martes, 31 de enero de 2012

Justicia y Paz: Una buena idea ¿una oportunidad perdida? | Pierre de Lauzun 11-11-2011

Justicia y Paz: Una buena idea ¿una oportunidad perdida?
11 de noviembre 2011   | Pierre de Lauzun (*)


Después de los excelentes artículos de Thierry Boutet y Jean-Yves Naudet, vuelvo sobre el texto  del Consejo pontifical “Justicia y Paz" de finales de octubre de 2011 ("Para una reforma del sistema financiero y monetario internacional desde la perspectiva de una autoridad pública con jurisdicción universal") [1], especialmente respecto de los términos en que se plantean las propuestas concretas.

El mensaje se ha puesto justamente bajo el signo de la búsqueda de principios y “valores culturales y morales". Esta parte moral e ideológica está tratada de una manera clásica: el Papa se  ha manifestado con frecuencia al respecto. El Consejo subraya acertadamente las fallas de las ideologías predominantes y de las prácticas irresponsables. Sobre estos puntos bien conocidos e indiscutibles hay poco que añadir al respecto.

El Consejo recuerda paralelamente la necesidad de buscar las "causas y las soluciones de naturaleza política, económica y técnica". Pero se extiende bastante poco en este análisis, refiriéndose principalmente a la expansión del crédito bancario, a su deterioro, y a las burbujas especulativas. Sin embargo, se observa la ausencia de un análisis sobre el papel y las responsabilidades de los Estados (excepto en lo que respecta a la desregulación), de los bancos centrales (responsables empero del control de la creación de dinero), o de los déficit públicos, que están sin embargo en el centro de la crisis de la zona euro. Del mismo modo, no se analiza el funcionamiento de los mercados. De la debilidad de estas bases, resulta como un salto lógico el paso a las propuestas.

Estas propuestas se dividen en dos: una autoridad mundial y tres propuestas prácticas. En cuanto a la autoridad mundial, el Consejo se apoya en el texto de la Caritas in veritate pero parece que le agrega más detalles, siempre permaneciendo en la descripción de un ideal. Me parece por otra parte, más insistente en una especie de sensación de urgencia e incluso de una necesidad divina imperiosa. Concluye con la necesidad de sobrepasar el nivel de los estados-nación y de todo el orden internacional que rige sus relaciones. Según el documento, existen “entonces” las condiciones para sobrepasar  un orden "westfaliano", que sin duda reconoce la exigencia de la cooperación, pero no mediante la integración de las soberanías o de una transferencia parcial de ellas que sería necesaria en su opinión para el bien común [ 2] . Se trata de un deber para todos, para el bien común de la humanidad y simplemente para el futuro  [3] . El Consejo califica incluso a esto como un "llamamiento específico del Espíritu Santo", importante para el Reino de Dios [4] . En un mundo en vías de rápida globalización, la referencia a una autoridad mundial se convierte, dice, en  "el único horizonte compatible con las nuevas realidades de nuestros tiempos y las necesidades de la especie humana". Si leemos bien, esto quiere decir que hay urgencia en crear una soberanía supranacional. Estamos entonces mucho más allá de la necesidad inmediata, indiscutible, pero difícil de lograr operativamente, del fortalecimiento de las organizaciones existentes de vigilancia mundial de los mercados (OICV) y  de los bancos (Comité de Basilea), que son organizaciones de concertación.

Tal objetivo va mucho más allá de los textos anteriores, pero sobre todo está totalmente desalineado con respecto a las realidades prudenciales de este mundo. Evidentemente que se puede diseñar el perfil de un ideal semejante a largo plazo; pero hoy se da el caso que no solo estamos muy lejos de la realización práctica, sino de definir cuáles serían las condiciones del éxito. Afirmar, por ejemplo, que la autoridad mundial "debe" respetar a todos los pueblos, a todas las culturas y todas las opciones no es suficiente para asegurarse que lo haga. Aquí es preocupante la referencia a la ONU. Esta organización, ciertamente útil por otra parte para el diálogo, no es ciertamente un modelo para la toma de decisiones. Correlativamente, no es suficiente hablar en abstracto de subsidiariedad para suministrar un modelo inclusive general de lo que esto podría significar a nivel mundial. En particular, no se menciona la cuestión del sustento de la legitimidad política de esta Autoridad, y su relación con la legitimidad democrática, apareciendo así una democracia global como algo un poco utópico y muy poco subsidiario.

