lunes, 9 de diciembre de 2019

De los cuatro mundos de Solzhenitsyn el primero es el mundo histórico y el mundo sobrenatural

3. Los cuatro mundos[1] de Solzhenitsyn en sus discursos y entrevistas

3.1.   Mundo histórico y mundo sobrenatural  

-  Necesidad de una visión integradora

Le Figaro publicó una conversación de Solzhenitsyn con el escritor alemán Daniel Kehlmann[2], estando el escritor ruso por cumplir 88 años. La entrevista es interesante porque allí Soljénitsyne brinda una síntesis de su visión del mundo, en su momento de mayor madurez.
A través de este diálogo, el escritor transmite a los lectores unas “lecciones universales”, en las que se aprecia una vez más la amplitud de su visión y la interconexión y entrecruzamiento de las múltiples ideas que expone.
·         La realidad debe ser percibida tal y como ella existe.
·         Para entender la realidad sobre los fundamentos de la existencia del hombre hay que sumergirse hasta el fondo.
·         La libertad de elección le fue dada por Dios al hombre, desde la propia creación, y nunca le fue quitada. Es el hombre el que crea la propia historia, y es el mismo hombre quien se precipita al abismo. El mal anida en el corazón del hombre, y ahí está el verdadero problema.
·         Los sufrimientos son o necesarios o absurdos, según la capacidad de la gente y de los pueblos para comprender la importancia del correcto uso de la libertad y en entender las consecuencias que se producen según el tipo de uso.
·         Si los hombres pierden el sentido de auto restricción, el dominio de los propios deseos, de las exigencias de la libertad, no pueden evitar pagar las consecuencias.
·         Particularmente, no pueden evitar pagar las consecuencias de la codicia sin límites, sea esta de los hombres o de los estados ricos y poderosos, ni los efectos del agotamiento de los sentimientos de la bondad humana.
·         Las grandes crisis sociales se preparan lentamente. Siempre hay causas que es posible ver en su momento adecuado. Estas no parece que vayan a llevar tan lejos sus efectos, pero lo hacen.
·         El mal universal tiene sentido e intensidad. Y no es solamente la locura o la tontería del hombre. Es un núcleo compacto, y para combatirlo hace falta una lucha activa. El mal es fuerte porque un gran número de corazones humanos ha sido tocado o contaminado por él.
·         El mundo contemporáneo ha perdido sus fundamentos filosóficos, y las consecuencias mundiales de esto todavía no se han manifestado totalmente.
·         La dictadura comunista llama una lucha absoluta contra ella. Sigue siendo “intrínsecamente perversa” aunque se vista de seda.
·         Puede implantarse en un país el cinismo y la corrupción moral aunque se produzca el reverdecer de la sociedad en todas sus formas, incluidas las morales y económicas. Pueden igualmente allí triunfar las fuerzas oscuras, los bandoleros sin fe ni ley que se enriquecen mediante el pillaje de los bienes nacionales contra el que nunca se lucha.
·         La existencia de partidos políticos que están únicamente ocupados en obtener poder es una calamidad.
-  El discurso de Templeton[3] - Londres 1983

