martes, 23 de abril de 2013

Quince años en las cárceles de Rumania, con sufrimientos inhumanos. El testimonio del obispo Ioan Ploscaru sale por primera vez a la luz para el gran público

Bienaventurados los perseguidos. 
El relato de un mártir moderno


de Sandro Magister



Por lo menos cinco veces en las últimas dos semanas el Papa Francisco ha dirigido la mirada sobre "muchos de nuestros hermanos y hermanas que testimonian el nombre de Jesús, incluso hasta el martirio".

En los mismos días en que el Papa hacía estos llamamientos, el obispo rumano Alexandru Mesian iba de ciudad en ciudad en Italia para presentar al público el testimonio de uno de estos mártires de nuestro tiempo, su predecesor en la guía de la diócesis greco-católica de Lugoj.

Su nombre es Ioan Ploscaru. Murió en 1998 con 87 años, quince de los cuales los pasó en prisión. Por una única culpa: permanecer fiel a la Iglesia de Roma y, por tanto, negarse a pasar a la Iglesia ortodoxa, como había ordenado el gobierno comunista.

La Segunda Guerra Mundial había llegado a su fin y, como sucedía en Ucrania, también en Rumania el régimen quería aniquilar a la Iglesia greco-católica local, con sus obispos, sacerdotes y millones de fieles, empujándola al margen de la ley e incorporándola mediante la fuerza a la Iglesia ortodoxa. Ante su rechazo, todos los obispos fueron arrestados en 1948. Murieron en la cárcel. Otros obispos fueron ordenados de forma clandestina, entre ellos Ioan Ploscaru, al que le impuso las manos el nuncio vaticano en Bucarest, el 30 de noviembre de 1948. Pero permanecería oculto pocos meses, pues en agosto de 1949 también él fue arrestado.

Aquí empieza su calvario, que él contaría después en un libro de memorias. El libro salió en Rumania en 1993, pero este año ha traspasado las fronteras de su país, en una edición italiana muy cuidada publicada por Edizioni Dehoniane de Bolonia.

Es un libro extraordinario por muchos motivos. Recuerda a los "Relatos de Kolimá" de Shalámov, cuando describe la ferocidad de los torturadores, despiadada hasta lo inverosímil, entre humillaciones que incluían "comer las propias heces, soportar que los carceleros orinasen en nuestra boca, ser obligados a declarar que habíamos cometidos actos sexuales aberrantes con nuestros propios progenitores". Pero recuerda también la serenidad descriptiva y la ironía del Solzhenitsyn de "Archipiélago Gulag".

Pero sobre todo es el relato de una experiencia de fe que ilumina también las noches más oscuras, que enciende de estupor también a los más malvados, que consigue que sintamos misericordia también por los más terribles perseguidores.

El régimen comunista rumano cayó en 1989. En 1990 Ioan Ploscaru pudo tomar de nuevo posesión de su catedral, que le fue devuelta por el metropolitano ortodoxo de Lugoj.


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A continuación publicamos una pequeña antología de su libro de memorias, con los títulos de los capítulos de los que se han extraído los respectivos pasajes.

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CADENAS Y TERROR

de Ioan Ploscaru


A todos nosotros, sacerdotes y obispos greco-católicos, nos fue ofrecida la libertad a cambio de pasar a la Iglesia ortodoxa. A mí personalmente me propusieron varias veces este cambio desde mi primera detención. Pero no se puede pactar con la propia conciencia. Si hubiese cedido, habría sido una gran desgracia para mi conciencia y hubiera perturbado a la gente entre la que vivía.

En las memorias que he escrito no se encontrarán lamentos graves y, mucho menos, estados de ánimo desesperados, porque al ofrecer todos estos sufrimientos a Dios, estos se convierten en soportables. Pero no habría podido soportarlos solo si Jesús no hubiera estado siempre junto a mí y a todos nosotros.

He considerado a nuestros torturadores como "instrumentos" y no acuso a ninguno de ellos; al contrario, deseo para esos inquisidores una verdadera conversión a Dios y un verdadero y claro arrepentimiento por todo lo que han 


hecho.


He estado en la cárcel 15 años, 4 de los cuales en aislamiento. Liberado en 1964, han seguido vigilándome, me han seguido y perseguido. También en los años siguientes, a veces, he sentido miedo.

Alabado sea Dios por los siglos de los siglos a causa de todos los sufrimientos que he tenido que soportar.


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