jueves, 25 de junio de 2015

Un auténtico programa de amor a la Creación en cuanto don de Dios.


Lo que no obliga de «Laudato Si´», y lo que sí



por Carmelo López-Arias

  
Los católicos no estamos hoy más obligados que hace dos semanas a estar de acuerdo con Al Gore, el Protocolo de Kyoto o la Cumbre de la Tierra. Sí lo estamos, sin embargo, a leer y meditar algunos párrafos de «Laudato Si´» de singular belleza como auténtico programa de amor a la Creación en cuanto don de Dios.




Laudato Si´ abunda en pronunciamientos de Francisco sobre numerosos asuntos de detalle, desde el deterioro de las barreras de coral (n. 41) a su apuesta por "priorizar el transporte público" porque "en las ciudades circulan muchos automóviles utilizados por una o dos personas" (n. 153).

Nadie puede pretender que los católicos estén obligados en conciencia a seguir esas opiniones. A tenerlas en cuenta con humildad y prudencia, sí, pues no en vano provienen de quien tiene a su cargo la guía de la Iglesia.

El 18 de agosto de 2014, en la rueda de prensa con los informadores en su vuelo de regreso de Corea, el Papa habló así del documento que preparaba: "De la protección de la creación, de la ecología, también de la ecología humana, se puede hablar con relativa seguridad hasta un cierto punto. Después vienen las hipótesis científicas, algunas bastante seguras, otras no tanto. Y una encíclica así debe ser magisterial, debe ir únicamente sobre seguro, basándose en las cosas que son seguras... Hemos de ir a lo esencial y a lo que se puede afirmar con seguridad".

El texto final no ha respondido a ese criterio, y asume sin apenas matices hipótesis sobre el medio ambiente o el clima que son objeto de contestación por una parte significativa de la comunidad científica.

Hay incluso en la encíclica un juicio de intenciones sobre los discrepantes, considerados acomodaticios o fanáticos y convertidos en obstáculos: "Las actitudes que obstruyen los caminos de solución, aun entre los creyentes, van de la negación del problema a la indiferencia, la resignación cómoda o la confianza ciega en las soluciones técnicas" (n. 14).

Sin embargo, es evidente que numerosas afirmaciones en la encíclica pueden ser legítimamente discutidas. Veamos un ejemplo. Al hablar de los residuos, dice el Papa que "la tierra, nuestra casa, parece convertirse cada vez más en un inmenso depósito de porquería" (n. 21). Sin embargo, en su ya clásico libro El ecologista escéptico (Espasa, 2003), Bjorn Lomborg demuestra que toda la basura producida en Estados Unidos a lo largo del siglo XXI cabría en un vertedero de 28 kilómetros de lado, esto es, un 0,009% del territorio del país. ¿Está obligado un católico a rechazar este dato por razones que surjan de otro lado que no sea la discusión científica?

Del mismo modo, en el capítulo III las culpas de la situación medioambiental mundial tal como ha sido descrita recaen sobre el "paradigma tecnocrático", el "sobreconsumo" y el "sistema industrial". Sin embargo, es un hecho que "el aumento de los migrantes huyendo de la miseria empeorada por la degradación ambiental" (n. 25) que también denuncia Francisco se produce precisamente desde las zonas de menor "paradigma tecnocrático", menor "sobreconsumo" y menor "sistema industrial" a las zonas donde el "paradigma tecnocrático", el "sobreconsumo" y el "sistema industrial" florecen con mayor vigor.

Por otro lado, ¿cómo puede la "degradación ambiental" deberse al "sobreconsumo" y a la vez empeorar la "miseria"? La pretensión resulta insostenible salvo en una versión ecologista de la lucha de clases (ricos/pobres, Norte/Sur) que el Papa, en su manifiesto rechazo de la metodología marxista, no acepta, y que además rebaten numerosos economistas con datos en la mano.

La cuestión, pues, no es si el Papa tiene razón o no al incorporar esas denuncias a una encíclica. Hay quien piensa que la tiene. Quizá la tenga. Y en cualquier caso, si lo hace, no lo hace frívolamente. La cuestión más bien es que en ellas no está concernida su autoridad magisterial como Papa, y por tanto no puede exigirse a los católicos que las acepten como magisterio ni cohibir el deseo de rebatirlas de los católicos que no las compartan.

Sería muy triste, por el contrario, que el amplio elenco de afirmaciones no vinculantes de Francisco en Laudato Si´ nos hiciese pasar por alto aquellas que sí son vinculantes porque en ellas las palabras del Papa sí tienen autoridad de Papa y demuestran su independencia respecto a los poderes mundanos y mundialistas que patrocinan el catastrofismo medioambiental. (Religión en Libertad destacó varios de esos párrafos, muy importantes.)

Como su certero golpe a quienes, ante los problemas de pobreza y/o medioambiente, "atinan sólo a proponer una reducción de la natalidad" y condicionan "ayudas económicas a ciertas políticas de «salud reproductiva»" (n. 50). (El mismo Lomborg, en un artículo enUSA Today respetuosamente crítico con la encíclica y con las formas que propone para combatir la pobreza, incide en ese mismo error.)

Los católicos no estamos hoy más obligados que hace dos semanas a estar de acuerdo con Al Gore, el Protocolo de Kyoto o la Cumbre de la Tierra. Sí lo estamos, sin embargo, a leer y meditar algunos párrafos de Laudato Si´ de singular belleza como auténtico programa de amor a la Creación en cuanto don de Dios.

¿O no lo son los siguientes (nn. 228-229)?

"El cuidado de la naturaleza es parte de un estilo de vida que implica capacidad de convivencia y de comunión. Jesús nos recordó que tenemos a Dios como nuestro Padre común y que eso nos hace hermanos. El amor fraterno sólo puede ser gratuito, nunca puede ser un pago por lo que otro realice ni un anticipo por lo que esperamos que haga. Por eso es posible amar a los enemigos. Esta misma gratuidad nos lleva a amar y aceptar el viento, el sol o las nubes, aunque no se sometan a nuestro control. Por eso podemos hablar de una fraternidad universal" (n. 228).

"Hace falta volver a sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo, que vale la pena ser buenos y honestos. Ya hemos tenido mucho tiempo de degradación moral, burlándonos de la ética, de la bondad, de la fe, de la honestidad, y llegó la hora de advertir que esa alegre superficialidad nos ha servido de poco. Esa destrucción de todo fundamento de la vida social termina enfrentándonos unos con otros para preservar los propios intereses, provoca el surgimiento de nuevas formas de violencia y crueldad e impide el desarrollo de una verdadera cultura del cuidado del ambiente" (n. 229).







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