lunes, 11 de noviembre de 2013

Camus - Calígula es la historia de un emperador que, a pesar de todo, sigue anhelando. No cualquier cosa, quiere la Luna



Camus o el combate del deseo



Albert Camus es un maestro para todos aquellos que buscan, en medio de la bruma ideológica, leer y formular su experiencia humana de forma limpia, directa. Estos días, en los que celebramos el centenario de su nacimiento, se hace más evidente.

A Camus le gustaba definirse como un combatiente. Y combatió por muchas causas: rompió la tiranía de un marxismo que se consideraba imprescindible, utilizó sus artículos de prensa para luchar contra múltiples abusos de poder. Pero su combate primordial fue por rescatar la vida en un siglo como el XX que había sido especialmente despiadado con las razones elementales que a cualquiera le permiten estar de pie. Una herencia, la del siglo y la de nuestro argelino, que pervive hasta el presente.

En pocos como en Camus se puede percibir una indagación sobre el deseo, sostenida con intensidad para intentar atravesar la oscuridad de ciertos tiempos modernos. En el protagonista de El extranjero (1942), retrato de un nihilismo que conocemos bien, ese deseo parece muerto. Si algo sigue llamando la atención de esa novela, que fue revolucionaria en su momento, es que su personaje principal vive todo - la muerte de su madre, el asesinato, la condena a muerte- sin inmutarse, como si le estuviera sucediendo a otro. “Todo el mundo sabe que la vida no merece la pena ser vivida”, confesará. Extranjero de sí mismo sólo se rebela ante quien le asegura que las cosas tienen un sentido. Si tiene alguna aspiración es la de la muerte. “Para que me sienta menos solo, me quedaba esperar que el día de mi ejecución haya muchos espectadores”. ¿No nos es acaso familiar esta extranjería de nosotros mismos a todos los que hemos vivido y vivimos la ilusión de construirnos el destino con nuestras manos?

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