miércoles, 30 de septiembre de 2015

El Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa (CCEE) ha concluido su Asamblea


El documento final de la CCEE de Jerusalén, una demostración de valentía y realismo cristiano que ha pasado inobservada

di Stefano Fontana


Me parece que ha pasado inobservado el documento final con el que el Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa (CCEE) ha concluido su Asamblea, que ha tenido lugar en Jerusalén del 11 al 16 de septiembre. Representando a Italia estaban presentes, entre otros, el cardenal Angelo Bagnasco, presidente del CCEE, y el Arzobispo Mons. Giampaolo Crepaldi, que preside su Comisión Caritas in veritate. Es una pena porque de una manera sencilla y clara, sobria en la forma y firme en el contenido, los obispos han dado prueba en esta ocasión de un sabio (y por lo tanto valiente) realismo cristiano.

Tres han sido los puntos afrontados por el mensaje.

Primero de todos, la emigración. Eliminado todo lenguaje sentimental y retórico que toca los corazones pero ofende la razón, los obispos europeos han reafirmado el deber de los Estados de “responder inmediatamente a las necesidades de ayuda urgente y de acogida de las personas desesperadas”, pero no han dejado esta afirmación aislada, como sucede a menudo, suscitando las reacciones de la política. De hecho, han añadido que los Estados “deben mantener el orden público”, por lo tanto, ninguna apertura sin criterio; deben “garantizar la justicia para todos” y, por consiguiente, también para los ciudadanos que acogen; deben proporcionar disponibilidad "para quien tiene verdaderamente necesidad", pues tal vez no todos los que la piden la necesitan; y deben actuar en vista de una “integración respetuosa y de colaboración”, es decir, que los emigrantes tienen derechos para también deberes que tienen que respetar. Los obispos recuerdan que los Estados “son los primeros responsables de la vida social y económica de sus pueblos” y mientras ayudan a quienes lo necesitan deben pensar también que esto no puede hacerse contra viento y marea, sino que deben sopesarse las consecuencias para la vida de los pueblos que acogen. Es bastante raro que eclesiásticos se expresan de este modo tan concreto y no se limiten a hacer grandes anuncios de una caridad abstracta.

También sobre las causas de la emigración los obispos de la CCEE han sido valientes, resaltando que, como mínimo, es contradictorio desestabilizar zonas de África y de Oriente Medio y después lamentarse de que la gente piense en huir de esos lugares abandonados a violencias caóticas. Este es el motivo por el que invitan a “adoptar medidas adecuadas para detener la violencia y construir la paz y el desarrollo de todos los pueblos… la paz en Oriente Medio y en el Norte de África es vital para Europa”.

También han sido originales los contenidos que hacen referencia a la libertad religiosa, que a menudo se piensa que está en peligro sólo fuera de Europa. Los obispos de la CCEE, en cambio, saben bien (y lo dicen) que las guerras de religión son a menudo guerras contra la religión, no sólo por parte de los Califatos sino también por occidente: “la secularización en acto en los países europeos tiende a desterrar la religión a la esfera privada y en los confines de la sociedad. En este ámbito se incluye el derecho fundamental de los padres a educar a sus propios hijos según sus convicciones. Para que esta libertad sea posible es necesario que las escuelas católicas puedan llevar a cabo su tarea educativa en favor de toda la sociedad con cualquier apoyo que sea oportuno”.

Por último, los obispos reunidos en Jerusalén han hablado de la familia. Su mensaje a este propósito hay que leerlo en vista del Sinodo que iniciará en breve. Ninguna duda, concesión o ambigüedad en sus palabras. “La belleza humana y cristiana” de la familia es una “realidad universal: papá, mamá, hijos” y no algo que tiene relación con construcciones sociales. Y por si esto no fuera suficiente, he aquí la rotunda afirmación: “La Iglesia cree firmemente en la familia fundada sobre el matrimonio entre un hombre y una mujer: ésta es la célula base de la sociedad y de la misma comunidad cristiana. No se ve porqué realidades distintas de convivencias deban ser tratadas del mismo modo”. Es decir: nada de uniones civiles y cosas de este tipo. “Despierta una particular preocupación -declaran por último los obispos-, el intento de aplicar la “teoría de género”. Para ellos las cosas son claras: “La Iglesia no acepta la “teoría de género” porque es expresión de una antropología contraria a la verdadera y auténtica valorización de la persona humana”. “La Iglesia no acepta la teoría de género”: ¿queda claro?

Documentos como este consuelan. Aquí los pastores se comportan como tales. Los obispos de la CCEE, de hecho, concluyen con una afirmación de la que no debería prescindir nunca un pastor de la Iglesia católica: “conscientes de que sólo en Jesucristo encuentran respuesta las profundas preguntas del corazón y se cumple plenamente el humanismo europeo".



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