"Los hombres han olvidado a Dios", y sin progreso espiritual no hay salida…
Quizás sea el discurso en la entrega del Premio Templeton el lugar en que hace pública con más claridad esa “visión, donde deja claro que sin progreso espiritual, no hay salida, ligando lo que siempre se llamó de un modo corriente y entendible “la historia sagrada”, denominación que supone que el mundo y el hombre han sido creados y sostenidos por un Dios que interviene en el devenir de la humanidad y se integra al tiempo y al espacio. El continuo movimiento de elevación del escritor, lo lleva a formarse una visión trascendente del mundo que forma parte del camino que propone el escritor como única salida posible individual y social. Con ese marco de referencia, Solzhenitsyn sostiene que lo que sucede en el mundo es que “se ha olvidado de Dios, y esa es la causa de la revolución”.[4]
Diagnóstico: el olvido de Dios como proceso universal
Solzhenitsyn, al relacionar la ausencia de Dios con la revolución, focaliza la atención sobre uno de los puntos principales sobre los que ronda su reflexión y su obra literaria. El que quiera cercarse a la realidad y entender la revolución al modo de Solzhenitsyn, deberá ascender en el conocimiento por el mismo camino.
La manifestación más clara de su pensamiento sobre la revolución se encuentra en la conferencia que pronunció -en primera persona del singular y lejos de los personajes de sus escritos- en el Guildhall de Londres donde al recibir el premio Templeton en 1983, expresa con toda claridad: “Siendo ya niño, hace más de medio siglo, muchas veces oí decir a las personas mayores, para explicar las terribles convulsiones que habían quebrantado Rusia: “los hombres se han olvidado de Dios, esa es la causa de todo”. Desde entonces, he dedicado casi medio siglo al estudio de nuestra revolución. He leído cientos de libros. He reunido centenares de testimonios personales, y –para empezar a despejar los escombros- he escrito ya ocho volúmenes. Ahora bien, si me pidieran hoy precisar en forma breve, la causa principal de esa revolución devastadora, que nos ha devorado más de 60 millones de individuos, no encontraría nada mejor que repetir: “los hombres se han olvidado de Dios, esa es la causa de todo”.”
En la misma conferencia -además de la causa- define el alcance universal de la revolución: “Pero, todavía hay algo más: los sucesos de la revolución rusa no pueden entenderse hoy, en este fin de siglo, sino sobre el marco de fondo de lo que ocurre en los demás países. Hay un proceso universal que se perfila claramente. Si se me exigiera señalar, en una fórmula breve, el rasgo principal de este siglo XX, nuevamente no encontraría nada más exacto, más sustancial que decir: los hombres se han olvidado de Dios.” 
El comunismo en la historia rusa
¿Cómo ve nuestro escritor históricamente la inserción y el desarrollo del comunismo en la historia rusa? La Rusia tradicional, con todos sus logros, fue literalmente arrasada por el comunismo. La revolución rusa es la continuidad de la revolución francesa. La Rusia de los tiempos de la revolución, es un país inmenso, integrado con múltiples nacionalidades, con un progreso económico importante, que ha generado en su interior nuevas clases sin representatividad política; en particular la nueva burguesía, y una nueva población industrial y proletaria, desenraizada del terruño.
Solzhenitsyn señala que en vísperas de la primera guerra, “Rusia conocía una producción floreciente, un crecimiento rápido, una economía flexible y descentralizada donde no había límites para elegir a que dedicarse, con un esbozo de legislación laboral, y con una situación de los paisanos próspera como no fue nunca bajo el sistema soviético. No había censura previa para los periódicos, y había libertad cultural. Los intelectuales no tenían trabas en sus actividades, y se podía manifestar todas las opiniones, confesar todas las religiones, y existía la autonomía inviolable de los establecimientos de estudios superiores.”


