sábado, 23 de febrero de 2013

Corrupción - un problema de todos

La variante


Juan Francisco Baroffio 

En un micro-cuento del “Hacedor”, Borges dice: “Al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías (…)”. Y pensando en la tragedia de Once del 22 de febrero de 2012, recuerdo otra tragedia que parece repetida, con algunas variantes y simetrías: la del atentado terrorista de Londres el 7 de julio de 2005. 

La repetición: una tragedia que costó la vida de muchos inocentes; la simetría: más de cincuenta muertos y más de setecientos heridos. Sin embargo, lo que más resuena es la variante. Mientras que en la capital inglesa las victimas lo fueron de un ataque terrorista, en la Ciudad Autónoma, lo fueron de la corrupción. Es escalofriante pensar que hubo casi la misma cantidad de víctimas. Más escalofriante es el hecho de que mientras que en Londres fue un ataque terrorista, perpetrado por cuatro explosiones en distintos puntos de la ciudad, aquí sólo se necesitó la desidia del Estado.

¿Pero toda la responsabilidad está en los funcionarios del Estado? Ciertamente que la responsabilidad legal es de ellos. Ellos fueron los que dejaron de lado el cuidado de los habitantes para enriquecerse o para permitir el enriquecimiento de otros. Por ende, la responsabilidad moral por los actos de corrupción, también pesa sobre ellos… pero también sobre nosotros.

La corrupción es algo de lo que no está exenta ninguna sociedad humana. Siempre habrá manzanas podridas. Pero mientras en otras sociedades la corrupción es algo concentrado en ciertos estratos del poder, en nuestro país se ha infiltrado hasta en los actos más cotidianos de nuestro quehacer público. Es corrupción cuando el Poder Ejecutivo Nacional premia con pauta publicitaria millonaria a los medios de comunicación que le son afines. Es corrupción cuando un funcionario público recibe sobornos para no cumplir con sus deberes de control. Es corrupción cuando un agente de seguridad pide “coima” para no hacer la multa. Es corrupción cuando un empleado de la mesa de entradas de un organismo público acepta una aparentemente inocente docena de facturas para atender un reclamo más rápido. Pero también incurre en la misma conducta reprobable, el ciudadano que compra las medialunas para endulzar al empleado de la mesa de entradas. Es corrupto, el que paga para evitar la multa de tránsito. Y de esto, a veces nos olvidamos.

Nosotros, con nuestros pequeñísimos actos de corrupción, contribuimos a la corrupción general. Estamos acostumbrados a la idea, por demás acertada en muchos casos, de que todo en el Estado está podrido y corrompido. Y esta sensación, con una fuerte evidencia de la realidad, nos lleva a aceptar la corrupción, y a algunos actos que son de esta naturaleza, simplemente los disfrazamos de “avivada criolla”. Evitamos ser culpables y la responsabilidad por nuestros actos. Pero en definitiva, si la corrupción es un hecho generalizado en el normal funcionamiento de la cosa pública es por nosotros. Nuestra disfrazada corrupción alentó a su propagación. Cuando pagamos un soborno para escapar de una multa, hicimos nacer a otro corrupto. Cada vez que miramos para otro lado cuando alguien clamaba por justicia, apoyamos al injusto. Toda vez que en silencio contemplamos como pisoteaban al pobre, le tendimos nuestra mano a la impunidad. En todas las circunstancias en que dijimos “yo en política no me meto porque todos son corruptos”, dejamos el camino libre para los deshonestos.
El 22 de febrero pasado nos conmovimos con el reclamo de justicia que hicieron los familiares de las víctimas de Once. Nos indignó el silencio del poder de turno y nos amargó la corrupción imperante. Pero el día 23, ¿qué hicimos de distinto?

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Ejemplos a no imitar...
El auto de Boudou debe más de $ 70 mil en 110 infracciones

Por Lucas Morando

La mayoría son por exceso de velocidad o por estacionar mal. 
Fueron labradas desde 2010 y todavía no pagó ninguna.
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El auto oficial en el que se mueve Boudou acumuló 110 infracciones de tránsito, en su inmensa mayoría producto del exceso de velocidad y mal estacionamiento. Estas infracciones suman, como mínimo, unos $70 mil desde 2010 hasta la actualidad: ninguna fue abonada hasta hoy.

El auto en cuestión es un Volkswagen Passat que está a nombre del ministerio de Economía, cartera de la que fue titular antes de alcanzar la vicepresidencia. Hace 15 días, en una guardia fotográfica, PERFIL lo registró llegando a su departamento en Puerto Madero en ese vehículo. El Passat, patente INI 533, también suele pasar a buscarlo por la mañana cuando tiene ocupado otro auto en el que se mueve, un Audi A4.

La mayoría de las infracciones tienen que ver con excesos de velocidad en autopistas porteñas. Pero con un agravante: diez de ellas fueron por conducir a más de 140 kilómetros por hora. Según consta en los registros oficiales de la Ciudad, que son públicos, el Volkswagen Passat superó los 140 kilómetros en cinco oportunidades en la Avenida Lugones, en dos en la Autopista Illia, en otras dos en Avenida Cantilo y una vez en la Autopista Perito Moreno.

Otras cinco infracciones se deben al “incumplimiento de identificación de conductor”, mientras que posee otras seis por mal estacionamiento. Tres son en Puerto Madero, dos en la calle Libertad en pleno centro y otra, más curiosa, fue tomada frente a la Jefatura de Gobierno porteño.
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