viernes, 22 de noviembre de 2013

No se nos ha prometido el éxito. Ni siquiera cuando nuestras intenciones son buenas y nuestros fines santos



por Bruno Moreno


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Así pues, los “mártires del Brasil” apenas llegaron hasta Canarias y ni siquiera pudieron poner un pie en el Brasil. Esta sencilla paradoja tiene una gran profundidad y supone un gran golpe contra nuestros criterios, demasiado mundanos. Cuarenta jesuitas, probablemente entre los mejores misioneros de la época, emprendieron un viaje para dedicar sus vidas a la maravillosa obra de la evangelización del Brasil… y Dios quiso que no llegaran nunca allí, sino tuvieran un encuentro con corsarios franceses y sufrieran una muerte aparentemente inútil en medio del océano.

Es algo que tenemos que recordar una y otra vez: No se nos ha prometido el éxito. Ni siquiera cuando nuestras intenciones son buenas y nuestros fines santos. Se nos ha prometido la cruz y se nos ha prometido el cielo si somos fieles, pero no el éxito. No es el siervo mayor que su señor. Si Cristo fracasó humanamente, ¿por qué vamos nosotros a esperar algo diferente?

La tentación del pelagianismo, de anhelar el éxito humano, resurge una y otra vez de sus cenizas, y no estará totalmente vencida hasta que atravesemos las puertas del cielo. Es una tendencia especialmente peligrosa en las obras de apostolado, porque tenemos la tendencia de medir su bondad por la cantidad de frutos que dan, pero eso es un disparate, una deformación del cristianismo. Cuando Cristo habló de los frutos, habló cualitativamente, no cuantitativamente: el árbol se conoce por sus frutos; el árbol bueno da frutos buenos y el árbol malo da frutos malos. No dijo que un árbol bueno daría muchos frutos buenos, ni que esos frutos fueran a ser apreciados, sino sólo que serían buenos. Y así sucedió con aquellos jesuitas, humanamente fracasados en su empeño, pero que dieron el buen fruto del martirio por Jesucristo.

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