domingo, 25 de octubre de 2015

Sínodo: la batalla, en cualquier caso, continúa.


Sínodo: ¿quién ha ganado?



por Carmelo López-Arias


Ya desde el inicio del sínodo era claro que nunca podría figurar esa hipótesis literalmente en las conclusiones finales, porque implica una de dos enormidades: o no hay adulterio porque el matrimonio no es indisoluble o hay adulterio pero se puede comulgar sin estar en gracia de Dios.



Guste o no guste, responda o no a los deseos de los padres sinodales sobre la interpretación de su labor, lo único que interesaba este sábado era conocer cómo se abordaba en la Relación Final del sínodo la cuestión de los divorciados vueltos a casar por lo civil. La pugna al respecto durante casi dos años ha sido durísima, intensa e inédita para quienes por edad no pueden recordar los debates del Concilio y el postconcilio o los antecedentes y consecuentes a la encíclica Humanae Vitae.

Basta con resumir los bandos y las posiciones.

A favor, entre otros padres sinodales, de que personas que viven en adulterio objetivo puedan comulgar: un miembro del G-9, el cardenal Reinhard Marx, presidente de la conferencia episcopal alemana; el cardenal más elogiado públicamente por el Papa, Walter Kasper, valedor de la iniciativa; y un obispo presente en el sínodo por designación expresa del Santo Padre, Blase Cupich, arzobispo de Chicago.

En contra, entre otros padres sinodales, de que el estado de gracia deje de ser una condición para recibir el cuerpo de Cristo: un miembro del G-9, el cardenal George Pell, responsable máximo de las finanzas vaticanas; y dos cardenales de peso decisivo en la Curia, el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Gerhard Müller, y el prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Robert Sarah.

Seis personas, pues (por no citar más nombres), que están donde están porque Francisco ha querido que estén, dejando en una gran incógnita cuál puede ser la decisión final del Papa sobre la cuestión... si la hay, pues la Relatio carece por el momento de valor intrínseco como magisterio.

¿Ha habido vencedores y vencidos en el sínodo? Evidentemente, sí, aunque algunos han acudido enseguida a la manida apelación pneumática. Como el patriarca greco-melquita Gregorio II Laham: "Hemos vivido aquí este Pentecostés. Hemos hecho un sínodo en un aula cerrada, como los apóstoles en el cenáculo de Jerusalén".

Pero no consta en las Sagradas Escrituras que el día de Pentecostés se contasen votos, como sí ha sucedido en el sínodo. La Relatio incluye al final los sufragios recogidos por los 94 puntos que la componen, y es muy indicativo. Sobre 265 padres sinodales presentes en la votación, los votos negativos a los 68 primeros puntos no llegan a diez en la mayor parte de los casos, con un máximo del 7,9%. En los puntos 69 y siguientes, cuando empieza el capítulo Familia y acompañamiento pastoral y comienzan a tratarse las situaciones excepcionales, la cosa "se anima" y los porcentajes de votos negativos crecen, con un máximo del 19,6%. En los tres puntos clave sobre la cuestión (84 a 86), losnon placet se elevan a 72, 80 y 64, es decir, entre el 24% y el 30%. Y finalmente, en los ocho últimos se vuelve a la senda de la semi-unanimidad.

En el caso del punto 85, recibió 178 votos, sólo uno por encima de los dos tercios que cualifican su toma en consideración según los reglamentos sinodales.

Y bien, ¿qué votó cada cual?

Hay una cosa evidente: la Relación Final no afirma en ningún punto que los divorciados vueltos a casar por lo civil puedan comulgar. Como sí pueden hacerlo -obviamente-, y así se les recomienda, quienes, a pesar de su separación o divorcio, mantienen la fidelidad al compromiso matrimonial, porque la eucaristía será "el alimento que les sostendrá en su situación" (n. 83).

La comunión de los divorciados ni siquiera figura como hipótesis en los puntos que han suscitado mayor disparidad de voto (nn. 84-86).

La verdad es que ya desde el inicio del sínodo era claro que nunca podría figurar esa hipótesis literalmente en las conclusiones finales, porque implica una de dos enormidades: o no hay adulterio porque el matrimonio no es indisoluble o hay adulterio pero se puede comulgar sin estar en gracia de Dios.


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