Pasa lo mismo con un proyecto como el de un "Banco central mundial", tanto más curioso aún que se deja de lado al FMI, que es lo que más se le parece en la actualidad. ¿Cómo definir un banco central sin hablar de lo que creemos que debería ser la moneda? ¿Cómo proponer un banco a nivel mundial mientras que la zona del euro se revela hoy extremadamente difícil de calibrar, no necesariamente estable o incluso compatible con las instituciones democráticas (que son nacionales)?

Quedan las tres medidas. En este punto, dice el Consejo que es necesario "recuperar" la primacía de lo espiritual y de lo ético, y con ello la primacía de la política, responsable del bien común, la economía y las finanzas: se trata de llevarlos a moverse dentro de los límites de su verdadera vocación y de sus responsabilidades al servicio de la persona, más allá de cualquier economicismo raso y de un mercantilismo sólo orientado a los resultados [5] . Sobre la base en una aproximación de este tipo el Consejo solicita que se reflexione, "por ejemplo", en tres medidas. Un impuesto [6] a las transacciones financieras, a los fines del desarrollo global y de la solidaridad con las economías afectadas por la crisis; una recapitalización [7] de los bancos con los fondos públicos, este apoyo estaría condicionado a la adopción de un comportamiento "virtuoso" y al desarrollo de la economía real; y la definición del marco de la actividad del crédito comercial y de la banca de inversión, lo que, se  dice, permitiría a una disciplina más eficaz de los mercado en las sombras que están sin control ni límites [8] .

Estas medidas se ponen bajo la órbita de un análisis moral, pero no se explica su base moral y a fortiori la técnica. Ahora bien, no está claro en que entran bajo el campo de la moral la recapitalización de la banca o la separación de las actividades financieras. Son –por otra parte-  medidas disputadas cuyas ventajas e inconvenientes no son evidentes. La recapitalización general de los bancos ya se ha decidido (Basilea III y decisiones del G 20 sobre los bancos) a un nivel elevado de exigencias y que va a frenar a los bancos en su negocio más clásico y menos discutido. Si hay una necesidad más allá de esto, esta es local y específica para tal o cual banco en particular (en el caso de  Europa). Si esto ocurre, es lógico que el Estado requiera un comportamiento "virtuoso”. Pero también es cierto que los ejemplos anteriores de interferencia de los Estados en la gestión de los bancos no son ni un éxito, ni un modelo de virtud.

En cuanto a la definición (entendemos la separación) del marco de la actividad de los bancos, esta no ayudaría para nada al control de los mercados paralelos como dice el texto: estos requieren reglas específicas. La principal ventaja de una separación es colocar aparte la banca minorista, sea con el motivo (falso por otra parte) que ella sería menos riesgosa que la banca de inversión, o sea porque  se considera más normal “salvarla” en caso de una crisis (y esto se puede defender). Pero la prioridad no está allí: está en la consideración de estas actividades en sí mismas, en ambos casos, y de sus ganancias y riesgos, de lo que se deduce la necesidad de una regulación adaptada. La separación permite a cada una seguir con sus prácticas actuales: pero el Consejo no las considera lo suficientemente éticas.

Se notará además que la cuestión del mismo funcionamiento de los mercados financieros ni siquiera se evoca en el documento, y allí está sin embargo el centro de la crisis (la transparencia, la orientación a corto plazo, auto-centrado, especulación, etc.). Paradójicamente los textos papales van más lejos, quedando al mismo tiempo estos en lineamientos bastante generales. Sin embargo, ahí está la cuestión central: ¿como el texto (con razón) no cuestiona a los propios mercados, y sin embargo los critica en el plano ético? ¿cómo sanearlos, como moralizarlos? No dice nada al respecto.

Por su parte, en su principio, la tercera idea, la tributación, implica una valoración moral: es normal que las finanzas contribuyan por su parte a la financiación de actividades comunes. Pero esta constatación de sentido común no dice si debe ser un impuesto a las transacciones o de un impuesto a la actividad, o aún otro. Pero un impuesto sobre las transacciones como el que se recomienda es muy difícil de percibir y debe imperativamente ser mundial o como mínimo internacional, si no es así, la base imponible se escapa (las operaciones); además no es económicamente neutral ya que ataca cada operación (sin eliminar la doble tributación como el IVA): esto puede ser bueno (si es que desea eliminar las operaciones consideradas como “malas”), o malo ( si se hacen más caras o se eliminan operaciones útiles), pero un impuesto no permite distinguir unas de otras. Sería mejor actuar directamente mediante la regulación de las operaciones en cuestión. Y si queremos aplicar el impuesto a la actividad financiera, en lugar de a las transacciones, más vale tomar como objetivo a los beneficios se juzga anormales.

