismo; para volverse mundo, todo un mundo por amor a otro”.

P-Ideología de género, ley trans, leyes lgtb… están a la orden del día y se promueven tanto desde el Gobierno de España como desde muchos gobiernos autonómicos, ¿Cómo nos va a afectar todo esto en un futuro a corto o medio plazo?

R-Las leyes que favorecen lo indiferenciado, destruyen la base antropológica sobre la que se asienta nuestra sociedad. La consecuencia es la desprotección de la persona, como hombre y como mujer, con sus específicas características, inquietudes, prioridades, necesidades y exigencias vitales; lo que supone un atentado contra la ecología humana. En esta situación, nos vemos obligados a defendernos frente a la propia ley que ha perdido su dimensión universal y que confunde la verdad objetiva con la verdad individual y subjetiva.

La ley no puede ignorar las verdades antropológicas y científicas elementales sobre la alteridad sexual. Pues construir conceptos normativos de espaldas a la ciencia e incluso al sentido común da pie a enunciados disfuncionales y anacrónicos. Cuando las premisas son falsas, la lógica lleva irremediablemente al absurdo. Los datos científicos de la biología, neurología o psiquiatría de los últimos años deberían ser para el jurista un referente o límite, puesto que delimitan un marco dentro del cual es razonable emitir un juicio o tomar una decisión normativa.

La ideología de género es contraria a la dignidad de la persona, puesto que la utiliza como medio para el logro de sus objetivos. Estamos ante una revolución silenciosa, desestructuradora de la identidad personal, cuya meta es llegar a una sociedad sin clases de sexo, por medio de la deconstrucción del lenguaje, las relaciones familiares, la reproducción, la sexualidad y la educación. Sus consecuencias psicológicas y sociales sobre las generaciones venideras y para el entramado completo de la sociedad no se han medido honestamente y, según los expertos, sus daños serán mucho más graves de lo que podemos siquiera imaginar, capaces de acabar con la civilización occidental tal y como la hemos conocido.

P-¿Se ha sustituido la lucha entre clases por la lucha entre sexos?

R-Realmente se ha sustituido por el protagonismo de las políticas identitarias. A finales del siglo XX entramos en la era posmoderna, caracterizada por su desconfianza hacia los grandes relatos y por exigencias cada vez más sectoriales. Surgen entonces con fuerza las denominadas “políticas identitarias” que atomizan la sociedad en razón del sexo o género, la raza y la orientación sexual y que, en palabras del biólogo Richard Dawkins, constituyen uno de los peores males de nuestra época. Estas parten de la premisa de que estas características son los principales (acaso los únicos) atributos que posee el individuo y que llevan aparejado algún tipo de valor añadido. Se presupone, por ejemplo, que el ser mujer comporta una “superioridad moral” frente a los varones, que simplemente tienen un “menor valor social”. Es el momento en el que algunas certezas elaboradas a lo largo de los siglos en la sociedad occidental, como la certeza de la alteridad sexual (arraigada en la ciencia y el lenguaje), resultan totalmente reformuladas sobre bases emotivas e irracionales. Su objetivo: una modificación radical de la definición de lo que es el hombre; una mutación antropológica; la reducción de la persona a su voluntad autorreferencial sobre la base de un subjetivismo irracional y emotivista.


P-¿Qué papel juega la sociedad descristianizada en toda esta obra de ingeniería social?

R-Si Dios no existe, todo está permitido, como decía Dostoievski. Y si todo está permitido, nos animalizamos, nos deshominizamos porque el ser humano requiere límites razonables, Los límites nos hacen libres y nos humanizan. La ausencia de límites nos devuelve a la naturaleza salvaje, al caos.

Si Dios no existe, el hombre ocupa su lugar y pretende ser omnipotente, disponiendo de su voluntad para decidir incluso sobre el comienzo y el fin de la vida. Allí donde la libertad de hacer se convierte en libertad de hacerse por uno mismo, se llega necesariamente a negar al Creador y, con ello, también el hombre como criatura de Dios, como imagen de Dios, queda finalmente degradado en la esencia de su ser. Como señala Benedicto XVI, en esa perspectiva de un hombre privado de su alma y, por tanto, de una relación personal con el Creador, todo lo que es técnicamente posible se convierte en moralmente lícito, cada experimento resulta aceptable, cada política demográfica consentida, cada manipulación legitimada.