El olvido de Dios: factor determinante de la revolución… y de las guerras mundiales 
Retomemos el texto: “Es más, los acontecimientos de la Revolución Rusa sólo pueden comprenderse ahora, a finales del siglo, en el contexto de lo que ha ocurrido desde entonces en el resto del mundo. Lo que surge aquí es un proceso de significación universal. Y si se me pidiera que identificara brevemente el rasgo principal de todo el siglo XX, aquí también no podría encontrar algo más preciso y conciso que repetir una vez más: Los hombres se han olvidado de Dios. Las fallas de la conciencia humana, privadas de su dimensión divina, han sido un factor determinante en todos los crímenes más importantes de este siglo. La primera de éstas fue la Primera Guerra Mundial, y gran parte de nuestra situación actual puede remontarse a ella. Era una guerra (cuyo recuerdo parece desvanecerse) cuando Europa, repleta de salud y abundancia, cayó en una furia de auto-mutilación que no pudo menos que socavar su fuerza durante un siglo o más, y tal vez para siempre. La única explicación posible para esta guerra es un eclipse mental entre los líderes de Europa debido a su pérdida de conciencia de un Poder Supremo sobre ellos. Sólo un amargo impío podría haber movido estados ostensiblemente cristianos para emplear gas venenoso, un arma tan obviamente más allá de los límites de la humanidad.”  
La bomba nuclear ¿garantía de la paz en la postguerra?
“El mismo tipo de defecto, el defecto de una conciencia carente de toda dimensión divina, se manifestó después de la Segunda Guerra Mundial cuando Occidente cedió a la tentación satánica del "paraguas nuclear". Era equivalente a decir: "Hagamos caso omiso de las preocupaciones, liberemos a la generación más joven de sus deberes y obligaciones, no hagamos ningún esfuerzo por defendernos, por no hablar de defender a los demás, detengamos nuestros oídos ante los gemidos que emanan del Oriente y Vivamos en cambio en la búsqueda de la felicidad. Si el peligro nos amenaza, estaremos protegidos por la bomba nuclear; Si no, entonces deja que el mundo se queme en el infierno con todo lo que nos importa. El lamentable estado de indefensión al que se ha hundido el Occidente contemporáneo se debe en gran medida a este error fatal: la creencia de que la defensa de la paz no depende de los corazones fuertes y de los hombres firmes, sino únicamente de la bomba nuclear... El mundo de hoy ha alcanzado una etapa que, si hubiera sido descrita a siglos anteriores, habría provocado el grito: "¡Este es el Apocalipsis!" Sin embargo, nos hemos acostumbrado a este tipo de mundo; Incluso nos sentimos como en casa.
Con el olvido de Dios, el demonio avanzó por el mundo
Sigue Solzhenitsyn: “Dostoievski advirtió que "los grandes acontecimientos podían venir sobre nosotros y captarnos intelectualmente desprevenidos". Esto es precisamente lo que ha sucedido. Y predijo que "el mundo será salvo sólo después de haber sido poseído por el demonio del mal". Si realmente se salvará, tendremos que esperar y ver: esto dependerá de nuestra conciencia, de nuestra lucidez espiritual, de nuestros esfuerzos individuales y combinados frente a las circunstancias catastróficas. Pero ya ha sucedido que el demonio del mal, como un torbellino, triunfa alrededor de los cinco continentes de la tierra...”
Cuando la fe ortodoxa integraba las personas, el pueblo y la nación
“En su pasado, Rusia conocía una época en que el ideal social no era la fama, ni las riquezas, ni el éxito material, sino un modo de vida piadoso. Rusia estaba entonces empapada en un cristianismo ortodoxo que permaneció fiel a la Iglesia de los primeros siglos. La ortodoxia de ese tiempo sabía cómo proteger a su pueblo bajo el yugo de una ocupación extranjera que duró más de dos siglos, mientras que al mismo tiempo defendía los golpes inicuos de las espadas de los cruzados occidentales. Durante estos siglos la fe ortodoxa en nuestro país pasó a formar parte del patrón mismo del pensamiento y la personalidad de nuestro pueblo, las formas de vida cotidiana, el calendario de trabajo, las prioridades en cada empresa, la organización de la semana y del año. La fe era la fuerza formadora y unificadora de la nación.”
En tres siglos todo cambió
En efecto. En los siglos XVII, XVIII y XIX cambiaron las personas, el pueblo y la nación rusa: “… en el Siglo XVII un cisma desgraciado minó nuestra ortodoxia, y en el XVIII Rusia fue quebrantada por las reformas tiránicas de Pedro el grande, que ahogaron el espíritu religioso y la vida nacional, para fortalecer al estado, la guerra y la economía. Con la unificación de la enseñanza impuesta por Pedro el Grande, se nos infiltró la sutil brisa venenosa del secularismo, que en el Siglo XIX penetró hasta las clases más cultas y abrió amplio paso al marxismo. En vísperas de la revolución, la fe había desaparecido de los círculos instruidos. Entre los monjes eruditos incluso ya estaba debilitada.”
El olvido de Dios, lejos de ser un olvido indolente y pasivo, se volvió militante y activo. Dostoievski pensaba que “la Revolución debía comenzar necesariamente por el ateísmo”, Solzhenitsyn lo confirma: “Verdaderamente es así. Pero el mundo no había conocido hasta ahora a un ateísmo como el marxista: organizado, militarizado y encarnizado. En el pensamiento filosófico y en el corazón mismo de la psicología de Marx y de Lenin, el odio a Dios constituye el impulso inicial, previo a todos los proyectos políticos y económicos. El ateísmo militante no es un detalle, no es un elemento periférico ni una consecuencia accesoria de la política comunista: es su eje central. Para alcanzar su fin diabólico, ella necesita disponer de un pueblo sin religión y sin patria.”
En el siglo XX el mundo vivió al borde del abismo con la revolución universal
La revolución resultante no solo provocó daño a Rusia sino que fue universal, y sus efectos pusieron al mundo al borde del abismo: “Somos los testigos de la ruina del mundo: en algunos países, se la sufre como una desgracia; otros se entregan libremente a ella. Todo el siglo XX se sumerge en el torbellino del ateísmo y de la autodestrucción. Esta caída en el abismo tiene rasgos comunes que no dependen de los sistemas políticos ni de los niveles económicos ni de las características nacionales. La Europa actual, tan poco semejante en apariencia a la Rusia de 1913, se equilibra al borde del mismo abismo, pero ha llegado a él por otro camino. Las diversas regiones del mundo han seguido vías diferentes, pero todas están llegando al umbral de su propia ruina.”
La única salida: el progreso espiritual, volver a acordarse de Dios y ponerse en sus manos
La gran conclusión es –una vez más- que sin progreso espiritual, sin volver a acordarse de Dios y sin ponerse en sus manos, no hay salida: “Nuestra vida consiste en buscar no el éxito material sino un progreso espiritual digno de tal nombre. Toda nuestra existencia no es sino una etapa intermedia hacia una vida más alta: se trata entonces de no rodar hacia abajo de este estadio y de no estancarse en forma estéril. Las leyes de la física y de la fisiología no nos revelarán jamás la verdad irrefutable que consiste en que el creador participa de forma constante y cotidiana de la vida de cada uno de nosotros. El nos entrega fielmente la energía del ser: cuando esta ayuda nos falta, nosotros perecemos. No es menor su participación en el desenvolvimiento de la vida en todo el planeta y en esta época oscura y amenazante, es necesario empaparnos de esta verdad. Las esperanzas desmedidas de los dos últimos siglos nos han traído a este caos, al borde de la muerte atómica o de otra naturaleza. No podemos oponerles sino la búsqueda porfiada de la dulce mano de Dios, que en medio de nuestra inconsciencia habíamos rechazado. Entonces nuestros ojos se abrirán sobre este desdichado siglo XX y nuestras manos se tenderán para reparar tantos errores. Nada más puede detenernos en la pendiente que lleva al abismo: todos los pensadores de la Ilustración nos han dejado las manos vacías. Nuestros cinco continentes están envueltos en el ciclón. Pero pruebas semejantes a estas son capaces de revelar las más altas virtudes del alma humana. Si hemos de perecer, si hemos de perder nuestro mundo, será tan solo por culpa nuestra.”
En el contexto del discurso de Templeton, el espíritu del mal triunfante sigue girando en torbellino sobre los cinco continentes, y no se detiene…

