viernes, 25 de mayo de 2018

8. Epílogo. El clasicismo de Shakespeare

8. Epílogo. El clasicismo de Shakespeare


Católico o no, nadie duda que nuestro autor, escritor universal, es uno de los grandes clásicos de todos los tiempos. Y como en el caso de todo buen clásico, para que los temas que plantea sean apreciados y entendidos no es estrictamente necesario conocer en detalle la época y el contexto del autor, como lo demuestra la exitosa repercusión de sus piezas de teatro representadas en los cinco continentes, ante públicos diversos y sin mayores conocimientos de la historia y literatura inglesas. Es conocido que incluso hay quienes niegan su existencia señalando la distancia entre la envergadura intelectual de una obra única y monumental y la educación supuestamente más limitada de un autor surgido de un pequeño pueblo con escasos recursos y antecedentes culturales como sería Strattford-on-Avon en su época.

En la actualidad, si hay un escritor universal que podría ayudarnos a encontrar la salida del laberinto en que nos encuentra nuestro siglo, considerando que de los laberintos "se sale por arriba", ese podría ser William Shakespeare, un experto en humanidad que se dirige a los hombres de todos los tiempos y de todas las condiciones sociales, un sembrador de indicios para ayudar a encontrar el sentido de la vida a lectores y espectadores. El simple hecho de que la lectura y el estudio de sus obras formaran parte de los programas de estudio en los colegios, alcanzaría para contribuir a formar una visión del mundo de un nivel superior. Podría decirse que a Shakespeare "nada de lo humano le fue ajeno". Subir a los hombros de este gigante literario permite disponer de una perspectiva iluminada e iluminante de los dramas existenciales de todos los tiempos, y encontrar indicios para encontrar posibles vías de salida.

Las cosas que existen, como las montañas, son independientes de nuestros pensamientos. Simplemente, están allí. Así es posible que perdamos de vista que, en la vida, consciente o inconscientemente, vamos dando forma al monte que llevará nuestro nombre. Todos tendremos el nuestro. Shakespeare, como el Dante, constituye una ayuda inestimable para tomar conciencia de la existencia de las montañas -o la profundidad de los abismos- a los que podemos llegar, y una preciosa guía para encontrar -acompañados y acompañando a nuestros semejantes- el camino a la cima.

Las reflexiones expuestas en estas líneas están realizadas desde la perspectiva de una peregrinación personal. La intención ha sido utilizar la lectura de Shakespeare, sin pretender presentar una única y excluyente interpretación del autor. El tiempo que le tocó vivir, sumado a su muy probable "catolicismo en tiempos de persecución", estimula la comprensión de los textos en diversas formas, de acuerdo a los supuestos que cada uno tenga, y que son previos a la lectura.

Según los supuestos serán las conclusiones. Si se pretende que la obra de Shakespeare sea "la expresión perfecta de los principios cristianos", parecería que no es suficiente. Dice Williamson que "para eso uno debe leer a la Biblia y a los Padres de la Iglesia", aunque "la literatura clásica ilustra hasta cierto punto el orden natural", y "las obras de Shakespeare se relacionan bastante con el modo de pensar tradicional, que está ausente en los programas actuales de los colegios de los países anglo-parlantes", y "el estudio de Shakespeare puede servir como un antídoto contra los “ravages” del espíritu de Hollywood"[1].

La vocación a la santidad, que está inscripta en el corazón de cada hombre es como un llamado a alcanzar esa "cima personal e irrepetible" y constituye una prueba física, mental y espiritual cuya dimensión solo es conocida por Dios. De algún modo, el camino de la perfección, sobre el que Shakespeare nos muestra algunos aspectos, es semejante al "alcanzar la cima" de los montañistas. Cada persona viviente sobre la tierra tiene un destino que le es propio, que es como un monte designado con su nombre desde toda la eternidad, de características totalmente personales, con circunstancias y accidentes adecuados al potencial y a la capacidad de cada uno, diferentes a los que corresponden al resto de la humanidad, pero comunes en cuanto a sus características generales y naturaleza.

Shakespeare, parecería que nos quisiera mostrar en algunas de sus obras ese "camino a la cumbre" y nos proporciona una guía con la descripción de los tipos de terreno por los que atravesar, los límites que determinan para cada jugada una situación "fuera de juego" y nos ayuda a ver las consecuencias que surgen de elegir un camino desacertado, o de no aplicar "las reglas del arte" que son las propias para cada lugar y circunstancia.

Uno de los problemas del hombre contemporáneo consiste en la pérdida de la conciencia de que está participando de algo mucho más importante que un juego, y para hacer un recorrido honorable tiene que cumplir las reglas que están impresas en la naturaleza, que existen para ser respetadas. Shakespeare nos muestra, precisamente, personajes que cumplen o rompen las reglas del juego. Cuando cometen faltas o cuando sobrepasan los límites pierden la sana perspectiva que los ayudaría a mantenerse en los límites del terreno, quedando sometidos a otras reglas que los llevan a un destino que parece inexorable y se desencadenan consecuencias nefastas. Macbeth sobrepasa rápidamente los límites hasta que su ambición -y la de Lady Macbeth-  los ubica en un non serviam (no serviré), y pasan a eliminar a quien les proporcionaba los atributos del poder mismo que ostentaban. Mutatis mutandi, podríamos reflexionar sobre la tentación del mundo moderno de rebelarse contra la voluntad de Dios, y hasta de decretar la propia "muerte de Dios", como un filósofo lo expresara. En su propio contexto y a su propia medida, Shakespeare nos ayuda a ver cómo afectan las diversas elecciones posibles los destinos de los hombres y pone delante nuestro, espejos de diversas conductas.

En definitiva, creemos que la relevancia del tema se muestra en el comentario de O'Brien: "Estamos defendiendo la cultura cristiana y secular contra una pérdida devastadora. Este es un frente crucial en las guerras de la cultura. Y la comprensión clara de lo mejor de la civilización occidental, debe incluir a Shakespeare. Es indispensable para nuestra educación y para nuestra humanidad”[2].

Para Pearce, "si se descuidaran las obras de Shakespeare de manera que ya no fueran más representadas o leídas, ¿van a dejar Shakespeare y sus obras de ser relevantes por esa razón? La respuesta es que, por supuesto, todavía son relevantes, porque la bondad, la verdad y la belleza de las obras no dependen de nuestra capacidad de verlas o entenderlas. De hecho, se puede y se debe afirmar que una cultura que ya no pudiera leer a Shakespeare, a causa de su analfabetismo y su barbarie ¡estaría en realidad sufriendo la consecuencia lamentable de haber descuidado las verdades que revelan las obras de Shakespeare!"[3].






[1] TO BE OR NOT TO BE - A Catholic Opinion On Hamlet - Summary of a conference given by Bishop Williamson to the teachers of Holy Family School (Lévis) on February 23, 2002. By Jean-Claude Dupuis. http://fsspx.com/Communicantes/July2002/To_Be_or_Not_to_Be.htm
[3] Joseph Pearce - Por los ojos de Shakespeare. Ediciones Rialp. 2013

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