En tiempos pasados, la visión trascendente de la vida que poseía la mayor parte de la sociedad, creyente o no, permitía tener al menos una respuesta básica: soy hijo de Dios. Pero, actualmente, la pregunta ¿quién soy yo? es imposible de responder, por falta de fundamentos antropológicos esenciales, por la alteración de nuestros principales códigos simbólicos, por la eliminación de la experiencia de la pertenencia que nos ofrecía la familia y por la mutación antropológica que estamos experimentando.

Sin Dios no hay esperanza y sin esperanza no hay moral. Como decía Santo Tomás, “Por el acto de esperanza se siente inducido el hombre a la observancia de los preceptos”.


La fe en Dios implica aceptar el momento que nos ha tocado vivir, con esperanza por encima de toda nostalgia o añoranza de tiempos pasados. Sin miedo porque, como señala Benedicto XVI, es el Señor quien nos ha otorgado vivir en este momento de la historia para ser sus testigos.

P-Hoy en día se huye del compromiso y se busca una vida cómoda en la que nuestros actos no tengan consecuencias, ¿a qué se debe esto?

R-La ruptura de la familia estable con una estructura basada en la alteridad sexual (padre y madre) ha tenido mucho que ver. Si el ser humano no tiene raíces, carece del sentido de pertenencia y por lo tanto vive atomizado ajeno a las necesidades del otro, del prójimo y de la sociedad en general. Si se elimina la experiencia de la pertenencia, la base del contrato social desaparece y nadie está dispuesto a sacrificar nada por ningún motivo que no sea por uno mismo. La visión del mundo se vuelve autorreferencial, solo me sirve aquello o aquel que me genere alguna utilidad y durante el tiempo que me resulte satisfactorio; luego prescindo de ello y busco mi siguiente fuente de satisfacción.

P-En tu libro “La masculinidad robada”, defiendes que se fomenta, de forma consciente o no, la feminización del varón, ¿en qué se manifiesta actualmente esa feminización del hombre?

R-Existe actualmente una hiper-representación de los valores femeninos en la sociedad que cuestiona la forma de ser y actuar de los varones y que pretende obligarles a actuar según pautas de comportamiento típicamente femeninas. La mitificación de las características masculinas ha perjudicado la idea de hombre: la fortaleza se ha confundido con la violencia; la virilidad con la promiscuidad; la valentía con la imprudencia; y la imagen del hombre inteligente se ha confundido con la del hombre arrogante, sexista y racista.
Las exigencias, gustos, preferencias y habilidades femeninas son considerados prioritarios e ideales en una sociedad que presume las manifestaciones de masculinidad nocivas. La cultura y el estilo femenino de actuación se ha impuesto y se ha producido una depreciación de los varones. Sus intereses no son valorados, y su comportamiento no es tolerado.
El hombre desde la revolución del 68 ha adoptado ciertos modelos femeninos de conducta. Esto ha tenido su parte positiva, ya que se ha hecho más emotivo, ha adquirido mayor inteligencia emocional; lo que favorece la empatía y la capacidad de compasión. Pero necesita recuperar aquellos atributos masculinos hoy denostados (autoridad, competencia, defensa del débil, fortaleza…) para poder sentirse pleno y ejercer una masculinidad íntegra que le permita desarrollarse plenamente como varón en su más profunda alteridad respecto a la mujer.

P-Hay voces dentro de la Iglesia que, con la excusa del “amor” y que “Dios los creó así”, aceptan y defienden los postulados de la ideología de género, ¿Qué les diría?

R-Estamos viviendo una profunda crisis de identidad del ser humano. La cuestión del hombre se ha transformado en la cuestión tabú de la cultura contemporánea moderna que es incapaz de dar una respuesta a esta pregunta antropológica que no sea relativista. Estamos ante una crisis metafísica, de la que solamente se puede salir mediante una reconstrucción de la idea racional del hombre. A nosotros nos corresponde tener la valentía de abrirnos a “la amplitud de la razón”, en expresión de Benedicto XVI, y defender la dignidad humana y el concepto de ser humano en un momento de ruptura antropológica como nunca antes ha existido.