Hacia fines ya del siglo XX,  “privada de la lucidez divina, la conciencia humana se deprava y ha sido esta depravación la que ha cometido los mayores crímenes de este siglo, empezando por la primera guerra mundial, de la que deriva en gran parte la realidad que vivimos. Esta guerra está a punto de ser olvidada. Pero ella vio un Europa próspera, floreciente, llena de savia vital, precipitarse en la locura, para destruirse a sí misma, comprometiendo su futuro por más de un siglo y tal vez para siempre. Solo puede explicarse esta guerra por un oscurecimiento de la razón, en dirigentes que habían perdido la noción de una fuerza suprema situada por encima de ellos. Solo el furor, olvidado de Dios, pudo llevar a Estados aparentemente cristianos a usar los gases químicos en una clara manifestación de barbarie. La misma depravación de la conciencia humana-privada de su luz divina- fue la que permitió después de la segunda guerra mundial, sucumbir a la tentación del “paraguas nuclear”. Es decir: despreocupémonos y liberemos a la juventud de sus deberes y obligaciones, no hagamos ningún esfuerzo por defendernos ni mucho menos por defender a los otros; tapémonos los oídos para no oír los gemidos que vienen del oriente; instalémonos en la competencia desenfrenada por el bienestar y si la amenaza estalla sobre nuestras cabezas, la bomba atómica nos protegerá, y ¡si no que todo el mundo se vaya al diablo!”

Y mientras el mundo occidental se siente seguro con una buena defensa nuclear y mucho comercio, el mal sigue acechando y se ha extendido por todo un mundo inconsciente del cataclismo que quizás aún lo espera: “Si los siglos que nos precedieron hubieran podido ver tan solo los umbrales de nuestro mundo, habría resonado un clamor unánime: ¡es el Apocalipsis! Pero nosotros ya estamos habituados, formamos parte de él. Dostoievski había advertido: “pueden sobrevenir acontecimientos que sorprendan de improviso nuestras facultades intelectuales”. Esto ya ha ocurrido. Y predijo también: “el mundo se salvará tan solo después de haber sido visitado por el espíritu del mal”. ¿Se salvará verdaderamente? Esto es lo que nos corresponderá ver a nosotros. La salvación va a depender de nuestra conciencia, de nuestro don de penetración, de nuestros esfuerzos individuales y colectivos frente a una situación catastrófica. Algo hay que ya ha ocurrido: el espíritu del mal triunfante gira en torbellino por sobre los cinco continentes…”

