domingo, 4 de enero de 2015

Un país en que un régimen populista se instaló, es un país con un problema de fondo


Chile: El asalto populista

por Axel Kaiser

Es importante tener claro que el populismo no es solo una forma
de llegar al gobierno y ejercerlo; es una cultura. Es la cultura
del todo gratis, de la fe ciega en el Estado y su líder carismático

Desde los tiempos de la Unidad Popular, Chile no había tenido un gobierno en la clásica tradición populista latinoamericana. La irrupción de un gobierno populista se caracteriza por la promesa refundacional que hacen sus líderes, la que va siempre en el sentido de darles más poderes a los gobernantes y menos a los individuos. Un elemento esencial de esta refundación es su carácter redistributivo: se asegura que los males de la sociedad serán resueltos, quitándoles a los que tienen mucho para darles a los que tienen poco. Esta lógica implica, además, la creación de un enemigo al cual culpar de todos los males del país: "Los poderosos de siempre", es decir, los ricos, son de costumbre la impopular minoría elegida.

Los líderes populistas son, en general, personas altamente ideologizadas que ven en el Estado —o sea, ellos mismos— una especie de ente divino capaz de construir un orden social cercano a la perfección. Si hay pensiones bajas, si no hay educación gratuita y de calidad para todo el mundo y si no todos tienen acceso a una salud de primer nivel, es porque falta más Estado. Olvídese del principio de escasez que enseña la economía y según el cual los recursos no alcanzan para todos. Tampoco cuenta la demoledora evidencia de que el Estado hace casi todo peor que los privados. El populista ofrece borrón y cuenta nueva, un nuevo orden cercano al paraíso, donde, gracias a ese ente metafísico y omnisciente llamado Estado, habrá de todo para todos. Este paraíso, por cierto, suele partir con el sueño erótico de todo intelectual que apoya el proyecto refundacional: una nueva Constitución. Sin ella, el porfiado principio de escasez, ese que el líder populista debe ignorar para poder prometer mayor bienestar a las masas, no será superado.

Los populistas son, por lo mismo, siempre anti capitalistas y anti libertarios. El capitalismo o "neoliberalismo", dada su fría racionalidad de lo posible, debe abiertamente ser denunciado como enemigo y el régimen de lo estatal o de lo "público", como le llaman eufemísticamente los promotores de la refundación, es presentado como la panacea solidaria que garantizará prosperidad e igualdad para todos. Típicamente, para avanzar este mensaje utópico los populismos cuentan con líderes carismáticos capaces de sintonizar con la masa. En general, estos líderes carecen de todo fondo. Es decir, son ignorantes sobre los asuntos de Estado y desconocen los más elementales principios económicos, pero saben cómo conectar con el público. Son seductores, simpáticos, empáticos, divertidos y hablan mucho sin decir nada.

A diferencia de los intelectuales que los apoyan, no tienen ideas, sino a lo más ocurrencias del minuto y un discurso que combina la denuncia con ofertones de diverso tipo. Como es obvio, una vez en el poder, nada de lo prometido se cumple.


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