P-¿Cómo explicar hoy a los hijos de manera adecuada los problemas de la ideología de género?

R-Obviamente dependerá de la edad de los hijos. Pero sean de la edad que sean, los niños y jóvenes tienen siempre hambre de “verdad”. Al fin y al cabo, quieren ser felices y si ven que su padre y su madre tienen una profunda relación de amor, basada en el respeto, apoyo mutuo, compañerismo, comprensión, afecto…eso es lo que ellos querrán tener cuando sean personas adultas. Las charlas a los hijos, especialmente durante la adolescencia sirven de muy poco; sin embargo, el ejemplo de vida se les quedará grabado para siempre. Los hijos aprenden por modelos de conducta. Los padres educan «por impregnación», como dice Gregorio Luri. Apenas sin darse cuenta los hijos se van permeando con su ejemplo nos observan y si ven que sus padres tienen una relación de pareja plena en todos sus ámbitos, ese será su objetivo y punto de referencia.

P-¿Cómo favorecer la comunicación entre padres e hijos?

R-La presencia activa es esencial para que exista comunicación sincera y profunda. La simple presencia física no basta para un desarrollo equilibrado de los hijos. Aquella debe ser una presencia activa, real, operativa, consciente, creativa, nutricia, que orienta y da referencias, que registra, mira, ve, escucha, siente, comprende, toca, empatiza, ama… Lo que más desea cualquier hijo es pasar tiempo con sus padres. La ecuación «amor igual a tiempo» es indiscutible. De lo primero que un padre tiene que proveer a un hijo es de su presencia. Sin embargo, el «hambre de padre y madre» es un fenómeno hoy en día prácticamente universal, Crear una relación de mutua confianza, que es la base para cualquier relación saludable, solo se consigue invirtiendo tiempo juntos. Es la única forma de que exista un mutuo conocimiento que permita a los padres, sin mediar palabras, saber realmente qué gusta o disgusta al hijo, qué le preocupa, sus miedos y temores, sus deseos y sueños; sin la necesidad de someter a un interrogatorio a sus hijos para saber cómo piensan o cómo son. Solo con tiempo compartido (tiempo de la vida ordinaria, con especial importancia de las comidas en familia) nace un conocimiento mutuo y de este nacen la comprensión, la confianza y el amor.

P-Eres firme defensora de la educación diferenciada, ¿Cómo ves el futuro de los colegios que apuestan por este modelo?

R-El siglo XXI es el momento más adecuado para la educación diferenciada; porque nunca antes hemos tenido la necesidad de defender la esencia femenina y masculina, la verdad de que el sexo es constitutivo de la persona, la realidad de la alteridad sexual. La negación de la feminidad y de la masculinidad, el trato idéntico a niños y niñas en las escuelas y su consideración como seres neutros y sexualmente polimorfos, está provocando el desconcierto y frustración de niños y jóvenes, que se encuentran desubicados. Y sus negativas consecuencias están comenzando a manifestarse en forma de fracaso escolar; absentismo; conflictos de convivencia en las aulas; violencia entre los alumnos; faltas graves de respeto hacia los profesores; así como en un incremento preocupante de las cifras de niños y niñas afectados por problemas psíquicos que no sabemos muy bien a qué responden o cómo deben ser tratados. Muchos niños y niñas viven así su etapa escolar incomprendidos y «desajustados». Reconocer la existencia de una feminidad y una masculinidad nos permite aceptar asimismo la existencia de diferentes formas de comportarse, comprender y aprender de niños y niñas. Ignorar estas diferencias en la maduración, en la socialización y en las capacidades y preferencias de unos y otras afecta, en último término, a la igualdad de oportunidades que resulta truncada, al impedir que niños y niñas desarrollen al máximo sus potencialidades.

P-¿Temes que en algún momento todo esto que dices y defiende pueda ser delito o no puedas hablar de ello con total libertad?

R-En absoluto, nunca debemos tener miedo a defender la verdad y la justicia. Como decía Chesterton, ha llegado el momento de tener que atestiguar que la hierba es verde. Somos aquellos a los que nos corresponde luchar por prodigios visibles como si fueran invisibles. Aquellos que han visto y sin embargo han creído.

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