viernes, 19 de septiembre de 2014

Oriana Fallaci: una agnóstica devota y alejada




El 15 de septiembre de hace ochos años moría, después de una larga lucha contra un tumor («el alien» lo llamaba ella), la gran periodista italiana Oriana Fallaci.

Monseñor Rino Fisichella, actualmente presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, que la conoció en los últimos años de su vida y la acompañó con su amistad hasta la muerte, ha compartido con Tempi.it su recuerdo personal de la escritora florentina.

-Monseñor Fisichella, ¿cómo conoció a Oriana Fallaci?

-Por pura casualidad. Todo nació después de una entrevista que había concedido al Corriere della Seray en la que respondí a una pregunta sobre ella. Pues bien, ella me escribió una bonita carta y nos conocimos: una relación que duró hasta su muerte. Una amistad hecha de cartas, recuerdos, encuentros, largas conversaciones telefónicas. Y hecha también, como dos amigos cualquiera, de muchas confidencias que se pueden hacer sólo al amigo y al sacerdote.

-La Fallaci ha representado en gran parte de su vida la imagen de la laicidad. ¿Qué relación tenía con la fe?

-Tuvimos ocasión de hablar mucho sobre la fe. Oriana Fallaci había sido bautizada y había recibido la comunión y la confirmación. La fe estaba en ella, como una identidad cristiana: una identidad que siempre reencontraba, por cultura y formación, en todo Occidente. Más bien al contrario, Oriana acusaba a Occidente de haber olvidado esta identidad religiosa propia.

»A un primer periodo de fe, de niña, le siguió, ya adulta, el alejamiento, el periodo de la no práctica de la fe y, en muchos aspectos, un "abandono". Pero después, como todos,también para Oriana llegó un tercer momento, el del deseo de creer. Lo que puedo decir es que pienso de verdad que vivió los últimos años de su vida con el deseo de creer, que tal vez permaneció tal, un deseo, pero que fue muy importante.

»Para ella era una verdadera "nostalgia de Dios". No es casualidad que utilice este término: “nostalgia” indica el dolor por el retorno. Y en Oriana era muy fuerte el dolor, más que el sentido de un retorno. El deseo de Dios provocaba en ella, efectivamente, un dolor porque no podía acoger hasta el fondo la profesión de fe.



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