miércoles, 25 de mayo de 2016

Putin ha ido llenando algunos discursos de sus últimos años de citas de pensadores como Nikolái Danilevski y Konstantín Leóntiev


En la cabeza de Vladímir Putin


por ANTONIO R. RUBIO





Un filósofo francés de origen ruso, Michel Eltchaninoff, es el autor de esta obra de llamativo título y que obtuvo en 2015 un premio otorgado por la Revue des deux mondes. En el libro aparece una anécdota significativa: la presidencia rusa remitió a los gobernadores del país un regalo para el año nuevo de 2014: un compendio de las principales obras de los pensadores rusos del siglo XIX. No es precisamente Putin un modelo de “rey filósofo”, al estilo del idealizado por Platón, pero ha ido llenando algunos discursos de sus últimos años de citas de pensadores rusos como Nikolái Danilevski y Konstantín Leóntiev, partidarios del paneslavismo y de la defensa de la identidad rusa frente a las intromisiones occidentales.

El recorrido de Elchatninoff a través de la mentalidad de Putin cubre el sovietismo, la religión ortodoxa, el conservadurismo y el eurasianismo; y hay que reconocer la habilidad con que el presidente nada en las corrientes de todos los “ismos”. Putin está convencido de que Rusia es mucho más que un Estado: es una civilización cuyos fundamentos son el pueblo, la lengua, la cultura, la Iglesia ortodoxa… A partir de aquí se desarrollaría un combate ideológico para salvar a una civilización rusa acosada por Occidente. No son argumentos para la política exterior, que llegado el caso puede adoptar actitudes pragmáticas, sino para el consumo interno del pueblo ruso. Son planteamientos para dar a entender que el alma rusa, según la concebían ciertos filósofos de hace dos siglos muy influidos por el idealismo alemán, estaría hoy amenazada.

Estas ideas sirven para rendir culto a la Historia (escrita siempre con mayúscula, a la manera hegeliana) y a los líderes políticos que son su reencarnación. Lo del hombre providencial que construye la Historia sigue teniendo cabida en Rusia, en parte porque muchos rusos no vieron el final de la URSS de la misma manera que sus vecinos del centro y este de Europa: lo percibieron como una derrota, una humillación para un país que durante siglos fue un imperio. En el fondo, nadie tiene nostalgia de las precariedades de la era comunista, aunque lamentan la pérdida del imperio soviético. Es bien conocida la cita de un discurso de Putin de hace unos años, en la que tachaba de “pérdida estratégica” el final de la URSS.

Estamos ante un libro para comprender la Rusia de Putin, y solamente se puede comprender Rusia desde el hecho de que no es un Estado posmoderno, como los Estados de la UE. No renuncia a su Historia, a pesar de sus carencias demográficas y económicas, que pueden representar una amenaza a la larga para su seguridad e integridad territorial. Esto explica que la gran mayoría de los rusos estén satisfechos con la política exterior de Putin, el hombre que ha recuperado Crimea, y que está restaurando el prestigio de Rusia en Oriente Medio gracias a su intervención en Siria.

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