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jueves, 13 de febrero de 2014

El fiscal hizo el papel de menina, pero esa es la única semejanza entre el esplendor palaciego rodeando a la infanta que pintó Velázquez, y la imagen grotesca de la espalda de doña Cristina prestando declaración: Chesterton diría que no saben lo que hacen porque no saben lo que deshacen


Infanta de España con fondo de juez



Decir que la ley es igual para todos, cuando se habla de una persona que carga con una responsabilidad -y goza de privilegio- por el color poético de su sangre, es una memez que no mejora por mucho que sea repetida. Pensar que el daño producido en la monarquía se cicatriza demonizando a un juez, o metiéndose las manos en los bolsillos y silbando, es como cazar elefantes con tirachinas. Creer que el poder regio no tiene límites, sólo porque ahora se ejerce camuflado con intrigas e intereses, es la mejor manera de hacerle los últimos arreglos al himno de Riego.

En el otro lado de la moneda, la que no lleva efigie, chapotea una masa promiscua e inconsciente, de quien Chesterton también diría que no saben lo que hacen porque no saben lo que deshacen. Porque si es cierto aquello de que los liberales en España caben sobrados en un sólo taxi, también es verdad que los republicanos bien intencionados podrían viajar con ellos en el mismo coche, sin necesidad de ir apretados. Los otros, los vociferantes, odian a la Corona por ser símbolo nacional, con furia freudiana, empeñados en matar al padre para alcanzar su quimera de libertad, que en verdad no es más que una politoxicomanía de odios.

No hace falta ser un sabio para entender que ver retratada a una infanta con fondo de juzgado no es el preludio de otra belle époque. De momento sólo se vislumbra en algaradas callejeras pero, como ese hartazgo que surgió de inmediato en la Segunda Catástrofe -y que se convirtió en ripio de tabernas rescatado por Foxá- a mí ya me está cansando el morao, que está junto al amarillo, debajo del colorao.

Publicado en www.intereconomia.com

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