Se anotará como conclusión un punto importante. Aun en el supuesto, en contra de nuestras observaciones, que estas tres acciones fueran justificadas y aplicadas, no vemos en que iba a cambiar de manera significativa la finanza internacional y más aún los valores que la animan. El objetivo declarado no es entonces alcanzado, probablemente porque se ha  limitado a retomar ideas se difundieron sin examinar su coherencia con el objetivo de la Iglesia, que es algo diferente y pone en el centro una idea de bien común que no es tan compartida. Un análisis más riguroso y más preciso de la situación habría permitido hacer algo sensiblemente mejor, y lograr una verdadera contribución.


[1] Citamos a continuación el texto de la nota (sitio web del Vaticano). La traducción parece hecha del italiano, sin duda el texto original. (N del T - Documento en español: http://www.zenit.org/article-40757?l=spanish, Conferencia de prensa de presentación en italiano: http://www.vatican.va/roman_curia/pontifical_councils/justpeace/index_sp.htm)


[2] Por lo tanto, están dadas las condiciones para ir mas allá de un orden internacional "westfaliano", donde los estados sienten la necesidad de cooperación, pero sin aprovechar la oportunidad para integrar las respectivas soberanías para el bien común de los pueblos. Les toca a las generaciones actuales reconocer y aceptar en conciencia esta nueva dinámica mundial hacia la realización de un bien común universal. Por supuesto, esta transformación se llevará a cabo al costo de la transferencia, progresiva y equilibrada de parte de las atribuciones nacionales a una Autoridad mundial y a las Autoridades regionales, lo cual se revela como necesario en un momento en que el dinamismo de la sociedad humana y de la economía, así como el progreso de la tecnología, trascienden las fronteras que están ya -de hecho- erosionadas en un mundo globalizado.

[3] El diseño de una nueva sociedad y la construcción de nuevas instituciones con vocación y competencia universal son una prerrogativa y un deber para todos, sin ninguna distinción. Es el bien común y el futuro de la humanidad que están en juego

[4] En este contexto, todo cristiano está llamado especialmente por el Espíritu para comprometerse con decisión y generosidad para que los numerosos dinamismos en marcha se orienten hacia perspectivas de fraternidad y bien común. Inmensos campos de actividad se abren para el desarrollo integral de los pueblos y de cada persona.


[5] En un proceso como este, es necesario recuperar la primacía de lo espiritual y lo ético, y al mismo tiempo, de la política - responsable del bien común – sobre la economía y las finanzas. Estas deben llevarse a los límites de su vocación y su función reales –comprendiendo aquí la función social, para dar vida a mercados e instituciones financieras que estén verdaderamente al servicio de la persona, es decir, capaces de responder a las exigencias del bien común y de la fraternidad universal, trasciendendo todas las formas de estancamiento económico y de mercantilismo eficientista.

[6] Sobre las medidas de imposición a las transacciones financieras, con la aplicación de tasas justas de imposición, con cargos proporcionales a la complejidad de las operaciones, especialmente las realizadas en el mercado "secundario". Tal impuesto sería muy útil para promover el desarrollo sostenible a nivel mundial según los principios de justicia social y solidaridad, y podría contribuir a la formación de una reserva global destinada a apoyar las economías de los países afectados por la crisis, así como la restauración de sus sistemas monetario y financiero.

[7] Sobre las formas de recapitalización de los bancos también con fondos públicos, poniendo como condición a ese apoyo, un comportamiento virtuoso que tenga como fin el desarrollo de la economía real.


[8] Sobre la definición del ámbito de actividad del crédito corriente y de la Banca de Inversión. Esta distinción permitiría instaurar una mayor disciplina efectiva de los "mercados paralelos" privados de todo control y de todo límite.


* Pierre de Lauzun - Ancien élève de l’école Polytechnique et de l’École nationale d’administration, directeur général adjoint de la Fédération bancaire française (FBF) et délégué général de l'Association française des entreprises d'investissement. (Traducido por Pablo López Herrera)


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