domingo, 22 de diciembre de 2013

Los cuatro Evangelios constituyen las únicas narraciones canónicamente conservadas por la Iglesia. No son, hablando con propiedad, biografías de Cristo en el sentido riguroso y moderno de la palabra, sino más bien sumarios de la predicación primitiva, destinados a recordar o a enseñar lo que el Señor Jesús había hecho o dicho para la salvación del mundo


EL NACIMIENTO DEL SEÑOR JESÚS: 
TESTIMONIOS HISTÓRICOS

por Alfredo Garland


Juan Arias, un veterano periodista español afincado en Brasil, manifestaba recientemente que muy poco o nada sabemos de Jesucristo: “¿De la verdad histórica de Jesús? ¿Y la Iglesia? Muy poco, casi nada. No sabemos dónde y cuándo nació” (El País, 18 dic. 2013). En este sentido Arias se desliza en un equívoco. Ciertamente el Señor Jesús constituye el personaje más estudiado en la historia, tanto por cristianos, como por personas ajenas a la fe que se inició hace más de dos milenios con la Encarnación-Reconciliación del Hijo de Dios en una aldehuela vecina a Jerusalén.

Según los relatos evangélicos, Jesús de Nazaret nació “en los días del rey Herodes” (Mt 2,1; Lc 1,5.26). Ahora bien, Herodes I el Grande murió en el año 750 de la fundación de Roma, es decir, unos cuatro o cinco años antes de la Era Cristiana, ya que el cómputo establecido en el siglo V por Dionisio el Exiguo sobre la Natividad del Señor tiene un error inicial de al menos cuatro años.

Jesús vio la luz en Belén de Judea, en hebreo “casa del pan”, una aldea situada a unos 9 km al sur de Jerusalén. La ciudad tiene gran significado al constituirse en el lugar de nacimiento de Jesús de Nazaret, según los evangelios de Lucas y Mateo. En el año 150, San Justino Mártir menciona que el nacimiento del Salvador tuvo lugar en una cueva cercana a la villa de Belén (Diálogos, L. 28).

Los documentos históricos que se refieren a la vida y obra de Cristo pueden dividirse en tres clases: fuentes paganas, fuentes judías y fuentes cristianas.

Primeramente están las romanas, que si bien son escasas y están contaminadas por los prejuicios, irónicamente las hace especialmente confiables porque no representaban intereses cristianos.

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