Dulce nombre de Jesús
Al cumplirse los ocho días tocaba circuncidar al niño y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.
Una de las cosas que más preocupa a los santos es no morir en gracia o, con otras palabras, endurecerse en los últimos momentos. A los que no lo son les preocupa poco. Parece un contrasentido ya que, si toda la vida lo han deseado y lo han trabajado con violencia, como dice el evangelio, no van a fallar en la última hora. Sin embargo hay mucho en nosotros de bioquímica y nadie sabe hasta dónde podrá soportar sus dolores. Eso sin contar las asechanzas del demonio que se pueden recrudecer en esa hora. De hecho en la piedad cristiana y en la teología hay una preocupación real y se ora para alcanzar una buena muerte o la gracia de la perseverancia final.
Esto que os cuento lo he visto en alguna persona y su mejor antídoto era pronunciar el nombre de Jesús. Mi maestro de novicios, que era un gran devoto, nos hablaba con frecuencia de la devoción al dulce nombre de Jesús, sobre todo el 3 de enero que es el día que tradicionalmente se viene celebrando la fiesta. Yo sentí mucho que despareciera después del Concilio en el calendario romano pero ha sido de nuevo reintroducida en la tercera edición del Misal romano actual. Siempre me cayó bien esta celebración, entre otras cosas porque me llamo Jesús. Sin embargo, el mayor aprecio y el descubrimiento vivencial de este nombre me ha llegado vía monjas contemplativas donde he dado muchos ejercicios espirituales. Son varias en las que he visto la conjunción de ciertas aprensiones y la pronunciación ungida del nombre de Jesús, según aquello que dice: El que invocare el nombre del Señor, se salvará (Rm 10, 13)
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