Occidente no ha sufrido todavía la invasión comunista
Avanzado ya el siglo XXI, y con un visible y renacido “neo marxismo estratégico y cultural”, entendemos la  precisión de las advertencias del escritor  clarísimamente expresadas en su discurso de Templeton: “Occidente no ha sufrido todavía la invasión comunista; la religión aquí es libre. Pero su itinerario histórico ha desembocado en un agostamiento del sentimiento religioso. Ha sufrido también cismas desgarradores, enfrentamientos y sangrientas guerras religiosas. Y –casi no hay necesidad de decirlo- desde la baja Edad Media, Occidente ha sido invadido de forma progresiva por el secularismo. Para la fe, esta amenaza –no de un exterminio exterior sino de una anemia interna- puede ser todavía más grave. Imperceptiblemente en Occidente el sentido de la vida se ha desgastado en el curso de los años hasta reducirse a la sola “conquista” de la felicidad, que se inscribe incluso en las Constituciones. No es solo en este siglo que se han desvalorizado las nociones del bien y del mal, hábilmente sustituidas por argucias sin fundamento, ya sean éstas de clase o de partido. Desde entonces se tiene vergüenza en apelar a conceptos inmutables. Se tiene vergüenza en admitir que el mal anida en el corazón del hombre antes de penetrar en los sistemas políticos; pero nadie tiene vergüenza de ceder habitualmente al mal integral. Y sobre la pendiente de estas concesiones, en el espacio de una generación, Occidente está a punto de deslizarse sin remedio en el abismo. Las sociedades occidentales pierden cada vez más su sustancia religiosa, y abandonan alegremente su juventud al ateísmo. Los maestros ateos educan a la juventud en el odio hacia la sociedad en la que viven. En su permanente actitud crítica, pierden de vista el hecho de que los vicios del capitalismo son vicios inherentes a la naturaleza humana, a los que se les ha dado libre curso siguiendo la huella de los otros derechos del hombre ; que, bajo el comunismo (y éste apremia a las demás formas de socialismo que no son nada sólidas) estos mismos vicios no conocen ni freno ni control en todos aquellos que poseen una migaja de poder (en cuanto al resto de la población, efectivamente ha conquistado la igualdad pero en la esclavitud y en la miseria). Este odio, atizado sin cesar, impregna hoy toda la atmósfera del mundo libre ; la extensión de las libertades personales; el auge de las conquistas sociales e incluso del confort no hacen paradojalmente otra cosa que acrecentar este odio ciego. Las sociedades desarrolladas de Occidente prueban hoy día que la salvación del hombre no está en la abundancia material ni en el éxito económico. Este odio, atizado sin cesar, se extiende a todo lo viviente, a la vida en sí misma, a sus colores, a sus sonidos, a sus formas, al cuerpo humano; y el arte exacerbado del siglo XX se muere de este odio monstruoso, porque el arte sin amor es estéril.”




[1] Según el diccionario de la RAE, un nodo es “en un esquema o representación gráfica en forma de árbol, cada uno de los puntos de origen de las distintas ramificaciones.” Para el Littré, en geología “es el punto en que se unen las cadenas de montañas en un sistema, o en el que los cursos de agur toman diferentes direcciones”  Solzhenitsyn edifica su obra literaria alrededor de varios “nodos”
Con el mismo criterio, tomaremos aquí cuatro “nodos” de sus obras y discursos  con suficiente entidad como para tratarlas una por una: a) la integración del mundo histórico con  el mundo sobrenatural, del que quizás se encuentra en el discurso de Templeton la expresión más acabada, b) su visión sobre Occidente, y particularmente su relación con Rusia y con la revolución, c) sus reflexiones sobre Rusia luego del comunismo, pensando en su reorganización y futuro, y d) su visión sobre las relaciones entre el mundo ruso y el occidental
[2] 11 de diciembre de 2006 ''La futura democracia rusa no debe ser un calco de Occidente” - https://pablolopezherrera.blogspot.com/2006/12/alexandre-soljenitsyne-la-entrevista.html  .

