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lunes, 4 de marzo de 2013

Nunca en la historia de la Iglesia moderna se habían sucedido en el trono de Pedro pontífices que fueran tan convincentes en el papel de garantes de la dignidad de la persona y promotores de la paz

De Benedicto XV a Benedicto XVI
La relación de los últimos papas con el poder



Joseph Ratzinger eligió su nombre papal en alusión a la tarea de promoción de la paz que había guiado a Benedicto XV. El Papa teólogo se identificó a sí mismo desde el primer momento con el anuncio de la paz, en un mundo atiborrado de violencia. "La paz es obra de la solidaridad", había dicho Juan Pablo II en 1988. Sólo la capacidad de entregar algo de lo propio para beneficio del otro, sólo quien está dispuesto a superar el propio egoísmo es un verdadero promotor de la paz. La primera solidaridad es la apertura al diálogo y la confianza en que es posible compartir unos valores fundamentales, valores que no negocian con el poder ni el dinero, sino que son a la vez salvaguarda de los más débiles y condición de la vida en común.

Muchos de los anhelos de libertad y de justicia que movilizaron energías humanas en el siglo XIX, a veces teñidos de anticlericalismo por la confusión reinante entre el trono y el altar, encuentran hoy en la doctrina católica -en particular con la afirmación del valor propio de lo temporal y la libertad religiosa- un lugar privilegiado. Doctrina ya presente en el Evangelio, pero que siglos de historia vividos entre la heroicidad de la santidad y la mezquindad de la miseria humana se ocuparon de oscurecer. 

Una parte fundamental de la herencia que nos deja Benedicto XVI es su doctrina de la sana laicidad, sobria y positivamente promotora del pluralismo y del respeto por la identidad de cada uno y de cada una, afirmada sobre los derechos humanos, y muy consciente de que la fe se debe proponer de corazón a corazón...............
Leer aquí: www.lanacion.com.ar



Libros: De Benedicto XV a Benedicto XVI. 
Los Papas contemporáneos y el proceso de secularización
Mario Fazio - Ediciones Rialp - Madrid 2009 - 185 pág.


Este interesante libro llega a las siguientes conclusiones: “de Benedicto XV a Benedicto XVI, la Iglesia contó con pontífices «expertos en humanidad», fieles a su misión. Provenientes de distintas naciones y estratos sociales, con personalidades muy diferentes entre sí, los Papas de este período, desprovistos de poder humano pero confortados con la asistencia divina, han sidoauténticos testigos de la verdad. Nunca en la historia de la Iglesia moderna se han sucedido en el trono de Pedro vicarios de Cristo tan convincentes, convirtiéndose, para toda la humanidad, en custodios y garantes de la dignidad de la persona. La coyuntura actual exige de los cristianos coherencia de vida para actuar con fecundidad en la plaza pública –superando los obstáculos que un laicismo militante quiere imponer a toda manifestación trascendente– y un empeño decidido en la salvaguarda de la dignidad de la persona humana, desde su concepción hasta la muerte natural, que la dictadura del relativismo querría desconocer. A nosotros nos toca construir la ciudad de los hombres, iluminados por el bagaje doctrinal del último siglo” (p. 175).

La tesis que trata de probar a lo largo de sus páginas es por tanto que los pontífices mencionados ofrecen un cuerpo doctrinal abundante para que la Iglesia haga frente a lo que sucede en el mundo contemporáneo, en particular al proceso de secularización.

Este proceso tiene al menos dos significados distintos. El primero consiste en una desclericalización del mundo medieval, a través del redescubrimiento de la autonomía relativa de lo temporal. En este sentido se puede hablar de una Modernidad cristiana, en cuanto se toma conciencia, de forma más madura, de la relación armónica entre los órdenes natural y sobrenatural. El segundo sentido de secularización, se identificaría con la afirmación de la autonomía absoluta del hombre, que corta todos los puentes con una posible instancia trascendente. Se pretende explicar el sentido último de la existencia humana dentro del mundo intraterrenal, sin acudir para nada al más allá.

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