miércoles, 19 de febrero de 2014

Los planteamientos progresistas no aceptan el carácter normativo y vinculante de la ley moral para cada etapa del crecimiento, sino la creatividad de la conciencia que la reformula a la luz de las circunstancias y el grado de madurez personal





El progresismo clerical, capaz de influir en la vida de los hombres en niveles no siempre verificables, aunque de manera eficaz, resuelve la dicotomía entre la enseñanza doctrinal oficial y la experiencia concreta de la moral con un positivo cuestionamiento sobre la doctrina moral de la Iglesia, consecuencia del distanciamiento cada vez mayor entre los fieles y la doctrina en cuestiones relativas a la indisolubilidad del matrimonio o la situación de los divorciados vueltos a casar, la contracepción o el uso de métodos anticonceptivos artificiales, así como una perturbadora polarización respecto a las uniones homosexuales.

Dicho de otra manera, el verdadero síntoma de la enfermedad que ha postrado a la moral católica europea consiste en un arraigado subjetivismo, en la deificación de la subjetividad, en la reivindicación de la infalibilidad de la conciencia moral, que le llevaría a Rousseau a manifestar: “Conciencia, conciencia, instinto divino, inmortal y voz celeste; guía segura de un ser ignorante y limitado, pero inteligente y libre; juez infalible del bien y del mal, que hace al hombre semejante a Dios: eres tú la que constituye la excelencia de la naturaleza y la moralidad de sus acciones”.

Asistimos a una reedición del pasado, donde lo que se debate es si existe una fuente de lo verdadero por encima del hombre e independiente de su voluntad. Habría que remontarse para comprender la actual situación a las Declaraciones de las Conferencias Episcopales realizadas a continuación de la publicación de la Encíclica Humanae Vitae el 25 de julio de 1968. Aquellas Declaraciones de los obispos, mientras proclamaban su adhesión a la doctrina pontificia, se orientaban a encontrar mediaciones pastorales que facilitasen la comprensión y práctica por parte de sacerdotes y fieles.

La cuestión de fondo es la competencia de la conciencia en la discusión sobre la validez o no de la norma, donde aquella no se reduzca a ser un órgano de aplicación del magisterio pontificio. Para muchos, habría que distinguir entre verdad especulativa, enseñada por el Magisterio, y verdad práctica, sobre la que sólo la conciencia sería competente. La buena fe sería el criterio moral último y decisivo de la conciencia, que crea su propia verdad.

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