[3] http://orthochristian.com/47643.html   -   "Los hombres han olvidado a Dios" El discurso de Templeton - 10.5.1983  -  “Godlessness: the First Step to the Gulag”. Templeton Prize Lecture, 10 May 1983 (London).
[4] Joseph Ratzinger, puntualiza las etapas de ese camino ascendente que conecta a la humanidad con la eternidad, presente en el espíritu de la liturgia, que juega un papel central también en la ortodoxia.  “los Padres de la Iglesia describieron las diversas etapas de cumplimiento, no solo como un contraste entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, sino como los tres pasos, la sombra, la imagen y la realidad. En la Iglesia del Nuevo Testamento, la sombra ha sido dispersada por la imagen: " La noche se ha ido, el día está cerca "(Rom 13:12). Pero, como lo expresa San Gregorio Magno, todavía es solo la hora del amanecer, cuando se entremezclan la oscuridad y la luz. El sol está saliendo, pero todavía no ha alcanzado su cenit. Por lo tanto, el tiempo del Nuevo Testamento es un tipo peculiar de  estar ''en el medio"; una mezcla de '' ya pero todavía no ''. Las condiciones empíricas de la vida en este mundo todavía están vigentes, pero han sido explotadas y abiertas, y deben estar cada vez más explotadas y abiertas, en preparación para el cumplimiento final ya inaugurado en Cristo.” ... “Él, el Santo, nos santifica con la santidad que ninguno de nosotros podría darnos a nosotros mismos. Nos incorporamos al gran proceso histórico mediante el cual el mundo avanza hacia la realización de Dios siendo "todo en todo". En este sentido, lo que a primera vista parece como la dimensión moral es al mismo tiempo el dinamismo escatológico de la liturgia.” … “Cuando recordamos nuestras reflexiones hasta ahora en este ensayo, vemos que encontramos dos veces, en contextos diferentes, un proceso de tres pasos. La liturgia, como vimos, se caracteriza por una tensión que es inherente a la histórica Pascua de Jesús (su Cruz y Resurrección) como el fundamento de su realidad. La forma permanente de la liturgia se ha formado en lo que es una vez por todas; y lo que es eterno, el segundo paso, entra en nuestro momento presente en la acción litúrgica y, el tercer paso, quiere apoderarse de la vida del adorador. El evento inmediato, la liturgia, tiene sentido y tiene un significado para nuestras vidas solo porque contiene las otras dos dimensiones. Pasado, presente y futuro se interpenetran y tocan la eternidad. Anteriormente, nos familiarizamos con las tres etapas de la historia de la salvación, que progresa, como dicen los Padres de la Iglesia, de la sombra a la imagen, a la realidad. Vimos que en nuestro tiempo, el tiempo de la Iglesia, estábamos en la etapa media del movimiento de la historia. La cortina del templo se ha rasgado. El cielo ha sido abierto por la unión del hombre Jesús, y por lo tanto de toda existencia humana, con el Dios vivo. Pero esta nueva apertura solo está mediada por los signos de la salvación. Necesitamos mediación. Hasta ahora no vemos al Señor "como él es". Ahora, si juntamos los dos procesos de tres partes, el histórico y el litúrgico, queda claro que la liturgia da una expresión precisa a esta situación histórica. Expresa el "'entre' 'del tiempo de las imágenes, en el que nos encontramos ahora. La teología de la liturgia es de una manera especial "teología simbólica", una teología de los símbolos, que nos conecta con lo que está presente pero oculto. de Cristo dura hasta el final (ver Hebreos 4: 7ss.).” “Después de rasgar la cortina del Templo y la apertura del corazón de Dios en el corazón traspasado del Crucificado, ¿todavía necesitamos espacio sagrado, tiempo sagrado, símbolos mediadores? Sí, los necesitamos, precisamente para que, a través de la "imagen", a través del signo, aprendamos a ver la apertura del cielo. Necesitamos que nos den la capacidad de conocer el misterio de Dios en el corazón traspasado del Crucificado. La liturgia cristiana ya no es un culto de reemplazo, sino la venida del representante Redentor para nosotros, una entrada en su representación que es una entrada en la realidad misma. De hecho, participamos en la liturgia celestial, pero esta participación nos es mediada a través de signos terrenales, que el Redentor nos ha mostrado como el lugar donde se encuentra su realidad. En la celebración litúrgica hay una especie de cambio de exitus a reditus, de partida a regreso, del descenso de Dios a nuestro ascenso. La liturgia es el medio por el cual el tiempo terrenal se inserta en el tiempo de Jesucristo y en su presente. Es el punto de inflexión en el proceso de redención. El pastor toma la oveja perdida sobre sus hombros y la lleva a casa.” Joseph Ratzinger, The Spirit of the Liturgy: Commemorative Edition (San Francisco: Ignatius, 2018)

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