miércoles, 20 de noviembre de 2013

Los estudios de género se han convertido en uno de los acercamientos críticos más revolucionarios del complejo fenómeno del postestructuralismo literario



El género ha matado a la literatura


por Cecilia Ricci 

La perspectiva de genero ha entrado de lleno en nuestro sistema educativo. Para comprender hasta que punto ese modo de ver las cosas mina seriamente toda la educación humanística no hay más que ver lo que ha ocurrido en Estado Unidos. En ese país, el genero, y los estudios LGBT (Lesbianas/Gays/Transexuales), la teoría postcolonial y los estudios culturales se apoderaron de la crítica literaria, a partir de los años 70.

Legitimado en el plano histórico por el furor revolucionario de la liberación sexual y en el plano teórico por la crítica al logocentrismo occidental, los estudios de género se han convertido en uno de los acercamientos críticos más revolucionarios del complejo fenómeno del postestructuralismo literario.

Los padres putativos del nuevo “imperio de la teoría” son franceses. De hecho, después de Nietzsche (y su crítica radical a la metafísica y al concepto de verdad), Freud (y la operación de desmascarmiento de los engaños de la conciencia) y Heidegger (con su crítica a la ontoteología y a la modalidad de pensar en el ser en términos de la presencia), Focault y Derrida han llevado finalmente a término la operación de “descentramiento” del sentido, proclamando su ausencia.

Si la crítica, a priori, mantuvo una orientación teológica evidente (es el caso de la filología de finales del siglo XIX que estaba anclada en el análisis de los elementos léxicos, sintácticos y lingüísticos para descifrar el sentido último del texto) y cultivó una aspiración “científica” (es el caso del formalismo ruso de los años 20 o del estructuralismo de los años 60), se debió a una referencia tácita a la idea de “objetividad”. Con Derrida, sin embargo, se desplaza cualquier residuo de “centro” (de significado) o de “origen” y en virtud de tal ausencia –como proclama el filósofo francés- “todo se vuelve un discurso”. Esto significa que cualquier fenómeno cultural, desde ese momento, ha ingresado de manera ilegítima en la esfera de la competencia de la literatura, haciendo de él un texto analizable según un enfoque lingüístico, una narración a la espera de su propia desestructuración.

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