jueves, 20 de febrero de 2014

España, ley de aborto: existe en ciertos sectores del centro-derecha español una tradicional querencia a pensar que es real una oposición insalvable entre lo que cree y lo que le conviene


La nueva ley del aborto no le quita votos al PP (I)

por Miguel Ángel Quintanilla Navarro 


En las últimas semanas, al hilo de algunas encuestas que indican una pérdida de peso electoral del Partido Popular, han sido abundantes los medios y los comentaristas que han establecido un vínculo directo entre la iniciativa legislativa destinada a modificar la regulación del aborto y la caída de la intención de voto de los populares. En síntesis, el argumento es que el “giro a la derecha” –manifestado, según se afirma, en la mencionada iniciativa legislativa– hunde electoralmente al Partido Popular porque hace que pierda a su electorado centrista.

Quizás este tipo de razonamientos y el peso social –real o supuesto– de los medios en los que se han manifestado, ayuden a contextualizar el ostentoso desmarque que algunos dirigentes del Partido Popular han efectuado con respecto a la reforma propuesta por su propio partido, desmarque que en ocasiones se ha escenificado de manera radical y abrupta, como en alguno de los mensajes institucionales que se leyeron con motivo del pasado fin de año. Se ha producido incluso una imputación de responsabilidad personal al ministro Ruiz Gallardón “por haber metido en un lío al Gobierno y al partido ahora que la economía empezaba a ir bien” y que el PP comenzaba a fortalecerse electoralmente.

Ésta es, probablemente, una sobrerreacción poco meditada, no ya en el terreno de los principios, del programa o de la ideología –terreno en el que evidentemente lo es, pero en el que el debate no se ha situado–, sino en el terreno del puro interés electoral, que es en el que al parecer se pretende fijar la cuestión. (Razón, por cierto, por la que este artículo se dedica a exponer algunas ideas sobre elecciones y votos y no a fijar una posición de principio).

Existe en ciertos sectores del centro-derecha español una tradicional querencia a pensar que es real una oposición insalvable entre lo que cree y lo que le conviene, y que por tanto cualquier empeño destinado a ampliar su territorio electoral ha de apoyarse en el desleimiento ideológico o valorativo, lo que finalmente no se concibe como “ampliación” de la base sino como “desplazamiento” de la base hacia donde se supone que hay más electores. Como apoyo de esta idea suele hacerse mención a la conocida como “escala ideológica”, sobre la que el CIS y otras empresas preguntan cada cierto tiempo, a la que en seguida me referiré.

Lograr que políticos importantes del Partido Popular tomen decisiones esenciales basándose en esa idea –idea que es de una simplicidad suficiente como para que se vulgarice la convicción de que es una idea sofisticada–, es uno de los más acabados éxitos de la izquierda española en el terreno de la cultura política y una de las mayores fuentes de problemas estratégicos para sus oponentes.

Pero existen razones serias para dudar de que ésa sea una idea fundada, y desde luego existen razones muy serias para discutir que el desfondamiento electoral del Partido Popular tenga su causa en la iniciativa de reforma de la ley del aborto. Más bien, en ocasiones pareciera que se haya encontrado en la tramitación de esa ley y en lo que la izquierda dice sobre ella una excusa para eludir el hecho de que ese desfondamiento viene de lejos.

De entrada, hay dos razones simples, cuya mención ni siquiera requiere de base documental alguna, que deberían bastar para ponerse alerta ante quienes pretenden hacer elegir al Partido Popular entre la convicción y el interés. En primer lugar, no parece que hasta ahora se haya expuesto razonamiento alguno que permita explicar por qué reformar una ley cuya aprobación no impidió el hundimiento electoral centrista del PSOE tendría que producir el hundimiento electoral centrista del Partido Popular. Es decir, con su ley del aborto el PSOE se hundió: ¿por qué habría de hundirse el PP por reformar lo que no mantuvo a flote al PSOE? ¿Por qué ahora ha de ser un tema electoral capital para el votante centrista lo que no lo fue hace apenas dos años ni lo ha sido nunca antes de esa fecha?

En segundo lugar, si la iniciativa a cuya cabeza se ha situado el ministro Ruiz Gallardón pretendía evitar la fuga del “votante de derechas” acreditando el compromiso del PP en la reforma de la ley de Zapatero, lo cierto es que la operación ha salido aproximadamente al revés, y que amenaza por momentos con acreditar a una parte no menor del partido no ya como despreocupada o poco atenta a reformar el marco legal socialista sobre el aborto sino como abiertamente hostil a su reforma y como decidido partidario de su permanencia. Es decir, después de este episodio, probablemente los votantes populares que pensaban que el PP tenía una posición clara sobre el aborto que sin embargo no acababa de plasmar en una iniciativa legislativa y que seguían a la espera de que lo hiciera, habrán constatado que no existe posición alguna que pueda considerarse “del PP” y que todo queda pendiente de los equilibrios de poder orgánico y territorial y de los cálculos electorales que haga cada cual. Esto, que no ayuda a conservar al votante “de siempre”, es sin embargo perfectamente coherente con quienes dicen que ese tipo de laxitud es ideal para atraerse al votante de centro. Entonces, ¿por qué el hundimiento, constatado bastante antes de que el PP, hace unos días, acreditara en el Congreso –y transitoriamente–, unanimidad y orden?

Hay, pues, razones para pensar que quien dice que reformar la ley del aborto es un giro derechista y que por eso el PP se hunde, lo que hace es lanzar un señuelo. Un señuelo que sustituye a la teoría de la derecha “crispadora”, o “inmovilista”, o “centralista”, o tantas otras cosas. Señuelos con los que un cierto activismo político que genéricamente podemos denominar “progresista” trata de confundir a otro activismo que, también genéricamente, podemos denominar liberal-conservador, y que ralentizan, desorientan o incluso fracturan –ahora sí, realmente– la base electoral del Partido Popular. Son razones de fondo y tienen su expresión en algunos datos demoscópicos a los que conviene referirse.

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