jueves, 6 de febrero de 2014

La glorificación del mercado acaba teniendo algún efecto perverso pero no significa que todo sea halagar el becerro de oro, como ya advirtió Adam Smith. La piedad, el altruismo, el amor o la solidaridad no se someten al cálculo económico.


Mejor un siglo sin nombre



Foucault sigue en los altares, ahora más que nunca legitimado por el relativismo y la inercia nihilista. Enseñaba que al ser humano, nada le trasciende, todo le desintegra. En fin, todo le deconstruye. Hoy se invocan las clases que Foucault daba en el “Collège de France” sobre el sistema liberal. Equipararlo con un sistema penitenciario no era la menor de sus críticas. Eso le llevaría a visitar a Jomeini en los días álgidos de la nueva teocracia persa. Ciertamente, el pensamiento de Foucault tiene sus vericuetos, pero de poco sirven los matices cuando la afirmación central es la destrucción de Occidente y el eclipse de la conciencia humana. Si todo poder es maligno -según Foucault-, no acertamos a ver como el fundamentalismo totalitario de Jomeini iba a ser una excepción. Al final, acaba justificándose el terror y toda formalidad judicial es una trampa de la burguesía planeada para disuadir el pueblo de la venganza.

La glorificación del mercado acaba teniendo algún efecto perverso pero no significa que todo sea halagar el becerro de oro, como ya advirtió Adam Smith. La piedad, el altruismo, el amor o la solidaridad no se someten al cálculo económico. Al mismo tiempo, la economía de mercado es hoy por hoy el menos malo de los sistemas para crear una riqueza que pueda ser compartida. Para Foucault, el mercado solo beneficia al “homo economicus”. ¿Siglo de Foucault o siglo de nuevas complejidades que, a pesar de todo, el hombre aún sabe afrontar con nobleza? Si el hombre no existe, todos los siglos han sido de nadie.
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