viernes, 18 de abril de 2014

Un inigualable escritor pero un lúgubre ser humano que usó a las víctimas del comunismo para las vendimias de su vanidad


Gabo, el escribano del tirano

Por Ricardo Puentes Melo

Discurso macabro el de Gabo, regodeándose con los placeres hedonistas de la dictadura mientras fustiga con su pluma prodigiosa a quien ose oponerse a la sevicia de su compadre, su cómplice genocida, Fidel Castro

No se puede negar, Gabriel García Márquez es, por mucho, el mejor escritor vivo de habla hispana.

Pero también es un caradura, dueño de un cinismo de tal magnitud que no le permite sonrojarse cuando protesta porque le piden visa a él, pero que ni se inmuta porque sus amigos Fidel y Raúl Castro tienen sumida en la miseria a los cubanos al tiempo que ellos mismos viven como jeques árabes. Y tampoco dice ni mú –obviamente- por la crueldad y ferocidad animal con la cual sus grandes amigos ordenan asesinar ciudadanos latinoamericanos por medio de los movimientos terroristas marxistas que hoy son patrocinados con dinero del narcotráfico.

Lo disparatado de García Márquez lo ha conducido a respaldar abierta y furibundamente la dictadura cubana y a escribir extensísimos artículos destacando la humanidad de Fidel, su ‘amor por la justicia’ y su ‘genialidad intelectual’. Dice Gabo, como amanuense del tirano: “Lo llaman: Fidel. Lo rodean sin riesgos, lo tutean, le discuten, lo contradicen, le reclaman, con un canal de transmisión inmediata por donde circula la verdad a borbotones. Es entonces que se descubre al ser humano insólito, que el resplandor de su propia imagen no deja ver. Este es el Fidel Castro que creo conocer: Un hombre de costumbres austeras e ilusiones insaciables, con una educación formal a la antigua, de palabras cautelosas y modales tenues e incapaz de concebir ninguna idea que no sea descomunal..”

Pero si Neruda se mojó en los pantalones de la felicidad al escribir sobre Stalin, ¿por qué nuestro Nobel no puede hacer lo propio para bien patriótico de nuestra literatura?

En contraprestración, el tirano le regaló a Gabo una lujosa casa en Cubanacá, con piscina, criados de la revolución, mucamas hambrientas y mayordomo las 24 horas, conexión satelital, refrigeradores atiborrados de comidas que los cubanos jamás verán, vista preciosa hacia un paisaje donde no se ve la desgracia de los isleños. Todo un refugio para nuestro Nobel. Fue de esa casa que salió Antonio de la Guardia a la que fue para rogarle a García Márquez que intercediera por su vida ante Fidel ya que sabía que iba a ser fusilado. Gabo no movió un dedo.

Antonio de la Guardia fue uno de los fusilados en 1989 tras descubrirse que los Lucio, del M-19, eran parte del Cartel de la droga de Cuba, isla que usaban como escala para llevar drogas a Estados Unidos. El M-19, a través de los Lucio, controlaban esta ruta con el apoyo necesario de Castro. A punto de ser fusilado, Antonio de la Guardia culpó a los Lucio y al M-19 y aseguró que los guerrilleros y Castro le habían dicho que llevar droga a Estados Unidos era una de las tantas formas de lucha.

Y Gabo debió pensar lo mismo. Porque Antonio de La Guardia era su amigo cercano, pero le importó un bledo.

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